Alien tú – II

Di que te gusta
Tiempo de lectura:17 Minutos, 28 Segundos

Es verdad que tengo experiencia en droides y reparación de sistemas de inteligencia artificial, pero no sé nada de conectores álmicos. No había tenido oportunidad de practicar ni de experimentar jamás con anatomía híbrida sutil, porque S-ANDRO era el primer prototipo que llevaba instalado algo como eso. Había leído sobre conexiones y REVIV-vp (redes vibratorias de verbo y pensamiento estructurado), eso sí, y también me había colado a limpiar en el transcurso de algunas pruebas, de modo que sabía en qué puntos de su anatomía Sandro tenía algunas cosas. Pero, fuera de eso, estaba completamente a pelo con el androide durmiente, sin nada remotamente parecido a un manual de instrucciones.

Lo primero que hice fue darle la vuelta sobre la colchoneta, para asegurarme de que los circuitos de dolor instaurados en su espina dorsal estaban desactivados. No lo estaban, y pensar que los había tenido conectados todo el tiempo me produjo mucha rabia de golpe. ¿Qué necesidad tenían aquellos desaprensivos de hacerle pasar un calvario en el laboratorio? Todos ellos especies superiores, para que veas. Y luego dicen de nosotros.

Cerré con cuidado la porción de piel y “carne” que tapaba la columna vertebral de Sandro. Pobrecita, joder. Así como estaba, desnuda (había estado desnuda salvo por mi chaqueta todo el tiempo) parecía aún más vulnerable. La tapé con la manta de cintura para abajo, por mera intimidad, y porque era obvio que no iba a necesitar mirar nada ahí.

Ya que la tenía acostada de esa forma, boca abajo, aparté el reactivo cabello y repasé con las uñas la parte posterior de su cuello, con toda la delicadeza que pude. Se supone que ahí estaba alojado el Centro Ejecutivo Espiritual, que de algún modo se conectaba con la zona posterior de su cabeza. Sabía que ahí mismo, en el cuello, pero en la parte anterior, estaba la puerta de entrada para el fluido etérico vital… y caí en la cuenta de que, obcecado como había estado en sacar a Sandro de las instalaciones, no había tenido en cuenta que necesitaría un frasquito. Según había leído, tan solo unas gotas bastaban para iniciar el proceso, y luego sería la propia Sandro quien fabricaría más fluido etérico si uno manualmente ponía su respiración en modo viento o“fricción de pseudo tráquea”.

Es curioso, y personalmente me parece maravilloso, que la tecnología en inteligencia artificial dio un paso definitivo hacia delante cuando una mente privilegiada dio un gigantesco paso hacia atrás. La mente de N.C. Caribdis, el humano que se planteó por primera vez qué pasaría si, en lugar de ser egoístas y querer apropiarnos de la perfección de una máquina a través de implantes y demás en nuestro soma, cediéramos nosotros, los seres vivos, algo de nuestra perfección al soma de una máquina. No sé mucho sobre historia de la Súper Era, pero tengo entendido que fue entonces, al pensar aquello, cuando Caribdis comenzó a extraer pequeñas porciones de su propio fluido etérico vital para aplicarlo en robótica y producir, en primera instancia, fuerza electromotriz. Supongo que más tarde, tras haber comprobado que el fluido etérico funcionaba con éxito, se empezó a pensar en si sería posible enseñar a las máquinas cómo sintetizarlo por sí mismas a través de un programa sencillo, para rentabilizarlo. Porque no es como que un pobre anciano (y Caribdis ya tenía sus años) pueda regalar fluido vital a espuertas sin sufrir consecuencias, ¿verdad? Así que se instaló un programa para enseñarle a los androides cómo hacerlo a partir de una mínima semilla de vida, igual que los seres vivos movilizamos y reciclamos nuestro éter desde la laringe mediante un proceso de respiración consciente cuando nacemos. Aunque claro, todo esto que te cuento seguramente te suena absolutamente a chino.

La conclusión de lo que estaba tratando de explicarte es que, si conseguía aplicar unas gotitas de fluido etérico de arranque en la puerta de éter de Sandro situada en su garganta, ella seguramente obtendría la fuerza necesaria para moverse, abrir los ojos y hablar, una vez hubiera sintetizado más. Tal vez le tomaría un día o dos la carga completa de éter, o una semana, ni idea.

Cuando hablo de conexiones sutiles me refiero a esto, viajero, porque la primera que existe es esta: la formación del cuerpo de éter para obtención de energía vital, y cómo ésta se conecta con el medio exterior. Energía viva que sólo se crea al nacer y nunca más se destruye, formando parte de un circuito tan perfecto e invisible como el tuyo o el mío, ¿te das cuenta?

Abstraído mientras trabajaba, aunque sabía que por el momento había llegado a un punto de parada obligatoria por no tener en mis manos el fluido vital, un sentimiento comenzó a abrirse paso en mí. No me di cuenta hasta que fue demasiado grande como para ignorarlo.

No se trataba de algo agradable, pero tampoco era desconocido. Lo había sentido antes, desde luego; lo he sentido muchas veces, por no decir que lo siento todo el tiempo, aunque no siempre le presto atención. Ya sabes, cuando uno está muy ocupado normalmente no se para a ser consciente de lo que está sintiendo. Pero claro, en el silencio de la noche, sólo quebrado por craqueos quitinosos de agresividad y gritos humanos en alguna reyerta callejera fuera de la colmena, supongo que sin darme cuenta me permití ir hacia dentro.

Miré a Sandro. Era curioso que, en un primer intento de conectarla a ella, yo hubiera conectado conmigo mismo. Era incómodo, pero por alguna razón sentía que necesario también. Supongo que si uno nunca para, uno se termina volviendo loco. Imagino que esto tampoco ha cambiado mucho, ¿verdad? Seguro que esto ya es así en el tiempo en que tú estás, y en el espacio que ocupas. Seguro lo ha sido siempre.

—Me siento solo —solté al aire sin pensar. Una parte de mí se lo decía a Sandro, pero eso era estúpido y no sólo porque ella no iba a escucharme—. No. En realidad no es eso.

No era soledad lo que sentía, sino algo peor que no me veía con fuerzas para nombrar en voz alta. Lo que estaba sintiendo en aquel momento, lo que tengo que admitir que siento siempre, es desarraigo. No es lo mismo que la soledad, para nada. La soledad la abrazo sin reservas; me siento horrible cuando la necesito y por circunstancias no la puedo tener. Está claro que yo soy más lobo solitario que Bob, a pesar de que él sea un cánido. Pero no, el desarraigo es otra cosa muy distinta. No se parece tampoco al sentimiento de no pertenecer, o al menos no para mí. Confieso que no encajar en un mundo enfermo me produce un secreto placer, así que no. Se parece más a no saber qué hago aquí, para qué estoy aquí; a ser infinitamente pequeño en la inmensidad de la Nada, del Todo. Al silencio de no poder en realidad compartir, como ahora con Sandro, ¿a quién podía contarle los porqués de todo lo que estaba haciendo y dispuesto a hacer, y lo que ella representaba para mí? Aunque te doy las gracias porque, quieras que no, ahora, en este mismo instante, quizás estoy compartiendo sentimientos y conocimientos contigo. Pero en fin, la clave es el “quizás”… porque estoy escribiéndole al viento y no tengo ni idea de si estas palabras te llegarán. Esto es como enviar una onda al espacio sin tener ni idea de dónde va a caer. Al espacio desierto, oscuro y frío, al otro lado del cual uno se obceca en pensar: “¡tiene que haber alguien!”

Tampoco es para llorar, pero bueno. Nunca quiero darle demasiadas vueltas cuando me cazo pensando en un sentimiento de este tipo, porque me da mucho asco sentirme víctima de las circunstancias, y el asco intenso es difícil de tolerar.

Sonreí a Sandro. Sentí que de algún modo ella me había escuchado, aunque por supuesto no me dio señal alguna que mostrara tal cosa.

—¿Tú cómo estás?

Obvio sabía que no me respondería. Extendí la mano y la volteé para acariciar su mejilla, poniendo en contacto con su piel el dorso y los nudillos para evitar las uñas. Por desgracia, donde más sensibilidad táctil tengo es en las uñas, pero jamás me perdonaría desgarrarla por accidente aunque fuera con el mínimo gesto.

—Imagino que si estuvieras despierta, estarías cansada y queriendo dormir. Dormir de verdad… —me atranqué por estar diciendo tremenda serie de gilipolleces sin saber por qué—. Dormir de verdad, no como ahora.

Mamá abrió un ojo desde su esquina apartada en las colchonetas. Tiene un oído muy fino, tanto que a veces da la impresión de que nunca duerme del todo. Seguro la estaba molestando por hablar, aunque lo hiciera en susurros, así que me callé. Ella siguió mirándome, impávida, ya con los dos ojos abiertos como soles verdes y un resplandor en ellos que parecía decir: “¿qué te pasa, drogadicto?”

                           V: UNA ESTRELLA INESPERADA

Comprendí que sin fluido vital no podría hacer nada con Sandro de momento, salvo asegurarme de que todos sus circuitos estaban aparentemente intactos. Eso fue lo que hice aquella primera noche, al menos con las piezas y materiales que podía ver. Hago esta salvedad porque los circuitos sutiles, lo mismo que el fluido etérico vital, son invisibles al ojo humano y reptiloide promedio. Sólo los Blancos pueden ver ese tipo de cosas, y yo no me acerco a esa gente ni por todo el oro del mundo.

A la mañana siguiente, tenía la cabeza hecha un lío. Supongo que había soñado con millones de posibilidades, aunque al momento de despertarme no recordaba nada. Cuando saqué a pasear a Bob por los alrededores de la colmena, ni siquiera el hedor post-tormenta ácida logró sacudirme el embotamiento que llevaba encima.

La verdad es que Bob estaba como si tal cosa, saltando feliz y contento detrás de un palitroque para no variar. Parecía no afectarle en absoluto que tuviéramos un prototipo robado en casa, con todo lo que eso conllevaba. Por mi parte, a mí me temblaban las piernas de sólo pensarlo. No sé cómo explicarte; estaba teniendo una especie de golpe de realidad como el que tendrías después de una gran borrachera en la que, según tus recuerdos, tienes la certeza de haber hecho mil locuras sin saber realmente cómo fuiste capaz. Me decía a mí mismo: “eres gilipollas, Any. ¿Crees que nadie va a darse cuenta?”. Porque, por supuesto, la desaparición de Sandro no iba a pasar inadvertida en Metalas. Rayos, ¿en qué pensaba cuando la tomé en brazos para llevarla conmigo? Seguro que había dejado rastro y pistas por todas partes, a pesar de haber puesto cuidado infinito en cada uno de mis pasos.

Lo cierto es que tuve unos momentos de pánico letal mientras me vestía para ir al curro. De pronto no supe qué hacer, si ir a las instalaciones y pillar mopa como si nada hubiera pasado, o largarme directamente al destino más lejano posible. Escapar era un disparate, si consideras que tenía que hacer las maletas, volver a meter a Mamá en una bolsa, agarrar a Bob y cargarme a Sandro sobre los hombros o algo así. Era evidente que si íbamos al aeródromo de esa guisa nos iban a arrinconar, a cachear y, probablemente, a hacernos el peor interrogatorio de nuestras vidas en un cuartucho con vistas al calabozo. Así que sólo quedaba la posibilidad de subirnos a la furgoneta y salir huyendo hacia ninguna parte como ratas, o como fugitivos de alguna secta satánica que nos hubiera amenazado amablemente. Empecé a reírme sólo por imaginarmelo.

Al final fui al trabajo, sabiendo que perfectamente podría estar de camino al matadero o a la peor encerrona de mi vida. Pero al llegar descubrí que en Metalas todo estaba como siempre y nadie parecía haberse ni tan siquiera enterado de lo sucedido. Ni un maldito comentario que se pudiera cazar al aire sobre la ausencia del prototipo, a pesar de que yo tenía los oídos bien abiertos como para percibir la caída de un alfiler a treinta metros de mí. Nada. Mi pánico no decreció por eso, sin embargo.

También me pasaba otra cosa y en esto tal vez puedas entenderme, porque creo que es algo profundamente humano. De pronto sentía la necesidad imperiosa de contarle todo esto a alguien. A alguien con dos dedos de frente y que pudiera decirme algo con sentido al respecto de todo el asunto, entiéndeme. Porque, claro, no es por desmerecer a Bob, pero… ten en cuenta que el único que compartía conmigo el secreto de que yo tenía a Sandro era un perro que hablaba; un perro que lo más vehemente que había hecho el día anterior había sido agitar un cartelito donde él mismo había escrito la palabra “pizza”. Joder, creo que Mamá era mucho más consciente que Bob de que ahora vivía un habitante más en casa. Un habitante que tal vez tenía apariencia de estar muerto, pero no lo estaba.

Tenía ganas de vaciarme verbalmente, sí, pero bueno. Dentro de los muros de Metalas, en quién iba a confiar para contarle ni lo mínimo. Si no me fiaba ni de las paredes que limpiaba.

Casi me da el parraque de mi vida cuando, durante mi descanso, vi por la ventana un vehículo de la policía levitando estático junto al edificio principal. Te juro que el corazón se me atragantó en la boca y rompí a sudar bajo las escamas de un modo que la camiseta se me mojó, esto último porque, como ya dije, soy un híbrido de los cojones (por si ahora viene el fulano de turno a decir que los reptiles no sudan).

Se me quedaron los ojos clavados en el vehículo policial, y creí reconocer a uno de los dos ocupantes que descendieron de él. Seguía acojonado, pero respiré un poco al distinguir el cabello rizado y las gafas de sol redonditas de Appleface; es un hortera, sí, pero es mi amigo. O en fin, lo más parecido a un amigo que tengo en los barrios de Dirdam. El otro que iba con él era un armario empotrado de cinco puertas, cuyo nombre desconozco aún a día de hoy aunque le había visto otras veces patrullando con mi amigo. Por supuesto no era normal verlos allí, por mucho que me alegrara de que uno de ellos fuera Apple. La intriga me estaba matando, y podrás entender que tener un colega en la policía es algo parecido a tener contactos en el infierno, así que solté la mopa y, como buen gilipollas, con la excusa de sacarme una mierda liofilizada de la máquina de comida, bajé al vestíbulo principal para saludar a mi amigo madero.

En realidad, Appleface es un coco. Con esto me refiero a que es bastante inteligente. Que yo sepa, ingresó al cuerpo bastante después de cursar ingeniería mecánica, aunque no sé si llegó a finalizar sus estudios. Si hemos mantenido largas conversaciones en los peores antros de Dirdam es por dos razones: la primera, porque él andaba de patrulla por ahí, y la segunda (la realmente fundamental), porque le admiro. A su lado yo soy un mecanicucho de tres al cuarto, pero puedo entender los términos en los que me habla. Puedo entenderle, pero me deslumbra y, qué quieres que te diga, es genial aprender así, charlando con alguien en la barra de un bar o en una mesa apartada al fondo de un afterhours. A veces me ha traído piezas de artefactos incautados y eso es oro para mí. Realmente, aunque seguía cagado de miedo y tenía las piernas temblando, al ver a Apple ahí me di cuenta de que seguro a él podría preguntarle muchas cosas sobre Sandro… sin llegar a hablarle de Sandro.

Estaba con su compañero en el vestíbulo principal. Parecía despreocupado a un nivel que le faltaba coger flores, como si estuviera transitando el día más normal de su existencia. Al verme, resopló para apartarse un rizo oscuro de delante de los ojos y me sonrió.

—Any, qué pasa. Cuánto tiempo.

—No te quitas las gafas de sol ni para cagar, capullo.

Contra todas mis expectativas, sonrió más y se las quitó, colocándoselas en el borde de su camiseta impoluta.

—Y tu perro, ¿qué tal mea? —inquirió con sorna.

—Calentito y espumoso.

—Para ti, que eres goloso.

Tenía más miedo que una cucaracha en un tablao’ flamenco, pero aun así me reventé de risa.

—En serio, ¿cómo estás? ¿Estáis todos bien? —preguntó. Se refería a Bob, a Mamá y a mí. Como preguntando qué tal la familia y esas cosas.

—Sí, sí. ¿Y tú? ¿Puedo preguntarte qué haces por aquí?

Apple miró a ambos lados y se acercó un poco más para guardar discreción.

—No sé. Algo de falsificación documental, han dado aviso por eso. Al parecer ha saltado una alarma en los lectores de identificación. Entre otras cosas.

“Entre otras cosas”. Vaya. ¿Sería por la desaparición del droide? No, o al menos no que mi colega supiera, porque seguramente de ser así me lo habría escupido sin tapujos. Al fin y al cabo, si hubieran dado aviso de robo, mi amigo no iba a pensar que yo mismo había sido el ladrón. O a saber; quizá estaba sobreestimando el concepto que él tendría de mí.

—Qué extraño —comenté.

Appleface se encogió de hombros. Por cierto que ni idea de por qué le llaman así, pero parece gustarle. Lleva colgadas unas plaquitas estilo militar más falsas que Judas, con forma de manzana y algo escrito en ellas que no sé qué es.

—Igual es un error —aventuró—. Probablemente lo sea. Un fallo de sistemas que habrá que reparar, pero en fin. Quieren indagar un poco, supongo. ¿Me invitas a una mierda de esas?

Le saqué de la máquina un vaso de sucedáneo de café, cosa fácil porque esa máquina funciona a leche limpia. Vamos, que si no eres millonario y no quieres poner tu huella dactilar para que el cacharro te diga “eres tan pobre que solo vas a misa para comerte la hostia”, basta con darle un cate y ya está, chorrito de alquitrán enriquecido con cafeína para ti.

—Gracias, Any. Te debo una.

—¿Por el café? No me fastidies. Eso sí… tú compañero te está mirando mal.

—Que se joda.

—En serio. No quiero que tengas problemas por entretenerte al hablar conmigo.

—Si tiene algún problema porque hable con un amigo dos minutos, que venga y me lo diga y le parto la cabeza.

Apple tiene algunos problemas de ira reprimida, pero es buena persona. En realidad es un ser humano muy amable, en serio. No es para nada de estos maderos chungos que van a matarte sin preguntarte ni tu nombre solo por verte la cara, pero en fin, a veces le despuntan esos pinchitos porque seguramente no se desahoga.

—Oye… ¿podríamos vernos después? Ya sabes. Charlar un rato y eso —aventuré.

Sonrió de medio lado y me miró por encima del borde de su vasito desechable.

—Hablas como si tuvieras algo que contar.

—¿Qué? Oh, bueno. No. No sé. Sólo… sólo echo de menos una conversación de las nuestras. —Me encogí de hombros y me di cuenta de que estaba mirando al suelo, seguramente por saber que estaba quedando como un gilipollas por decir algo así a bote pronto.

Apple me puso la mano sobre el hombro y apretó un par de segundos. El aroma penetrante e inconfundible de su colonia —”Uforia”, sé perfectamente que se la compra en un bazar— me atizó en la cara, aunque no me resultó en absoluto desagradable.

—Claro. Claro que sí. No creo que en esto tardemos demasiado. ¿Cuándo terminas tú?

“A las diez y media, si no me has detenido antes”.

Quedé con él a las once de la noche en el Karelia, un bar más o menos serio en los lindes de Dirdam. Seguro que luego terminábamos en un lugar mucho peor, pero estaba bien que el punto de partida fuera ese y, por supuesto, que él no estuviera en horario de trabajo.

Como te habrás dado cuenta, es muy listo. Yo sabía que iba a ser harto difícil preguntarle dudas y tantearle sin soltar prenda, pero en fin, tenía que intentarlo. Tal vez Appleface tenía acceso a mercancía de contrabando, pues el cuerpo guardaba verdaderas joyas. Quizás incluso poseía algún vial de fluido etérico vital, no era algo disparatado de pensar, porque al fin y al cabo ambos compartíamos fascinación por las mismas cosas. Y lo mismo que me daba alguna pieza robada de vez en cuando, por qué no algo como eso. Supongo que me agarraba a pensar así porque estaba desesperado, y porque después de raptar un droide me daba auténtico pánico meterme a robar en el laboratorio. Ya sabes, puede que por tener una potra infinita no te pillen a la primera… pero fijo que a la segunda sí.

                      VI:FRACTAL

(continuará) —

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *