
Tal vez no debí hacerlo, pero está en mi naturaleza. ¿Puedes pedirle al Sol que no brille hasta cegarte si lo miras directamente? El Sol no tiene conciencia, no tiene vida, no piensa ni decide, si lo miras directamente quemará tus ojos y te sumergirá en tinieblas, pero ¿puedes culpar al Sol por ser el Sol? ¿Puedes esperar que un pájaro no vuele o que un pez no nade? Está en su naturaleza así que lo harán quieras tú o no. Pues de igual manera yo no pude evitarlo. Soy un ser maldito, tal vez un poco por encima de las ratas, una alimaña. No se mide con la misma vara el animal que cuelga cerdos de un gancho y los electrocuta con el que se arrastra por debajo de una alambrada para alimentarse de una o dos gallinas. No señor, no es lo mismo. Yo lo sé muy bien.
Esa noche la luna iluminaba el mundo dejando sombras de plata y ella estaba sentada en el banco, nívea como una perla, cubierta por su capucha de sangre. A su lado la cesta con exquisitos manjares, ¿pero qué manjar es más exquisito que su dulce carne? Está en mi naturaleza, es una impronta a la que no puedo renunciar. Su olor invadía mis fosas nasales haciéndome babear y temblar de ansia, gruñir retirando los belfos para dejar al descubierto los afilados colmillos. Soy así. Por eso me persiguen, por eso se crean batidas en los pueblos y cargan sus rifles con muerte de plata y salen con sus perros golpeando cacerolas y espantando al bosque para sacarme de mi madriguera.
Lloré mientras me alimentaba, cubrí de lágrimas su cuerpo desgarrado degustando su delicada carne. Aullé de dolor por haber destrozado tan precioso animal, pero no pude evitarlo y solo quedó una cesta de mimbre sobre un banco cubierto de sangre.
Ahora ella, la niña, es mi miembro fantasma, ese que sigues sintiendo cuando cambia el tiempo, ese que, una vez cercenado te sigue doliendo.

Sobre el autor
Ignacio Chavarria
