Todo el verano en el sueño de una noche

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I

Puck tomó una profunda bocanada de aire, los ojos perdidos en las estrellas.

—La verdad es que los humanos son bastante tontos —suspiró, hablándole a alguien que no debería estar ahí—. ¡No lo digo con desprecio ni nada, al revés! Es cierto que hace años me mofaba de ellos, pero ahora me dan pena.

No era lo que se dice una persona melancólica, así que seguía sonriendo en la soledad de la terraza. Sin embargo, la curva de medio lado en sus labios revelaba resignación y cierta amargura. A sus veinte años, Puck era lo bastante inocente como para no saber mentir con su rostro, exactamente como el hada que era, quien, a pesar de recordar lo que significaba ser niño, había visto demasiadas cosas y ya estaba de vuelta de todo. En realidad, desde que había crecido le daba pánico perder la esperanza de que algo le sorprendiera, pues no consideraba que sorprenderse fuera una capacidad.

—Piénsenlo —continuó, escrutando las caras de una multitud imaginaria, sin detenerse a mirar a nadie en particular—. Estamos ahora aquí, en un recinto nupcial. Si ustedes pasean por los jardines que podemos contemplar a vista de pájaro desde este balcón, tan cuidados por el personal de la finca, o miran a través de la bóveda de cristales impecables, o pasan los dedos sobre la mantelería con ribete de oro… Si ustedes hacen todo eso, les parecerá que están en el lugar más maravilloso del mundo.

Suspiró de nuevo. Se inclinó sobre la balaustrada de piedra para constatar que los invitados iban llegando, todo el mundo embutido en riguroso código de etiqueta. Más pimpollismo que camaradería entre ellos, eso se veía a la legua.

No muy lejos, un coche florido y pintarrajeado de spray y confeti estacionaba en el parking—”¡Vivan los novios!”—, con la alegría de un payaso estrafalario al que nadie comprendería. Relucía tan absurdo como eso, estridente y discordante entre la amalgama de colores sobrios y encorsetados que fluían hacia la mansión.

Puck apretó los labios al ver el coche de los novios. No, nadie acompañaba de corazón al payaso aquella noche, aunque todos allí hicieran el paripé de que sí. Ugh.

Se volvió un momento hacia la cristalera. Al otro lado, en el interior de la casona, las cocinas del piso de abajo serían un hervidero de actividad. Qué pereza.

—Es un lugar maravilloso, sí. Por eso las personas lo eligen… para pasar el que, según creen, debería ser el día más verdadero y feliz de sus vidas. Está diseñado para eso. —Se encogió de hombros como si esto fuera obvio—. ¿Saben? Yo trabajo aquí. Soy camarero a tiempo parcial, y puedo decirles que a los camareros nos importan un pito los novios. Estamos aquí solo porque una boda es algo que nos da de comer, pero qué les digo, tanto a mis compañeros como a mí nos parece un auténtico coñazo. Lo mismo que al arquitecto que reformó esta mansión se la sudaba todo salvo que le pagarían una gran suma por hacerlo, ¿se dan cuenta? Es una locura; todo el mundo hace todo y a nadie le importa un carajo nada.

Su pecoso rostro se contrajo. Se notaba que en verdad la circunstancia le revolvía cuando se paraba a pensar. Tras alejarse unos pasos del balcón, siguió hablando:

—Quizás para estos dos pobres que acaban de casarse sea el día más feliz de su vida; el día con el que tal vez han soñado durante años… Y sin embargo, la mayoría de personas reunidas aquí para celebrarlo están a disgusto, créanme. Invitados incluídos.

»Algunos habrán asistido por mera consideración para no hacer el feo. Otros, por compromiso a regañadientes, aunque les consolará pensar que ya queda menos para emborracharse. Los habrá que incluso odien la rigidez de los trajes que se han puesto y ahora estén añorando el amigable sofá en las salitas de sus casas… o quienes, al contrario, vinieron contentos sólo por aparentar lo guapos, estilosos y ricos que se supone que son. ¿Se dan cuenta? Es triste esto. Es de locos. ¿Cuántos humanos habrá aquí esta noche para el convite, ochenta? ¿Cien? ¡Es imposible que estén todos de acuerdo! Lo que quiero decir es: ¿por qué no vas y te casas con tu pareja en el bosque de aquí al lado, en compañía de los espíritus que quieran brillar? De verdad, ¿quién necesita alegría fingida alrededor? Desde luego, las hadas no.

El viento susurró algo entre las copas recortadas de los setos, y Puck escuchó.

—Oh. Así que todo es por amor, ¿eh? Miren, pobres criaturas: enamorarse es tan fácil como fumarse un porro, y eso se lo podría demostrar.

En aquel momento, sin dar a Puck oportunidad de proseguir con su discurso, asomó por la puerta acristalada la cabeza de Flor de Guisante. Claro que “Flor de Guisante” era el nombre feérico de la linda muchachita; para los humanos, al igual que el mismo Puck, ella tenía otro apodo.

—¿Ya te estás escaqueando del trabajo otra vez? —rezongó—. Los invitados se están sentando a las mesas, y los novios acaban de entrar. Menuda pareja extraña, por cierto, tienes que verlos.

Puck sonrió y se echó hacia atrás los anaranjados rizos antes de pasar con su amiga a la casona. Para Flor de Guisante las bodas no eran tristes, porque los humanos se revelaban extraños, tal y como acaba de decir. Extraños, pintorescos y terriblemente divertidos.

—¿Ah, si?¿Cómo son? —cotilleó él, mientras ambos bajaban la escalinata de mármol en dirección al vestíbulo.

—Pffff, ahora en el salón los verás. La novia lleva un collar de perlas que debe de pesar toneladas. Y el novio está tan pálido que parece que asiste a su propio funeral en lugar de a su boda.

El vello en la nuca de Puck se erizó con las palabras de Flor de Guisante. De pronto, tuvo el presentimiento de que aquella boda no sería aburrida del todo, si acaso porque algo tan inesperado como desagradable para algunos estaba a punto de pasar. De forma inmediata e inconsciente, acarició el bolsillo de la chaqueta de su uniforme por encima de la tela, donde guardaba aún los restos de aquel filtro de amor que Oberón, el rey de las hadas, le había dado para embrujar a la reina Titania una noche de verano. Siempre lo llevaba consigo para no perder la esperanza. Y es que eran muchos los que tenían a Puck por un gamberro indolente, pero la gente hablaba sin conocimiento, sin saber lo necesaria que una travesura podía llegar a ser.


II

En todo contexto y desde cualquier ángulo de perspectiva, Hermes habría pensado que la boda de Demetria Lolinchu en aquella finca de alta alcurnia era espantosa. Lo peor era que también se trataba de su propia boda, pues no había podido hacer nada por evitarlo.

Ciertamente y por desgracia, los casamientos amañados —en este caso por absurda conveniencia empresarial— no eran una realidad que hubiera quedado en la leyenda negra del pasado. Qué va. “Harinas Cárnicas Martinez” sería algún día, si Dios lo quería, “Martínez-Montero e hijos”, eso había declarado su suegro el mes anterior. Y por supuesto, Demetria estaba feliz con aquellos hilos entretejidos cual tela de araña, sin cortarse un pelo en afirmar que ella, en el fondo, siempre había amado a ese infeliz que estaría obligado a ser su esposo.

Pero Hermes Montero no iba a pasar por este aro, claro que no. Conocía a Demetria desde que ambos eran pequeños, y ella nunca le gustó. El que sí estaba perdidamente enamorado de aquella niña de papá era, sin embargo, su buen amigo Eleneo, compañero de taberna, quien había llorado lágrimas de sangre al enterarse de la boda concertada. “Te quejas de las expresiones públicas de afecto de Deme, cuando yo daría la vida por una mirada suya”, le había dicho a Hermes -entre otras paridas-, ya que Ele siempre fue bastante intenso e incapaz de contener su dolor. Por otra parte, era cierto que Demetria ni le miraba, así que, lejos de culpar a su amigo por ser un dramas y tremendo plasta, Hermes le compadecía y hasta se culpaba de que las cosas no pudieran ser de otra manera.

Lo que nadie sabía ahí era que Hermes llevaba tiempo enamorado por su lado. Lo había mantenido en riguroso secreto desde el principio, teniendo plena certeza de que en su familia nunca sería aprobada la unión entre dos personas del mismo sexo. Su amigo/amante/novio fantasma se llamaba Lizander, alias “El Lagartijo” o “El Lizan” para sus amistades; un morenazo de cabello largo, espigado cual galgo negro, por cuyas venas corría la sangre de “El del medio de los Chichos”. Lizander, por su parte, también se había obligado a guardar silencio sobre su vida amorosa, pues, si bien hubiera sido complicado para Hermes sobrellevar el desprecio del que sería objeto si alguien de su familia llegara a enterarse, más difícil habría sido todavía para Liz admitir en el poblado que era gitano y gay al mismo tiempo.

Oh, pero todo eso iba a cambiar. El doloroso silencio que había sido sostenido con pinzas durante tanto tiempo se rompería por fin aquella misma noche. Era imposible que los planes de Hermes y Lizander salieran mal. Se acabó el esconderse.

Sentado a la mesa en el gran salón, Hermes miraba consternado su propio reflejo en la cubertería de plata, absorto en sus pensamientos, mientras Deme vociferaba algo sobre su último viaje con la boca llena de palitos de cangrejo en salsa cocktail. No sabía qué hora era pero, de pronto, cuando se disponía a mirarlo en el teléfono móvil, este empezó a vibrar desaforado entre sus dedos, aún dentro de su bolsillo. Apenas vio de refilón las palabras “Tía Beni” resplandeciendo en la pantalla, constató que la llamada era de Lizander, pues ese era el nombre falso que le tenía asignado en la lista de contactos.

—¿En serio vas a contestar? —le cuchicheó Eleneo a su otro lado, incrédulo. ¿De verdad sería capaz Hermes de hacerle ese feo a su futura mujer?

Sin responderle, Hermes se puso en pie, le dedicó una mirada de circunstancias y salió poco menos que corriendo hacia los baños mientras se colocaba el teléfono en la oreja. Casi chocó de frente con un chico pelirrojo que sujetaba un paquete enorme de toallitas de papel “efecto seda” y se dirigía a los aseos desde el otro lado del pasillo. El muchacho pecoso frenó en seco, mirando con estupor al hombre que doblaba la esquina despavorido —a quien pudo reconocer como el novio—, y luego al otro que al parecer iba tras él, sin llegar a correr por mero decoro pero caminando con apremio.

—Lo que te has perdido, Flor de Guisante —masculló para sí—. No tengo ni idea de qué está pasando, pero pienso enterarme.


En el interior de los baños de caballeros, Hermes ya estaba en conversación con Lizander dentro de uno de los cubículos. Intuyendo que algún visitante inoportuno podría presentarse allí, se había subido al váter para que nadie pudiera verle los pies por debajo de la puerta.

—Lizan, ¿por qué me llamas? Se supone que íbamos a ir hablando por mensaje…

—Lo sé, pero qué culpa tengo yo si se ha caído el whatsapp de mierda.

Ah, sí. Sabido por todos es que la tecnología falla en los peores momentos.

—Joder, ya… pero yo no puedo hablar ahora, Liz; estoy en mi puta boda de conveniencia…

Lizander gruñó al otro lado del teléfono. No le hacía la menor gracia imaginarse a Hermes en aquella tesitura, por mucho que supiera que este no amaba a Demetria.

—Ay, perdón. Perdón, que estás en tu boda, es verdad —se burló con descaro y un rabillo de asco—. Se me había olvidado, qué estúpido.

—Todo sigue en pie, ¿no es cierto? —inquirió Hermes, susurrando y pegando la cara contra el aparato para hacerse oír—. ¿Hay algún cambio de planes?

—Sí, claro que sigue en pie, ¿acaso lo dudabas? Ningún cambio de planes, amor. Estaré a media noche en las lindes del bosque, tal y como acordamos.

—¡¿Entonces para qué me llamas, Lizander?!

Hermes sentía que el corazón iba a saltarle del pecho. De forma irracional y del todo inexplicable, notaba en la sangre la presencia de Eleneo cernirse sobre él… y por eso, cuando escuchó la puerta de los baños abrirse, no tuvo duda de quién acababa de entrar a la estancia a pesar de no poder verlo.

—Nada, hombre —refunfuñó Liz—. Pues pa’decir hola te llamaba, pero vamos, simpático, que si tanto te molesta te cuelgo y que te jod-…

Se escuchó crepitar al otro lado del auricular, sin que la llamada llegara a cortarse. Y acto seguido, unos golpes en la puerta del cubículo.

—Hermes, sé que estás ahí. Baja del váter y abre la puerta. Te estoy viendo la cresta.

Era el valiente Eleneo, claro, que había pasado por delante de Puck sin ni siquiera verle, sin advertir que a este le faltaba el pelo de un calvo para emplastar la oreja contra la puerta de los aseos.

—Oye, Lizan, tengo que colgar.

—Que te den, majadero —respondía el Lagartijo.

—No, en serio. Estoy en una situación complicada y la cobertura me falla, te llamo luego.

Y Hermes colgó con gran dolor de su corazón, descendiendo luego del inodoro penosamente para abrirle la puerta al Eleneo de las narices.

—Deberías estar en el banquete con tu esposa, ¿qué se supone que haces aquí?

—¿Qué? ¡No! Qué se supone que haces tú aquí, Eleneo. ¡Estaba hablando por teléfono!

—No, ya. Eso ya lo veo. ¿Con quién, si puede saberse?

Puck se pegó a la puerta entreabierta, sujetando aún el paquete de toallitas desechables contra el pecho. De pronto vio a su colega Polilla que se acercaba por el pasillo, y le hizo señas aparatosas para que guardara silencio por lo que más quisiera, colocándose como pudo un dedo en los labios de la forma más violenta que pueda imaginarse nadie.

Al otro lado de la puerta, Hermes miraba a Eleneo con los ojos fulgurantes de impotencia.

—¿Y a ti qué mierdas te importa con quién hablo?

Tomó aire e hizo un esfuerzo por calmarse. Después de todo, Ele era su mejor amigo. Cierto era que no le había contado lo de Lizander, como no se lo había dicho a nadie… pero sabía que, si había en su círculo cercano alguien en quien pudiera confiar, definitivamente ese era Ele. Aunque fuera un brasas drama queen.

—Hombre, pues te he visto salir como alma que lleva el diablo y abandonar a tu recién desposada mujer para contestar esa llamada. Me dirás que no es raro.

Hermes miró largamente a Eleneo y guardó silencio por unos instantes, mientras escogía las palabras con cuidado en su cabeza.

—Ya. Bueno, verás, Ele. Yo… yo debería contarte algo importante. ¿Puedo confiar en ti? —preguntó, con un leve temblor en la voz.

—Claro que puedes confiar en mí. Qué pregunta es esa.

Polilla se había puesto también a la escucha, al lado de Puck. Era algo más bajito que este y normalmente vestía ropas de color oscuro, aunque aquella noche llevaba la misma levita estúpida de camarero que su amigo. Disimulaba las puntiagudas orejas bajo una media melena plateada, ahora sujeta con horquillas para poder trabajar sin que se le metiera el pelo en la cara. Cuando había visto a Puck haciendo señas para que fuese cauteloso como si le fuera la vida en ello, le había faltado tiempo para ir a su encuentro y preguntarle “¿qué pasa?” sólo moviendo los labios, sus ojos negros abiertos al máximo. Al contrario que Grano de Mostaza (el otro amigo que tenían en común, junto con Flor de Guisante), Polilla era un maestro de la discreción, y el chisme lo disfrutaba más que ninguna otra cosa en el mundo.

—¿Seguro? Ele, de verdad. Es crucial que no le cuentes nada a nadie.

—Por el amor de dios, Hermes. No te he traicionado nunca en la vida, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Amigo, me estoy preocupando, en serio. Cuéntame ya, ¿qué sucede?

Y entonces Hermes no fue capaz de aguantar más, y le contó. Se lo largó todo con pelos y señales: su relación encubierta con un zíngaro, el plan de huida aquella noche, incluso cómo había conocido a Lizander. Después de todo, Eleneo se alegraría al saber que tendría el camino libre para cortejar a Demetria, ¿verdad?


III

—¡Gabinete de crisis! ¡Gabinete de crisis! —gritaba en susurros Polilla, si entiendes lo que digo, mientras entraba en tromba a las cocinas.

Grano de Mostaza se giró para mirarle sin dejar de remover caldo de huevo en una olla gigantesca. De hecho, cualquiera pensaría que podría caerse dentro al mínimo error de cálculo, pues él era el más pequeño en tamaño de los cuatro. Cuando era apenas un bebé, una troll de los bosques le había confundido con un renacuajo y le dejó durante días dentro de un caldero para ver si se convertía en rana, lo cual tuvo severas consecuencias para él.

—¿Gabinete de crisis? —repitió sin entender.

Polilla se echó a reír y miró a Puck, quien había entrado a las cocinas tras él. Flor de Guisante no tenía más remedio que salir al salón principal en aquel momento, pues portaba una nueva bandeja de mini burgers y otros entremeses, en fila india junto a otros camareros.

—Vamos, Puck. Cuéntaselo a Grano de Mostaza —animó Polilla.

—A ver, Grano de Mostaza. ¿Te acuerdas aquella vez en verano que se lió pardísima por culpa de unos polvos que me pasó Oberón…?

El interpelado frunció el ceño, agarrando con firmeza la cuchara que había estado utilizando para remover, aun sumergida en el caldo pero estática.

—Ah… ¿S-sí? Nope. No sé.

No era ningún secreto que procesaba lento, así que Polilla trató de refrescarle la memoria.

—Sí, hombre, sí. Aquel triángulo amoroso entre humanos idiotas donde quiso meter mano Obe, y Puck la cagó, pero no sólo con los humanos, sino también con Titania que se enamoró de un burro…

—Eh, eh, tampoco te flipes. Yo sólo hice lo que me dijeron, ¡no la cagué! Y no era un burro, soplapollas; era un pobre imbécil que se había puesto la cabeza de un asno. —Sólo a los humanos se les ocurrirían cosas como ponerse la cabeza de un jumento sobre la propia, en fin. Aunque Puck sabía bien que el mismo Grano de Mostaza era famoso por tener ideas de bombero a pesar de ser un hada del bosque.

—Ooooh. Creo que ya voy recordando. Espera… ¿Me tendría que acordar?

Grano de Mostaza había soltado la cuchara y ahora miraba a Puck de hito en hito por si este fuera a regañarle por algo. Le solía pasar que hacía muchas cosas mal sin darse cuenta, así que pensó que sus colegas querrían echarle en cara alguna mierda del pasado; alguna metedura de pata que sabía Dios cuál habría sido entonces y por qué ahora acababan de acordarse.

—Hombre, fue hace tiempo —terció Polilla—. Teníamos como diez años…

—Anda que qué fuerte el Oberón, utilizando a unos pobres niños para que le hicieran el trabajo sucio… —farfulló Puck—. Cada vez que lo pienso me pongo malo.

—Bah, tampoco éramos tan niños. Y lo pasamos bien, ¡yo me reí bastante!

Grano de Mostaza miraba a uno y a otro como quien siguiera un partido de tenis sin parpadear.

—Oye, chicos. Que va a venir el jefe y se va a quejar…

—Pues ya ves tú lo que me importa —murmuró Puck, dejando claro que perder el trabajo le sudaba los cojones. Aunque cogió una cebolla seca que encontró por ahí, para que al menos el jefe le pillara haciendo algo si acaso le daba por asomarse.

—Bueno, pues nada. El caso es que en esta boda… —Polilla se acercó más a sus amigos, bajando el tono de voz—. El caso es que el novio va a escaparse con su amante, como hizo Hermia aquella noche de verano que luego todos pensaron que había sido un sueño. Aunque este humano es bastante más idiota, porque al menos ella se fugó antes de la boda, y que yo sepa este ya se ha casado…

—Ja, ja, ja. Qué gilipollas —rió Grano de Mostaza sonoramente.

—Ja, ja, ya ves. Bueno, de hecho es tan idiota que se lo ha contado a su mejor amigo, uno gordo y rubio con pinta de alemán.

—¿Gordo? Qué dices, tío. No es gordo el amigo, y alemán ni de coña. Vamos, yo le he oído hablar español perfectamente.

—Naah, bueno. Como sea, que ahora qué te juegas que va el tipo y se lo casca a la novia —auguró Polilla—. Va haber una movida aquí que ríete tú de las telenovelas turcas.

Grano de Mostaza se había quedado boquiabierto mientras sus neuronas hacían sinapsis lentamente.

—¿Crees que se lo va a contar a la novia? —le preguntó a Poli.

—Fijo que se lo va a contar —respondió Puck, jugueteando con la cebolla entre las manos—. Parecía que la chica le importaba mucho. Igual está enamorado de ella y la historia se repite, ¿te imaginas?

—Vaya, ¿y qué vas a hacer, Pucky? ¿Cagarla otra vez, pero ahora a propósito? —preguntó de súbito Flor de Guisante. Tenía el oído muy fino, aunque nadie sabía en qué momento se había aparecido de vuelta ahí.

El aludido cerró con fuerza los ojos y sacudió la cabeza, tratando de contener la risa. Menudas jugarretas se gastaba el destino.

—A ver. Tenemos que organizarnos como la mafia que somos —musitó. Esta vez no sería marioneta de ningún superior; nadie le diría qué hacer—. Polilla, tú eres el que mejor se camufla, así que sal al comedor y espía a ver si el amigo rubio, creo que se llama Eleneo, se lo casca a la novia. Si se lo dice, no les pierdas de vista y sígueles con Flor de Guisante vayan donde vayan. Grano de Mostaza y yo iremos al bosque en calidad de avanzadilla, porque el novio ya salió para allá al encuentro de su amante gitano. Recordad que no hay buena cobertura en esta zona, y aparte creo que se ha caído el whatsapp, pero los móviles no nos harán falta porque por telepatía nos encontraremos. Usaremos las raíces de los árboles para comunicarnos, como hacíamos de pequeños. ¿Entendido?

—Silantros —asintió Polilla. Lo de las raíces era sencillo; bastaba agarrarse a una y hablar a través como si esta fuera un teléfono, pues en el bosque fluía limpia la conexión entre todos los árboles.

—Sipiripi —le secundó Grano de Mostaza.

—Qué chorrada, me niego a arriesgar mi trabajo por esto —replicó Flor de Guisante.

—Bueno, como sea —bisbiseó Puck, el corazón latiéndole rápido. De pronto volvía a ser aquel niño de diez años que aún no había desarrollado en demasía la compasión; el que se divertía todo lo que podía sin miramientos y con entera libertad—. En marcha, Grano de Mostaza.

El aludido asintió tras una breve vacilación, se descalzó y empezó a quitarse el delantal que le quedaba como cuatro tallas más grande. Una vez lo hizo, se giró hacia un perchero metálico enclavado en los azulejos y se puso de puntillas para colgarlo.

—Listo. Pero, ¿qué vas a hacer, Puck?

—Ya lo verás.


IV

 

Las hadas siempre han tenido el sentido del oído muy desarrollado, y por eso era que a Puck le parecía escuchar las briznas de hierba que había pisado Hermes en su alocado camino, como si las huellas de este le hablaran, nada más cruzar los lindes del bosque cercano a la mansión. Sonriendo, tomó la pequeña mano de Grano de Mostaza y despegó los pies del suelo, moviéndose a grandes zancadas que pronto se tornaron en saltos en pos de aquel rastro.

—Vaya, no le veo… —murmuró inquieto. Tenía también buena vista, pero la oscuridad del bosque parecía cerrarse sobre ellos a cada paso. Realmente había sido arriesgado por parte de Lizander y Hermes quedar allí para encontrarse, porque, si para un hada existía la posibilidad de desorientarse, ni digamos ya para un ser humano—. Grano de Mostaza, ¿se puede saber de qué te ríes?

—He perdido los pantalones —carcajeó este mientras se dejaba arrastrar por Puck.

—¿Y eso te hace gracia?

—Ja, ja, yesssssssss-se James, Jesse Owens. —Te habrás dado cuenta de que las hadas rara vez responden “sí” o “no” de manera normal cuando se les pregunta; de hecho este es un signo inequívoco de que te encuentras frente a una de ellas—. Qué quieres, me quedaban demasiado grandes, no había de mi talla.

—Shh…

Puck dio un respingo clavando los talones en el húmedo suelo. El aire le había traído los ecos de una voz de mujer por detrás de ellos, aun a cierta distancia sin embargo.

—¡Helenio, por Dios, deja ya de seguirme! —jadeaba aquella dama mientras corría, claramente molesta—. ¡No te tengo bloqueado en todas mis redes sociales porque sí!

Y el otro respondía sin resuello, siendo dejado atrás de forma inevitable:

—¡Me llamo Eleneo! Nos conocemos desde que teníamos cinco años, Demetria…

Grano de Mostaza estalló en carcajadas al escuchar esto él también, y Puck se vio obligado a taparle la boca.

—¡Enano, cállate! —le susurro, mientras tiraba de él hacia una zona más oscura si cabe, justo en dirección opuesta a las voces humanas o eso creía—. No pueden descubrirnos. Tengo un plan.

Era mentira eso de que tenía un plan, pues rara vez Puck trazaba planes. No obstante, el instinto le decía que lo mejor que podía hacer llegado aquel momento eran dos cosas: seguir caminando y permanecer escondidos. Bien es sabido, de todas maneras, que la loca brújula del azar favorece a las almas libres… o tal vez dirían algunos que “no existen las coincidencias”, pero, fuera como fuese, el caso es que por poco no se dieron de bruces con el pobre Lizander, quien se había echado a dormir en un claro del bosque sabía dios por qué, la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Como diría Puck, sólo los humanos cometerían imprudencias de tal calibre.

—¿Y este quién es? —preguntó Grano de Mostaza. Se había pegado un susto de muerte al verle.

Puck le hizo callar de nuevo con un gesto de la mano y se acercó al humano con cautela.

—Yo creo que debe de ser el gitano —le cuchicheó a Grano de Mostaza, tras haber observado a Lizander de arriba a abajo—. Seguro se cansó de esperar, o vete a saber.

Ante la mirada estupefacta de su pequeño amigo, Puck se sentó en el suelo cerca del árbol de Lizander, parcialmente oculto tras unos matorrales, y sacó del bolsillo el saquito de los polvos mágicos de Oberón. Lo puso con cuidado sobre la tierra alfombrada de musgo, para a continuación seguir escudriñando bolsillos en busca de más cosas.

—¿Y si es un vagabundo?—inquirió Grano de Mostaza en un hilo de voz, tomando asiento junto a él. Desde luego, le parecía que aquel humano podía ser cualquier cosa, más ahora que podía verle con toda claridad a la luz de la luna.

—Bueno, como si es Pocahontas, ¿no? Qué más da, vamos a divertirnos.

Conteniendo la risa, Puck repasó los ingredientes que había sacado de los bolsillos y tenía ahora desplegados ante sí. Tabaco, marihuana, filtros, papel… y los polvos mágicos de Obe. No le faltaba nada, salvo tan sólo quizá…

—No tendrás un mechero —le dijo a Grano de Mostaza. En la palma de su mano izquierda, comenzó a mezclar primorosamente la hierba y los polvos con las hebras del tabaco.

Su amigo suspiró y negó con la cabeza.

—Nel pastel —respondió apesadumbrado—. Tenía, pero ya no. Estará en alguna parte, dentro del bolsillo de mis pantalones.

Puck soltó una risita queda, concentrado ahora en liar el canuto. Los ojos le brillaban.

—Tranqui, colega. Puedo usar magia para encenderlo, si me guardas el secreto. Ya sabes, no sería lo más ético que un hada usara magia elemental para encender un porro…

—Oh, claro, claro. Ah… Puck, por cierto. Que ya me he acordado de eso que decíais Polilla y tú sobre la noche del verano de no sé qué año…

El pelirrojo le miró divertido mientras una pequeña llama salía de la punta de su dedo índice.

—Acabas de caer, ¿no es cierto? Te ha costao’.

Grano de Mostaza asintió.

—Ajá. Pero creo que ya recuerdo casi todo lo que pasó. Ahora entiendo por qué dijiste que la historia se repetiría…

—Empezaba a pensar que eras amnésico —susurró Puck, poniéndose luego en pie para caminar hacia Lizander con el porro encendido—. No sé si se repetirá. Lo más divertido con estas cosas es que nunca sé lo que va a pasar.

Y, tras decir esto, aspiró una profunda calada del canuto y exhaló humo rosado con aroma a flores en la cara de Lizander.

—¡¡Puck!! —exclamó Grano de Mostaza horrorizado, al mismo tiempo que Lizander daba un brinco y abría los ojos—. ¿Estás loco? ¡¿Qué acabas de hacer?!

Por su parte, Puck saltó hacia atrás con espanto al ver las adormiladas pupilas de Lizander clavadas en él.

—Acabo de echarle el humo a la cara —le explicó a Grano de Mostaza, incapaz de romper el contacto visual con Lizander—. Pero esto no tenía que haber pasado. ¡No imaginé que le despertaría y me vería a mí!

Por supuesto, dijo todo esto en las narices del estupefacto humano y sin dejar de mirarle. Total ya, de perdidos al río.

—Vale, Puck. Pero me refiero a que tú no deberías fumar. Porque… porque esa mierda podría… afectarte.

—Ah, qué va, tranquilo. Soy un hada, soy inmune.

Lizander no daba crédito ante la conversación de aquellos dos anormales. Aparte de que, caray, qué guapo era el del pelo rojo-anaranjado, ahora que se fijaba.

—Tu cabello es como fuego… fuego de hogar en el más crudo invierno —recitó, quedando anonadado al momento pues jamás en su vida había soltado una perla semejante—. ¿Quién coño sois vosotros? ¿Por qué me echaste humo en la cara? Da igual, eres el ser más bello que he visto en mi vida —añadió, ahora dirigiéndose a Puck.

La cara de Grano de Mostaza si que era un poema y no lo de Lizander.

—¡Ni de coña! ¡No puedes, n-no puedes enamorarte de él! ¡¡Somos hadas del bosque!!

De pronto, el tiempo se congeló y Puck volvió a mirar a ninguna parte, dirigiéndose de nuevo a alguien que no estaba ahí. ¿O tal vez sí estaba?

—Ah. cuán caprichoso destino, ¿se dan cuenta? —sonrió, alzando las palmas hacia arriba en un gesto de “a mí que me registren”—. Así es, estimado público. Sé de sobra que esto parece un chiste de los de: “Se abre el telón y aparece un gitano, un pelirrojo porrero y un enano en calzoncillos debajo de un árbol”, pero, como ven, y por muy inexplicable que resulte, esto está pasando realmente. ¿Cómo lo hemos hecho? Ni idea. ¿Cómo nos las hemos arreglado para acabar en esta situación? Les aseguro que yo no lo sé, y creo que ni siquiera el anciano Tiresias lo sabría. Sea como sea, tengan mucho cuidado con las noches de verano a partir de ahora, o de lo contrario no sabrán al final si ustedes viven o sueñan…

El discurso de Puck se cortó, sin embargo, cuando Lizander le derribó al abrazarle las piernas.

—Ah, bribón. Te he esperado toda mi vida sin saberlo —murmuraba, estampándole un beso tras otro por detrás de las rodillas—. ¿Acaso te crees que yo me quedaría dormido en cualquier parte? Estaba aguardando por ti, no soy un insensato.

—Pero qué es… —”qué es esta orgía demencial”, aunque Deme no llegó a decirlo. Había entrado como una bala en el claro del bosque pero, en lugar de pillar a Hermes in fraganti con su amante como esperaba, se había encontrado con aquella pequeña fiesta. Sin comprender, miró uno por uno a aquellos gañanes que no conocía de nada; seguro estaban bebidos o drogados, porque de otro modo el pelirrojo no se dejaría babear las piernas y el más bajito llevaría los pantalones puestos. Joder, por un momento pensó si aquella escena sería parte de una broma de cámara oculta que alguien le hubiera preparado para el día de su boda o algo semejante.

Al ver a Demetria allí, a Puck le dio un ataque de risa. La lengua de Lizander cosquilleando las piernas no le ayudaba a tranquilizarse, claro. Estaba increíblemente perdido, y se lamentaba en verdad de haber acabado en aquel callejón sin salida; una cosa era hacer una broma, y otra muy distinta era terminar mezclado en ella, aunque… Aunque, por otra parte, lo que estaba sintiendo le gustaba. Tal vez Grano de Mostaza tenía razón y había sido peligroso fumar de ese porro trucado; en aquel momento ni él mismo sabía lo que sentía, pero ah, sí, le gustaba.

Por suerte, un nuevo evento distrajo la atención de Demetria, y esta contingencia no fue otra que la llegada de Hermes al claro.

—¡Ah! ¡Por supuesto! —bramó la novia, con gesto de haber encajado de golpe las piezas del puzzle—. Evidente que TÚ tenías que estar metido en esto, ¡maldito seas, Hermes! ¿Acaso no te bastaba sólo con un amante que has quedado con tres? ¿Ahora te lo montas en grupo, cabronazo?

Puck no podía dejar de reír mientras a Hermes le caía tremenda bronca. En cuanto a Grano de Mostaza, se había arrodillado al pie del árbol y ahora gritaba contra las nudosas raíces:

—Gabineto de… de… ¡¡DEFCON dos, DEFCON dos!! ¡¡Polilla, Flor de Guisante, repito: ALTO RIESGO DE GUERRA, DEFCON dos!!


V


En la cabeza de Polilla estalló una nebulosa arcoíris cuando Grano de Mostaza gritó “DEFCON dos” a las raíces. Aunque también estaba oyendo esas palabras muy cerca de su cara en aquel momento, pues acababa de llegar él mismo al claro del bosque. Había acudido prácticamente volando detrás de Demetria él solo, pues Flor de Guisante se había quedado trabajando en el banquete nupcial. Con toda probabilidad, les despedirían a todos menos a ella al día siguiente… pero, a juzgar por lo que ahora estaba contemplando, habría valido la pena.

Grano de Mostaza se dejó caer de rodillas delante de Polilla y le abrazó con desesperación. Se puso a llorar como un niño contra la cintura de su amigo; sentía que la energía de Puck estaba cambiando, y eso sólo podía significar que aquel humo con fragancia a flores silvestres le había afectado. Le asustaba sobremanera que Puck pudiera “enamorarse”, ya que para un hada caer en eso era algo imposible, y tal vez he ahí la razón de que Puck se creyera inmune en un principio. Para un hada, “enamorarse” era una pura referencia a la cultura humana, tan remota y tan ajena como las leyendas de otro mundo. Grano de Mostaza temía que el corazón de Puck no pudiera soportar la expansión de un sentimiento humano, o que su cuerpo se quebrase al descubrir lo que era sentir la ausencia de un abrazo. Eran los humanos los que constantemente mezclaban al cuerpo en todo sufrimiento, ¡no las hadas!

—Hay que viajar al hogar de Oberón —le susurró a Polilla entre sollozos. Sólo el rey de las hadas podría hacer algo para revertir el efecto de los polvos.

Polilla asintió.

—Esto quizá se va a poner feo…—musitó a su vez, viendo la cara descuadrada de Hermes, quien tenía la mirada fija en Puck y Lizander enredados en un abrazo. Demetría, por su parte, parecía a punto de asesinar a Hermes, aunque por más que le gritaba no lograba llamar su atención.

—¿Tienes la llave esmeralda? —le preguntó a Polilla Grano de Mostaza.

—Siiiiiiiiiiu. Bueno, yo no, pero la tiene Puck.

Y tras decir esto, Polilla escapó suavemente del abrazo de Grano de Mostaza y se lanzó sobre Puck palpándole los bolsillos.

—Eh, pero tú quién eres, cabezalberca —Lizander comenzó a darle manotazos a Polilla tratando de apartarle—. ¡No le metas mano a mi novio!

—¡Lizander, tu novio soy yo! —lloriqueaba Hermes con el corazón roto. Tras decir eso se llevó tremendo rodillazo en las pelotas por parte de Demetria, cayó y rodó por el suelo cual Stallone en Rambo Tres.

—¡Aquí está! ¡La encontré! —exclamó Polilla, levantando el brazo para mostrarle a Grano de Mostaza una gema verde y oro tallada en forma de corazón. Había sido creada por las mismísimas manos del rey Oberón y con su magia, por eso era que llevaba directamente al palacio de este. Considerando que Titania cambiaba la ubicación del palacio a placer y según su  capricho, Oberón le dio a Puck como regalo esa gema a la que las hadas llamaban La Llave, para que pudiera llegar a él siempre que lo necesitara. La verdad era que las hadas no habían molestado nunca a Obe; esta sería la segunda vez que usarían La Llave en todo el tiempo desde que el rey se la diera, y claramente que Puck se hubiera enamorado era una emergencia.

Hablando de Puck, el hada continuaba riendo flojamente en el abrazo de Lizander. No sólo era que ya no tratase de zafarse de él, sino que incluso se le veía a gusto en ese lugar. No era tonto, claro; tenía miedo. Temía que si seguía riendo así se le rompería el corazón en mil pedazos. Temía perder definitivamente la cordura, pues de pronto sentía que era lo mismo reír que llorar. Temía que la piel se le desgarrase, porque esta le ardía como nunca antes y sólo se aplacaba con besos y más contacto de la piel ajena. Se dio cuenta de que un hada enamorada podría respirar el cielo y sentir lo que su pequeño cuerpo jamás soportaría: el latido infinito de todos los bosques, y todo el verano en una sola noche. Era tan hilarante como peligroso y jamás había pensado en ello… Ojalá pudiera explicárselo a Lizander; deseó hacerlo aunque no supo bien para qué, pero en aquel momento las palabras palidecían y se desdibujaban fuera de su alcance. Su espíritu danzaba con la luz de la luna, enloquecido y separado del cuerpo. ¿O era de pronto el cuerpo tan sensible como el espíritu?

—¡Borneo! —exclamó entonces Polilla, desplegando sus alas de mariposa nocturna y abrazando con ellas a Puck, Lizander y Grano de Mostaza. Los dos primeros estaban tan juntos que comenzaban a parecer un solo ser, y al tercero en discordia jamás le habría dejado solo.

Aquella palabra mágica —que era un anagrama de “Oberón”, el egocéntrico— fue terriblemente efectiva. Tan solo un segundo después de haberla dicho Polilla, algo parecido a una puerta estelar se abrió sobre las copas de los árboles en el cielo nocturno. La puerta radiante envolvió a los cuatro seres bajo ella en luz arcoíris para sacarles de aquel fuego cruzado entre humanos, justo cuando Eleneo hacía su aparición triunfal en el claro del bosque.

Se trataba de una huida, sí, pero a Polilla ni le pasó por la cabeza el juicio de valor entre “valientes” y “cobardes” que habría emitido el ser humano promedio. En su opinión, huir era lo más inteligente que cabía hacer cuando actuar con honor le llevaría a uno a que le cortasen la cabeza… y si no, mira lo que le ocurrió a Ned Stark.


VI

Los designios caprichosos de Titania habían acertado a colocar el palacio en las inmediaciones de una solitaria playa caribeña. La construcción se erguía etérea, flotando sobre el mar en la noche tropical y rodeada por el halo nacarado de la luna. Nada más poner los pies sobre el aire que la rodeaba, el avispado Polilla se apresuró a llamar a la puerta, no obstante conservando la calma con nervios de acero.

Les abrió un gnomo viejísimo llamado Cuelgasalchichas que trabajaba para Oberón en calidad de mayordomo. Entornando la puerta solamente, asomó la cara arrugada por una rendija para hablarles.

—El rey está ocupado en sus aposentos ensayando un monólogo —gruñó la información que nadie le había pedido, sólo para remarcar que Obe no querría ser molestado. Acto seguido, al darse cuenta de que entre los feéricos había un humano baboso, miró a Lizander con repugnancia paranormal.

—Cuelgasalchichas, déjanos pasar, por favor —rogó Grano de Mostaza, cayendo de rodillas ante el gnomo y provocando que este pusiera aún más cara de asco—. Puck ha tenido un grave problema, ¡es una emergencia!

El gnomo escupió al suelo y farfulló unas cuantas blasfemias, pero abrió la puerta del todo y se apartó para dejar pasar a los visitantes.

—Malditos bastardos. Vais a cogeros la juerga por ahí y luego venís a molestar cuando os da un amarillo, inconscientes, mamarrachos, calzamonas, lamecharcos, que sois más tontos que mear contra el viento, dummkopf idiot arschloch —farfullaba la retahila en varios idiomas para el cuello de su batín de terciopelo, mientras les guiaba por el amplio pasillo principal renqueando y portando un cabito de vela—. Kusokurae baka, stultus insipiens et mamagûevo de la porca miseria…

Tenía un amplio vocabulario y la saliva no parecía gastársele, de hecho se paraba a escupir de vez en cuando. Pobre viejo, pensó Grano de Mostaza, mirándole el cogote mientras caminaba tras él; seguro estaba senil y por eso se pasó todo el camino diciendo incoherencias hasta la gran puerta que conducía a las estancias de Oberón.

El amable gnomo dio un par de patadas al portón e hizo un anuncio escueto de la visita:

—Majestad, ha llegado la chusma.
La voz somnolienta y engolada del rey de las hadas se escuchó al momento, sin un ápice de sorpresa en su inflexión.

—Que pasen, que pasen.

Polilla entró a las habitaciones de Oberón arrastrando a Puck, quien no parecía tener la menor noción de dónde estaba y caminaba a duras penas sin despegarse de Lizander, concentrado en largos besos y recorriéndole el cuerpo con la mano que le quedaba libre. Les siguió Grano de Mostaza, quien inmediatamente se inclinó ante el rey.

Oberón mostraba una sonrisa en su rostro más joven. Llevaba una túnica azul celeste ajustada a la cintura, y por alguna razón lucía una tiara papal a la que había dotado del mismo color para que hiciera juego. En la mano derecha sujetaba un pequeño espejo redondo, aferrándolo por el recargado mango como si fuera un cetro.

—Pero bueno, mis queridos amigos. Qué alegría acogeros en mi humilde casa. ¿Cuántos años hace que perdisteis la inocencia? Espera… ¿ese es Puck?

Por primera vez la incredulidad se manifestó en el rostro del rey.

—Sirope —musitó Grano de Mostaza, a tres-dos-uno de atropellarse—. Señor, Puck ha fumado los polvos mágicos que vos le disteis, y por accidente ha quedado prendado de este humano. C-creo que está muy grave… y bueno, en el bosque unos humanos están a punto de matarse; ¡nosotros sólo queríamos hacer una broma p-pero todo salió mal!

—¿Eh? ¿Los… polvos mágicos que yo le di? Pero si yo no le he dado nada…

—Majestad, se refiere a esos que vos queríais usar con Titania —terció Polilla—. Hace como diez años, una noche de verano.

Oberón frunció el ceño y se obligó a darle un par de vueltas a todo eso en el coco. Podía sentir con toda claridad cómo el mismo sol amanecía incandescente en el pecho de Puck, calentando a este por dentro de tal modo que acabaría por quemarle.

—¡Ah! Vale, vale. Esos polvos —rió al recordar por fin y negó con la cabeza—. Pero, queridos muchachos, me temo que estáis en un error…

Polilla y Grano de Mostaza se miraron sin comprender.

—Nanay, mi señor. Yo mismo vi cómo se liaba el canuto delante de mis narices. De verdad que no pensé que fuera a fumar, pero cuando le advertí que era una locura ya era demasiado tarde.

Tras decir esto, el pobre Grano de Mostaza volvió a echarse a llorar. Sobre la inmensa alfombra de Oberón se le veía tan pequeño que uno temería verle ahogado en sus propias lágrimas. El rey de las hadas extendió su mano grande para acariciarle la cabeza.

—No te aflijas, mi pequeño amigo —dijo con voz calmada—. Escúchame, sí que es un error. Es un error porque… porque no hay polvos.

Los ojos de Polilla se abrieron de par en par.

—¿Qué? ¿Cómo que no?

—C-con todo el respeto, mi señor… yo los he visto.

Oberón negó de nuevo vehemente con la cabeza.

—Noreal dehandenauer, querido mío. Lo que has visto no tiene nada de mágico. —Se tomó un segundo para tomar una profunda respiración y trató de no reír. No quería ser cruel, pero nadie negaría que todo aquel asunto tenía gracia—. Comprenderéis… comprenderéis que habría sido una locura dejarle los restos de polvos mágicos a Puck… considerando la que se lió aquella noche de verano. Fue tan fuerte la movida que tuvimos que decirle a todo el mundo que había sido un sueño, ¿recordáis?

El rey se quitó la tiara y se mesó las canas por el mero estrés que sentía sólo de acordarse.

—Pero, entonces…

—¿Cómo iba a dejar ese filtro de amor en su poder? —continuó Oberón—. No simpatizo con los humanos, pero tampoco quiero que se vuelvan todos locos. Así que lo que hice… lo que hice fue machacar y pulverizar unas cuantas florecillas secas, meterlas en una bolsa y darle el cambiazo cuando no miraba.

Por supuesto, Puck ni se enteró de que Obe había soltado aquella bomba. Ahí seguía a lo suyo con el zíngaro, sin poder cruzarle palabra pero hablando en otros lenguajes con él. Grano de Mostaza y Polilla estaban en shock, en cambio. Joder con Oberón… ¿Y ellos se creían bromistas? ¡Ellos eran simples principiantes al lado de aquel genio!

—¿Y entonces no hay polvos? —consiguió articular Polilla al fin.

—Nobelio, querido peliplata. No hay polvos, sólo flores.

Transcurrieron unos minutos eternos de silencio hasta que Grano de Mostaza se atrevió a soltar la gran pregunta final:

—Así que… ¿el humano y Puck se han enamorado de verdad?

Oberón lanzó una carcajada y se encogió de hombros, sin parecer preocupado en absoluto.

—A saber, querido amigo. Quizá sólo es un encaprichamiento de una noche, o un amorío de verano. A lo mejor, incluso, todo el verano esté en el sueño de una noche. Tal vez esto sea sólo un sueño que estás teniendo, o incluso puede que tú estés siendo parte del sueño de alguien ahora, sin saberlo. Tanto podría ser Cuelgasalchichas quien está soñando como tú mismo, o tu amigo de cabellos de plata, o yo. Quién sabe si sólo serías un nombre en el retazo de una historia, en esta historia que se escribe, pues todas las historias necesitan ser contadas por alguien para poder respirar… Quién sabe.

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

2 comentarios en “Todo el verano en el sueño de una noche”

  1. Me meo vivo con el relato JAJAJA. Me encanta todo. Me encanta la adaptación de personajes, el contexto en sí, la personalidad de cada uno. Que arte tienes para crear Reyes, eres increíble. Lizander cuando ve a Puk fui yo cuando te vi a tí…¡Y sin polvos! 🫶🫶🫶

    1. jaajjaja… sin polvos, bueno.
      Gracias, Morgan. Qué comentario tan precioso ;;;
      Gracias por leer todos mis tochos incluso antes de que salgan. Todos los textos de aquí pasan antes por tu voz <3

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