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La lluvia azotaba mis hombros mientras avanzaba del trabajo hacia mi casa en esa tarde gris y nublada. No era un día diferente a los demás, al menos hasta que percibí algo.

Algo me perseguía.

En un principio, creí que era una ilusión provocada por las luces de la calle y la lluvia que caía, pero algo en mí no podía ignorar la sensación de ser seguido. Intenté sacudir la cabeza para despejar mi mente y continué mi camino. Al llegar a casa, no pude evitar dejar la luz de mi habitación encendida.

Esa noche, el sueño se me escapó.

Los días transcurrieron, la lluvia persistía, las noches se volvían insomnes, y mi caminar se volvía cada vez más pesado. A menudo, miraba por encima de mi hombro, pero lo que fuera que me seguía eludía mi mirada con astucia. Mi forma de caminar se convirtió en una rutina, un ritual paranoico del que no podía liberarme. Comencé a cuestionar mi propia cordura, pero la siniestra idea se arraigó en mi mente. Todas las noches de camino a mi casa algo estaba tras de mí, aunque nunca podía explicar qué era. Trabajaba cuidando mis espaldas, pero la sensación se hacía más fuerte en las noches. En otro día de caminar vigilante, como de costumbre, un relámpago desgarró el cielo. El estruendo me hizo saltar, y el rayo había dejado inoperantes las luces del camino a casa. Mis manos temblaban de frío, o tal vez de miedo, no lo sabía. Caminé con sigilo, y la extraña sensación que me había impedido estar calmado desapareció momentáneamente, tal como había llegado.

Esa noche, a oscuras, finalmente pude dormir.

Al amanecer, me levanté de mi cama gritando. No era otra cosa. La sensación de que algo me perseguía se renovó cuando la luz del sol entró por mi ventana. Pensé que al quedarme dormido por fin, me había alcanzado; ahora estaba conmigo en todo momento, había entrado en mí, en mi alma, en mi cabeza. Mis oídos repiqueteaban, como si una cucachara se hubiera metido. Clavaba mis uñas en las mejillas y golpeaba mi cabeza contra la pared tratando de desprenderme de eso que me atormentaba. Mis vecinos alertaron a las autoridades mientras yo gritaba y lloraba en un rincón de mi habitación. Rompieron las puertas de mi casa para llegar hasta mí y me obligaron a levantarme en contra de mi voluntad. Les pateaba y mordía, resistiéndome a salir de mi habitación hasta que mis fuerzas me abandonaron. Yo les explicaba lo que sentía entre gritos y alaridos, tratando de desahogar la intensidad de mi tormento, pero sus risas se mezclaban con sus intentos de calmar la situación, creando un caos que aumentaba mi angustia. Entre risas sólo repetían una frase:

— Solo es tu sombra.

Autor: Alex Pallares

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2 comentarios en “Escio”

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