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La cafetería estaba concurrida a la hora del almuerzo. Tatiana se encontraba algo nerviosa y notaba como todos los demás comensales se fijaban en ella y su acompañante. Algunos miraban con extrañeza, pero la mayoría observaba con asco. Apenas probó bocado pues no era su tipo de almuerzo predilecto. Su acompañante por otro lado devoraba sin miramientos todo lo que había pedido. Tatiana notó que lo único que aquel hombre no tocaba era la carne.
—¿No le gustó la carne, señor Facundo?
El hombre con la boca llena de arroz, frijoles y plátano maduro respondió: —No me gusta esa carne.
—Hay pollo, cerdo, chicharrón…
—Estoy bien así, su mercé.
Tatiana releyó las preguntas que iba hacer para su investigación. Había planeado todo en su mente, cómo sería y qué tono usaría, pero estaba nerviosa. Sentía algo de asco por el olor que exhalaba su acompañante, un olor a basura y descomposición, y su aspecto era uno que le causaba pavor. Pero mantuvo la compostura y todo el tiempo fue amable y cordial. El vagabundo terminó de comer y eructó sonoramente. Todos los demás comensales voltearon a ver con desaprobación.
¬—Muy rico, su mercé.
—Me alegra que le haya gustado.
—No había comido así hasta reventar hacía años—se palpó la barriga que sobresalía cual embarazada de su cuerpo famélico.
—Señor Facundo, tengo una preguntas que me gustaría hacerle, sobre la investigación de la cual le comenté. ¿Le importa?
—Pregunte, mijita.
—Señor Facundo, ¿Consume drogas?
—Si, su mercé.
—¿A qué edad empezó a consumir?
—Por ahí a los once, doce años.
—¿Qué consumió por primera vez?
—Marihuana.
—¿Y después?
—Bazuco.
—¿Pasó mucho tiempo entre una y la otra?
—No mijita. Unos meses creo. Uno empieza con una y a la vuelta de la esquina ya está metiendo otra.
—¿Y por qué empezó?
—Ajá, usted sabe que siempre hay un parcero que consigue y ofrece. Empecé en el colegio. Al principio lo hice por curiosidad, usted sabe, pero luego me fue gustando más y más. No había liga en la casa y esas cosas me quitaban el hambre. No había televisor y esas cosas me quitaban el aburrimiento.
—¿Actualmente sigue consumiendo?
—Claro mijita. ¿Cómo cree que se lleva esta vida? Metiendo.
Tatiana apuntaba todo en una pequeña libreta rosa a juego con su lapicero.
—Ése lapicero es de los caros.
—¿Disculpe?
El vagabundo señaló. —Es de los caros.
—No sé realmente. Me lo regaló mi papá cuando entré a la universidad.
—¿Si ve? De los caros. Nadie regala lapiceros normales.
Tatiana se revolvió nerviosa e intentó seguir con las preguntas.
—¿Dónde vive actualmente, ahí donde lo conocí?
—Yo vivo donde se pueda. Uno siempre se está moviendo, de un lado a otro. Donde haya comida, vicio o algún lugar para raspar un pesos, ¿me entiende? Ahora donde estoy hay eso, pero puede que mañana no.
—Debe ser duro—dijo Tatiana.
—Si lo es. Pero uno se acostumbra.
Tatiana chuleó las preguntas que ya había realizado y leyó la última: —¿Creé usted que si no hubiese probado drogas estaría donde está ahora en su vida?
—Pues yo sí creo. Esta vida es muy puta. Uno al final busca escamparse donde se pueda, donde haya para comer o confundir el hambre. Uno no tuvo las oportunidades, ¿si me entiende? No había plata, ni trabajo, porque de donde yo vengo a uno siempre lo miran como si fuese una gonorrea y al final uno se termina convirtiendo en eso.
—Lo siento mucho, señor Facundo.
—No es su culpa mija, sino de las personas de donde usted viene. Así funciona este país.
Tatiana guardó su libreta y miró la hora en su celular.
—¿Será posible que me pueda conseguir a alguien que esté en una situación como la suya? Necesito varios sujetos para entrevistarlos. Les invito de comer.
—Si usted manda un plato de comida así como el que se mandó hoy, cualquiera le copia, mijita.
—¿Mañana puede ser? Vuelvo ahí donde lo conocí a usted.
—Pues ahora mismo le digo que sí, mijita. Pero quien sabe. De todas formas aparezca, nada pierde.
Tatiana se despidió, pagó la cuenta y se dispuso a irse. El señor Facundo la detuvo antes de que se marchara.
—Para la próxima no de tanto visaje. Yo soy un tipo bien, pero hay otras gonorreas que le pueden hacer un daño por robarla. Usted es una pelaita muy dulce.
—Gracias.
Y salió del lugar.
Al otro día, Tatiana procuró ir lo más sencilla posible. No uso maquillaje y se amarró los rubios cabellos en una moña. Fue con los zapatos y la ropa más viejos que tenía y procuró no llevar el lapicero Mount Blanc que su padre le había regalado.
Caminó por el lugar donde había encontrado a Facundo el día anterior. No vio ningún vagabundo cerca, tampoco los cartones en los que usualmente dormían. Dio unos cuantos rodeos, siempre mirando a todas partes por si encontraba a alguno o si veía a alguien sospechoso. Finalmente, debajo de un puente, encontró a una mujer andrajosa que tenía la ropa subida hasta los muslos, en cuclillas, defecando. Al no ver a ningún otro candidato para sus preguntas se acercó a la mujer.
—Disculpe—le dijo amablemente.
La mujer la observó extrañada, se bajó las ropas y se puso en pie. —¿Qué quiere?
—¿Cómo está? Me llamo Tatiana, soy estudiante de psiquiatría en la universidad Javeriana. Estoy buscando personas…—quiso decir “como usted”, pero buscó mejor las palabras—en situación de necesidad. Es para hacerles unas pocas preguntas para una investigación. Le invito algo de comer.
La mujer la observó como un bicho raro. Las moscas volaban por encima de sus greñas sucias y hediondas. —No debería andar por estos lados, señito.
—Necesito terminar mi investigación—contestó con convicción.
—¿Y se manda lo que sea?
—Sí, claro.
—Está bien.
Tatiana la llevó a la cafetería donde el día anterior había llevado al señor Facundo. Tatiana ordenó dos corrientes grandes, pues la mujer le había dicho que llevaba días sin comer. La mujer se llamaba Lorenza. No habían terminado de sentarse cuando Lorenza atacó sin cubiertos la comida. Comió y comió como un cerdo ensuciándose la cara, el pelo y todo el cuerpo. Tatiana intentó comer para no parecer maleducada, pero la forma en que Lorenza devoraba todo le daban ganas de vomitar. Entonces disimuló ojeando su libreta. Se percató que Lorenza no probaba la carne.
—¿No le gusta la carne?
La mujer se sorbió la nariz con desparpajo y escupió en el piso. —Esa carne no me gusta.
—Hay pollo, cerdo, chicharrón…
—Deme arroz. Eso es lo que llena.
Tatiana pidió una adición de arroz y Lorenza se lo comió todo sin dejar un solo grano. A la joven le pareció extraño que al igual que Facundo no comiera carne, pero no le prestó mucha atención a ello. Quería hacer lo que tenía que hacer e irse de ahí. El olor que exhalaba el cuerpo de Lorenza era nauseabundo.
La mujer terminó de comer y tomó un mondadientes de la mesa para escarbarse los dientes.
—¿Señora Lorenza, puedo empezar con las preguntas?
—Dispare, señito.
—¿Consume drogas, señora Lorenza?
La mujer sonrió dejando ver sus dientes podridos. —Todo lo que mareé, señito.
—¿A qué edad empezó a consumir?
La mujer se rascó la cabeza. —Por ahí a los quince, dieciséis.
—¿Qué consumió por primera vez?
—Baretica y alcohol.
—¿Y después?
—Tenía una gonorrea de novio allá en Medallo. El hombre les camellaba a los patrones, usted sabe, a los duros. Entonces siempre que me iba a visitar llevaba perico. Ahí empecé con las duras y luego cuando llegué acá probé el bazuco.
—¿Paso mucho tiempo desde que comenzó a fumar marihuana a probar la cocaína?
—Pues no sabría decirle, todo eso se me confunde—sonrió nuevamente. —Yo diría que no, por ahí unos mesecitos.
—¿Y por qué empezó a consumir?
—Señito, por la rumba. Yo era una nena bien, ¿si pilla? No era millonaria ni nada, pero tampoco pasaba hambre. Un día llegué a una discoteca de esas que abre de día, me volé del colegio con unas amiguitas y ahí me ofrecieron bareta. Uno se libera, se vuelve una persona distinta, los miedos y todo eso se va, ¿entiende? Cuando conocí a mi novio, era una chimba culiar trabados—carcajeó.
Tatiana sonrió sin saber porque, tal vez por querer ser decente.
—¿Actualmente sigue consumiendo?
—Cuando se puede, pero sí. Bazuco para matar el hambre y poder echar las caminadas.
La joven universitaria apuntó todo en su libreta. Cuando alzó la vista vio que Lorenza la miraba muy fijamente.
—Yo era como usted, quizá usted es más bonita, más chimba que yo. Pero así tal cual, con la libretica rosa con olor a fresas y todo.
Tatiana sonrió tímidamente sin saber qué decir.
—¿Dónde vive actualmente, señora Lorenza?
—Pues no sabría decirle, señito. Donde se pueda. Hoy estamos aquí, mañana, quien sabe.
—¿Trabaja o algo?
—Usted sabe…—se señaló entre las piernas. —Lo que se puede. Es eso o robar.
Tatiana iba a leer la última pregunta, pero Lorenza la interrumpió.
—¿Cuántos lleva entrevistados, qué número soy?
—Llevo varios. Usted es la única mujer.
—¿Serio? —Tatiana vio como se le hinchó el pecho de orgullo. —¿Y no le han hecho nada? Una pelaita tan linda y gomelita como usted. Hay mucho gonorrea por ahí, ¿oyó? Y si no es para robarla, seguro es para hacerle otra cosa.
Tatiana se sorprendió que a pesar de que hubiese tomado medidas con su ropa y demás, aún exhalara que no era de aquellos barrios.
—No, no me ha pasado nada.
—Qué bueno, señito.
—Señora Lorenza, última pregunta: ¿Cree usted que si no hubiese consumido drogas estaría donde está actualmente en su vida?
La pordiosera meditó unos momentos.
—Pues yo no creo. Yo quería ser bailarina, ¿si pilla? Tenía un cuerpo así bien chimba y me movia sabroso. Los pelaos babeaban por mí. Entonces yo creo que no, estaría ahora mismo bailando con Shakira o quién sabe—respondió sonriendo.
Tatiana terminó de escribir las últimas notas. Pidió la cuenta, pagó y se despidió de su entrevistada.
—¿Por aquí de estos lares con quien más ha hablado? Deme nombres a ver si los conozco—le preguntó la mujer antes de que se fuera.
—Con un hombre llamado Facundo. No me sé su apellido.
—¿Facundo? Oiga, me suena. ¿Uno alto, así como indiecito?
—Sí, así.
—Ese es parcero mío. Reciclador, un buen tipo. Le diré que me vi con usted. ¿Cómo se llama usted, señito?
—Tatiana.
—Listo señito Tatiana, gusto conocerla. Gracias por la comidita, es usted muy dulce.
Tatiana sonrió, salió a la calle y tomó el primer taxi que pasó. Llegó a su casa y ordenó la información que había recolectado en su computadora. Cuando hizo todo el proceso se dio cuenta que necesitaba todavía una persona más para terminar el estudio. Decidió entonces volver al día siguiente a ver si encontraba a un nuevo prospecto. Antes de partir, procuró ir aún más austera que la vez anterior y se calzó una gorra para que no pudiesen ver su pelo rubio, pues pensó que eso era lo que delataba su estatus social.
Era un día frío en Bogotá. Las calles estaban atascadas de tráfico y empezó a media mañana a caer un fuerte aguacero. Tatiana tuvo entonces que salir un poco más tarde, casi de noche que fue cuando dejó de llover. Sabía que era probable que a esas horas fuese más fácil encontrar gente vagando por las calles, pero también, era más vulnerable.
Le pidió a un taxista que anduviese por las calles del barrio donde había conocido a Facundo y Lorenza a baja velocidad para que así no estuviese expuesta a andar a pie y podría recorrer mayor terreno. Pasados unos minutos no pudo encontrar a nadie y pensó que la lluvia había espantado a los indigentes, pero justo antes de desistir, divisó en un andén recogiendo basura y echándola en un gastado carrito de supermercado a Facundo. Le ordenó al taxista que se detuviera, se apeó y fue hasta él.
—¿Señor Facundo? ¿Cómo está, se acuerda de mí?
El hombre la analizó bien, de arriba abajo. Negó con la cabeza y siguió en lo suyo.
—Soy yo, Tatiana—se alzó la gorra para que el hombre pudiese ver el color de su pelo. —Hablamos hace dos días, ¿se acuerda? Lo invité a comer.
La expresión del hombre cambió de desconcierto a una sonrisa. —Claro mijita, ya me acordé de usted. ¿Qué hace por aquí?
—Sigo necesitando a alguien para terminar mi investigación. ¿Se acuerda?
—Claro, claro que sí, mijita. ¿Y ha tenido suerte?
—No. No he visto a nadie con el perfil por aquí, hasta que lo encontré a usted.
—Es que cuando llueve la gente se abre, ¿me entiende?
—¿No sabe dónde puedo encontrar a alguien? Le doy de comer.
Facundo dejó de hacer lo que estaba haciendo, se acomodó el tiro del pantalón y escupió. —Si quiere yo la llevo a donde están reunidos algunos muchachos, gente bien. Por ahí me contó Lorenza que usted también la invitó a almorzar.
—Así es.
—Ella les contó a unos parceritos y ellos también tienen hambre. Entonces yo creo que si la llevo y usted les da de comer, ellos le responden todas las preguntas.
—¿Es muy lejos? —Tatiana sintió algo, un escalofrío.
—No mucho, aquí cerquita a la vuelta de esa esquina. Bajo el puente.
—¿Y…son personas buenas?
Facundo sonrió. —Yo sí creo, mijita. Usted se ha portado chimba con nosotros. Relájese. Además la quieren conocer.
Cruzando la calle había un asadero de pollos. —¿Le importa si compro entonces la comida y se las llevo?
—Hágale mijita, por mí no hay problema. Pero apúrese que se hace más oscuro.
Tatiana pasó la calle y entró al establecimiento de pollos. Pidió un pollo entero para llevar. Cuando estaba pagando, observó que Facundo la esperaba al otro lado de la calle.
—Disculpe—dijo en voz baja.
La cajera que contaba dinero alzó la mirada.
—¿Será posible que usted me haga un favor?
—Depende.
—Si no paso por aquí en media hora, ¿puede dar el aviso a la policía de que algo me pasó?
—No quiero meterme en problemas, vecina.
—Hágame ese favor, ¿sí? Puede que no pase nada, solo voy y vengo.
—¿Usted no es de por aquí?
—No.
—¿Qué hace por acá? Esto es peligroso a estas horas.
—Es algo de la universidad. ¿Me haría el favor?
—De la universidad—dijo con tono irónico. —Bueno, yo le hago el favor.
—Gracias.
Salió con el pollo en la mano y llegó a donde Facundo. El hombre la guío mientras arrastraba el carrito de supermercado lleno de latas y cartón. Tatiana divisó el puente. Facundo la ayudó a bajar por la loma de césped y basura hasta llegar debajo de él. Olía a desechos humanos y podredumbre. Vio un desagüe que desembocaba ahí justo debajo del puente. En la entrada de este había unos indigentes quemando basura en un bidón oxidado.
Facundo chifló y voltearon a verlos.
—¡Señito! —fue Lorenza a saludarla y la abrazó ensuciando el saco que llevaba puesto. —Qué bueno verla otra vez, señito.
—Hola Lorenza, también me alegra verla otra vez—dijo tocándola someramente para no ensuciarse las manos.
—¿Qué trae ahí?
—Comida.
Lorenza cogió la comida y les gritó a los otros: —¡Muchachos, Facundo trajo la comida!
La luz del sol ya se iba apagando por completo. Tatiana sintió un extraño presentimiento, pero ya se había metido ahí y no quería hacer algo que pudiese molestar u ofender a aquellas personas. Lorenza y los demás abrieron la caja del pollo, pero sus rostros se desilusionaron enormemente.
—Pensé que era arroz chino—dijo uno.
Tatiana se acercó. —¿No les gusta?
—Nada, señito—dijo Lorenza. —No nos gusta esa carne.
—¿Qué carne les gusta?
Los indigentes se miraron. —Otra carne. No creo que la conozca. Una vez uno la prueba, no puede dejar de comerla.
—¿Y de dónde la consiguen? —preguntó aún más extrañada la joven.
—Pues hoy, mijita…hoy la conseguiremos de usted.
Tatiana no tuvo tiempo de reaccionar. Facundo le dio con un palo en la cabeza que llevaba escondido entre los cartones en su carrito. La chica cayó de inmediato al piso. Los indigentes hicieron un círculo alrededor de ella.
—¿Está muerta?
—Péguele otra vez.
Facundo volvió a alzar el palo y descargó con toda su fuerza sobre la cabeza de la chica. La gorra se cayó dejando ver la mata de pelo rubio, pero ahora manchado de un potente rojo que en la oscuridad parecía brea.
—Bueno, llévenla al túnel. Tengo hambre—ordenó Lorenza.
Los hombres la arrastraron hasta el desagüe y ahí la trocearon como un cerdo. Su ropa la usaron para alimentar las llamas del bidón oxidado y así cocinaron la carne. Les supo muy bien, ¿Y cómo no? Tatiana era una chica muy dulce.

Autor: Tomás Cárdenas

Sobre el autor

Thomasius_2000

5 comentarios en “Hambre”

  1. Ay, dios, Thomasius!!! Es un relato horrible (BUENÍSIMO)!! Mira, me imaginaba que la rubita iba a acabar mal pero aún así no podía dejar de leerlo, lo devoré todo (¡!) de principio a fin. Puedo sentir que disfrutaste muchísimo escribiéndolo y se te encogieron las tripas, y también un mensaje amargo de fondo tras lo horrendo de la situación, en tanto en cuanto la empatía con los caníbales está permanentemente fluyendo (por lo menos para mí). Empatía desde el sillón de mi sala de estar, casi como la de Tatiana cuando es presa de la repugnancia y le asquea ensuciarse las manos. El final es un giro truculento de una radiografía real… la resistencia de los seres que son víctimas de algo y de sí mismos, habiendo quedado reducidos a escombros humanos, revelándose como predadores de su propia especie. Lo clavaste, parcerito. Me encantó.

    1. Hola Reyes, me alegro mucho que te haya gustado, y sí, me la pase muy bien escribiendolo. La idea surgio de una noticia aca en Colombia de que en Medellin encontraron una secta canibal en las alcantarillas y todo hizo clic jejejeje.
      Un saludo.

  2. Excelente relato.

    Creo que es muuuy corto. Jejeje. Quedé con ganas de más. Como dice Reyes, lo vi venir, pero en el fondo quería pensar que todo iba a salir bien y que era uno el que se hacía las ideas solo. Las conversaciones, me parecieron de lo mejor, la parte más real del relato. Me dio algo de hambre, vuelvo al rato.

  3. hola esta genial!! y mira que no me suele gustar estos escritos tan tan asi, pero esta tan bien escrito, tan bien hilado, tan , tan natural que es imposible parar. Me parece genial, un saludo.

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