Cuando rompes mi karma

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Me encanta pasear por los supermercados, sobre todo en un día asfixiante como hoy. Fuera el calor hace gritar a las chicharras, el asfalto quema la planta de los pies a través de los zapatos y la gente camina buscando la sombra en un juego no pactado por la supervivencia. Puto calor. La camiseta se me pega a la carne, sudo, la ropa me roza las axilas y la parte interna de los muslos provocando desagradables eczemas que perduran todo el verano. Si, estoy gordo, la grasa no ayuda con el calor, pero compensa en invierno cuando los delgaduchos tiritan mientras yo mantengo la manga corta. Llegará la nieve y entonces seré yo quien ría. Mientras tanto sobrevivo en los centros comerciales y los supermercados. Aquí da gusto. Todo está limpio, cada tipo de comida ordenado en estanterías, cubierto con bandejitas, celofanes, paquetes y envases de llamativas formas y colores. ¿Y el aire acondicionado? Joder, menudo invento; no entiendo cómo ha llegado la humanidad hasta hoy en día sin aire acondicionado. Puedo ir de mi casa al super y volver sin exponerme al calor. El progreso, que grandísimo invento. No hay nada igual a recorrer los pasillos empujando un carrito que puedes llenar con todo lo que te apetezca; snacks, chocolatinas, pepinillos, dulces y cervezas. De todo tipo, todos los sabores, tamaños y marcas. Habitualmente no me contengo. El supermercado es zona libre, es mi simposio particular. Uno de mis descubrimientos mas queridos fue la palabra simposio que proviene del griego y traducimos por banquete aunque su significado real es mucho mejor; significa propiamente reunión de bebedores. Los griegos, a pesar de no disponer de aire acondicionado, si que sabían vivir. Cualquier invitación o banquete de cofradía religiosa u otro tipo de asociación tenía dos partes; en primer lugar se hacía una buena comilona y después se procedía a la ingesta de bebidas, vino sobre todo, mientras se atendían toda clase de distracciones como conversaciones, adivinanzas, actuaciones musicales, espectáculos de danza, juegos, etc. Todavía se conserva en nuestros días, en los países que de verdad tienen calidad de vida, muy descafeinada, la tertulia, pero lo de los griegos clásicos era otro nivel. En fin, que en mi particular simposio me permito degustar un poco de esto y un poco de aquello mientras paseo, voy echando los envoltorios en el carrito y en caja ya se encargan de hacerme la cuenta. Hoy algo está incomodando mi paz habitual, rompiendo mi karma de consumo descontrolado. Es un pequeño hombrecillo mal vestido con uniforme de guardia de seguridad que seguramente haya heredado de su hermano mayor y todavía no se ajusta a sus imperfectas hechuras. Tiene cara de rata y movimientos erráticos de cucaracha; mala combinación. No es ya que me desagrade su presencia, puede estar presente si quiere, pero en otro lugar del supermercado. Lleva siguiéndome un rato, a pocos pasos, apuntando en su mano lo que voy consumiendo. Me está poniendo de los nervios. ¿Qué piensa?, ¿Qué le voy a robar? Ya me jode. Llevo años recorriendo estos pasillos, me he dejado en este supermercado una pasta y ahora me acusan de ladrón. Inaceptable. Intolerable del todo. Humillante y difamatorio. Execrable. Me vuelvo y me planto delante de él. Me mira. Le miro. Le sudan las manos y la tinta desdibuja la letra infantil con la que ha ido apuntando mi menú. ¿Quién suda con este aire acondicionado perfecto? Me asquea enormemente. ¿Cómo se hace aquí la selección de personal? deberían echar al responsable. Mantenemos la mirada mientras doy bocados y mastico en sus narices una chocolatina. La echo al carro mordisqueada y tomo otra, le doy un bocado y la echo al carro para coger otra y morderla sin tan siquiera quitarle el envoltorio y la echo también al carro. Babeo chocolate y barquillo delante de su cara. Duelo de miradas. Entonces se desata el apocalipsis. El hombrecillo toma mi carro e intenta llevárselo, yo me pongo delante y le impido avanzar, el empuja, yo empujo. Es pequeño pero fuerte el cabrón. Estamos en un punto muerto. Veo que se está poniendo colorado por el esfuerzo. No es que yo tenga mas fuerza, es que estoy delante del carro y peso 120kg. Suda, aprieta los labios. Veo el momento y me aparto. El carro, liberado de mi presencia, avanza ante el empuje del hombre rata chocando a toda velocidad contra un estante de chocolatinas. El impacto es brutal, el hombrecillo ha dado con los dientes contra algo y sangra. Hay chocolatinas por todos lados. Me siento a su lado mientras él intenta asegurarse que tiene todos los dientes. Tomo chocolatinas del suelo, las muerdo y se las lanzo mientras le grito -apunta esta, y esta y esta otra- El hombre se cubre como puede de la granizada que le está cayendo. El alboroto no ha pasado desapercibido y más esbirros se acercan por los pasillos hablando por los intercomunicadores en busca de ayuda externa. Me aprovisiono de proyectiles que les voy lanzando mientras me parapeto tras la estantería caída. Parece que los CripsRoolRokets son los más efectivos, aunque no mis preferidos porque llevan demasiada leche y la lactosa afecta gravemente a mi temporalidad para acudir al baño. Aun así, como proyectiles van de lujo. No voy a resistir mucho, me han rodeado y el cara de rata les incita con sus gritos ensangrentados. Fuera aúllan las sirenas. Mal asunto. Nuevos uniformes acuden y me veo claramente en desventaja. El cerco se cierra, me quedo sin munición. Aprovecho para comer alguna de las chocolatinas en detrimento de mi arsenal pero a favor de mi salud mental. Sucumbo. Me aprisionan. Grito -¡Hijos de puta!-. Me sujetan y me arrastran al puñetero calor del exterior. No pienso volver a este supermercado. Espero que el coche patrulla tenga aire acondicionado.

Autor: Ignacio Chavarría

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Ignacio Chavarria

5 comentarios en “Cuando rompes mi karma”

  1. Hola, Nacho. Ayer recién lo sacaste lo leí con ganas. Me gustó muchísimo. Me recordó un poco el personaje a Ignatius, el de La Conjura de los Necios. No pude despegar los ojos hasta el final !!!

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