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«F.R y asociados:
servicio gratuito de acilencia
con posibilidad de asistencia remota»
Jon leyó un par de veces la sucinta anotación que Kali, su compañero de piso, había garabateado en una hojita amarilla de post-it con su convulsa caligrafía de pajillero anorgásmico.
—Qué extraño.
Kali había dejado la nota sobre la mesa de la cocina, según lo acordado. Pero la verdad, lo que había ahí escrito resultaba un poco raro y rechinante para referirse a una simple empresa de reformas. O eso le pareció a Jon.
¿Acilencia? «No jodas, Kali, ¿qué coño es eso? A saber cuántos destornis te metiste antes de escribir la jodida nota», pensó Jon. Y a saber qué palabra había intentado su colega escribir realmente. En fin, sólo su compañero podría responder a eso, y en aquel momento no estaba ahí… Esa era otra, ¿dónde diablos había ido? A cualquier parte, solo Dios podría saberlo. Probablemente estaría en ese momento arrastrándose por algún antro deplorable de la ciudad, a pesar de que fueran las cuatro de la tarde. No era ningún secreto que Kali era carne de afterhours para que no le alcanzara el amanecer.
Jon volvió a leer la nota. Al pie de la misma, bajo el bloque de frases, había un número de teléfono subrayado un par de veces.
Suspiró y agarró su teléfono móvil, convencido de que estaba a punto de contactar con la empresa de reformas más fiable del mundo, puesto que, en teoría, el dueño era familiar de Kali.
No se le pasó ni remotamente por la cabeza que aquellas señas pudieran corresponder a otra cosa. Qué iba a ser si no. La pobre casa se caía a cachos y necesitaba con urgencia que alguien experto le metiera mano, por eso mismo había acordado con Kali que le dejara ese número antes de irse de fiesta. Pagaban las facturas entre los dos, pero Jon era sin duda el responsable, el que compraba en el súper por internet y siempre hacía las llamadas al fontanero, al frutero, al curandero. ¿Por qué? Sencillamente porque, de los dos, era el que se mantenía en estado vigil durante el periodo laboral normal del resto de la gente.
Sacudiendo la cabeza —»acilencia», maldito borracho— marcó el número de teléfono sin pensárselo dos veces. Nunca lo hubiera debido hacer.
—Bienvenido a Final Reset —contestó una voz femenina y robótica tras un par de tonos de espera. No estaba mal el nombre para una empresa de este tipo, eso había que reconocerlo. Aunque Jon no terminaba de entender esa manía de ponerlo todo en inglés como en una novela barata, con lo bonito que era el castellano y más si uno se estrujaba el cerebro para destriparlo—. Necesito un nombre.
—Oh. Jon Iturriaga Hernández— respondió, dando su nombre completo.
Pero la operadora no quería sus datos.
—No me ha entendido. Necesito un nombre —repitió—. No puede ser el suyo. Tiene que ser el de la persona para la que desea contratar la acilencia.
—¿Eh?
Jon quedó noqueado por un momento. La voz volvió a pronunciar aquella información en el mismo tono monocorde, sin alterarse en lo más mínimo y como si estuviera recitando algo obvio.
De más está decir que el cerebro de Jon había cortocircuitado, pero también, casi en el mismo instante, la curiosidad empezó a devorarle. Porque resultaba que la palabra «acilencia» estaba bien escrita en aquella hoja de post-it, y él no tenía ni maldita idea de lo que significaba.
—El servicio es gratuito —informó ella. Y a continuación le apremió de nuevo con impostada amabilidad—: sólo necesitamos un nombre.
Jon dirigió la mirada al techo. Pero qué coño.
Jon dirigió la mirada al techo. Pero qué coño.
Un nombre, y no podía ser el suyo. De pronto tenía la sensación de estar jugando a algo cuyas reglas desconocía, preguntándose estúpidamente qué nombre decir.
Mientras la operadora apretaba la mandíbula esperando al otro lado de la línea con impaciencia, Jon hizo un rápido barrido visual por el alicatado cochambroso en las paredes de la cocina. Sus ojos tropezaron con la foto de Aída, que estaba aún sujeta con un par de imanes en la puerta de la nevera.
—Aída —pronunció por mero reflejo, con la voz atrancada sin saber por qué. Diablos, era su ex-novia, qué más daba. A lo peor se presentarían a la puerta de su casa Manolo y Benito queriendo picar piedra—. Aída Puig.
Escuchó como la telefonista tecleaba rápidamente al otro lado. Seguro estaba sentada delante de un ordenador, llevando puesto el clásico micro incorporado en los auriculares tipo diadema.
—Aída Puig Rodríguez —ratificó entonces en igual planitud vocal, probablemente leyendo la información en la pantalla ante sí—. 15489962-K. Residente en calle Fontibre número trece, primero B, distrito treinta de la ciudad de Dirdam. ¿Es correcto?
Anonadado, Jon apretó los labios en una delgada línea que palideció. ¿Realmente era posible que la operadora hubiera tenido acceso a toda aquella información, y encima con tal rapidez fulgurante? Joder, hasta le había dicho el número del documento nacional de identidad de Aída.
De pronto se sintió mareado. Pensó que no era buena idea seguir adelante con aquello, pero también que, por desgracia, ya no estaba a tiempo de colgar. Había dado los datos de Aída (bueno, más bien la telefonista había accedido a ellos); ya era demasiado tarde y, en cualquier caso, le parecía todavía más peligroso quedarse a medias. Por otro lado, tal vez -sólo tal vez- también estaba egoístamente intrigado.
—Sí.
—Un momento, por favor —dijo la mujer.
Con un nudo en la garganta, Jon esperó durante lo que le parecieron eones.
—La acilencia de Aída Puig Rodríguez se ha programado para el jueves catorce de junio a las ocho de la tarde— confirmó al fin la telefonista—. ¿Desea asistencia remota?
—¿Qué?
—¿Desea que en ese momento le contactemos para asistencia remota, señor Iturriaga? —repitió ella.
—Sí.
—Muy bien. Muchas gracias por haber contratado el servicio gratuito de acilencia con asistencia remota en Final Reset, y sobre todo por confiar en nosotros.
La telefonista soltó esto último de carrerilla y, después de decirlo, colgó sin más.
Jon se quedó unos instantes con el teléfono palpitándole en la mano, mirando la pantalla con cara de gilipollas y sin saber realmente qué acababa de pasar. Por no saber, ni que decir tiene que desconocía por completo el servicio que acababa de contratar. Tal vez sí había sido todo una broma de Kali después de todo, si acaso por lo surrealista de la situación. Al menos eso quiso pensar, a pesar del presentimiento negro que se abría paso poco a poco dentro de sí.
Temiendo ser un inculto en el fondo, reaccionó lo bastante para buscar la palabra «acilencia» en google. Quizás esa jodida combinación de letras sí existía y tenía un significado ignoto hasta el momento para él. Podía pasarle eso a uno con ciertas palabras aún habiendo cumplido los treinta, ¿no? Palabras como «bisoño», «veleidoso» o incluso «nefelibata». No sería del todo extraño. Pero en google no encontró nada al respecto; nada en absoluto que le diera la más mínima pìsta sobre ese concepto. A todas luces, «acilencia» no existía como vocablo con sentido en ningún idioma, y en eso no había vuelta de hoja. ¿A qué mierdas se dedicaba entonces esa empresa que se hacía llamar «Final Reset»? Algo le dijo que no a preparar fiestas sorpresa de cumpleaños. De pronto se le atragantó la saliva.
Preso de un súbito ataque de pánico irreal, buscó a Aída en la lista de contactos y pulsó el icono de llamada.
—Aída, oye…
—Jon. ¿Otra vez?
—No, oye. Sólo es que…
—Jon. —Ella le cortó sin remedio—. Te dije que no me llamaras más. Y creo que fui muy clara al respecto.
—Pero…
—¡Pasa página, joder! No insistas más. Supéralo.
Y sin querer escuchar aviso alguno, Aída colgó. Menuda imbécil.
Jon se secó el sudor de la frente. Su mirada buscó con nerviosismo el calendario, y comprobó que, tal y como temía, el día siguiente era catorce de junio. De pronto estaba cada vez más asustado por toda esa gilipollez y preocupado por lo que pudiera pasarle a Aída en la mencionada acilencia, pero qué iba a hacer si la había intentado avisar y ella le había mandado a freír monas.
—Mierda —masculló para sí.
Buscó el contacto de Kali con los dientes apretados. Le llamó, y saltó el buzón de voz. No le sorprendió para nada.
De modo que, fuera como fuese, a Jon sólo le quedaba esperar. Eso, o llamar a su madre para preguntarle si alguna vez había oído hablar de una empresa de reformas llamada Final Reset. Pero desechó la idea de inmediato, por saltarle una alarma mental voceando que eso era lo peor que podía hacer. No entendía si había activado algún tipo de proceso, pero intuía que, de haberlo hecho, este no sería nada bueno… y de repente implicar a más personas en él (o sólo que oyeran esa palabra, «acilencia») parecía peligroso.
Así que, para bien o para mal, Jon esperó.
***
A las ocho de la tarde del día siguiente, catorce de junio, sonó el teléfono. Kali aún no había aparecido por casa.
Jon dudó unos instantes si contestar o no, pero no pudo resistirse a hacerlo.
—¿Sí?
Por toda respuesta, escuchó al otro lado los gritos de una mujer durante treinta segundos. Los gritos de Aída siendo degollada, aunque esto último Jon no podía saberlo.
Se quedó helado. El teléfono resbaló de su mano y, de no ser por la funda gruesa que lo protegía, se habría hecho pedazos contra el parqué.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que lo vio iluminarse y volver a sonar desde el suelo. En la pantalla, un número que ya le resultaba familiar parpadeaba implacable.
—¡¿Pero qué cojones?!
Había estado bloqueado hasta el momento pero, de golpe en un solo instante, la fiereza de la desesperación se había apoderado de él. Con las sienes palpitando, se había agachado y había estirado el brazo para tomar el maldito teléfono y bramarle al auricular.
—¿Quién diablos es usted, y qué cojones ha hecho?
—¿Señor Iturriaga?
Jon quiso arrancarle la cabeza de cuajo a esa asquerosa operadora.
—¿Qué coño le han hecho a Aíd-…?
—Buenas tardes. Sólo le llamo para informarle de que una persona acaba de programar un servicio de acilencia para usted. Y también ha contratado nuestro medio minuto gratis de asistencia remota al evento.
»Muchas gracias de nuevo por confiar en nosotros. Que tenga un buen día.
Autor: Reyes

Sobre el autor
Reyes

jajaja, Reyes, nunca se puede saber que saldrá de tu cabeza cuando se le proporciona una palabra loca. Me lo he pasado genial leyendo el relato. Una vuelta de tuerca nueva para acilencia, parece que esta palabra abre la puerta a mundos oscuros. A ver si se anima alguien más.
Por lo que veo las palabras inventadas consiguen abrir vuestros chakras creativos.
Nacho, hola!
Muchas muchas gracias!
Me hace super feliz que te hayas divertido leyéndolo!!
Pues el caso es que este relato está basado en true events, bueno, inspirado más bien. En lugar de «asistencia remota» decían «visita de cortesía». Pasó en tres ocasiones en USA y, por lo visto, tenía relación con la deep web… un detalle muy escabroso de los casos reales es que en uno de ellos había una niña pequeña implicada, porque la mamá tenía el manos libres en el coche y, cuando pidieron el nombre, la niña que estaba a su bola dijo el suyo. Eso no he tenido cojones a transcribirlo.
Me salió algo muy loco por qué, señor, qué mierdas de tío tiene una foto de su ex pegada en la nevera??? jejeje. Y por qué no llamó a la policía? No recuerdo si según las fuentes en los casos supuestamente reales llamó alguien. Imagino que si sí tampoco les harían mucho caso… tendré que volver a escuchar el podcast que me inspiró.
Un abrazo fuerte!