El sol se oculta acariciando el empedrado de las calles de Montmartre. Briana mira desde su pequeña buhardilla cómo tiñe de bronce y dorado los negros adoquines, húmedos por la reciente lluvia. París es una ciudad triste en otoño, llora su melancolía en dispersos chaparrones y al momento abre los cielos e ilumina todo cómo si un dios aburrido jugara con la ciudad. Tras la puerta los escucha discutir. Antes no era así, pero desde hace unos meses vivir en la casa se ha hecho insoportable. Ya no recuerda la sonrisa de su madre, rota sin arreglo por una mueca de insatisfacción, ni las carcajadas de su padre hundidas en un pozo de rencor.
La casa es pequeña y eso no ayuda. Abajo hay una pequeña sala, la habitación de sus padres, un aseo y la cocina y arriba su pequeña buhardilla con vistas al París de Lautrec, Van Gogh y Picasso. La cocina siempre fue un lugar de reunión, de comidas y cenas con amigos y familia. Ahora es un campo de batalla. Las palabras se pierden en el fragor de la discusión, desaparecen, se mimetizan en dañinos insultos y reproches. Hace ya tiempo que Briana no escucha, que no quiere oír. Se refugia en la música, sus auriculares son viejos amigos que la transportan a la melancolía de Françoise Hardy, y la nostalgia de Piaf. Le gusta la música antigua, es su música, la que ponía su madre en un pequeño tocadiscos para dormirla cuando era apenas un bebé. Sube el volumen, la gastada rueda de su viejo Walkman le da el poder para acabar con los demonios. Suena Tous les garçons et les filles, esa canción le encanta, es cómo si Hardy la hubiera escrito pensando en ella. Empieza a cantar, Briana siempre ha cantado bien, con una voz entonada, suave y dulce que traspasa las almas de quien la escucha, pero es demasiado tímida para hacerlo en público, solo canta en su buhardilla ante un público imaginario, ferviente y entregado.
Y los ojos en los ojos
Y la mano en la mano
Ellos están enamorados
Sin miedo al mañana
Sus ojos se enrojecen, la canción habla de una joven que no conoce el amor y que envidia a las parejas enamoradas que hay a su alrededor. Una perla resbala por su mejilla dejando un rastro de dolor. En la calle una mujer espera a cubierto de un paraguas rosa, viste una gabardina blanca sobre la que caen rizos rojizos. Un par de brochazos guiados por una mano divina sobre el lienzo de París.
Si, pero yo, yo voy sola
Por las calles como alma en pena
Si, pero yo, yo voy sola
Ninguna persona me ama
La mujer parece estar inquieta, espera a alguien que claramente tarda en aparecer. Enciende un fino cigarrillo, aspira el humo y lo libera con sensualidad en blancas volutas que mueren enredadas bajo el paraguas. Un acto reflejo que no la complace ni la tranquiliza. Tira el cigarrillo al suelo y lo apaga con la fina punta de su zapato.
Como los chicos y chicas de mi edad
¿Conoceré próximamente qué es el amor?
Como los chicos y chicas de mi edad
Me pregunto, ¿Cuándo llegará el día?
Y los ojos en los ojos
Envuelto en una gabardina beige llega un hombre. Ella sonríe coqueta, se besan y desaparecen cogidos del brazo calle abajo.
Tendré el corazón contento
Sin miedo al mañana
El día en que no seré
Un ruido en la cocina llama la atención de Briana. Baja el volumen de la música y escucha atenta. Silencio. Abajo en la calle alguien llora y grita. Es su padre, está arrodillado y se tira del pelo y de la ropa. Está fuera de sí. Desconsolado. En su mano el pequeño revolver que guarda en lo más alto de la alacena. Lo acerca a su boca y dispara. El eco de la detonación se pierde tras los pasos de los amantes. Silencio de nuevo. Briana baja a la cocina esperando no ver, deseando no encontrar, pero encuentra y ve. Las calles de Montmartre resuenan con el grito histérico de las sirenas. El sol oculta su luz devolviendo el negro al adoquinado. Briana no puede llorar, no quiere llorar, no tiene ya por quién llorar. Toma una servilleta y tapa con ella la cara destrozada de su madre. En la escalera suenan voces y pasos. Arriba, su pequeña buhardilla se ilumina con los reflejos de verbena, azules y rojos de las sirenas y ella, con voz clara y dulce termina la canción.
Nunca más un alma en pena
El día en que yo también
Tendré a alguien que me ame
Autor: Ignacio Chavarría
Hola Nacho, gracias por compartir.
Me siento perdido, ¿será que omití algunos capítulos? Me siento un poco desconectado de la historia en este punto.
Leyendo creí que entendía los males inherentes a la humanidad (la muerte y el hambre) que habías presentado. Luego fui un poco y pensé en los jinetes del apocalipsis (faltaría justicia y guerra), pero siento que me has dado tres vueltas y no he sabido que ha pasado con la esfera negra. (que supongo que es la maldad de las personas o algo así).
Tuve que ir al principio para asegurarme que estaba leyendo Dioses Oscuros, todos los demás capítulos estaban escritos en primera persona. Así que me desconecté un poco al ver que este no. Pero ¿no encuentro la conexión?
Te contesto en privado Alex, no quiero desvelar nada de la trama. Si te puedo asegurar que, aunque este relato rompe un poco con los anteriores, tiene mucho que ver con lo que va a pasar Hay otros capitulos que no estan en primera persona, me gusta variar el punto de vista hacia el narrador en determinados momentos.
Este capitulo va justo despues de qasim y de tierra yerma
Dios mío, pobre niña… sin palabras me he quedado. Sólo me pregunto: quién es ella?
🙂