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Diez años de servicio me han enseñado a respetar la mayoría de opiniones que no comparto en todo lo referente a “lo espiritual”. He aprendido a callar y a no exponer mi punto de vista salvo que me lo pidan. Pero, aun así, me es imposible no experimentar una reacción interna más o menos fuerte (sorpresa, risa o incluso enfado) ante algunas cosas que leo y oigo.

No podemos abordar lo no visible como si fuera una ciencia experimental, porque no lo es. Cuando uno se mueve en este territorio, lo primero que ha de aceptar es que la información suministrada por su percepción no es la verdad.

Existen cosas que no podemos ver ni comprender a causa de nuestra limitación sensorial. Seguramente, nada de lo que estamos habituados a percibir en nuestra realidad cotidiana sea cierto. Lo primero que uno ha de asumir, por lo tanto, es que usar nomenclaturas para clasificar y explicar los fenómenos es tan inútil como intentar comprenderlos. Hemos de aceptar que el noúmeno es la verdad y que es inaccesible para nosotros en esta dimensión. Por lo tanto, es inútil también cimentar creencias y dar realidades por hecho en el progreso de nuestra investigación. Hay algo terriblemente deshonesto e irrespetuoso en decirle a otras personas: “lo no visible funciona así, y tú debes hacer esto o lo otro en consecuencia”. Como si uno pudiera, desde aquí, acceder a la verdad.

Para creer en “vidas pasadas”, por ejemplo —tema en torno al cual hay montado un gran negocio—, es preciso dar por hecho que existe el tiempo. Que realmente existe un pasado y un futuro, y que por tanto hay recuerdos de un “atrás”. Reencarnación, expiación, registros akashicos, rueda del Samsara, “almas viejas”, “almas gemelas”… me van a perdonar, pero estas cosas son sólo mitología mal entendida que las personas usan para sentirse únicas y especiales dentro de un sistema egoico basado en la comparación, cayendo en la misma trampa de siempre: quién es el más guapo, el más listo, el más exitoso, el alma más vieja y sabia que trae consigo infinita experiencia y talentos de otras vidas para iluminar a los demás. Y lo cierto es que qué sabemos; qué sabemos si el tiempo es, como simple magnitud, una herramienta lineal que precisamente funciona sólo porque se adapta a nuestra percepción limitada aquí. La mecánica cuántica aborda la verdad con más humildad que cualquier maestro esotérico; la teoría de la Supercuerda postula que podrían existir once dimensiones simultáneas cuando nosotros sólo somos capaces de percibirnos en tres. Si un pez percibiera sombras cayendo sobre su mundo de repente, sería incapaz de entender que está´lloviendo sobre la superficie del agua.

Aproximadamente tres años después de haber empezado a practicar la fricción de tráquea, comencé a vivir una serie de experiencias que sé que nunca comprenderé. Las llamo para mí mismo “saltos”, porque así es como se sienten. De todas las que he vivido, recuerdo especialmente tres. Ninguna de ellas fue buscada.

Cuando viví la primera, estaba echado, tratando de relajarme, con los auriculares puestos. Escuchaba, creo recordar, un audio de música con ondas alfa, o al menos estaba así etiquetado. No sé, a mí la música de ese audio me gustaba y me estaba funcionando en aquel momento para alcanzar ese estado tan placentero de dejar de sentir el propio cuerpo. Recuerdo esa sensación de disfrutar por sentirme muy relajado y en paz… y de repente ya no estaba ahí. De repente estaba en otro cuerpo.

Podía ver mis brazos y mis manos, mi cara no. Podía ver mi ropa y el lugar donde me hallaba, y a otras personas que había ahí conmigo. Sentí que mi presencia allí duró apenas segundos, pero fue suficiente para ver, sentir y saber de golpe muchas cosas.

 El cuerpo que yo habitaba vestía una especie de túnica roja. Éramos varias personas vestidas de este modo, tal vez unos diez u once, dispuestos en círculo. Sentí la camaradería de un compañero que estaba a mi lado, como una especie de codazo mental de complicidad, en referencia a la figura que yacía en el suelo, justo en el centro del círculo que todos formábamos. “Míralo, siempre viene a lo mismo, y total para nada porque nunca cambiará”.

Nos hallábamos en un lugar oscuro y amplio, probablemente un sótano. La iluminación escasa no procedía de fuente eléctrica alguna. Me sentía tranquilo y bien; estaba trabajando, y fuera lo que fuese lo que estuviera practicando allí con mis compañeros, yo tenía experiencia en ello, lo había hecho ya muchas veces antes. 

La figura tumbada en el suelo (ese que “siempre venía a lo mismo” y por alguna razón sus visitas no le servían de mucho), era un hombre bastante grueso, de cabello ralo, ensortijado y gris. Tenía el aspecto de ser rico porque llevaba aparatosas joyas, la más llamativa un collar grande y dorado, formado por eslabones cuadrados engastados con pedrería. Estaba rodeado de puntas de cristal de cuarzo transparente dispuestas en orden: dos a ambos lados de sus hombros, igual en el tronco y en las piernas; una por encima de la cabeza en el suelo a unos centímetros, otra por debajo de los pies. Su ampulosa barriga llamaba la atención. 

El hombre rico estaba ahí tendido con los ojos cerrados, y nosotros permanecíamos expectantes, en silencio, esperando que el tiempo pasara. Cuando recuerdo esto, pienso que tal vez todo se trataba de algún tipo de sesión curativa para este señor, pero eso no lo sé. Como digo, tan sólo instantes después estaba de nuevo de vuelta en mi cuerpo.

La segunda experiencia de salto llegó igual que la primera: sin ser buscada y en un estado de relajación muy placentero. Ocurrió unos meses más tarde.

De pronto volvía a estar dentro de otro cuerpo y podía ver mis manos y mi ropa. De hecho, estaba dándole la mano a una mujer. 

La mujer y yo estábamos en el exterior, entre casas de formas redondeadas, formando parte de una multitud. Ella vestía una túnica en dos tonos de azul y una toca. La reconocí no sé si en ese momento o al regresar, ya que esta mujer forma parte de mi vida presente aquí (“aquí” quiero decir en mi vida actual, no ya en el salto).

 Igual que en la primera experiencia, la mujer y yo no intercambiamos palabras, pero yo sabía que estábamos ahí porque ella tenía una prueba importante —como para una ascensión de grado o algo así— a la cual yo, como colega, la estaba acompañando. Ella estaba nerviosa y yo no sentía ninguna tensión. Sin hablar, yo le daba ánimos y le estaba transmitiendo con cada gesto y con presencia que la prueba le saldría bien. Sólo duró segundos y, del mismo modo que la vez anterior, salté de nuevo a mi cuerpo.

La tercera experiencia de salto fue, sin duda, la más perturbadora de todas. Ocurrió igualmente unos meses después que la segunda, exactamente por el mismo cauce que las otras dos. Del mismo modo que las experiencias anteriores, no fue buscada; ¿cómo buscarla, si nunca he sabido qué es lo que desata los saltos? Lo único común entre ellos es la práctica previa de relajación, y eso es algo que procuro hacer siempre que puedo (aunque debería hacerlo más).

Aparecí en un entorno contemporáneo, en una ciudad que podría ser cualquiera. Veía mis brazos (llamativamente musculosos, masculinos) apoyados en el balcón de forja de una terraza, y el paisaje urbano a la luz del día delante de mí. Había otra persona a mi lado, pero no la vi porque estaba mirando al frente. En este salto sí hubo palabras, mías, dirigidas a esa persona, y lo que le dije sin ninguna emoción en particular fue: “Si te molesta (ella), yo la mato”.

De este salto volví bastante sobresaltado. No supe si la voz del cuerpo que habitaba hablaba de matar una persona, un animal o a saber qué. La ausencia de emoción me resultaba horriblemente chocante una vez “en tierra”. 

Imagínense si me da por contarle a cualquier practicante esotérico sobre estas vivencias. Seguro que muchos abordarían el filón de las vidas pasadas, las almas viejas y los ocho cuartos como si eso fuera una realidad contrastada, pidiendo por supuesto dinero a cambio. Yo no puedo hoy por hoy creer en algo así; no puedo creer en nada a pies juntillas, no sé qué fue. Sólo puedo documentar aquello que viví y que nunca comprenderé. 

He tenido más experiencias de salto, pero no las recuerdo con tanta definición como estas tres. Algunas de ellas se han diluido a jirones nada más regresar yo de ellas, y por tanto ha sido imposible para mí sostenerlas en la memoria.

Por supuesto que como cualquier investigador siento curiosidad, pero, de momento, lo más honesto que puedo hacer es asumir estas vivencias como tantas otras que no puedo explicar en mi realidad. Tal vez algún día pueda reunir, de la forma que sea, información valiosa al respecto, o quizá no. Después de todo, cuando uno se adentra en ciertos caminos, lo primero que ha de aceptar es que lo percibido es sólo real para la propia mente.

Autor: Reyes

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4 comentarios en “Saltos”

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