Haritz el cascanueces

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Las enormes manazas de Haritz trituran sin parar el puñado de nueces que echó a su bolsillo al salir de casa. CRACK. CRACK. CRACK. Una tras otra. Apoya la nuez en el índice y con el pulgar ejerce presión. Da igual lo dura que pueda ser la nuez. CRAK, CRAK, CRAK. Una tras otra van cayendo al suelo, junto a sus enormes zapatones remendados, dejando un cementerio de cascaras rotas. Haritz está apoyado en el tronco de un viejo roble. Se siente a gusto en contacto con la rugosa madera. Piel contra piel dice él. Cuando le pusieron el nombre de pequeño ya se lo había ganado, Haritz, el roble. Nació mucho más grande de lo habitual, hijo de gigantes decía su padre con orgullo. Cejijunto, rosado y malhumorado. Eso no ha cambiado en Haritz desde que nació. Con el nacimiento del pelo negro y liso pegado a las cejas, el ceño arrugado, la frente estrecha, su altura descomunal y sus manos rompenueces Haritz infunde verdadero respeto. Precisamente por eso esta mañana una comitiva de vecinos se presentó en la puerta de su casa para pedir su ayuda. Koldo, que además de ser su vecino más cercano era el alcalde habló por todos.

– Haritz, vecino. No sé si estás al corriente de las desgracias que están pasando en el pueblo. La semana pasada desaparecieron varias ovejas del rebaño de Unai, poco despues Gari vio que su campo de trigo que el día anterior lucía en dorados y verdes estaba totalmente seco y echado a perder y desde hace dos días el agua del rio baja marrón y con olor a azufre.

– Algo he oído, si, pero ¿Qué puedo hacer yo?

– El viejo Eki, el otro día paseando por el camino de arriba, escuchó un extraño ruido, como de una bestia rumiando y masticando. Se asustó mucho el hombre, pero la curiosidad le pudo y se acercó a ver. La ladera sabes que está cubierta de zarzales y no fue fácil llegar hasta el lugar, rasgó su ropa y la manchó de moras, pero no le importó tal era su obsesión por ver de qué se trataba.

– Bueno Koldo, vecino, termina ya que me tienes en ascuas.

– Pues a eso voy si me permites que todo tiene su importancia. Estaba diciendo que el viejo llegó entre las zarzas todo arañado y pudo ver retozando entre los espinos un ser mitad hombre mitad animal que variaba su forma a placer mientras reía y masticaba los restos de varias ovejas muertas.

– ¿Las ovejas de Unai?

– Pues suponemos que así es, pero saberlo no lo sabemos porque estaban bastante descuartizadas, ensangrentadas y masticadas las pobres. Al no haber otra explicación posible a los males que nos asolan, pensamos todos -y Koldo se vuelve a sus vecinos solicitando su aprobación y solidaridad- que se trata de un Etsai que se ha instalado en el bosque para nuestra desgracia.

– Vamos Koldo, vecinos, ¿en serio? ¿un Etsai?

– Si, eso pensamos.

– ¿Os referís al temible Etsai, ese aterrador diablo mitológico que puede adoptar prácticamente cualquier forma que desee?.

– Si, ese mismo

– ¿Sobre el que nos contaban los abuelos para asustarnos en Gau Beltza?

– Ese mismo

– y el viejo Eki ¿estaba sobrio o cómo siempre?

– Pues no sé si había bebido, pero cuando llegó a la taberna estaba tan sobrio cómo un niño de teta, tanto que tuvo que tomarse unos buenos chacolís para podernos contar lo que vio.

– Yo creo la verdad que el viejo se ha tomado esos chacolís a la salud de vuestra ingenuidad.

– Maldito Haritz -dijo Eki desde el final del grupo de vecinos- ya os avisé que este ateo irreverente no nos ayudaría en nada. Yo lo vi, estaba ahí entre las espinas, desnudo, cambiando su forma, cubierto de sangre, riendo y cantando negras canciones que me dañaban los oídos. Era un Etsai, lo juro, lo juro o que el vino se vuelva agua en mi garganta y pase sobrio el resto de mis días.

Ese era un juramento que no se puede pasar por alto, demasiado sacrificio para cualquier persona vasca, y más para el viejo Eki que se maceró en vino en el vientre de su madre. Haritz tampoco tenía otra cosa que hacer, era domingo, día de misa y Haritz siempre aceptaba cualquier tarea que le alejara de la iglesia el día del señor. Así que tomó su puñado de nueces y partió al camino de arriba donde Eki había visto al demonio.

Efectivamente, al lado del camino, entre los zarzales se abría una senda estrecha que seguramente había dejado el viejo al adentrarse siguiendo el ruido. Haritz escuchó atentamente, pero quitando el viento y el canto de algunos pájaros no escuchó nada sospechoso. Siguió la senda hasta un pequeño descampado donde pudo ver los restos de las ovejas tal cómo Eki había contado. Desde allí partía una nueva senda hacia la montaña.

Y ahí está Haritz, apoyado en el roble, frente a la cueva al final del sendero de espinos. Del interior sale un tufo asqueroso a azufre y descomposición y la entrada está adornada de huesos de animales muertos. Puede ser que el viejo Eki no estuviera tan borracho al fin y al cabo.

CRAK, CRAK, CRAK, los dedos de Haritz no dan tregua y parece que su bolsillo fuera mágico porque cada vez que mete la mano saca una preciosa nuez que machacar. Empieza a ocultarse el sol y del fondo de la gruta emerge un resplandor azul que augura la presencia del demonio.

– ¿Qué haces aquí turbando mi descanso?

La voz, que no es humana, surge del fondo de la cueva envuelta en vapores tóxicos, rebota grave en la caverna y llega hiriendo los oídos de Haritz.

– ¿Qué haces tú ocupando nuestra tierras, infectando los campos y robando ovejas como un ladrón cualquiera? -responde Haritz con su voz más grave.

Del fondo de la caverna surge una enorme cabeza cubierta de escamas. Al Etsai le encanta transfigurarse en dragón, es una forma que aterroriza especialmente a los humanos derribando su ánimo y dejando a su víctima paralizado por el miedo. Los Etsai pueden cambiar su forma a voluntad, lo único que les delata son los ojos amarillos de macho cabrío. Eso se mantiene independientemente de la forma que el demonio adopte.

– ¿Te atreves a retarme? -Dice el demonio.

– Ni mucho menos, lo que quiero es aprender tus trucos de magia. Soy bastante incrédulo y cuando me dijeron en el pueblo que andabas por aquí no quise perder la oportunidad.

El demonio es un ser bastante orgulloso y le gusta tener alumnos, enseñar a cambio del servicio de sus discípulos. En este momento vio en Haritz una oportunidad de añadir una nueva alma a su colección.

– Bien, pues tendrás lo que buscas, yo puedo enseñarte cosas que ni te imaginas, cosas oscuras que te harán creer y te quemarán el alma. Pero a cambio pido tu eterna sumisión, conocimiento a cambio de lealtad. ¿Es tan atrevida tu ambición y tan grande tu curiosidad?

– Si, por supuesto, no hay nada que me eche para atrás una vez tomo una decisión, pero tengo entendido que hay otra opción ¿no? Siempre dejas que el juego del Zotzatara -sacar el palo mas corto- decida si me quedo contigo una vez aprenda o quedo libre para seguir mi camino.

– Así es, esa oferta está abierta a todos mis alumnos.

– Pues estoy dispuesto, solo te pido que juguemos ahora y así sabré cual es mi futuro cuanto antes.

El demonio se transfiguró en oso para acercarse a Haritz, pero las pezuñas le impedían coger los palos para el juego, así que tras varios intentos de convertirse en terribles monstruos y animales terminó adoptando su figura de anciano maestro con la que le gustaba impartir clases ya que era la que más respeto parecía infundir. Tomo dos ramas del suelo, una más larga que otra y ocultando su longitud en el puño cerrado se acercó a Haritz fijando sus ojos amarillos en él. Alargó la mano para que Haritz eligiera su destino y entonces, teniéndolo el enorme vasco a su alcance alargó la suya y atenazó con sus dedos la nuez del viejo.

CRACK

El Etsai abrió sus ojos de cabrito llenos de sorpresa primero, terror mas tarde y finalmente muerte y cayó al suelo desmadejado cómo un txotxongilo sin cuerdas. Del cuerpo muerto fluyó un humo rojo y negro que envolvió a Haritz helando su alma para subir gritando al cielo, hacer varios giros y finalmente desaparecer silbando como el viento del norte entre los árboles mientras el cuerpo del viejo se evaporaba en ceniza. No se mata fácilmente a un demonio, pero este ha perdido su cuerpo terrenal y tardará en reponerse, tendrá que buscar otro sitio donde importunar.

Haritz, llega al pueblo ya de noche, todo está vacío menos la taberna donde parece que se han congregado todos los vecinos. Cuando entra se hace el silencio, todos esperan que Haritz hable; este les mira, pide un chacolí, mete una mano en su bolsillo, saca una nuez y CRACK.

Autor: Ignacio Chavarría

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