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Me di cuenta ya de adulto de que mis emociones no eran normales. Rectifico, no eran mis emociones lo anómalo o distinto, sino mi forma de vivirlas, así como lo que me provocaban. Durante mucho tiempo pensé que la ira, por ejemplo, dolía en el cuerpo a todo el mundo; que realmente dolía físicamente, como si uno tuviera las venas y las arterias echando fuego bajo la piel. Pensaba que la ira le entumecía a todo el mundo los dedos de las manos, hormigueándolos, volviéndolos rígidos igual que garras. Pensé que era una experiencia común a todos los mortales la necesidad de agarrar algo muy fuerte para calmar ese dolor, de apretar, de pulverizar y de romper, siempre. Igualmente, pensé que todo el mundo me entendería al describirles una disociación mental. “Esta claro que las emociones muy intensas tienen ese poder” me decía —es que ni me planteaba que pudiera ser de otra forma—, “el poder de sacarte de ti y que tú veas todo lo que ocurre desde fuera, como en una película”. Y claro, resulta que no. De un modo muy amoroso, gracias a la vida misma, fue que me di cuenta de que no, la mayoría de personas no me entendía. Digo “de un modo amoroso” porque caí del guindo escribiendo, cuando a través de mis personajes yo describía las cosas tal y como las experimentaba. Fue amoroso porque nadie juzgó a mis personajes (y por extensión nadie me juzgó a mí), pero había una cantidad considerable de personas que, después de leerme, me comentaban que lo descrito (que para mí era lo normal) les había llamado de forma poderosa la atención. Para ellos era una dimensión fascinante. Y ahí quedé en shock; agradecido pero en shock, y empecé a ir hacia atrás en toda la madeja emocional de mi vida, recapitulando, comprendiendo que “mi manera” interna de procesar no era entendible generalmente. Creí comprender muchas cosas entonces. De niño frustra mucho que no te entiendan en “algo tan fácil de entender que le sucede a todo el mundo”.

Para todo hay etiquetas y diagnósticos, desde luego. O eso supongo. Hoy en día se oye y se lee mucho una etiqueta que es: “persona de alta sensibilidad”. Perdón, pero me parece una falta de respeto decir que hay gente que tiene los ecualizadores altos en esta cuestión y gente que no. Está muy bien que uno sea consciente de su propia sensibilidad, pero por qué asumir que, si mi sensibilidad es “alta”, existe alguien “al otro lado” cuya sensibilidad no sería “tan alta” como la mía. Aparte de que “sensibilidad” no siempre significa “grado en el que a uno le afectan las cosas”, en absoluto. El grado en lo que te afecta algo tú lo puedes interiorizar y hacerte consciente de él, enfrentarlo; en cierto sentido puedes elegir, o pensar que eliges: “me gustaría fortalecerme en esto o en aquello”. Culpa de cosas como esta es que se señale a personas sensibles como personas débiles. En absoluto. Sensibilidad es capacidad de sentir, ni más ni menos; una persona puede ser muy capaz de sentirlo todo, pero también puede haber tenido una trayectoria de vida en la que se haya fortalecido mucho. En la opinión de mi corazón, alguien que ha conservado intacta su sensibilidad a lo largo de años, años y años es, de hecho, una persona fuerte. Aunque ahí entraríamos en qué significa para cada uno ser “fuerte” o “débil”, y eso ya es abrir otro melón. Pero bueno, lo mismo que quien elige mantenerse inocente lo hace por inteligencia y no por ser iluso, pues esto es igual. Qué te cuento, grandes confusiones populares.

Yo no hablo de eso. No hablo de que yo fuera “más sensible” que el resto. Simplemente mis emociones se trasladaban al cuerpo, de forma habitualmente desagradable. Y eso hacía lógico la necesidad de “hacer” cosas, como por ejemplo agarrar un objeto muy fuerte, romper algo, gritar. Era lógica la necesidad imperiosa de liberar al cuerpo, de hacer “algo” con las sensaciones físicas desagradables, a ser posible sin hacer daño a nadie. A ser posible, por ejemplo en el caso de la ira, que un ser vivo jamás se convierta en el OBJETO de la misma.

Desarrollé una mala relación con mis propias emociones no agradables, durante mucho tiempo. Hoy creo que tener una buena relación todas las emociones es lo que le lleva a uno más rápido a estar en paz, que es muy parecido a estar feliz. Y no definirse en estas emociones. Una persona no es mala por sentir ira, asco, odio.

El odio, ese gran enemigo amigable. Esa ironía. “No soporto amarte, y al mismo tiempo no puedo olvidarte sin morir”, para mí esto es odiar. Es amar en el más profundo extremo negativo posible. Y aquí pasa lo mismo que con el “objeto”: ¿odias a alguien, u odias lo que alguien (te) hizo?

Pero volviendo a lo anterior, y también a esto de las peligrosas confusiones comunes que son como minas antipersona, ojalá a todos los niños les enseñaran (en casa, en los colegios), que el control emocional no es reprimir, sino conocerse, y no dejar de quererse por pensar que uno es “malo” por sentir esto o aquello. Después de todo, emoción que uno niega es emoción que a uno le somete. Y por mucho que uno condene o niegue, o incluso criminalice en sí mismo o en “otro” (el otro que se transforma por arte de magia en uno mismo, y viceversa), uno no va a dejar de reaccionar en su espejo interior.

Mucho antes de ser consciente de todo esto, yo ya había empezado a “hablar” a través de mi cuerpo. Lo cual tiene que ver, seguramente, porque en grados intensos de emocionalidad no sabía expresarme de otra forma (esto es, con las palabras). Crecí en un entorno donde la violencia era una forma de comunicación para mis figuras referenciales, si no la de rigor. Mi manera extrema de vivir lo que sentía, unido a factores ambientales, creo que es lo que conformó la etiqueta “trastorno límite de personalidad” que me diagnosticaron a los dieciocho, después del que fue mi primer intento de suicidio. Me autolesionaba a escondidas desde los catorce. Experimentaba crisis de fragilidad abismales y disociaciones constantes. Aunque mis disociaciones, gracias a dios, no eran tan graves como para, por ejemplo, tomar el autobús y aparecer en la quinta chimbamba sin saber lo que hacía ahí.

Leer era una razón poderosa para seguir vivo entonces. Y escribir era la atadura a la “realidad”.

Aun hoy no comprendo qué es la realidad sin el sujeto que la vive. Creo en tu realidad, en mi realidad, en la de él, ella, elle. Pero no en “la realidad” como mágica entidad per se, como ideal al que todos debemos atenernos para no estar (o parecer) locos. Esa es mi llave personal para el realismo mágico cuando balbuceo en ese género. No existen los moldes en el mundo vivo.

Leer me salva la vida y escribir me salva la consciencia, la autoconciencia donde comienza todo, previamente incluso al punto de vista. Por eso sigo haciéndolo, porque lo necesito. Y porque disfruto al crear puntos de vista y puntos de fuga, al jugar conmigo y con lo de más allá… en toda forma y esencia buscando lo que vive “más allá” de mí.


Me llamo India Kastro y tengo veintiocho años. Si la escritura es mi amante, la música es mi esposa. Durante mucho tiempo, la música fue mi amante también (afortunado yo), pero me casé con ella el día que Matt me empujó, de forma casi literal, al escenario del Madison Square en un evento multitudinario. Tocaban varios artistas, algunos increíbles y todos atemporales. Yo tenía pánico escénico; rectifico, tengo pánico escénico (aunque en estos últimos meses procuro pensar que lo controlo un poco, si es que eso se puede controlar), pero tal circunstancia a Matt le dio igual. Pasó por encima de ello. Supongo que pensó que, si yo continuaba esclavo de mi miedo toda mi vida, jamás tocaría delante de nadie. Y me figuro que él tendría poderosas razones para considerar que yo no podía irme al otro barrio sin tocar y sin cantar delante de otra gente. Por otra parte, Matt es una vieja leyenda del rock (en términos de todo lo que es respetable), y ya lo era entonces. No le costó nada que me hicieran un hueco en aquel evento, porque tenía y tiene amigos en todas partes. Si no amigos, personas que le idolatran, ya sabes cómo son estas cosas. Así que lo amañó todo a mis espaldas, me llevó de viaje, me pidió que no me dejara la Fender en casa, y el resto ya lo sabes.

Bueno, no. No lo sabes. Al instante después de que Matt me soltó ahí, sentí que se me cerró la garganta. Casi vomito y me meo de miedo en el sitio. Me quedé clavado en el escenario, cegado por las luces, la camiseta pegada al cuerpo por el sudor y yo queriendo desaparecer tras la tela empapada y tras los latidos de mi corazón. Te he hablado antes de las sensaciones físicas asociadas a la ira sólo porque la ira me parecía el ejemplo más básico, pero ay, del miedo qué decirte. El miedo es la emoción que, por desgracia, siempre ha gobernado mi vida.

No sé cómo logré respirar y pasar a través de mi propio miedo entonces, pero al final arranqué. Canté una canción cuya letra es estúpida; se titula “Sacaré sangre”, no sé en qué momento se me ocurrió que sería la mejor opción. Además, la putada más grande cuando tengo mucho miedo en mi cuerpo es que al final de todo me da risa, lo cual era muy fácil que me pasara con semejante truño de letra y por supuesto yo lo sabía, pero no sé, soy tonto.

Puede parecer una contradicción lo de estallar en carcajadas cuando estoy aterrado, lo sé, pero tiene sentido. Imagino que es algún tipo de defensa histérica porque sencillamente no puedo soportar lo que siento dentro. Dentro, encima, debajo de mí. Hay algo horrible que ocurre con esto, y es que de pronto mi mente me dibuja un chiste. Las disociaciones pueden ser chistes de humor negro cuando ves todo el cuadro desde arriba y el cuadro es un chiste. Por ejemplo, cuando murió mi abuela y fuimos al tanatorio, entré a la habitación donde estaba ella y me encontré a mi tía rezando el rosario al lado del féretro. Sucedía que mi abuela estaba irreconocible con aquel sudario puesto, porque apenas se le veía la cara y además le habían quitado la dentadura postiza. Y de la ausencia de expresión en su cara qué decir. Realmente no parecía ella; yo pensé que NO era ella, así que le dije a mi tía (procurando ser discreto porque, joder, menudo marrón) que se había equivocado de muerto. Mi tía me miró como si yo estuviera loco, y entonces me empecé a reír, en parte por el cuadro pero sobre todo por escuchar esa vocecilla interior que me decía que sí, que era mi abuela quien estaba ahí, despojada de todo y sin ser ella pero de cuerpo presente. No quería creerlo. Yo adoraba a mi abuela. Salí de allí corriendo, me escondí en los cuartos de baño del tanatorio, me encerré en uno de los cubículos y reí, reí libremente, lloré, reí, inutilizado por completo para volver a salir al ruedo y para llevar a cabo cualquier interacción humana.

Pero sabes, ni siquiera la risa me incapacitó para seguir cantando en el Madison. Tuve una disociación tremenda en plena actuación y solo veía luces danzando y gente coreando furiosa el estribillo del “sacaré sangre”. Es una canción tan unga-unga que te aprendes la letra enseguida; al final esto me dio una baza a mi favor.

No sé si llegué a disfrutar la actuación. En mis recuerdos de aquello, siento que sí. Era todo muy loco, loquisimo; yo solo en pelotas mentalmente, sin trampa en absoluto, sólo acompañado por mi guitarra y por un tío que había detrás de mí improvisando a la batería. Loquísimo todo.

Recuerdo la chispa de lucidez de haber pensado que ojalá mi hijo Leo hubiera estado allí para tocar la batería en lugar de aquel desconocido. En esos tiempos Leo tenía sólo diez años, pero ya tocaba de muerte, no te lo creerías.

Y también, mientras mi cuerpo y mi voz hacían lo suyo y mi conciencia sobrevolaba el escenario, me acordé de Nikki. ¿Estará él aquí?, me pregunté. Mi alma se incendió de forma brutal al verle cuando pensé en él, en sus ojos, en su forma de ser. El tumulto en el Madison era una ola encendida también; todo allí flameaba como antorcha de neón, y me volví loco al pensar que de pronto yo no estaba solo con lo que sentía, que sin saberlo había abierto la puerta mágica para que otras personas participaran de ello. ¿Te imaginas si llego a grabar un single del puto “Sacaré Sangre”, o este mismo vivo? Caray, ¡mi corazón gritaría a todo el mundo lo que yo sentía por Nikki y nadie lo sabría! Ni el mismo Nikki podría saberlo, pero en el fondo, en el lugar más íntimo y secreto donde lo vivo resuena, lo sabrían todos. Todos; todos los que me escucharan, sin conocer a Nikki siquiera, sin conocerme a mí, podrían SENTIR cómo él me hacía sentir a mí.

Días después de aquel evento al que me había arrastrado Matt, yo comprendería que, para mi suerte, acababa de encontrar otra manera de comunicarme a través de mi cuerpo sin hablar, usando la energía, las manos y la voz. La música era una forma de liberación que, a diferencia de lesionarme, no significaba hacerme daño. Y podía ser igualmente secreta. Si yo podía hablar de mis heridas sin hablar de ellas, entonces tal vez no necesitaría con tanta urgencia trazar en mi cuerpo las heridas invisibles de mi alma para no volverme loco. “Soy incapaz de poner en palabras cómo todo está doliendo, así que la herida física lo explica todo”. “Soy incapaz de liberar en palabras cómo todo está doliendo, pero la música lo explica todo”. En la música vibra y se transmite todo lo que es cierto. Así que, a partir de aquella actuación en el Madison, la música cobró la dimensión de ser el puente entre dentro y fuera, entre la selva psíquica sin palabras y el mundo tangible, entre el reino de los sentimientos y el reino de los sentidos. Certera e infalible, porque todos llevamos dentro el resonador de la verdad.

Pero volviendo a Nikki. Ese cabrón me gustaba de verdad y mi música lo estaba gritando, y la gente lo estaba notando, ¡y yo estaba feliz porque no tenía que explicar ni una sóla palabra! Mi amor por el bajista de los Ixxsam seguiría siendo el secreto mejor guardado en mi corazón, aunque yo, en aquel momento, pudiera vocearlo sin miedo a las casi veinte mil personas dispuestas a devorar el escenario conmigo. La música tiene ese super poder como lenguaje: ser de verdad y que lo entiendas, que tu corazón entienda y responda a todo lo que fluye por debajo de la melodía y las letras, sin importar necesariamente que las letras sean una estupidez. Es un poder mágico, del que seguro nunca podría yo hablar a nadie si no es porque ahora te escribo a ti.

A lo mejor te estás preguntando qué haces leyendo esto, o por qué cojones te estoy escribiendo. Créeme que muero por contártelo, pero antes debería hablarte un poco más de Nikki.


Conocí a Nikki una noche mientras paseaba por la calle. No fue nada especial en ese sentido; yo iba caminando, enfadado por algo que ahora no recuerdo, hablando solo porque pensaba que no había nadie allí. Odio cabrearme por razones obvias que ya te he contado, y creo que justo dije eso en voz alta, algo como que no soportaba estar enfadado. Y en aquel momento una voz me respondió: “has descrito mi vida”, y segundos después salió el bajista de Inxxsam de entre las sombras. Claro que entonces yo no tenía ni idea de que él era bajista, ni tampoco conocía su banda; yo solo vi un tío rarísimo plantado delante de mí. Pálido como el hijo pródigo de la noche, con el cabello negro cayendo en cascada para enmarcarle el rostro y aquella sonrisa canalla. Pensé estar viendo a un ángel negro que con toda probabilidad iba a asaltarme.

Luego, cuando se me pasó el pánico inicial, reparé en que sabía perfectamente quién era… y me volví a cagar de miedo, esta vez por razones fundamentadas. Se puede decir que le conocía de vista, y que de hecho huía de él por cómo trataba a todo el mundo. No me entiendas mal; ¡se notaba que no era un mal tipo! Se veía a leguas que el tío no tenía mala leche, pero era un temerario verbal con una labia que flipas. Era como el típico niño que está callado en clase pero de pronto suelta un comentario de tres palabras sobre alguien y todo el mundo se ríe. ¿Sabes lo que quiero decir? El gracioso deslenguado de turno, capaz de despedazarte sin contemplaciones con un par de zascas supuestamente amistosos y tan terribles como ciertos. Siempre que le veía, el tío estaba descojonándose y metiéndose con alguien, y para colmo caía bien. Me vas a decir que menudo cabrón con pintas, y sí, lo era, pero es que soy incapaz de argumentar con palabras por qué a la vez se percibía que el tío era una buena persona.

Joder, en el fondo ya me sentía cautivado por Nikki desde mucho antes de haber hablado con él aquella primera vez. En lugar de tratar de pasarle inadvertido y volverme invisible cuando él andaba cerca, me habría encantado ir de copas con él y tratar de averiguar por qué era así de raro. ¡Yo también era raro a mi manera, claro que sí! Me habría encantado conocerle en serio, pero le tenía demasiado miedo. No soportaba la idea de ser el niño de clase a quien hubiera desnudado delante de todos con sus zascas, el que habría terminado metido bajo la mesa deseando desaparecer.

Aquella noche en que nos conocimos, me invitó a un par de porros y terminamos en un antro súper extraño donde él iba a menudo, bebiendo y hablando de trivialidades. Se metió todas las drogas habidas y por haber pero, de algún modo inexplicable, conseguía mantenerse no sólo en pie sino sobrio hora tras hora.

Tras aquel encuentro nunca quedamos, pero al menos ya, si alguna vez nos veíamos por la calle, para mi terror, nos saludábamos. Y así, con el paso de los días, me fui dando cuenta de algo raro que pasaba y que eventualmente se tradujo en que yo le tuviera más miedo a Nikki todavía: me trataba de forma diferente. Ni idea de por qué, pero lo hacía. A mí me saludaba… con un respeto que quebraba todos los esquemas posibles. Te juro que él se transformaba. Nunca, jamás me hizo blanco de sus zascas. ¿Por qué? Pues eso era lo que me asustaba y me tenía infinitamente descolocado, que no tenía ni idea.

Supe que teníamos un amigo común, Dami. A Dami sí que Nikki le tenía breado absolutamente; le soltaba barbaridades sin cortarse un pelo, incluso se las gritaba desde lejos, seguro porque tenía la confianza suficiente como para eso. El Dami ni se inmutaba, a todo esto; se la resbalaba todo, como si a Nikki le daba por decir que su madre era una yegua. Lo cojonudo es que me constaba que Nikki quería a Dami, así que, por esta línea de razonamiento, llegué a la conclusión de que si a mí no me insultaba era porque yo no le caía bien. Increíble, lo sé, pero igual es que los zascas eran su manera torticera de mostrar afecto, yo qué sabía.

Yo pues a todo esto veía la vida pasar, sintiéndome gilipollas porque Nikki me llamaba más la atención cada día. Una parte de mí, una voz muy bajita en mi interior, me susurraba que, tal vez, si me trataba con consideración quizás era porque me había “visto” por dentro, como si pudiera saber cosas de mí (incluso las razones por las que huí de San Petersburgo) sin que yo le hubiera contado nada. Era fácil silenciar aquella vocecita interna, porque lo que decía era un sinsentido entonces… Ahora pienso que, de la misma manera que la música es una forma alternativa de comunicación, igual un músico puede “saber cosas” sin necesidad de que haya palabras incómodas de por medio. Y es que quizás sí; aún a día de hoy no lo sé con seguridad (no se lo he preguntado), pero quizá Nikki supo de golpe algunas verdades incómodas sobre mí y, como él también atesoraba sus propias verdades incómodas, decidió no acercarse a mí como una fiera, por mero respeto entre iguales y porque supo que podía dañarme sin pretenderlo. Jo, es que aparte de no soltarme puyas, incluso a veces me preguntaba si yo estaba bien, o me decía: “¿cómo te puedo ayudar?” Nunca, créeme que jamás había visto que Nikki le dijera eso a nadie, ¡era algo histórico! Por supuesto, cuando me preguntaba, yo solía contestarle con evasivas aunque me muriera por contarle toda la verdad.

Una noche, estábamos reunidos con Dami en un local que compartíamos los tres como un trío de okupas; La Casa Cochambrosa, lo llamábamos. Dami se había quedado dormido después de cuatro o cinco whiskies, y yo pensé que Nikki iba a caer a su vez redondo en el sofá, porque llevábamos mucho tiempo en silencio… pero entonces dijo algo.

—¿Os habéis preguntado alguna vez quiénes irían a vuestro entierro?

Aquello que dijo me pareció una salvajada. No porque lo juzgara; me refiero a que de golpe me preocupé, me preocupé infinito. De algún modo, aquella frase confirmó el temor que yo no había verbalizado ni siquiera hacia mí mismo, aunque desde hacía tiempo lo sentía: que Nikki llevara meses, años, caminando al filo sin decir nada. Sé lo que es ir por la vida haciendo equilibrismo para no matarte, conviviendo con la fuerte tentación de tirarlo todo por la borda y por fin “Acabar”.

No supe qué responderle a aquella pregunta, porque me sonaba falso tanto decirle un “sí” como un “no”, y no digamos un “no lo sé”. Estaba desencajado, y tuve miedo, mucho miedo, de que Nikki se levantara y se fuera del local después de haber dicho aquello. Porque pensé que si lo hacía, si se levantaba y se iba, a lo mejor no volvería a verle nunca más. Así que, guiado por tremendo impulso, dejando una vez más que fuera mi cuerpo quien hablase, me levanté yo y me senté con todo mi peso encima de él. Soy un tirillas pero no sé, era mi intento para que él no pudiera ponerse en pie y marcharse.

Se rio cuando hice aquello, y me preguntó si follábamos. Como por proponer el plan. Ahí no captó mis intenciones reales, o al menos no la intención de inicio, pero lo que me sugirió a bocajarro tampoco me pareció mal. Así que le di una calada al porro que aun sujetaba entre los dedos porque me había quedado helado, y le pasé el humo en un beso largo, respetuoso y sucio que hablaba por sí mismo. Un beso que no dejaba duda en cuanto a que sí, me parecía estupendo el plan, porque yo le deseaba muchísimo y estaría encantado de afinarle el bajo.

Y así nos enredamos. En un momento dado, Dami abrió un ojo y dijo con su acentazo italiano: “Desgraciados, idos a un hotel”. Y así lo hicimos. Bueno, o más bien subimos las escaleras hacia los pisos superiores de lo que antaño había sido un picadero de carretera. Pasamos la madrugada en una de las habitaciones; no recuerdo ya cuántos polvos pegamos.

A la mañana siguiente no le encontré. Me había dejado una pequeña llave de aspecto antiguo sobre el colchón, y a su lado una nota en la que había escrito “Kickstart my heart” con hermosa y cuidada letra. Me colgué la llave al cuello con un cordón, y me dije que, desde aquel día, para Nikki yo quería ser algo en territorio indefinido que podríamos llamar “su amigo de la llave”.

A la media hora regresó con una caja tamaño XXL de donuts, y en la puerta canturreó: “Bue-bue-buenos días, señor Kastro”. Me sentí feliz por volver a verle un día más, por aquella nota, por volver a abrazarle cuando trajo el desayuno, por ser su amigo de la llave y tal vez haber impedido que la pasada noche él hiciera una gilipollez.

Ni que decir tiene que yo seguía aterrado y mucho. Estaba decidido a disfrutar su compañía, su cercanía y todo el amor que yo sentía por él, pero también a no decirle jamás lo que él ya desde hacía tiempo significaba para mí.

Un par de semanas después de aquello —semanas en las que Nikki y yo seguimos enrollados— fue cuando Matt me montó todo el tinglado aquel del Madison Square Garden a mis espaldas.


Volviendo a aquella actuación, cuando por fin bajé del escenario (aún disociado), se me echó encima mi amiga Violet tras abrirse paso a codazos entre los agentes de seguridad. Me solté a llorar sobre su hombro, porque siempre que tocaba en los pequeños antros a los que iba alguna vez le regalaba un mechero, pero esta vez no tenía ninguno. Lo de regalarle un mechero a Violet cada vez que tocaba sin estar solo tenía que ver con la cosa del pánico escénico. Era una especie de ritual que nos habíamos inventado y que, de algún modo, me ayudaba un poquito a superarlo. Cuando iba a aquellos antros, en los que había cuatro gatos gracias a dios (gatos en la oscuridad, porque ahí no existían los focos deslumbrantes), pensaba en Vi y en la promesa tácita de haberle dado el mechero, que venía a ser que yo no me movería de las tablas, ni dejaría de tocar ni de cantar aunque me temblaran las piernas. Pero para el evento masivo del Madison yo no le había dado mechero alguno en promesa de anticipación, porque no sabía que tocaría, igual que ni mucho menos me podía imaginar las consecuencias de aquella actuación en lo tocante a florecer como un fenómeno mundial o algo parecido. Porque eso fue lo que pasó, y es que la fama es una mierda que no siempre depende de uno.

La noche del Madison, entre Vi y Matt me llevaron en taxi al hotel donde me alojaba. Yo había aparcado por ahí un coche alquilado, pero seguía demasiado aturdido para conducir.

Pensé que al llegar a la calmada habitación del hotel se acabaría todo; que por fin podría apoyar la puta cara en la almohada y cerrar los ojos, lo cual sería lo más parecido a descansar, porque estaba agotado físicamente aunque hubiera sido para mí imposible dormirme con la mente tan sobreactivada como la tenía.

Entramos los tres a la habitación. Todas las luces estaban apagadas y, cuando se encendieron de pronto, vi a Nikki delante de mí con su banda, el bajo colgado y sus manos sobre él. Mi hijo Leo salió corriendo de algún lugar y me abrazó tan fuerte que casi me derriba al suelo.

Sin decir palabra, Nikki me sonrió y empezó a tocar una canción con su grupo en la habitación del hotel. Cuando dije antes que la música puede transmitirlo todo aunque la letra de la canción que cantes sea idiota, no quería decir que la letra de una canción no pueda felizmente matarte.

La canción se titula “you are not your skin”.

“’Cause they don’t even know you,
all they see is scars.
They don’t see the angel
livin’ in your heart.
Let them find the real you
Buried deep within.
Let them know with all you’ve got
That you are not your skin”.

Y lo que quería decirte era esto, precisamente. Para lo que necesitaba contarte toda esta historia, era para esto. Y dirás: ¿por qué? Porque, en efecto, ahí entendí que Nikki sabía cosas. Nikki sabía casi todo sobre mí aunque yo no se lo hubiera contado; sabía de mis cicatrices aunque yo no se las hubiera mostrado nunca, igual que, seguro, tú ahora al leerme ya me conoces a pesar de que no nos hemos visto jamás. Todos llevamos dentro el resonador de la verdad. No haber visto, no haberse visto, no importa.

Pero, más que por todo esto, lo que necesito con toda mi alma que sepas es que a nadie de los que estaban allí, ni a Nikki, ni a mi hijo, ni a Vi, ni a Matt, le importaban un carajo mis cicatrices, en el sentido de que no veían algo malo en ellas que hablase de mí o definiese quién era yo.

Si tienes cicatrices es porque alguna vez has estado herido, y porque lo que sea que te ha herido no te mató.

De alguna forma, tal vez porque era músico, tal vez porque había decidido mirarme a través de su corazón, Nikki sabía eso… y me lo estaba diciendo todo sin decírmelo con aquella canción.

Sentí que quería dedicarle ese regalo a todas las almas posibles. No sólo dedicarte la canción en sí, sino todo lo que yo sentí cuando la escuché por primera vez en aquella habitación de hotel, después de haberme desnudado en el Madison a través de mi propia voz. Y por eso te escribí esta historia, alma idéntica y desconocida, para contarte la verdad. Una verdad que puede salvar vidas, o al menos salvó la mía desde aquel momento en que escuché esa canción, y lo hizo para siempre. Y creo que ya, llegados a este punto, las palabras mías sólo sobran.

Sixx A.M. -Skin ~Lyrics~ (youtube.com)

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

2 comentarios en “Skin”

  1. Es sencillamente maravilloso lo que acabas de escribir aquí. Puede que mucha gente que no haya vivido esta historia desde dentro no le llegue de la misma forma, pero para mí, que lo vivimos juntos me ha dado de lleno. Es muy fuerte que hayas sido capaz de concentrar en un texto tantas emociones vividas en esos tiempos, tantas no, todas. Es fascinante cómo has plasmado la historia más bonita de mi vida, que fue cuando conocí a tu precioso personaje y, gracias a eso, te conocí a ti.

    He tenido la suerte de seguir viendote escribir, de crear historias contigo, de verte ahora sí, diariamente, como haces tu magia con las palabras. La gente de este foro y de todos en los que tú estás tiene la suerte de poder verlo también.

    No dejes nunca de escribir, por favor, porque te gusta escribir, necesitas escribir, y la gente (entre la que me incluyo) necesitamos leerte. Eres magia, eres increíble. Gracias por escribir esto tan precioso, y gracias en su día por haberlo vivido conmigo. Ahora en el tiempo presente te doy gracias por seguir escribiendo, y te doy gracias por crear conmigo una historia real, nuestra historia.

    Te amo, para siempre. <3 <3 <3 <3

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