Dioses oscuros – Hablar con dios

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Me quedé mirando alejarse al Sol del norte hasta que era solo un punto balanceado por el latir del mar en el horizonte, entonces cerré la puerta de casa y me dirigí a la taberna. Desde luego que no me apetecía en absoluto tratar con la gente que había allí, pero no tenía más remedio que comunicar lo que Finley me había dicho. Cuando entré sentí el conocido bofetón de olor a oveja mojada que es un marchamo de identidad en las casas de la isla. La ropa de lana abriga mucho, pero huele fatal cuando se moja y se seca de mala manera al calor de las estufas de carbón, sobre todo si el usuario no tiene unos mínimos hábitos de higiene como es el caso entre los isleños. Dentro el ambiente está cargado, mucha gente, mucha lana sudada, mucha cerveza y poca ventilación para sacar el calor de la estufa que arde roja de ira en un rincón.

– Aldith, ¿Cómo tú por aquí? no encontrarás a Finley, se marchó a tratar con el gigante del acantilado. – dice el cura desde su oscuro rincón.

– No vengo buscando a Fin maldito ateo, sé de sobra donde está. Partió esta mañana en el barco de su padre rumbo al infierno con ese gigante negro. Al final conseguiste deshacerte de él. Me ha entregado la llave de la taberna y me ha dado un mensaje para todos vosotros, «cualquier infierno al que se dirija será mejor que el que deja aquí».

Mis palabras suelen indignar y enfadar a partes iguales, normalmente cuando hablo la gente me insulta o grita. Les altero. En esta ocasión solo recibí silencio, ni tan siquiera se escucha el sonido de las lozas y jaras chocando con la madera, solo la extraña respiración desacompasada y medio ahogada de Jack «el gordo» lo rompe.

– ¿Se ha marchado?

– Cómo te he dicho

– ¿Con el gigante?

– Si

– ¿En el barco de su padre?

– Vaya, parece que lo vas pillando

– y ¿te dejó a ti la taberna?

– Aquí está la vieja llave que la abre y cierra

– Pues si todo esto ya no tiene remedio alguno y nos hemos librado del problema, ¿tal vez deberíamos celebrar con una ronda gratis a cuenta de tu buena suerte?.

– No va a haber ninguna ronda gratis, creo que ya habéis bebido gratis a la salud del Finley desde que salió a salvar vuestros negros culos esta mañana por esta vieja puerta. No veo las monedas en el mostrador por las pintas que os habéis bebido y sí veo vuestras jarras llenas de buena cerveza.

– Habrá sido por descuido Aldith, por lo alterados que estamos con la situación.

– Si, ya sé yo lo descuidados que podéis ser si estáis cerca de un barril de cerveza abierto. Id pagando que hoy cierro pronto, tengo mucho que pensar y mucho que hacer.

La gente empieza a desfilar dejando unas monedas de mala gana sobre el mostrador cuando la puerta se abre de golpe. Jørgen entra tremendamente alterado empujando una carretilla con una manta vieja encima que parece cubrir algo. Jørgen no suele ir a la taberna, aunque debería. Pasa todo el día deslomándose en el campo para sacar unos cuantos sacos de patatas que valen más en el alambique que en la cocina. Luego va a su casa donde su mujer le regaña hasta por vivir y donde sus seis hijos le vuelven loco con llantos y juegos.

– Mirad lo que he encontrado en el campo de arriba -dice tirando de la manta que cubre la carretilla y mostrando ante nosotros una bola negra, perfecta y oscura como el culo del mismísimo demonio.

– Esta mañana llegué al campo y encontré un tremendo agujero, tan profundo que estando dentro de pie no alcanzaba a ver el prado. En el fondo estaba esto. Creo que tiene algo que ver con el gigante negro, tal vez sea algo demoniaco que le trajo aquí desde cualquier maldito sitio. Si no fuera mucha molestia, me vendría bien una pinta, empujar esto desde el campo de arriba no ha sido fácil y vengo con la garganta seca.

Jørgen nunca tiene dinero para cerveza, su mujer le administra de tal forma que no le es posible escaquear algunas monedas para consumir en la taberna, así que aprovecha cualquier circunstancia o evento para conseguir cerveza gratis. En este caso se la ha ganado así que le pongo una buena jarra.

Todo el mundo se arremolina sobre la esfera, pero a suficiente distancia para no tocarla. Es de un material raro, nunca he visto nada así, está tan pulida que no presenta ninguna imperfección, pero no refleja nada, solo negrura. No es piedra, ni metal, ni cristal. Es un agujero tridimensional hecho de oscuridad. Kristoffer, el cura, se abre paso entre la muchedumbre empujando sin miramientos.

– Vamos, dejad paso, insensatos, esto es cosa de la iglesia y no de una panda de ateos cómo vosotros.

Va bastante borracho, creo que ha aprovechado a conciencia la ausencia de Finley esta mañana y no ha dado descanso a su jarra. La gente se aparta dejando que el hombre se acerque. Da una vuelta completa a la carretilla.

– ¿La has tocado Jørgen?

– Ni por todo el oro del mundo. La envolví en la manta y la eché a la carretilla.

– Deberíamos llevarla a la iglesia, allí estaremos más protegidos por Dios y por el Santo patrón.

La idea de protección le parece bien a todo el mundo y yo estoy más que satisfecha con que saquen ese artefacto de la taberna. Mejor estará en la iglesia donde no hay cerveza ni alcohol que pueda perderse. La comitiva se encamina encabezada por Jørgen empujando su carretilla, seguido por el cura crucifijo en mano y el resto del pueblo, los que había en la taberna con andares de borracho y los que se han ido uniendo al son de los chismes que corren como la pólvora en este páramo de aburrimiento.

Ya en la iglesia dos hombres cubren con la manta la esfera y la ponen encima del altar. Por lo que les cuesta levantarla debe ser muy pesada, demasiado para el tamaño que tiene. Seguramente está llena de pecados de almas en pena, eso creo. Yo me mantengo en la puerta. La iglesia no es muy grande, si todo el que se llama cristiano acudiera los domingos a misa no cabrían. No tengo todavía la seguridad de que esto sea una buena idea. Kristoffer se ha ataviado con sus mejores galas, la casulla verde de Pascua y la estola con bordados que usa en la misa de Navidad. Se siente importante e imbuido por la gracia divina y quiere que todos los presentes lo vean. Kristoffer el salvador. Es el momento de gloria que ha deseado siempre.

Se acerca a la esfera, porta el hisopo de plata en una mano y el crucifijo en la otra. Esto parece más un exorcismo que otra cosa. Puro teatro. A ver donde nos lleva. Empieza con mucha sobriedad y profunda voz a entonar el salmo 91 mientras rocía de agua bendita la profunda oscuridad.

«No tendrás miedo de un horror nocturno,
de una flecha que vuela durante el día,
de un acto que va de la mano en la oscuridad,
de una desgracia y un demonio del mediodía».

Nada pasa. Eso le envalentona todavía más, así que pone la mano en la esfera a la voz de «En nombre de nuestro señor yo…» No tiene tiempo de más.

Explota.

Todos nos miramos sorprendidos y aterrados, cubiertos de sangre y restos de Kristoffer. Entonces alguien grita y el terror se apodera de todos. Yo me hago a un lado para dejar la puerta libre, dentro reina el desorden y el pánico, la gente que estaba apretujada para no perderse el espectáculo huye. Se pisan, se empujan, chocan contra bancadas, figuras y velas. Las telas empiezan a arder. Algunos lloran, otros rezan, la mayoría empuja luchando por salir. En el interior el fuego ruge, los oleos sagrados y las viejas telas y estatuas de madera son un buen combustible. Al final la mayor parte de la gente logra salir. Algunos están heridos, otros no han tenido tanta suerte y alimentan el fuego que consume la iglesia. Pobres almas.

Hemos pasado la noche viendo arder la iglesia, ahora el sol rasga el horizonte iluminando en su despertar los restos humeantes de lo que fue la iglesia. Ya no queda nada que pueda arder, todo se ha consumido y solo algunos rescoldos siguen manchando el negro suelo de rojo. El altar de piedra se mantiene erguido y encima sigue la esfera tan pulida e intacta cómo si la acabaran de tallar. Me acerco y la cubro con la manta. Está helada, puedo notarlo a través de la lana, estoy segura que si la metemos un día en la forja saldría exactamente igual de fría. No creo que nadie se atreva a tocarla después de lo que ha pasado, así que aquí se queda. Veo las caras de mis vecinos a mi alrededor, asustados y ateridos de frio.

– Vamos -digo- aquí no hacemos nada y en la taberna hay caldo caliente para el que quiera. De momento dejemos eso aquí, no creo que se mueva y si alguien se lo quiere llevar le estaremos agradecidos.

La gente me sigue, no parece conscientes, se dejan llevar cómo borregos. Ya pensaré que hacer con ese maldito objeto, ahora que no está el cura para custodiarlo que era mi esperanza, necesito otra opción que nos mantenga a salvo. Echaré de menos a Kristoffer, era alguien fácil de odiar. Está claro que no todo el mundo está preparado para hablar con Dios.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

2 comentarios en “Dioses oscuros – Hablar con dios”

  1. Me encanta esta mujer… y estoy de acuerdo con ella en que el cura era un ser fácil de odiar, ya me acordaba de él.
    -SPOILER ALERT-
    joder Nacho, que bestiada que explote. La bola es algo como un arca de la alianza/dispositivo de comunicación…? Si esta historia fuera una serie de netflix te aseguro que me la veía del tirón. Algo me dice que si ella hubiera tocado la esfera no habría explotado…

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