Capítulo 0.- Al anochecer del 11 de mayo, en la carretera.
Billy – Mirando los ojos de su amado.
—¡Me haces tan feliz! ¡Sí, claro que sí! ¡Te amo tanto, Billy!— Dijo Ana en un suspiro, tan rápido que al terminar de hablar se quedó sin aire.
Entrelazó los dedos a los de su amado y juntó su frente mientras reía tratando de recobrar el aliento. Su pecho se había calentado y había perdido la concentración. De sus ojos, unas lágrimas saludaban con regocijo la feliz propuesta que acababa de aceptar.
«¿Seré capaz de matarla?», se preguntó Billy con tanta fuerza que su recién prometida sería capaz de ver la pregunta escrita en su rostro sino hubiera estado ciega de amor.
La última vez que se besaron fue sobre el capó de su vehículo. Ana, en su vestido azul, sonriente sujetando la punta de su cabello, enrollándole como si fuera un resorte, una manía que le permitía pensar en la presencia de su amado. Este, a su vez, la sentía regocijarse. Billy estaba de pie junto al coche, su vista hacia la nada en el nebuloso paraje que había escogido, con las manos en sus bolsillos.
—¿Ya pensaste en un padrino? No sé quién será mi madrina. ¡No puedo creerlo! ¿Estoy soñando? ¿Es esto un sueño?
«¿Seré capaz? ¿Seré capaz?», se escuchaba reverberar en la mente de Billy.
—¿Quién pudo haberlo imaginado?— Le preguntó Ana, que ignoró la cara de preocupación de su prometido.
Billy se sacudió como si despertara de una pesadilla antes de que entendiera que Ana le había hecho una pregunta.
La noche estaba llena de estrellas. Una lámpara que alumbraba la vía los dejaba mirarse el uno al otro, pero si caminaban unos metros fuera de ella, la oscuridad los engulliría. A su alrededor la brisa helada levantaba el polvo del camino sin pavimentar. Eso y un búho ululando eran los únicos sonidos que acompañaban a la feliz pareja. Ana cerró la cremallera de su chaqueta hasta el cuello.
—¡Es de locos! Incluso ellos son mayores que nosotros y andan peleando, pero nosotros no seremos así ¿Verdad?
—Te prometo que…— Billy, que miraba hacia abajo, se quedó callado un segundo y evaluó sus próximas palabras —No seremos como nuestros padres.
Al terminar una silenciosa lágrima cayó por su mejilla.
Ana trató de abrazarlo, pero él dio un brinco cuando se acercó.
Ella juntó las manos y acarició el anillo de compromiso.
«El verde de la piedra hace juego con mis ojos — Pensó ingenua. Su corazón saltaba de alegría. — Hubiera preferido que se no pusiera de rodillas y que le pidiera a alguien que nos hiciera un video, como Harry, en vez de traerme al lugar más solitario que se le pudo ocurrir.»
—Harry es un imbécil— Soltó, con un bufido Billy mientras apretó la mano en su bolsillo.
La brisa los impactó a los dos. Ana tuvo que arreglarse el cabello que se había pegado a su cara. Miró a su prometido con la boca abierta. Ahora ambos estaban de frente, pero el oscuro paraje no le dejaba ver la expresión de su rostro, así que ella imaginó que bromeaba, aunque aquello no le parecía nada gracioso. La brisa arrastraba las palabras más suaves.
—Antes de venir, el muy imbécil me dijo algo, que no puede ser verdad. —
Al hablar Billy miraba a la nada. Ese no era el de siempre, ese era el hombre que se había puesto de rodillas ante ella y le había pedido que unieran sus vidas en una sola. Sus ojos se cruzaron por fin. Ella distinguió algo diferente. Había algo rojo en su retina, como un pequeño punto de luz, una luz que se fue apagando hasta desaparecer. Ella trató de bajar del capó del auto, pero él se acercó sin dejarle espacio.
—¿Eres… como Harry? ¿Me harás lo mismo que le hizo a Raquel?
Al terminar de hablar, Ana mostró sus manos tratando de apaciguar a Billy, sin lograrlo.
—¿Harry? ¿Raquel? ¿No querrás decir el señor Harry? ¿O la señora Raquel?— Le respondió su futuro esposo con la voz cargada de ironía.
Una corriente fría recorrió la espalda de Ana y se detuvo en la nuca.
—¿Quieres saber lo que me dijo?
—Cálmate, Billy, me estás…
Billy sacó las manos empuñadas y golpeó el auto junto a ella.
—Bebé… Claro. No quieres escucharlo, porque ya sabes lo que me dijo. ¿No es así?
Ana buscó algún destello de broma en su mirada, pero no pasaron dos segundos antes de que se diera cuenta de su cara inexpresiva. Tomó a su novio de los hombros y se aseguró de bajarse para estar de pie junto a él. Contuvo la respiración y miró alrededor. Las únicas luces que estaban encendidas en kilómetros eran las del auto que los había llevado lejos de toda civilización. Las estrellas eran sus únicos testigos.
—Él dijo…— Empezó Ana.
—¡Él dijo… !— Gritó Billy.
Ella miró al interior del carro.
«Tal vez las llaves estén dentro.» Pensó Ana.
—No, bebé. Las llaves están en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, en el derecho tengo… creo que ya lo sabes. — Billy habló muy rápido.
El cuerpo de Ana se entumeció. Sus piernas eran de plastilina. Sus lágrimas corrían como vinagre.
—¡Ya veo que lo sabes!— Soltó Billy sonriendo.
La cara de Ana cambió a una seriedad absoluta.
—Aquel día, estábamos en la floristería…— Dijo Ana despacio, con la voz quebrada.
Billy giró el cuerpo y se alejó dos pasos.
La oscuridad y él se hicieron uno.
Sus corazones estaban muy lejos el uno del otro, pero podían oírse. Al menos él podía oír lo poco que quedaba de Ana.
—… Te dije que te veías hermosa de blanco y tú me dijiste algo… ¿Qué me dijiste?— Billy volteó hacia ella. Su voz carecía de fuerza.
—Billy… — Ana puso sus manos entre ellos y trató de echarse hacia atrás..
—¿Qué me dijiste?— Billy dio un paso al frente. La voz crecía.
—No puedes hacerlo, Billy. Por favor. — Las lágrimas de Ana recorrían sus mejillas.
—¿QUÉ ME DIJISTE?
«Se ve peligroso. Quiere matarme. Debo matarlo antes de que me mate a mí.» Pensó Ana.
—¡Por favor!— Suplicó Ana posándose en sus rodillas.
«Hay una piedra en el piso, quizá pueda tomarla y tratar de defenderme, pero él es más fuerte que yo. Puedo salir corriendo, pero podría alcanzarme. Puedo entrar en el auto y llamar a la policía y esperar. No. La mejor opción es rogarle, no entiendo por qué hace esto. Él debe amarme. Él me ama. Debo usar eso en mi ventaja.» Pensó Ana mientras suplicaba.
—¿Me amas?— preguntó Ana, envuelta en lágrimas.
—¡Con toda mi alma! Por eso es que voy a hacer esto. Yo sí te mataría.
—¡Eres un monstruo, Billy!— Gritó la muchacha.
Ana seguía de rodillas y no le dio tiempo de reaccionar.
Billy dejó que Ana viera de reojo la navaja de Harry en sus manos antes de que ésta desapareciera por completo de su vista.
Como un tigre se abalanzó sobre su prometida. Una vez sobre ella el chico dudó antes de dar la primera estocada. Ana trató de buscar algo en el piso para defenderse. Se tiró de barriga a la tierra y trató de arrastrarse para salir de su agresor. En la oscuridad divisó un montículo de lo que podría ser una piedra. Se estiró hasta su salvación y sujetó con fuerza el pedazo de arena compactada que se deshizo en su mano.
La primera puñalada fue la más dolorosa. Ana siseó como una serpiente. Volteó y logró arañar la cara de su prometido.
El metal rasgó la piel y el frío entró en ella.
Volteó para ver a su agresor, aún dudando que aquella persona que le había prometido amor eterno hubiera sido capaz de herirla. Billy se había convertido en una silueta negra de ojos rojos. La chica gritó pidiendo ayuda, lloró con toda sus ganas y se abrazó al dolor. Billy seguía, sin aliento y con desespero clavando el arma, una y otra y otra vez en su estómago.
El cuerpo de Ana reposó junto a la puerta del auto, acostada con los ojos cerrados. Era una bella durmiente con cincuenta agujeros.
Billy dio unos pasos atrás aún con el arma homicida en su mano ensangrentada, cayó de rodillas y gritó y gritó hasta que no pudo más. Sus lágrimas rodaban mejilla abajo hasta llegar a su boca amarga de desesperación. La navaja cayó al suelo y se perdió en la oscuridad.
Billy aulló como un lobo a la Luna. Se maldijo, también maldijo a Ana, a Raquel, a Harry, incluso al oficial Díaz y al oficial Moreno. Luego se tiró al suelo y se arrastró como lo haría un cerdo en un chiquero. Como si el dolor estuviera en su piel y lo pudiera arrancar.
Cuando recobró un poco la noción de las cosas se miró las manos, rojas y pegajosas de la sangre de la mujer a la que había asesinado.
«Me he equivocado.» Pensó el flacucho en medio de su desesperación.
Sin dejar de llorar tomó el cuerpo de Ana y lo cargó en la oscuridad. El peso de la culpa lo hizo caer de bruces. Sabiendo que no podía con su bella durmiente sacó las llaves.
De la cajuela de su vehículo sacó una pala y una linterna. En medio de la maleza a unos metros de la carretera empezó a cavar. Los brazos le temblaban y los latidos de su corazón lo hacían ahogarse.
«No puedo cargarla. No quiero tener que arrastrar su cuerpo.»
Una vez más reflexionó sobre eso, pero sólo que esta vez no estaba lloviendo.
El tiempo pasó sin que se diera cuenta. Billy trató de cavar un hoyo, pero al solo tener una pala y ser un debilucho no pudo avanzar pese a su tremendo esfuerzo. Lanzó la pala a la oscuridad y volvió a gritar a todo y a nada.
Sus lamentos no le dejaron percatarse de lo que sucedía frente a él.
—No llores—. Le dijo una voz en medio de la oscuridad. —¿Quién pudo haber imaginado que tu teoría era cierta después de todo? Me salvaste, bebé, aunque arruinaste mi vestido favorito.
Trató de secar su cara, empapándose de sangre. Cuando abrió los ojos, vio el cuerpo desnudo de una mujer. Su piel cubierta de sangre, incluyendo el cabello de su cabeza y las uñas de sus pies.
—Tu novia es muy afortunada de que le compres unas flores tan hermosas— Le dijo la mujer.
Billy se levantó con dificultad, la sujetó del rostro rojo y pegajoso. Secó sus lágrimas con una sonrisa.
—¡Ana! ¡Temí haberme equivocado!
Autor: Alex Pallares