Kincaid y el transistor mágico – I

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Kincaid era un niño de diez años que tenía un nombre guay. Seguramente también tenía superpoderes y no lo sabía, pero bueno, el caso es que aún sin saberlo era un chaval bastante feliz… al menos hasta el día que su vecino de abajo, un ser maquiavélico y ruin, le dijo: “Toma, Kincaid, te regalo el Transistor Mágico de los Dioses”. Por supuesto que el cacharro no era mágico ni nada, pero el pobre Kincaid, de tan bueno se lo creía todo. Por su parte, el vecino maligno sabía que se mascaría la tragedia y que, gracias a la inocencia del pobre niño, un cúmulo de horribles desdichas y catástrofes iba a acontecer sobre el barrio, la ciudad, el país, el continente, el mundo, the fucking world. Por desgracia en esto no se equivocaba.

El vecino del inframundo le contó a Kincaid la película de que había robado el transistor en un puesto de Ágrava (aka El Rastro madrileño). Le dijo además que, si lo frotabas bien, salía por la antena una oruga de fuerza sobrehumana que voceaba: “¡Hola, seres inferiores! ¿Dónde está mi café?”. Y le prometió a Kincaid que, si le dabas un café a la oruga gazmoña, ella te concedía siete deseos. No tres ni cinco, ¡¡siete!! Eso sí, tenías que tener en cuenta dos condiciones de vital importancia: una, no podías pedir tener un hijo si eras menor de edad, y dos: hablar de política con la oruga no era lo más aconsejable. Salvo estas consideraciones en la letra pequeña del contrato, podías pedirle lo que quisieras y ella te lo daría, le aseguró.

Kincaid se comió bastante la cabeza con toda esta historia, y al final llegó a una conclusión: tenía el transistor en sus manos, y por lo tanto el poder. Pero, como bien decía Sófocles, un gran poder conllevaba una gran responsabilidad. Y esto significaba que si le daba mal uso al cacharro, si por alguna razón no lo frotaba bien o lo que fuese, todo podía cagarse de manera estrepitosa. Era un chaval prudente, así que pensó que, para probar si la cosa funcionaba, le daría primero el trasto a su mejor amiga: una niña vasca que se llamaba Zorronak Combarro, a la cual sus propios padres apodaban cariñosamente “Zorrón”. 

La verdad es que Zorrón no era muy buena persona. Siempre andaba por ahí en las excursiones canturreando que te habías hecho pis en el saco de dormir o te habías cagao en la lata de cola-cao, así que si se quedaba lisiada o moría tampoco sería una gran pérdida. Y aquí empezó la metamorfosis de Kincaid Skywalker, quien, sin darse cuenta, sonreía mientras se encaminaba a la urbanización donde vivía Zorrón Combarro, casi frotándose las manos ante la perspectiva de su posible muerte.

Llamó al telefonillo y se asomó la abuela de Zorrón por la ventana:

—¡Euskalerria Gorka! —exclamó animadamente, haciendo señas—. Gora in the parking Zorronak y el salxitxakurra. 

Lo que quería decir, como Kincaid entendió sin el menor problema, que Zorrón estaba en el garaje con Gorka, su perro salchicha. Así que allí fue.

Zorronak estaba, en efecto, jugando en el parking comunitario con su perro. Más bien se dedicaba a rayar coches con esmero para desahogar su furia, riendo cual demente al ver a Gorka meando llantas de vez en cuando. 

—Qué es esa puta mierda —dijo con desparpajo al ver el transistor de Kincaid.

El niño le contó entonces que el transistor era un regalo de su amable vecino. Por supuesto, no le dijo nada a Zorrón de la oruga cafeinómana, sino que, bastante sobreactuado, hizo hincapié en que el trasto tenía mucho polvo.

Zorrón frunció su única ceja ciclópea:

—Hosti tú, yo no me fiaría del energúmeno ese —respondió. Era una niña suspicaz licenciada en la universidad de la vida, aunque, por otra parte, no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que el vecino de Kincaid era un malandro—. Seguro que esa cosa te pega la gonorrea o algo peor, ¡aquí no me lo traigas, eh!

Rápido de reflejos, Kinqui le asestó un puñetazo y respondió:

—Estúpida morra. —Sí, amigos, ya no puedo ocultar sus raíces mexicanas por más tiempo—. ¡Esto vale miles y millones de pesos!

Al momento de Kincaid soltar tremenda falacia por la boca, acertaba a pasar por allí un niño catalán que era nuevo en la urba. Nadie sabía cómo se llamaba.

—Cuyons… —aventuró, aunque sin acercarse demasiado al haber visto  que Kincaid daba unas leches como panes—. Limpiémoslo, y vayamos a venderlo por el doble.

—¡Órale, que gran idea! 

—Si hay que limpiar, se limpia —opinó Maruxa, una anciana gallega que había estado poniendo oreja silenciosamente desde detrás de un volkswagen. Frunció los labios y se encogió de hombros—. Hay españoles que limpian, y españoles que no.

—¡La pela es la pela! —le gritó el Rubart, tal era el nombre del niño catalán, quien al parecer tenía problemas también con el control de la ira.

—¡Hostias a limpiarlo pues! —zanjó zorrón, arrancándole a Kincaid la camiseta de cuajo para usarla como bayeta.

—¡Chingatumadre, me jodiste mi remera favorita de Pupi Poisson!

(pupi poisson es el único personaje de este cuento que en realidad existe).

                                                      (Esta es)

                 (Efectivamente, es un señor maquillado y con peluca).

                                                              …

En aquel momento, un hombre con aspecto de héroe legendario hizo su entrada en el garaje con un acorde salvaje de guitarra. Era rockero y se llamaba Carlos Reséndiz, pero en aquella urbanización todos le llamaban simplemente “Charly”. 

—Pero qué hacéis, malandros —me encanta esa palabra—. A ver, tú, el niño sin camiseta, ¿qué es ese tesoro que tienes ahí?

Charly se refería al transistor mágico, claro, que el bueno de Kincaid aferraba contra el pecho mientras Zorrón le arañaba la cara y pugnaba por quitárselo.

A duras penas -puesto que Zorrón estaba despilotada y no respondía a razonamiento alguno-, Kinqui le reveló a Charly la historia del Transistor. A él si le contó, porque le daba confianza, sobre la oruga de los siete deseos, entre gritos y llantos.

Charly abrió mucho los ojos. Kincaid se sintió aliviado al comprender que le había contado todo esto a la persona correcta que no le tomaría por pirado.

El rockero reflexionó por unos minutos y dijo:

—Hay un sabio que vive en la colina, a las afueras del pueblo. Creo que es el único que puede ayudarnos.

—Chingatumadre! y quién ese wey?

—Se llama Chávez, Antonio Chavez. Es pariente de James Bond, y sobrino de Íñigo Montoya el cual mató a tu padre. Ahora, prepárate a mori-… digo, ¡vayamos a su guarida!

Y allá que fueron todos. Aunque al Rubart hubo que convencerle de que Chávez no les iba a cobrar por la visita porque no era pesetero.

-II-

El camino hacia la guarida de Chávez estaba plagado de peligros y seres extraños, pero merecería la pena porque El Amo del Calabozo (como también llamaban a Chávez) les daría poderes a todos. “Tú, el bárbaro” le diría a Kincaid; “tú el mesonero”, y así. Pero no nos adelantemos, que aún no hemos llegado a esa parte del cuento.

Por increíble que parezca, Charly no se preguntaba en qué momento había decidido aliarse a una cuadrilla de niños dementes en pro de una misión imposible. Estaba emocionado con la historia del Transistor y la oruga, de modo que sólo veía el camino ante sí, sin extrañarse de los orcos de Mordor que les observaban a lo lejos. Por su parte, Zorrón ya se había olvidado del transistor; iba deslumbrada mirando al rockero porque se le parecía a Tom Cruise en la película de “Maverick”. Para desgracia de todos, la morra loca se había enamorado. El Rubart iba sacando lustre al monedero, Maruxa bebía vino a sorbos de una cantimplora con estampado de camuflaje, y Kincaid por fin sentía que volvía a ser feliz… todo estaba bien, al menos en apariencia. Hasta el transistor parecía contento, aun cubierto de mugre y envuelto en la remera destrozada de Pupi Poisson.

Atravesando un desfiladero se encontraron con una señora indigente que tenía bastante buena reputación en el pueblo (totalmente inmerecida). Gustaba de la soledad, aunque había cambiado el café por el barro de los charcos, que se bebía en tacitas de plata, porque no tenía dinero. Se decía de ella que antaño formó parte de un ejército de gatos, aunque ahora sólo la acompañaba una gata obesa de rayas, vieja como la muerte, a quien llamaba “Mamá” y llevaba en un carrito de bebé. También se contaban leyendas escalofriantes en torno a su persona, como que escribía con su propia sangre en las paredes de debajo de los puentes y a veces incluso con materia fecal (quizá por eso es que la echaron del pueblo). No os puedo decir su nombre porque a ella misma se le había olvidado, pero seguro que ya lo sabéis.

—¡Alto ahí, insensatos! ¡No… podéis… pasar!—¿Era esta señora la reencarnación de Gundalf o se comportaba como tal? 

(Gundalf)

Así pues, ¿era esta señora la reencarnación de Gundalf o al menos lo bastante friki para comportarse como tal? Imposible saberlo, pero les cortó el paso apuntándoles con un arma de contrabando, y cualquiera le decía que no con esos ojos de loca. Les dijo que mancillar el rostro de Pupi para limpiar un transistor era pura blasfemia, sugiriendo acto seguido que, en lugar de la ramera (puto corrector), podían usar a la gata decrépita como borla atrapapolvo cuando llegara el momento. A Kincaid, líder indiscutible de todos los weyes -cuando escribo “weys” el corrector me lo cambia a “gays”-, no le pareció mala idea en absoluto, a pesar de que ir fardando por la vida a pecho descubierto no estaba nada mal. 

—Pero todavía no. —Claro. Sólo podían frotar aquella cosa en presencia de Chávez, quien resolvería cualquier infortunio que pudiera suceder.

—Está bien —dijo aquella loca sin cerebro—. Me uniré a ////esta caterva de degenerados/// a vosotros por el camino de baldosas amarillas. 

Y, embargada por la euforia, se agarró a la cintura de Charly en plan trenecito para que todos fueran bailando la conga como en las bodas de España: una piernita parriba, la otra después, un pasito palante, el meneito-el meneito-el meneito y así, así, así. A punto estaban de cambiar de marcha con canciones de King Africa cuando, gracias a dios, pasó algo espantoso. ¿Era un pájaro lo que surcaba el cielo sobre sus cabezas? ¿Era un dragón de fuego? ¡¡No!! Era… ¡Nachín de Ágrava cabalgando su alfombra mágica a motor! Y encima sin casco. Aquí sobra decir que Nachín era una leyenda, es decir, un ser mitológico cuya existencia negaría cualquier persona normal. Kincaid no lo era (normal); tenía su cuarto empapelado con posters de Nachín, y soñaba en secreto con chutarse heroína porque sería lo más cercano a irse de viaje por mundos mágicos como hacía este. Si, queridos niños de cincuenta años, Nachín el viajero era su ídolo, y qué más daba si en aquel momento también era una alucinación por causa de los tripis que Maruxa les había dado a todos.

—¡No manches wey, eres Nachin de Ágrava!

Nachin descendió de su moto entre humaredas de azufre y negó con la cabeza.

—Soy Náchogorn, hijo de Pútingorn -insertamos la foto de Rasputin Vladimir Putin-, heredero de Isildur, príncipe de los ladrones.

—Epa —terció Zorrón a modo de saludo, pasándose por el coño a toda familia ilustre de cualquiera—. Llévanos en tu alfombra mágica a la colina del sabio.

—¿Es cara la gasolina? —cuestionó el Rubart, preocupado por qué tipo de combustible usaría Nachin para propulsar aquella cosa.

—¿Gasolina? ¿Bromeas? Mi moto es la hija del viento.

Y pues se subieron todos en la moto de Nacho (a ver, si puedes meter ya no sé cuántos payasos en un mini todo es posible), quien no pudo hacer nada por evitarlo. Una vez cómodamente instalados, Charly sacó su guitarra para el deleite de todos y puso banda sonora a la alegre tropa sin ley.

-III-

(Advertencia: lo que a continuación leerás podría hacer que tus ojos sangraran, si es que no lo han hecho ya).

En algún lugar de Albania, un hombre llamado Ariel cerraba el condenado libro con el que llevaba ya demasiado tiempo malgastando su vida, los ojos empañados en lágrimas. “Por qué leo esta idiotez sin poder parar. Por qué me atormento si yo soy una persona buena”, se lamentaba, alzando la mirada al cielo. 

A pesar de estar leyendo aquella basura, Ariel aún respiraba sin necesidad de reanimación cardiopulmonar avanzada, pues tenía la capacidad asombrosa de mantenerse cuerdo en las peores adversidades. Pero lo que no podía negarse era que aquel cuento infernal seguro estaba embrujado, o a lo peor procedía de las  garras del mismísimo demonio. Cuando había visto el título —”Kincaid y el transistor mágico: la historia donde todos (menos Ariel García) nos volvimos gilipollas”-, Ariel pensó: “La puta que te parió, Bumblebee pelotuda, pero qué rata de agua malparida que sos por escribir esta cosa”, lo cual quería decir en realidad: “oh, tengo que leerlo, necesito esto en mi vida, gracias por haber malgastado tu precioso tiempo escribiéndolo, Bumblebee”. 

(Un momento, alto ahí. Borremos y rebobinemos inmediatamente porque todos sabemos que Ariel jamás hablaría así -emoti de corazón-, ni siquiera por estar leyendo un mal libro. Seamos fieles a la realidad):

Cuando Ariel vio el título, pensó:

 “‘¡Andate a la mierda, y vos  por qué carajo naciste, me cago en la memoria de tus ancestr- 

(¡No pero!), 

la concha morocha de tu hermana, Bumblebee, sos el demonio mismo, dejá de decir boludeces argentinas por placer, por qué disfrutás con esto y las ponés en mi boca, sucia tetona chupa pija hija de re mil putas y la recalcada concha de tu madre, culo roto, sorete con patas, gorda traga sable maricona de mierda pelotuda, mogólica y forra! 

(Lloro de risa porque las groserías argentinas tienen una magnitud que está más allá de las peores pesadillas de nadie…), 

está bien, te perdono, trola cagona cogida por 500 mil perros sarnosos, y sabé que hay más pero me da flojera seguir, la concha de tu re putísima verguda trola idiota pete gila forra puta madre”.

(Bueno, continuemos. Todos sabemos que Ariel -jaaja., bueno, ni él ni cualquier persona con un mínimo de decencia y salud mental- nunca diría esto… ¿verdad?  Sólo si acaso Eric Cartman de South Park).

“No, no, pará. Por qué, Bumblebee, por qué esto. Escribiste algo lindo y a mí me ponés a decir boludeces como un loco, como un tarado; vos me usás a mí para decir que los argentinos somos gente malhablada y sabés lo que te digo, para creer en una pelotudez asi hay que ser un boludo hijo de la Gran Puta”.

Bueno. Después de leer esto, Ariel me puso una denuncia en el hilo de las querellas que terminó en funa pública, baneo, despido procedente y orden de alejamiento de 20.000 leguas de viaje submarino amarillo. Sin embargo, al volver a su casa miró el libro maldito y dijo: “pero qué quilombo polifónico con el transistor”, se sirvió otro mate, se fue a la nevera a por unos pinchitos y siguió leyendo las andanzas de Kincaid y su banda de putos.

                                                              ***

Por otro lado, en algún lugar de los bajos de Harlem (?), el malvado vecino de Kincaid seguía pergeñando su maléfico plan sin fisuras.

No os he hablado hasta ahora de este villano, pero ha llegado el momento de hacerlo. Le habían llamado de muchas maneras en los barrios aledaños, y esta vez no me refiero a insultos, sino a nombres reales y terroríficos como Voldemort, Sauron, Kenny G… porque uno de sus tantos poderes era que podía cambiar de forma a placer. Tenía tropomil años y había sido cura surfero, dependiente de una tienda esotérica y padre de dragones (todo ello en diferentes reencarnaciones y no a la vez, porque era poderoso pero tenía sus límites), azafato de televisión y líder de la mafia china. El último de sus nombres, que los pocos que lo conocían no se atrevían a pronunciar, era Ohm… y el primero, Lopán.

(Lopán).

(En la fotografía se aprecia que es muy buena gente).

Sentado en su butaca repujada en piel humana, Ohm Lopán reía como el ser de oscuridad que era mientras acariciaba la cabeza de su gatito Azrael. En el fondo era una buena persona; alguien que simplemente disfrutaba haciendo el mal y sembrando el caos sin hacer daño a nadie. La señora loca que escribía mierda y llevaba a su gata en un carrito le conocía y podía dar fe de esto, pues le guardaba un gran cariño. Si os preguntáis cómo se conocieron estos dos seres -¡tan parecidos y tan iguales al mismo tiempo!-, fue porque, hace como mil años, ella puso un anuncio en el periodiquillo del pueblo buscando un sicario por la zona de Coslada ya que le faltaba valor para suicidarse. Ohm le mostró su amplio currículum entonces, donde constaba, entre otras cosas: su conocimiento en artes marciales como el kantejondo, manejo de nunchakus y experiencia en tanatoestética para la escena del crimen, ser troll activo en Forocoches y amigo de McMartidan, aparte de haber pertenecido a la cuadrilla de “los hombres catapulta” cuyo jefe era el famoso monje Wololo. 

(Este tío)

Y le sugirió, desde el afecto sincero, que era mejor matar a la mala gente que matarse a uno, y que además ahora tenía una oferta de auriculares gratis por el encargo de la primera muerte. Al final no mataron a nadie y se hicieron grandes amigos, tanto así que durante varios años trabajaron juntos en una novela que se llamaba “¡Qué chévere, Marychocho se ha comido a tu perro!”, la cual nunca vio la luz y eso es prueba de que Dios existe.

(Pausa para comerme unos donetes en el váter, en la que aprovecho para dejaros la gran intro de He-man que me gustaba mucho cuando era pequeña):

-IV-

Buenos días, amigos, ¿Cómo estáis? Yo sigo en el váter, lugar idóneo para retomar esta historia de mierda. No obstante, antes de continuar, me gustaría pasar lista a fin de no perder a ningún personaje por el camino. Os cuento que he estado recientemente visitando a George Martin y tiene las paredes de su casa llenas de post it con flechas cruzadas que ni te cabe un alfiler; ha de ser un método infalible para mentes privilegiadas, pero yo me colapso sólo de verlo… así que comencemos:

¿Antonio Chávez?

—Aquí me hallo.

Jo, qué bien. Gracias por asistir.

—No es nada, cosas peores he soportado.

Qué horror. ¿Zorrón Combarro?

—¡Epa Txurreigan Gorrioneak!

¿Por qué cada vez que hablas siento que te estás cagando en mi padre? Ok, anotada. 

¿Rubart Zenorio? El personaje secundario del niño catalán, me refiero.

—¡Socors! ¡El senyor de la catifa màgica acaba de robarme!

—Silencio, escoria. Ya te dije que era el príncipe de los ladrones.

Estupendo. ¿Nachín de Ágrava?

—Acabo de hablar.

Ah, sí. Em, em, em… Kincaid, ¿qué te ocurre? ¿Por qué esa cara de susto?

—Nada, profesora. Sólo es que… esto de pasar lista me trae recuerdos del Vietnam de cuando fui por unos años a la escuelita española…

Ay, no, pobrecito, de verdad que lo siento. ¿Lo pasaste mal? Cuéntanos. Te escuchamos.

—No, profesora, ¡estuvo padrísimo! Pero el primer día los niños dijeron “¡juguemos a las cogidas!” Y yo como: ¡¡¿¿??!!

Bien. Tras esta simpática anécdota no exenta de traumas graves, prosigo. ¿Maruxa la bruja?

—A veces presente y a veces no.

Vale, sí. ¿Morgan el pirata de Brónxtoles?

—Esto es porque ayer me cabreé contigo porque yo no salgo en la historia, ¿verdad?

Tranquilo, saldrás.

—No, no. Ya no quiero.

Bueno mi amor, lo hablamos en casa, ¿sí?

—¿En casa de quién? Perdona, es que no te conozco.

Ja, ja. Qué gracioso. Sigo. ¿Charly Elvis Maverick?

—I remember everything.

Charly, ¿eres tú?

— I remember every single thing. As if it only happened yesterday. I was barely seventeen… and I once killed a boy with a fender guitar. 

Este NO es el hilo de sucesos paranormales, Charly. Lo sabes perfectamente.

—I don’t remember if it was a Telecaster or a Stratocaster…

Ya te he anotad-…

—BUT I do remember… that it had a heart of chrome. And a voice… like a 🔥horny angel🔥.

Está bien. Sigamos.

—I DON’T REMEMBER if it was a telecaster or a stratocaster.

 But I do remember… that it wasn’t at all… easy. 

It required the perfect combination… of the right power chords. And the precise angle from which to strike!

Ok me suicido.

—The guitar bled for about a week afterwards… And the blood was zoot, dark and rich, like wild berries.

(destello deslumbrante en la sala. Mierda, no he repartido las gafas de sol!!)

—¡Él… tiene el… poder! Como yo cuando desenvaino mi gran espada, je, je…

¿Y tú quién eres?

—Me llamo Adam, príncipe de Eternia. Y estos son mis amigos: La Hechicera, Orco y… ¡Éldelbar!

¿Qué? ¡Fuera de aquí ahora mismo, troll!

—THE BLOOD OF THE GUITAR WAS CHUCK-BERRY-RED! 

(creo que ha dicho que la sangre era como tú pero en rojo)

—…But it rang out beautifully. And I was able to play notes… that I had never ever heard before. So…

—¡Órale que el Charly está por dar un concierto!

Ahora se pispa el niño este.

—So… I took my guitar. And I smashed it against the wall!

—¡¡¡!!!

—I smashed it against the floor!!!

A lo mejor termino de pasar lista el año que viene.

—I smashed it against the body of a varsity cheerleader…

—¡¡Pupi presente!!

—…Smashed it against the hood of a car. Smashed it against a 1981 Harley Davidson!

—Eso es pecado mortal.

—Sí, Nacho. The harley howled in pain…

Segurata del teatro: A ver, por favor, la señora esa de la tercera fila que es más fea que Gundalf, ¿quiere hacer el favor de dejar de disparar con el gato como si fuera una recortada?

—Meeeeeeeeeeeeeeeeoooooooooooooowwwwwwwwwwwwwwww!!

—The guitar howled in heat!!! Silencio, malandros.

And I ran upstairs to my parents bedroom.

Mummy and Daddy were sleeping, quietly in the moonlight…

Slowly I opened the door,

creeping into the shadows,

right up to the foot of their bed…

(se escucha el viento del norte mientras a Zorrón se le cae la baba).

—I raised the guitar high above my head!!

And just as I was about to bring the guitar

crashing down upon the center of the bed,

my father woke up, screaming: “STOP!!!!!”

Por favor, ¿podemos terminar?

—Keko Ñazo presente.

—”WAIT A MINUTE, STOP IT, BOY!

What do you think you’re doing?!

That’s no way to treat an expensive musical instrument!”

Vale. Keko, Pupi, Kincaid… a ver, ¿Quién me falta? ¿Ohm?

—Para ti he muerto, maldita lisiada. Cómo te atreves a ponerme como el villano de la historia.

—Vos viste la perra loca hija de mil putas, aún te la tengo guardada, Bumblebee de mierda.

Okay… Ohm está, el señor loco que suplanta a Ariel también… Creo que ya no falta ninguno.

—Pero qué atropello, ¡falto yo!

—Antonio, si te he nombrado el primero.

—Ah, como no has dicho “Bond”…

—And I said “GOD DAMN IT, DADDY!!

You know I love you…

BUT YOU’VE GOT A HELL OF A LOT TO LEARN ABOUT             

ROCK🔥 AND🔥 ROLL🔥🔥🔥 !”

-V-

Los días iban pasando, y aquella banda de chiflados sin honor ya casi llegaba a las faldas de la colina donde vivía el sabio Chávez. Tal vez transitaban la perniciosa espiral de un agujero de gusano porque, a pesar de haber atravesado dos ciénagas, cinco descampados y una aldea del Opus Dei al otro lado del Éufrates, no habían salido en ningún momento de Pueblo Paleta, donde todos vivían. Sí, queridos amigos del frenopático; aquel pueblo era como Matrix o algo peor; una especie de cinta de Moebius en la que, te movieras hacia donde te movieras, siempre terminabas en la Plaza del Ayuntamiento. Plaza donde, por cierto, las buenas gentes colgaban a veces cartelitos que invitaban a la reflexión profunda en cuanto a temas que, bueno, vaya usted a saber los canutos doblaos que se habría fumado el incitador de turno en cuestión: que si el matrimonio, que si los políticos, que si la luna, que si la hoja en blanco… No miento si os digo que, al final, eran carteles que uno se alegraba de leer, si tan sólo fuera porque gracias a ellos se sentía uno menos solo en el mundo, pudiendo confirmar que aquel pueblo -como radiografía a pequeña escala de la humanidad- era una jaula de grillos donde la gente estaba  a su puta bola cada loco con su tema. 

Los pobres viajeros sufrían a causa del ciego sol, la sed y la fatiga, por no mencionar el polvo, sudor y hierro (muuuuucho hierro, todo él en los brackets de la ortodoncia fija de Kincaid) por el camino. Pero, afortunadamente, cuando Rubart ya empezaba a extrañar su pan tumaca y Zorronak el bocadillo de tuercas y tachuelas que su abuela solía prepararle para merendar, la casa del sabio apareció ante ellos al doblar una esquina.

El amable señor Chavez, que era representante de gente famosilla de medio pelo en sus ratos libres, se encontraba en el exterior de la vivienda en aquel momento, haciendo una serie de maniobras extrañas contra el muro a la derecha de la fachada. Que nadie piense mal, gente deleznable; el hombre estaba haciendo flexiones en la pared para mantenerse en forma, pero claro, no que unos niños idiotas y unos adultos de cordura cuestionable fueran a darse cuenta. 

—Aiba la ostia, ¿ese es el sabio? —inquirió Zorrón, frunciendo ceja por debajo de la txapela rosa de barbie que llevaba para protegerse del sol.

—Ha de ser el mayordomo —respondió Rubart, quien al parecer le auguraba a Chávez un aspecto como de presidente del gobierno o algo así. Como de los que son tan guays y están tan forrados que en lugar de hacer caca pueden permitirse el lujo de comprar la caca  hecha.

—No digas mamadas, wey.  Pues claro que es el sabio —gruñó Kincaid, al tiempo que le incrustaba al Rubart su zapatilla deportiva entre los dientes—. Sé lo que me digo, tengo instinto para estas cosas.

—Seguro que tiene como trescientos años… —musitó Keko Ñazo (no sabemos en qué momento se les había acoplado este niño vagabundo).

—Sí hombre, mira qué brazotes y qué tatuajes, yo diría que tiene como veinte… —esto lo dijo la señora que pernoctaba bajo los puentes, quien vivía en una realidad paralela a la del resto del mundo pensando que soltaba verdades como puños.

—Pero todo el mundo sabe que los sabios pueden llegar a tener muchos, muchísimos años aunque no lo aparenten —seguía Keko erre que erre—. Yo conocí a uno que tenía mil y la gente le creía cuando decía que tenía diecisiete.

Zorrón se acercó al sabio sin decir ni media palabra a nadie. Para ella estaba claro que Chavez trataba de cambiar una bombilla dándole vueltas a la casa, y quería ayudarle. Pero antes de que pudiera ofrecerle su generosidad y compañerismo, el sabio habló, dejando boquiabiertos a todos.

—Buenas tardes desde Sevilla, gente de bien —sin duda les estaba esperando, por supuesto. No en vano es el sabio de esta historia.

A pesar de que la señora de los gatos era tan fea que hasta las galletas se lo decían

, Chavez la reconoció. Y le dijo:

—Mi querida señora. La he echado mucho de menos. Usted sabe que siempre que podía le dejaba unas palabras al pie de sus chapuzas debajo de los puentes. Incluso recuerdo ese juego cuando poníamos fotos con Charly el rockero en la plaza del pueblo.

Cosa que el juego ese se lo había inventado Nachín de Ágrava, y eso todos lo tenemos clavado muy adentro (pero qué hija de puta que sos, Bumblebee de la mierda), aunque ya cada uno jugaba como le daba la gana y no participaba él ;;;;;;; 🙁

A todo esto, Zorrón se impacientaba.

—Epa, joder. Sujete el casquillo que yo empujo, buen hombre.

Chávez comprendió al instante que esa niña manejaba un idioma incomprensible incluso cuando hablaba en castellano. No supo si aquel engendro era tratante infantil de armas a pesar de sus buenas intenciones, pero Kincaid, que era un niño diligente, tradujo en seguida. Y entonces Chávez explicó a los viajeros que no, no estaba haciendo reformas en casa, sino que practicaba sus estiramientos matinales y se preparaba para recibir a una señorita llamada Pacorra Vane, diseñadora de moda, a quien actualmente representaba. 

(Pacorra, jesús qué nombre. Es como llamarte Nachorro o Marianorro -JAJAJAJAJA por dios-, pero es que existen Pacorras realmente en este mundo, yo conozco a alguien cuya prima se llama así de verdad, te lo juro, es increíble).

Y de pronto sucedió algo terrorífico. Aquel niño desgraciado llamado Keko Ñazo agarró el transistor de las manitas de Kinqui y lo estampó violentamente contra el suelo. Tornillos y tuercas saltaron ante la mirada desencajada de todos.

—A webo pinche cabrón, ya la jodiste!!! —exclamó Kincaid, mientras Pupi Poisson se arrodillaba en el Mármol Travestido para recoger el destrozo.

—¡Lo siento, es que esta historia se alarga demasiado! —lloró Keko, impotente al saber que sólo era la vil marioneta de alguien que gozaba una vez y otra cargándose la cuarta pared—. Y si me vais a decir eso de… de… “Deus Machina no sé qué” —barbotó a modo de conclusión, sin el pobre tener la más puta idea de lo que estaba diciendo—, sabed que eso es para los finales, mendrugos. ¡A ver quién tiene los huevos de aplicarlo desde el principio!

Y quién los tendría, ¿verdad? Alguien imbécil, ya lo sabemos.

—¡Ja, ja! Eso de mendrugos me ha gustado —rio a carcajadas el pirata Morgan de Locksley, al tiempo que le propinaba fuerte colleja a Keko al punto de darle a este vueltas la cabeza—. No lloréis, estúpidos. Esa cosa no tiene arreglo.

—De hecho sí. Sí lo tiene —le contradijo Chávez de inmediato, con gran arrojo (que no cualquiera le replicaba al macarra este)—. Pasen al salón, señoras y señores, que ahí tengo, entre muchos otros cachivaches, una máquina del tiempo. Y cuidadito que el botón es de rosca —advirtió, mirando especialmente a Zorrón, siendo consciente de la impulsividad del pequeño monstruo, no fuera a ser que la niña le diera a la rueda con entusiasmo y aparecieran todos en la Antártida con el capitán Scott.


(Fin de la primera temporada. Nos vemos en la próxima, malandros!! )

-CONTINUARÁ…-

Autor: Reyes

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