Es por eso

Di que te gusta
Tiempo de lectura:15 Minutos, 43 Segundos
¡Hola a quien lea!
 
Esto no es un relato en sí. Más bien es una carta de agradecimiento. Para empezar, si no nos conocemos, gracias por estar leyendo esto. Me hace feliz compartir contigo aunque no sepa que lo estoy haciendo. Y bueno, si sí nos conocemos o al menos sabemos el uno del otro pues qué decir!! Entonces debes de ser Morgan, Tomás, Alex, Antonio -si sigues viniendo a leer!-, Laura o Nacho, que somos los que solemos escribir por aquí. Y este es el momento (jajajjajaja) en que sudo la puta gota fría porque pienso que involuntariamente me dejé atrás algún nombre. En fin, estoy agradecida de corazón a todos.
 
Por qué este sentimiento de gratitud, quizá te preguntes. Por supuesto es hacia Literanoicos, pero va mucho más allá. En general me siento una persona muy afortunada. Tengo mucha suerte porque allí donde voy soy querida, eso es lo que siento. No sé si muchas personas podrían decir esto, pero yo sí. Aquí desde luego, pero también en otros lugares, en mi trabajo, en el pueblo donde vivo. Por primera vez -ya es, a los cuarenta y seis años- estoy completamente segura de que vivo en un lugar seguro, aunque eso es otra historia. Incluso hay personas que conocen los graves errores que he cometido en mi vida pero aún así me quieren. De nuevo, no sé si muchas personas podrán decir esto. Cómo no voy a sentir agradecimiento; en realidad esa palabra se me queda corta.
 
Me hace feliz sentir la vida así. Es, en verdad, como tener el «verano invencible» de Camus dentro de mí, siempre. Hasta en la oscuridad me siento en paz. El valor que tiene esto para mí es inconmensurable, porque yo fui una niña a la que tachaban de «insegura» (como si eso fuera culpa mía, es decir, me incentivaban -amablemente a veces, otras no tanto- a cambiar ese «rasgo» como si en efecto fuera una cualidad y no una consecuencia, como si me definiera). Si has leído «El niño maldito«, quizá te preguntes cuánto tengo yo que ver con Tomás en términos de identificación. Digamos que un 75%, porque yo tenía lesiones pero no porque me pegaran.
 
Decía que me hace feliz sentir la vida así, con el corazón pleno, con el corazón amado y amando sin miedo. Lo he formulado de esta forma a sabiendas, porque creo que uno puede elegir cómo sentir la vida. De hecho diría que es tanto un derecho como una responsabilidad. El ser amada me ayuda, pero creo que soy capaz de sentir la vida de este modo por el aprendizaje de amarme yo a mí misma, y con esto quiero decir amarme de verdad. No ha sido fácil para mí aprender esto, y es una tarea que aún no ha terminado.
 
Siento que en este mundo diario, loco, tan cotidiano como abotargante, se confunde amarse con darse una prioridad egoica. «Primero tú, tú y tú y solo tú». Vale, pero yo tengo que admitir que, sin los demás, yo no soy yo. No hablo de dependencia sino de un hecho. Yo no sería feliz en la isla de mi ombligo. Si me tengo que poner detrás de alguien que se cae hacia atrás, o a su lado para tomarle la mano, lo haré. Yo sé lo que es caer hacia atrás; sé lo que es lanzarse a un agujero por no ver más opciones, y también conozco lo que se siente al levantar la vista cuando estoy en el suelo y ver una mano tendida y unos ojos que no se priorizan porque me están dando su mirada y su tiempo, que me ven, que no me juzgan. 
 
Pues sí. Creo que cómo uno ve y siente la vida, su propia vida, su realidad, es importante para uno ser feliz. Diría que la felicidad está siempre viva en potencia dentro de uno. 
 
Aparte de dar las gracias, también quería hablar de algo, aprovechando que en este lugar maravilloso todos tenemos voz. No estoy muy cómoda hablando sobre mí, pero precisamente -ya lo decía Bukowski, me parece- la incomodidad es un motor excelente para escribir. Estar incómodo te hace vomitar cosas que tal vez sean necesarias, aunque sea para que quien te lea se ríe o pase un buen rato. La necesidad de reír está muy infravalorada, por cierto.
 
Iré al grano. Me gustaría hablar sobre salud mental, esa gran desconocida en boca de todos. Es un recurso muy en boga decir que todos somos muy progres y comprensivos, pero aún tenemos que girar y cambiar nuestra mirada en muchas cosas. Quería hacer el esfuerzo de hablar de mí porque lo siento como un acto respetuoso hacia otras personas; respeto verdadero, del que exige auto aplicarse consejos en lugar de repartirlos gratis. Todo el mundo tiene boca para hablar de los demás en salud mental, y en cuanto a los ojos y las orejas… a quién están mirando y escuchando. Cuándo fue la última vez que te miraste a los ojos a ti mismo, que te confrontaste, que te escuchaste. Detenerse para hacer esto tiene más que ver con amarse que esa cosa de «priorizate y que se jodan» que tanto se ve por ahí. Es que a veces… a veces no entendemos nada, pero bueno, en mi caso, «simio aprende», jeje. 
 
Hablamos de «salud mental» como si fuera algo ajeno y sólo perteneciente a otros.
 
Antes dije que era una niña «insegura». Durante mi infancia sufrí malos tratos y violencia intrafamiliar. No odio a mis padres; he podido llegar a quererles. Mi padre fue muy maltratado en su infancia, y no estoy hablando de excusas sino de mi recorrido para empatizar. Empatizar con quien te cae bien es fácil; empatizar con alguien que hizo algo que te dolió, que te destrozó, es más complicado. Yo adoro a mi padre. Siento mucha compasión por el niño que fue. Cómo no voy a sentirla.
 
Durante mi infancia no conocí el amor sino el afecto condicional. Esto es tremendo. Pienso que fue por esto, unido a mi estructura cerebral y de personalidad, que terminé desarrollando un desorden reconocido como TLP (trastorno límite de personalidad). TLP es un poco el cajón desastre (pero desastre total) donde entran infinidad de síntomas diversos, pero es verdad que hay un síntoma de sufrimiento que todos los afectados tenemos en común y es el «dolor del vacío». Gracias a dios yo ya no experimento el dolor del vacío -ese síntoma se ha ido; otros no-, pero haberlo experimentado es ahora una herramienta potente para entender a otras personas. Sé que el dolor del vacío existe. He indagado por qué se produce y qué es en realidad. Duele el vacío cuando uno siente tanto dolor psíquico que no lo puede soportar y entonces la mente propia protege no sintiendo «nada». Es como eso de que el hielo quema. 
 
Creo que este trastorno no se cura, aunque durante mucho tiempo pensé que sí. Se puede tratar, desde luego. Se pueden trabajar las disonancias cognitivas y las creencias de muerte en una terapia; es muy interesante, para mí fue como ir desarticulando minas antipersonas en el camino para poder seguir andando. Hice una terapia larga, porque mis síntomas eran en su mayoría autodestructivos y por lo tanto estuve muy grave, es decir, cuando quieres autodestruirte de hecho puedes morir. Esta mierda puede matar, desde luego que sí, lo sé bien. Casi me he ido con San Pedro en más ocasiones de las que puedo contar, y si se lo dijera a la mayoría de las personas de mi entorno cotidiano no me creerían. Pensarían que les estoy vacilando. «Pero cómo te vas a suicidar tú, Reyes, si eres la vitalidad en persona». Y es que tienen razón. A mí no me cuesta nada sonreír! Es verdad que disfruto viviendo! Pero mi cerebro tiene ya rutas y caminos que cuando se activan las alarmas no puedo eludir. Este trastorno no se cura porque, a mi modo de ver, a medida que pasan los años se hace imposible detener la impulsividad en según que cosas. Creo que Freud llamaba «pulsión de muerte» al arrastre emocional que concluye en el impulso imparable de borrarte. Entiéndeme, todos pensamos alguna vez «que pare este mundo de mierda que yo me bajo», pero una persona afectada de TLP no sólo lo piensa sino que, si llega a pensarlo por razones pues va y lo hace. En realidad es coherente. Es como… no poder pararte a la hora de ser consecuente. Es muy gracioso porque en mi entorno laboral me suelen calificar así, como una persona «coherente». Je, no saben hasta qué grado escalofriante podría serlo.
 
Me doy cuenta de que me avergüenzo al hablar de esto. No debería. Todos somos vulnerables. 
 
Si estoy hablando de mí, es porque tengo miedo a que te esté pasando algo y te sientas una oveja negra por ello. Los seres humanos podemos ser conscientes, y una vez conscientes, hacer una cosa importantísima: decirnos los unos a los otros que no estamos solos. Porque no lo estamos. 
 
No como decirte «eh, chaval, que tú no eres el único que lo está pasando mal», y echarte la mierda. Jajaja, esto también se hace mucho. Pues ya ves cómo tenemos el patio si alguno anda diciendo cosas así, que no es que importe lo que suelte por la boca el primer ignorante, pero pues me entristece pensar que le digan esto a alguien como en su día me lo dijeron a mí.
 
Se le llena la boca a mucha gente con eso de «no estigmatizar» la salud mental. Sin embargo cuando uno habla desde otro lugar diferente al corazón propio ya está estigmatizando. Porque el problema es de otro; son otros los que padecen trastornos (trastornos, patologías, discapacidades?), no yo. Pues bueno, de verdad, es que esto no es cierto.
 
Hay una persona a la que guardo un gran cariño que alguna vez se ha asomado a leer por aquí. Esta persona sabe que en muchos relatos vuelco parte del trauma y la realidad mía personal, y suele decirme que tenga cuidado, que me proteja. Sé que lo dice con su mejor intención. Pero en serio, adónde vamos con esta cultura. Protegerme de qué. 
 
Yo necesito decir que padezco un trastorno y «no pasa nada» (ya me entiendes, sí que pasa, porque lo sufro, pero estoy aquí hablando contigo y no tengo un tenedor entre los dientes sudorosos para asesinar a nadie). 
 
Mi madre me abandonó -esto no es una forma de hablar, es literal, me abandonó de verdad- en un manicomio cuando yo tenía unos diecinueve años. Allí aprendí muchísimo sobre las personas y sobre el sufrimiento. Pasé tres meses encerrada en ese lugar, y fue una de las peores experiencias de mi vida haber sido abandonada allí, pero si no hubiera estado ahí no hubiera aprendido algo que estaba necesitando mucho aprender sin saberlo. En ese lugar vi a otras personas cuyo sufrimiento superaba el mío con creces. Ahí nadie podíamos esconder nada, porque era como la cárcel: cada uno portábamos nuestro propio «delito». Todo era visible. 
 
Ver un sufrimiento mucho más grande que el mío en otros hizo que mi corazón reaccionara. No me produjo rechazo sino todo lo contrario. Me produjo necesidad de ayudar. 
 
Ver el sufrimiento inconmensurable en las caras, en los ojos, en los chándal descoloridos hizo que mi corazón fuera consciente y latiera muy rápido, ensordecedor. Y eso que allí yo estaba al 10% de mi capacidad intelectual, porque me tenían tan medicada que apenas podía andar. Pero lo vi todo. Visión doble, sí -diplopia es el término médico-, pero suficiente para darme cuenta y para sentirlo.
 
No, pero claro. Protégete, Reyes. No le cuentes a nadie que estuviste en un frenopático. Te señalarán, te tomarán por loca. Pues bueno, el que me señale se puede ir yendo a la mierda, y ahora mismo te aseguro que estoy sonriendo. Desarrollé un trastorno, sí, pero también tengo una fuerza inmensa dentro de mí, mucha más fortaleza que la persona hipotética que me señalaría. En realidad, todo juicio es una confesión. Quien juzga a otros al final está hablando de sí mismo, dibujando su propio autorretrato para ilustrar la decadencia, el empobrecimiento mental y emocional o, al contrario, las cualidades que nos hacen humanos. 
 
Pues no. No tengo nada de qué protegerme. No tengo miedo a que veas quién soy y las cosas que me han pasado -dos términos diferentes, si uno se fija-. Tengo un trastorno, pero el trastorno no soy yo. 
 
No voy a protegerme de otro ser humano. Lo que quiero hacer es estar al lado de quien me necesite, y es imposible hacer eso escondiéndome de mi propia mierda. No pasa nada. Estoy aquí. Nadie estamos solos en esta cosa de la salud mental.
 
He tenido una recaída hace algunos días. Las crisis de esta mierda son terribles. El siete de enero estuve en urgencias por casi saltar a los cielos con San Pedro otra vez. Ojalá poder contarte detalles, pero estaba tan disociada que apenas recuerdo nada. Algunas personas atribuyen la palabra «límite» en «trastorno límite» a esto, a que parece que es una condición a caballo entre la neurosis y la psicosis, porque en algunos casos termina habiendo una pérdida de contacto con la realidad. En TLP a esto se le llama disociación. Es básicamente hacer cosas y no ser tú, y luego no saber dónde estabas tú en el momento que esas cosas pasaron. Asusta mucho. También le llaman «despersonalización». 
 
Tengo aproximadamente una crisis de este tipo en cada década de mi vida, lo he comprobado. Una a los veinte, a los treinta, a los cuarenta. Es un detalle curioso, porque es como si el resorte de la neurodivergencia saltara en el cerebro y ya se durmiera otra vez. Y como digo, la pérdida de control asusta. 
 
Cuando tengo una recaída así, me toma tiempo volver a mi «cuerpo», a mi sitio. Me toma tiempo sentir la «frecuencia» que suelo ser. En otras palabras, me toma tiempo, días, volver a poner los pies en la tierra y sentir que gracias a dios sigo siendo quien soy. Esos días, ese pequeño lapso, son terribles. Cuando consigo llorar sé que estoy cerca de volver a sentir que soy (no «qué soy», sino que soy). Generalmente, una vez vuelvo tengo una explosión creativa y escribo mucho. 
 
Podría pensar que mi cerebro es raro. Pero es que los cerebros son diversos, aunque todos tengan la misma o muy similar anatomía. Los circuitos neuronales, los caminos de pensamiento, son muy diversos entre una persona y otra, y esto no es una metáfora sino algo completamente físico. Se ha visto que las personas no afectadas por TLP localizan la conducta impulsiva -el camino para detener un impulso nocivo- en la corteza prefrontal, mientras que los afectados de TLP localizamos esto en la parte posterior del encéfalo. El arco neuronal es mucho más largo para llegar a esta zona anatómica. El control de impulsos por tanto es mucho más difícil (e ineficaz). Se necesita coordinar más neuronas, simplemente, para llegar allí. 
 
El cerebro tiene una cualidad llamada plasticidad cuando somos niños. Literalmente es capaz de cambiar su estructura en función de lo que uno va aprendiendo. Es decir: los caminos neuronales no tienen por qué venir de la genética, sino que en ocasiones se trazan y se quedan grabados como circuito de aprendizaje. Los factores ambientales, y nuestras propias reacciones ante los fenómenos que ocurren, hacen que seamos distintos ESTRUCTURALMENTE unos de otros en las redes neuronales de nuestro cerebro. Por eso creo que el concepto de «neurodivergencia» no tiene mucho sentido, sino tal vez tan solo a nivel estadístico (y la estadística suele ser bastante inútil cuando hablamos de personas, porque persigue comparar, aislar y agrupar en lugar de personalizar).
 
Lo que intento decir es que, en lugar de juzgarnos entre nosotros y a nosotros mismos, podemos mirar hacia atrás en nuestra historia y darnos cuenta de cosas importantes, aprender, comprender. Si no te comprendes a ti mismo, cómo vas a entender lo que le ocurre a otro. Cómo vas a hablar, entonces, de la salud mental (de otro!, jeje).
 
Somos seres distintos, increíbles y capaces, con la eterna posibilidad de ser honestos. Yo lo sigo siendo, porque de momento no me he muerto. Y quizá te resulte difícil creerlo, pero, en mi estado de lucidez plena -si es que tal estado existe- pensar que vive alguien al otro lado, pensar que estás ahí, no para mí sino para el mundo, me impulsa a la vida. Me ayuda a sujetarme a ella. Seguramente, mientras no pierda de vista que existes -(por mucho que no sepa quién eres), algo en mí continuará negándose a sucumbir si viene alguna otra crisis a golpearme. Ese verano de Camus que siempre empuja de vuelta.
 
Me hace trizas y me produce rabia que se vea la escritura como un proyecto comercial. Entiéndeme, cada uno tiene derecho a priorizar según sienta, pero para mí eso es tan loco como hablar de salud mental como se habla hoy día. Uno tiene la sensación de que algo insidioso y violento ha triunfado sin que nadie se dé cuenta cuando tanta gente ve las cosas así. Qué importa la salud, qué importa «ser escritor» si aquello en lo que uno cree carece de humanidad y presencia. Por esto también siento tanto agradecimiento hacia este lugar seguro que es Literanoicos.
 
Y en cuanto a protegerme, no tengo que protegerme de ti. El único ser capaz de hacerme daño soy yo misma. El único ser del cual ojalá pudiera protegerme sin fisuras soy yo. 
 
Si lo que me hace humana me hace débil a los ojos de cualquier sistema mecanicista, sin duda dicha debilidad sería una virtud. Admito que me regocija no ser parte de algo enfermo y no encajar en estándares impersonales de lo que se supone que la «salud mental» es. Me preocuparía caerle bien al sistema (si es que este pudiera pensar y sentir -que no puede-), ser el producto esperado y cumplir las expectativas de acuerdo a esos intereses. Saberme vulnerable también me preocupa, pero al menos es mi verdad. 
 
Por favor, no olvides que tu dolor es válido. No olvides que a través de las roturas puede entrar y salir la luz. No olvides que no tienes que ser perfecto para ser amado. El rechazo y el silencio que puedas encontrar en tu camino solo responde a que hay personas que aun tienen mucho miedo a que les ocurra algo malo y estén solas. Tú ahora sabes que no lo estás. No lo estamos.
 
Son muchos los que sufren aferrados a una impoluta apariencia que no existe, y eso no es tu problema. Sin embargo quiero que sepas que tu problema es mi problema también. Por eso escribo.

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

Reyes
Author: Reyes

2 comentarios en “Es por eso”

  1. Gracias por escribir esto, gracias por dirigirte a la gente a la que normalmente el mundo prefiere ignorar y pasar por encima antes que pararse a escucharla. Es tan importante este escrito Reyes, tan potente que para la gente que esté pasando o haya pasado por cosas similares seguramente lo leerá y te verá a ti con los brazos extendidos hacía ellos. Bueno, realmente cualquier persona que lea esto va a verte así, porque está escrito con tanto amor y tanto sentimiento que es imposible que no te llegue.

    Te admiro mucho por todo lo que haces día a día, porque siempre eres tú la que se para a ayudar a la persona a la que todos ignoran, te he visto hacerlo muchas veces. El mundo necesita mucha más gente como tú, dispuesta a acompañar, cuidar y acompañar a cualquiera sin condiciones, sin clasificaciones de ningún tipo.

    Te amo y te admiro, gracias por haber escrito esto💗

    1. Mi amor, gracias a ti por pararte a escucharme a mí. Por leerme siempre, por estar ahí en los mejores y peores momentos y sobre todo por quererme. Te admiro, artista. Te amo con todo mi corazón.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *