Una fría terraza de cafetería

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Allí estaba, sentado en una mesa de la terraza del bar cubierto con el abrigo de lana recién estrenado. Mientras, tomaba un café con hielo. Lo habitual es que los cubitos se deshagan con el calor, pero con esta temperatura… el hielo no modifica su intensidad. Pocos eran los valientes que transitaban por las aceras, les daba igual que los dientes les chirríen. Algunos de ellos miraban de una forma que cuestionaban mi cordura. Giraba la cara, no quería que sus ojos se centraran en mí, pensaba en volverme invisible y sonreía. Los locos eran ellos, ya que malgastaban sus energías intentando evaluarme. Desde hacía unos ciclos solares que conocía la respuesta de mi diagnóstico, la que yo quería. Los loqueros me concedieron el alta, de manera temporal, otra vez. Tampoco me sorprendió, era una de las probabilidades, actué bien.

¿Cómo querían esos incultos de médicos valorarme? Llevaba más libros leídos que ellos. Hacía mucho tiempo que ninguno de esos expertos sabía llegar hasta el victorioso jaque mate, las partidas de ajedrez eran rápidas y aburridas, y eso que jugaba con calma. Lograban colocar las piezas blancas acorralando al rey negro, pero aparecía un abad negro y destronaba al rey blanco. Me gustaba representar que en la antigüedad, la iglesia tenía más poder que la monarquía.

Con las evaluaciones psiquiátricas —querían verme una vez por estación, yo a ellos no— había logrado no repetir los resultados en ninguna ocasión. Reconozco que la posición narcisista me costó, era tímido. Me gustaba coleccionar cromos, siempre y cuando fueran distintos. Crear cada trastorno agotaba, tenía que informarme para saber cómo actuar, no todos los asesinos son iguales, yo sólo era un imitador. Creo que este será el último café durante un tiempo, voy a sufrir depresión.

La lectura me ayudó a asesinar sin dejar pistas: Holmes me enseñó a prestar atención a los detalles. Edgar a no presumir delante de la policía en la sala donde había escondido el cadáver. Ya no recordaba el número de personas a las que les presenté a Caronte, no tenía que dejar el nombre de las víctimas apuntado en ninguna parte.

Una mujer me miró con lástima, me acababa de ayudar a seleccionar el próximo objetivo. «Hoy seré un marido al que su esposa le fue infiel con su mejor amigo. Así lograré darle pena, y ella me invitará a su casa».

Autor: Aïda M. Loizu

Sobre el autor

Aida M.

7 comentarios en “Una fría terraza de cafetería”

  1. Bendita locura que nos evade por unos momentos de la cruda realidad.
    Pero más bienaventurada es la locura de los escritores, ya que esta nos lleva en alas de la creatividad hacia maravillosos mundos en los cuales el profano no alcanza a vislumbrar.

  2. Me ha gustado mucho leerte.

    Me sentí en esa misma acera, jugando ajedrez, leyendo, recordando las palabras de mi psiquiatra ¡Todo!

  3. Y a mí que el protagonista casi me parece más normal que lo que veo cuando miro a los otros y a mí mismo incluso… :O

    Me ha gustado mucho Aida, divertido, audaz y original. Gracias por compartirlo…

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