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El sonido de mis propias pisadas en el pavimento mojado me eriza la piel. El zoco, bullicioso y lleno de vida por el día, aparece a estas horas de luna peligroso y amenazante. Las calles desiertas devuelven el sonido haciendo parecer que viene de cualquier lado y el olor a orines y restos de fruta y comida podrida de los mercados crean el ambiente perfecto para un asesinato. No es aprensión, se que desde la tarde alguien me está siguiendo. Callejee y cambie de dirección varias veces y él siempre estaba allí, reflejado en los escaparates o disimulando cuando me volvía. Con ropa normal de turista, gafas de sol y gorra de beisbol. Uno más entre la multitud dejándose timar en las tiendas de cachivaches. Jugueteo con la navaja que llevo en el bolsillo. El mango de madera de roble suave y cálido me tranquiliza, sé que guarda en su interior un alma de acero afilado que me ha sacado varias veces de problemas como el de hoy. Me paro de golpe y unos segundos después el eco me devuelve el sonido de pasos desde alguna de las callejas a mi espalda. Continúo. Al pasar por unos soportales aprovecho para resguardarme tras una de las columnas. A mis pies un pequeño gato negro me mira indignado, está despeluchado y lleno de pulgas y garrapatas, algunos arañazos han dejado calvas en su pelaje y yo posiblemente he buscado escondite en su refugio nocturno importunándole. Maúlla. Justo escucho acercarse a alguien. Sus pasos suenan amortiguados, cuidadosos, quizás calce deportivas. La ropa que lleva cruje, tal vez algún martirial plástico que roza al moverse. Está a mi lado. Una sombra negra que camina apresurada, quizás pensando que pierde mi rastro, quizás solo llega tarde a algún sitio. Me pongo a su espalda mientras abro la navaja y le cruzo el cuello con una sonrisa sangrienta. No tiene tiempo de gritar, solo emite un gorjeo intentando meter algo de aire en sus pulmones y cae desplomado al suelo con un sordo golpe que resuena en el silencio de la noche. La luna es el único testigo. La luna y el pequeño gato negro. Una mancha de sangre oscura empieza a extenderse por el pavimento mezclándose con la basura y el agua de lluvia. Me alejo. A mi espalda el cuerpo yace boca abajo, mientras el pequeño gato lame la sangre. No se quién es ni que quería, tal vez robar, tal vez nada, solo pasaba por allí. Ya no importa.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

5 comentarios en “Una noche oscura”

  1. Corto e intenso, como muchas de las mejores cosas en la vida.

    Enhorabuena Nacho, me ha gustado mucho, trepidante y bien narrada como siempre.

    Saludos…

  2. Un relato duro y directo, como la vida misma.
    Aunque dejaste traslucir el final cuando mencionaste la navaja, me gustó mucho cómo diste la esperada conclusión.
    Al final no importa, como dice el protagonista, con tal de sobrevivir en esa selva de asfalto.

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