La subida a la cumbre requiere de toda mi atención y esfuerzo, la última vez que subí con mi padre no me pareció tan duro, pero claro, entonces tenía quince años y a esa edad las piernas no duelen. En mi bolsillo tintinean los frascos de cristal, de alguna forma mi padre me acompaña también hoy. El aire limpio y frio entra en mis pulmones a cada bocanada y mi corazón bombea en mi pecho como la maquinaria de una vieja locomotora de carbón. A mis pies se extiende el valle. Entonces era un manto verde trufado de árboles y blancas casitas de rojos tejados aquí y allá. Ya no queda nada de eso, solo hay una infinita extensión gris, colmenas humanas de hormigón y asfalto hasta donde la vista alcanza.
En la cumbre todo sigue cómo lo recordaba, la montañita de piedras que marca el lugar y el palo de escoba con la bandera multicolor ajada y descolorida por el tiempo. Empiezo a cavar. El suelo es blando y no tardo en chocar contra el metal. La caja de plomo cubierta con planchas de acero lleva aquí enterrada más de dos siglos, aun así la humedad y el tiempo no han hecho mella. Introduzco la pequeña llave en la cerradura y giro. Clack. Quizás sea la última vez que alguien la abre. En el interior, están todos, protegidos por pequeños retales de paños para que no se rompan al mover la caja, pequeños frascos de cristal de diferentes formas y colores. Contienen los restos de varias generaciones; dientes; mechones de pelo; polvo; uñas; un ojo de cristal; huesos; restos. Mis antepasados. Cuando subí con mi padre y la abrió miré maravillado en el interior cada pequeño frasco, era algo parecido a cuando vi ese cristo momificado en la iglesia del pueblo, la reliquia, una imagen de barro con pelo humano. Me aterrorizó, pero no podía dejar de mirarlo. Lo mismo me pasó entonces, veía tras el vidrio los restos, pequeños vestigios de vidas pasadas, historias de gente que no conocí pero que de alguna forma hicieron de mi lo que soy. Señalaba las botellitas y mi padre me contaba cosas de esta o esa persona, un tío, un bisabuelo, la madre de alguien que fue la hija del hijo de otro padre. Un frasco antiguo de vidrio verdoso es el primero de todos, el nombre borrado tanto en el frasco cómo en el recuerdo, no sabía mi padre decirme a ciencia cierta qué remoto parentesco guarda conmigo ese par de huesos renegridos que hay en su interior, solo sabe la historia que dio origen al Arca.
Quemaron a la bruja en el valle, en una pequeña aldea que dejó de existir hace mucho tiempo. La llamaron bruja, pero era una simple curandera que no pudo salvar al bebé de una familia pudiente del valle. La madre volcó en ella todo su dolor por la pérdida y la acusó de haber usado artes oscuras para robar el alma de su hijo como ofrenda al demonio. Se la juzgó y ejecutó de inmediato. La madre la vio arder en la plaza del pueblo con su hijo muerto en los brazos. La pobre curandera era el amor de mi antepasado, el herrero del pueblo. Cuando las ascuas cesaron su resplandor y la plaza quedó desierta él se acercó y rebuscó entre las cenizas. Encontró un pequeño hueso, tal vez un dedo de su amada. Lo tomó y lo guardó en un frasco. Construyo esta caja y la enterró aquí con el frasco dentro. Años despues se casó y tuvo un hijo, un día, cuando su hijo ya era suficientemente mayor, subió hasta la cima con él y le enseñó la caja y le contó la historia, despues sacó su cuchillo, se cortó un dedo y lo metió en la botella para descansar junto a su amada. Hizo prometer a su hijo que guardaría el secreto del Arca y le entregó la llave. Esa noche el pueblo entero ardió consumiendo a sus habitantes en sus camas. El herrero apareció muerto en la plaza junto al árbol petrificado donde años atrás había sido quemada una bruja. Su hijo enterró en el arca a su esposa y el hijo de este llevó el frasco con sus restos de su padre cuando este falleció. Así comenzó y así se perpetuó la tradición.
Ahora acaba aquí conmigo. Dejo en el arca un frasco con los restos de mi padre y otro con un mechón de mi pelo y vuelvo a enterrarla. Moriré pronto, la nube tóxica que acabó con la gente del valle sube lentamente tras de mí, hace tiempo que se expande por la tierra cubriendo de muerte todo lo que toca. Tal vez en unos miles de años la vida haya vuelto a cubrir el planeta y alguien o algo desentierre con un pincel mis huesos y el Arca y se pregunte ¿Esto qué coño es?
Autor: Ignacio Chavarría
Me gusta como creas tus historias. Son como cuentos de antaño, algo que siempre se ha contado voz a voz. Dime ¿Hay algo de inspiración en esta o solo imaginación?
La línea entre la realidad y la ficción es tan fina querido Alex que se traspasa con un solo pensamiento, nunca sé donde estoy realmente 😉
La certeza que me iba creciendo en el pecho al leer era que el protagonista no tenía un hijo… pero claro, esa tradición de guardar la huella material de los antepasados no iba a terminar sin más por eso. Aguantaron hasta el final mismo de la especie. Hay algo en como cuentas las cosas que me llega mucho; ya sin la parte apocalíptica me habría tocado.
Linaje unboxing literal. Todo se fue al cuerno porque reventó la Tierra??? O sí, vendrá algún ser superior a decir: «uy, mira que frasquitos tan monos» y harán algo con el ADN porque como lo tiren por el váter sería para matarlos xDD
Me ha gustado mucho!!!
Soy yo… o esto podría estar ligado a esta pasada de trama sobre la marcha de los D.O ?
jajaja todo nos lleva al lado oscuro de los D.O Reyes, podría estar ligado, tal vez sea una precuela… quien sabe 😉