
Hoy he recibido el diagnóstico definitivo. No ha sido sencillo acudir a esa sala una vez más. Las frías paredes desprovistas de todo color; nada que las vista ofreciéndoles un poco de humanidad. Tan solo esos papeles enmarcados que rezan títulos que a nadie le importan y diplomas que nunca se leen. La luz es una terrible tortura para quien, recién llegado de la calle, habiendo cruzado la avenida, dividida en toda su longitud por un reverdecido y más que bien cuidado parque, llega a una oscuridad enclaustrada entre muros de hormigón y aliviada, si es que se puede llamar así a tal despropósito, por una iluminación blanca de sala de autopsias más propia de un tanatorio que de una consulta psiquiátrica. Una pipa vacía sobre el escritorio de bubinga me recuerda vagamente la época en la que se podía fumar en interiores y automáticamente echo mano del bolso con intención de sacar un paquete que no voy a encontrar pues recuerdo, muy a mi pesar, haber decidido, hace apenas unos días, que ya era hora de dejar de envenenarme. ¿No es una forma de suicidio? Y yo, aunque ya he hecho méritos para ir derechita al infierno, debo procurar rehabilitarme antes de que la patita que me queda en el reino de los vivos, decida hacer compañía a la otra que está más muerta que viva. Porque si de algo puedo regodearme es de haber sabido aprovechar el tiempo, que, en mi caso, y dados los excesos a los que he sucumbido, les aseguro que ha sido todo un regalo. Cualquiera diría, si me hubiese conocido con veinte años, que no habría llegado a los treinta si no era en una bonita caja de pino y a dos metros bajo tierra. Quizá eso que rezaba Mecano “No es serio este cementerio” era, en realidad, la letra de alguien que, como yo, se veía más pronto que tarde en un nicho y quería quitarle hierro (o tierra) al asunto, bromeando con la posibilidad de que las noches de los muertos vivientes fuesen, en verdad, fiestas en las que “nos vestimos y salimos para dar una vuelta”. Dicen que el que no se consuela es porque no quiere… el caso es, que, con cincuenta años y una vida a todo color a mis espaldas, cuento ya con algún que otro achaque físico y unos cuantos diagnósticos que habría preferido no escuchar de labios de ningún bata blanca. Una vez más, espero el diagnóstico con ansias, sin cigarrillos, sin parches, sin chicles y sin blanca, porque he decidido donar, en un intento desesperado de expiación, hasta el último céntimo a la iglesia en vistas de mi inevitable y próximo tránsito a mejor vida. Allí está ese señor en traje, que no en bata blanca, vapeando un humo espeso con olor a frutos del bosque, escudriñando la letra pequeña de otro de los informes que ratificarán, sin lugar a dudas, que estoy prácticamente muerta, esta vez mentalmente hablando y que el proceso degenerativo por el cual mi cerebro había pasado de ser un fruto maduro y jugoso a una papilla de fruta, estaba llegando al proceso final. Es decir, la licuación absoluta. Levanta la vista y dice sin preámbulos.
—Usted padece acilencia, señora —Y como debo parecerle una completa ignorante porque es seguro que se da cuenta de que no he entendido ni la palabra ni el diagnóstico, insiste —. Que tiene usted acilencia, vamos, resistencia a la muerte. Que no se puede morir, en otras palabras.
Maldito diablo cabrón… así que el infierno en la tierra, ¿eh? Tipo listo… “Ahora sí que estoy jodida”, pienso. Porque si de algo estaba segura era de poder morir.
Autor: Laura Redondo
Gracias por participar en el reto Laura, me encanta ver cómo una palabra inventada puede provocar tantos significados distintos solo por su sonoridad y por lo que evoca en cada uno de nosotros. No quiero destapar nada de tu relato, me ha gustado mucho, no tenía ni idea donde íbamos a llegar al final … Espero leerte más por aquí.
Gracias a vosotros por hacerme un huequito en esta gran familia de literanoicos. Para mí es un placer poder colaborar y comprobar de lo que es capaz esta cabecita cuando se la reta con las propuestas del mes. No siempre logro sacar tiempo para aportar en todas o, si lo tengo, la musa se niega a visitarme, pero esta vez, se dieron ambas situaciones y las aproveché sin dudarlo.
Este relato tiene más miga de la que aparenta… No está de más fijarse en cada pequeño detalle. Los detalles, en ocasiones, hacen la diferencia.
¡Un abrazo!
Lo importante es que salgas del reto con una sonrisa. Nos encanta tenerte aqui y leerte.
Hola, Laura!! Qué alegría leerte.
Jo, me habría encantado conocer en persona a esa dama de tu relato. Me salta la deformación profesional de la enfermería, y aparte ojalá charlar con ella durante horas. Una vida eterna que contar…
Me ha gustado mucho tu escrito. Particularmente el final me pareció buenísimo.
Mil gracias por el comentario, Reyes, me alegra que lo hayas disfrutado. Como le decía más arriba a Nacho, tiene más miga de lo que en realidad aparenta.
Debo reconocerte que, mientras lo escribía, yo misma deseé conocer la experiencia de la paciente… quién sabe, quizá algún día me adentre en esa masa gris para descubrir inquietantes y nuevos relatos con ella como protagonista.
¡Un abrazo!
Siempre me interesa el mundo misterioso de la mente humana.
Gracias a tu excelsa pluma, permites al lector recorrer, en pequeña escala, los laberintos llenos de intriga de la masa gris.
Mis felicitaciones, colega del pluma.
Shalom