Navidad en familia

Di que te gusta
Tiempo de lectura:11 Minutos, 44 Segundos

No podía comprender a esa gente que decía odiar la Navidad, los respetaba por supuesto, pero en el fondo no creo que realmente sientan eso, imposible que no los embargue en mayor o menor medida esa sensación tan especial que se iba acrecentando conforme se acercaban tan bonitas fechas.

A pesar de que el año había sido especialmente duro la llegada de las luces, melodías e incluso de dulces tan típicos de aquellas fechas habían logrado que todo aquello pareciera tan lejano, casi como si nunca hubiera sucedido. No me arrepiento para nada de haber dejado las visitas al doctor Schultzman y esas fastidiosas píldoras que me había prescrito tras los resultados de las mil pruebas que me habían realizado.

Ya tenía 71 años, que iba a saber ese pobre chico recién salido de la universidad sobre qué le vendría o no mejor a ella. “Degradación severa del lóbulo temporal izquierdo” la habían llamado, me dibujaron un auténtico infierno si no tomaba la medicación, y fueron tan constantes y alarmistas que no tuve otro remedio que someterme a ello, a estar más cerca del sueño que de la vigilia durante las veinticuatro horas del día, a vomitar al menos tres veces desde que me levantaba, a la caída del cabello… pero todo eso se acabó.

Robert y los chicos no estuvieron muy de acuerdo al principio con la decisión pero, con el paso del tiempo, se han dado cuenta de que es lo mejor para mí y también para ellos, hemos recuperado esa felicidad que parecía haberse disipado, escondido, ahora nos reímos todos de “mi tozudez” pero sin ella no hubiera sido posible que recuperáramos lo más importante para todos: nuestra familia.

Casi entraba a casa de vuelta de la compra dispuesta a hacer de la cocina mi centro de operaciones y preparar la cena de nochebuena cuando Candy Sullivan se acercó a mí y me cogió por el brazo suavemente.

– ¿Cómo te encuentras Sophie? Te veo mucho mejor, al señor gracias – era una excelente vecina, su dulzura y cercanía no había mermado en absoluto en los último cincuenta años.

– Será por la Navidad querida – me faltaba cara para la amplia y sincera sonrisa que se había dibujado en mi rostro.

– Sabes lo mucho que te hemos querido siempre, y lo importante para nosotros que resulta que estéis bien, tanto Robert, como los chicos y tú.

– No hace falta que digas nada Candy, esas cosas se notan, y se agradecen – tuve que hacer un esfuerzo para que no se me escapara una lágrima, me sentía la mujer más afortunada del mundo.

– Vienen a cenar Dolan y Robbie esta noche también – preguntó la anciana.

– ¿Venir a cenar? ¡Llevan semanas aquí ambos! Dolan vino con Marie y el niño también, mi casa es un desmadre, pero mentiría si dijera que no estoy encantada.

– Todos juntos como en los viejos tiempos – me dijo agarrando más fuertemente y abrazándome -. Greta no podrá estar con nosotros por trabajo, ya sabes cómo funcionan las cosas hoy en día. Me dijo que nos visitaría antes de acabar el año – la tristeza en su mirada era evidente.

– Tu marido y tú sois siempre bienvenidos en casa, y he comprado comida de sobra.

– No, de verdad que no, es un momento familiar y…

– Siempre os he considerado parte de mi familia – le dije solemnemente.

– No sé… Quizá para los postres, lo comentaré con Richard – parecía extrañamente asustada -. Por cierto, ¿no notáis vosotros ese olor tan desagradable? No parece desaparecer y ya son varios días.

– ¿Que si lo notamos? Tengo la casa llena de incienso, parecemos la embajada de la India – reímos juntas como las dos colegialas que varias décadas atrás habíamos sido.

Tras despedirme notaba como mi corazón rezumaba amor, dicha y gratitud por lo recibido a lo largo de mi vida. Entré en la cocina y me puse manos a la obra, suerte que había cogido dos pavos de buen tamaño y abundante verdura para el relleno, si al final Richard y Candy se lo pensaban mejor nadie se quedaría con hambre, ya me ocuparía yo de eso.

Mientras preparaba el relleno cortando a tacos pequeños varios pimientos y un par de cebollas no puedo evitar recordar la charla que, unos días atrás, había escuchado furtivamente desde la ventana de su habitación. En el porche de los Sullivan pude ver a Robert confesando a Richard su preocupación por mi estado, el cambio de actitud que, según decía, incluso le despertaba temor al pensar hasta qué punto podría llegar yo ahora que había decidido dejar de medicarme.

Fue un golpe muy duro para mí, no su confianza hacia nuestros vecinos, sino más bien la desconfianza hacia mi persona. Sería ridículo esconder lo mucho que me molestó aquello, pero juro por lo más sagrado que el rencor no ha hecho mella en mí, me prometí no abrigar resentimiento alguno ni hacia nuestros vecinos y, por supuesto, aún menos hacia mi Robert: el esposo ideal que toda mujer debería tener.

Los minutos pasaban raudos mientras mis manos no paraban, ahora vaciando el pavo, ahora aliñándolo, ahora preparando la mesa… aún le quedaba mucho por hacer. Aunque la casa estaba llena de gente nadie se atrevía a brindarle su ayuda, ya la conocían y sabían que prefería hacerlo por sí misma como siempre, incluso disfrutaba de ello y mucho. Aunque su olfato se había acostumbrado parcialmente a aquel pútrido olor encendió una docena de varitas de incienso, repartiéndolas cuidadosamente por el recibidor y sobre todo por el comedor, donde estaba casi todo ya listo.

Dejó para el final colocar a cada uno en su sitio, difícil tarea aquella ya que, aunque nunca se había considerado una mujer débil nadie escapa a la edad, ¡ni siquiera ella!. No fue tan complicado colocar al pequeño Zack, suerte que encontró aquella gorra de cuando su padre era pequeño para que no se viera esa fea herida de su cabeza, era un niño precioso, el orgullo de su abuela sin ninguna duda.

Tampoco me costó acomodar a Marie al lado de su hijo, ni a Robert presidiendo la mesa por un lado, cada vez pesaba menos este hombre, y ese color que estaba tomando no me gustaba mucho, pero no era momento ahora para eso, no en la noche en la que estábamos a punto de entrar.

Poner en su sitio a Dolan y Robbie ya fue otro tema, mis dos “pequeños” habían crecido altos y fuertes y se me fue mucho tiempo y esfuerzo en poder sentarlos en sus respectivos lugares. Aún los podía recordar jugando en el jardín a cualquier cosa que se les pudiera ocurrir, siempre tan unidos, casi pareciendo gemelos, ¡o siameses incluso! El remiendo que les había realizado había quedado perfecto, al igual que el de Marie, pero opté por colocar unas bufandas a ellos y un precioso pañuelo que yo ya no usaba a mi nuera alrededor de sus cuellos.

Cuando salí de la ferretería no estaba del todo segura de si habría suficiente cuerda o de si ésta resultaría lo bastante fuerte, pero finalmente todo parecía fijo, en su sitio, hasta el más mínimo detalle resultaría perfecto, no cabía en mí de gozo cuando subí las escaleras para darme mi merecido baño y prepararme para bajar, eran poco menos de las ocho de la tarde.

Con mi vestido rojo de todas las Navidades, bien perfumada y mínimamente maquillada me disponía a coger asiento en mi extremo de la mesa, ansiosa de poder disfrutar de todo aquello juntos, un sueño que se hacía realidad cada Nochebuena, y en ese justo momento sonó el timbre.

Abrí la puerta con la mejor de mis sonrisas para recibir a los Sullivan que se presentaban con una preciosa tarta en manos de Richard, justo la especialidad de Candy, ¡esa mujer conocía todos los secretos de la repostería!

– Amigo mío, si dices que la has hecho tú no te dejaré entrar por mentiroso – bromeé.

– Pero Sophie, tantos años y aún no has aprendido que mi especialidad es comerlas y no hacerlas… – se le veía distendido, incluso un poco achispado a juzgar por el leve olor a ginebra.

Sin más dilación les hice pasar dirigiéndolos al comedor con todos los demás después de que colgaran sus abrigos, y entonces sucedió algo imprevisto, algo que no lograba comprender. Su reacción al ver a mi familia… no podía creerlo.

– Te… Tenemos que llamar a la policía inmediatamente – fue lo único que salió de los labios de Richard, pero sus caras decían mucho más.

A Richard incluso se le cayó la tarta al suelo, pringando todo de nata y trozos de chocolate mientras parecía paralizado con la boca semiabierta, y el rostro de Candy era casi indescriptible, parecía desencajado mientras observaba a mis chicos, a mi Robert, ¡a mi familia! Era una afrenta que no podía permitir, hasta el más puro de los corazones tenía un límite, y el del mío había sido traspasado en ese momento.

Salté sobre esa maldita zorra de aire bonachón derribándola en el acto y hundiendo mis dedos pulgares en sus ojos todo lo profundamente que pude mientras la escuchaba gritar como una posesa, no cejé en mi empeño hasta que algo me hizo perder toda fuerza o equilibrio y… ¿me dormí?


El doctor Albert Schutlzman, psicopatólogo y psicobiólogo, cambiaba de canal sin tener muy claro que deseaba ver en la tele. En realidad lo que realmente quería era evadirse de su jornada laboral, exactamente que el día anterior, y el anterior, y todos los que recordaba en el último mes. Su plan de nochebuena se trataba de una breve noche de tele y devorar el par de hamburguesas que había comprado de camino a casa y, para él, no podía haber mejor manera de pasarla.

Adoraba su trabajo, cada vez más incluso, pero la energía que le restaba tratar con según qué tipos de dolencias y patologías mentales acababan con casi toda su energía mental, por lo que creía ya no solo normal, sino más bien incluso obligatorio, el hecho de querer desconectar de todo eso para recargar baterías para el día siguiente que, por supuesto, no sería tampoco tranquilo.

Pasando de programas especiales de Navidad a deportes y pasando por alguna película no pudo evitar detenerse en una noticia que estaban dando en directo, aquel rostro llamó poderosamente la atención, casi nunca olvidaba a un paciente.

… Sophia Phillips siempre había sido un miembro intachable de la comunidad, por lo que el suceso ha conmocionado especialmente a sus vecinos que todavía no dan crédito a lo ocurrido. De acuerdo a la información que se tiene en este momento había abandonado un tratamiento psiquiátrico debido a un cambio en la personalidad que provocaba una irascibilidad extrema y una agresividad que podía resultar peligrosa tanto para ella misma como para las personas de su entorno.

Se cree que la mujer acabó con la vida de su marido Robert Phillips, de 74 años, envenenándolo con raticida y ocultando de algún modo el cuerpo de tal modo que los dos hijos de la pareja no pudieron percatarse del asesinato al llegar al domicilio a los pocos días. Sophia esperó hasta la noche y, al parecer, cortó el cuello de sus dos hijos, Dolan y Robert Phillips Jr. de 34 y 32 años respectivamente, así como de Marie Prescott de 30 años y pareja del mayor de ellos mientras dormían ajenos al verdadero estado mental de la mujer. También acabó con la vida del pequeño Zack Phillips de 6 años, hijo de Dolan y Marie y nieto de la propia Sophia al romperle el cráneo con un objeto contundente que, según pesquisas policiales, podría tratarse de un martillo.

La crueldad de los hechos y, la señalada noche en la que los mismos han sido destapados, hacen que parezcan más propios de un sangriento relato de terror que de una tranquila vecindad de esta pequeña localidad. Todo salió a la luz gracias a la visita de Richard y Candy Sullivan, vecinos durante años de los Phillips que, por propia invitación de la homicida, acudieron a cenar con la familia descubriendo incrédulos y aterrados la grotesca estampa que Sophia había preparado.

Tras percatarse de la sorpresa de sus vecinos, la mujer atacó brutalmente a Candy provocándole graves lesiones sobre las que aún no tenemos detalles y obligando a Richard a reducirla para que se detuviera. El hombre, aún muy conmocionado relata como los cuerpos de toda la familia se encontraban sentados alrededor de una mesa llena de comida y adornos navideños en distintos estados de descomposición, algunos cubiertos de insectos y fijados a las sillas mediante un sistema de ataduras.

Candy Sullivan se encuentra siendo atendida en el área de críticos del hospital del distrito con pronóstico reservado, al igual que la que ya es llamada “Abuela Sangrienta” Sophia Phillips. Por su parte Richard Sullivan se encuentra atendido por los servicios psicológicos y psiquiátricos del…

Directamente apagó la televisión conmocionado, apenado e incluso avergonzado en cierto modo por no haber sido más tajante y alarmista en la conversación que tuvo con el ahora difunto marido de esa mujer, de Sophia Phillips, la que fue su paciente.

– Señor Sullivan, esto no es una ciencia exacta por desgracia, pero si algo me dice la experiencia en relación a afectaciones similares a la que sufre su esposa es que suele ser muy habitual la conducta agresiva, en ocasiones a niveles muy extremos.

– Doctor, soy un hombre viejo y no he recibido toda la educación que me hubiera gustado, así que hábleme en cristiano por favor.

– Me refiero a que, es muy posible que ella intente atacarse a sí misma e incluso a usted o la gente que la rodee, hay casos en los que incluso personas con ese daño pueden… matar. Lo más adecuado , más allá de que se tome el tratamiento prescrito, sería ingresarla en algún lugar donde…

La sonrisa pura y segura de aquel hombre mientras le posaba su mano en el hombro de manera paternalista estaba fresca en la memoria del médico.

– No doctor, eso es imposible: yo conozco a mi Sophie…

Autor: Martin J. Ville

Sobre el autor

Martin J.Ville

9 comentarios en “Navidad en familia”

    1. No puedo estar más de acuerdo en cuanto a lo que entendemos generalmente por edad, es la edad adquirida en lo vivido, la calidad e intensidad de lo sucedido en ese tiempo que llevamos a las espaldas, lo que comúnmente solemos llamar experiencia, la que de un modo u otro nos regala la dosis de sabiduría que cada uno atesoramos, o eso al menos pienso yo.

      Gracias por comentar Aida, y perdón por no haber visto antes tu mensaje…

    1. Celebro que te haya gustado compañero. Reconozco que el hecho de que no me gustan tanto esas fechas como a la mayoría me facilita buscarle el lado tétrico al asunto.

      Muchísimas gracias por comentar y perdón por el retraso al contestarte…

  1. Madre mía, me cago en laputa (perdón…)
    la leche. Perdón, es que quedé medio en shock xd.
    La última frase con que lo rematas todo: brutal. Escalofriante porque igual yo habría dicho lo mismo.

    Grande, Martin.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *