Logró escapar de los verdugos. Entró en un bosque para buscar refugio entre los árboles. Los nubarrones que cubrían la luz de la luna lo refugiaban, era más difícil distinguirlo. Por suerte, la lluvia había cesado, provocando según su punto de vista que los olores fueran más intensos de lo habitual.
Escuchó como una rama se rompía en la lejanía, ¿sus captores lo habían localizado? De esos seres todo podía suceder. Giró la cabeza y distinguió una sombra diminuta que crecía según se le acercaba. Corrió entre los árboles, tenía que huir. Con cada zancada el colgante impactaba en el pecho con mayor intensidad. La cruz plateada le molestaba, parecía un yunque impactando contra el pecho.
El ruido de los pasos del otro retumbaban en el silencio del bosque, se aproximaban cada vez más. Era más rápido que él, la desesperación lo consumía. Unos brazos lo prendieron por detrás. Con la mano le arrancaron la cruz.
—Una baratija como esta no te salvará —dijo el hombre a su espalda mientras que con los dientes le buscaba el cuello—. Tiembla, ya eres mío.
—¿Estás seguro? —preguntó el hombre mientras miraba en el cielo, la Luna llena y el cuerpo le aumentaba de tamaño destrozando las vestiduras—. El colgante no me protegía a mí. Evitaba que matara sanguijuelas. Gracias novato.
Autor: Aïda M. Loizu
Espero en breve subir la continuación.
Esperamos leerla Aida, no vayas a dejar la serie a medias 🙂