El frío había penetrado en el interior del chico sentado en el sofá. La temperatura en el hogar era superior a los veinte grados, sin embargo debajo de los pantalones de recia pana notaba la piel de gallina.
Le vino a la mente la imagen de su abuelo, erguido, apoyado en la gayata de madera: con las alpargatas de cuadros, los pantalones negros de pana, el jersey de lana granate, debajo del cual se apreciaba el cuello de una camisa blanca. Recordó sus mejillas con barba, las que no le gustaba besar cuando era pequeño, la nariz prominente —gracias a la cual averiguaba los guisos de la yaya sin entrar a la cocina—, y el perpetuo mondadientes en la comisura del labio: «Los zagales de hoy sois tan delicados como el cristal. Coge el chapo y ven a ayudarme a preparar el huerto».
Él se puso a analizar la frase, consideraba que tenía información escondida. A su abuelo no le gustaba realizar puntadas sin hilo. Se levantó del sofá y exclamó.
- El frío lo tengo por estar sentado. Voy a ordenar la casa para cuando lleguen María y los niños. Gracias abu, llevas más de una década cobijado entre las paredes del cementerio, y aún sabes impartir buenas lecciones.
Autor: Aïda M. Loizu
A veces el recuerdo llega desde el mas allá
Un relato breve, macabro y evocador. Muchas gracias, Aida.
¿Macabro un recuerdo? Gracias
Me ha pasado esto más de una vez en mi vida…
Nuestros seres queridos no mueren nunca y sus palabras entran en el momento más oportuno.
Me ha parecido muy tierno y realista.
Gracias.