Alien tú – III

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                      VI:FRACTAL

El ambiente en el Karelia era distendido e informal, no obstante un poco fúnebre aun a aquella hora. Un insectoide de tipo blattodea, tocado con una chistera agujereada para que sus antenas pudieran sobresalir, ejecutaba un solo de trompeta bastante triste en la plataforma que hacía las veces de escenario junto a la desvencijada barra. Las luces de neón, parpadeantes desde el cartel que tenía justo encima —en el que podía verse una inscripción críptica que bien podría significar “tonto el que lo lea”—, restallaban reflejos rojizos sobre el ahumado escudo de quitina en el caparazón. El cuadro resultaba en cierto punto hipnótico si uno lo miraba durante demasiado tiempo.

Tan sólo tenía cuatro espectadores el cucaracho, y dos de ellos éramos mi amigo madero y yo.

—No tienes idea de lo que provocó el fallo en los lectores —susurró Appleface. Sus ojos mostraban un brillo inquietante mientras él repasaba distraídamente el borde de su copa con el dedo índice—. Ratas.

—¿Ratas?

Sorpresa mayúscula. ¿De verdad habían movilizado a la policía no mecánica por eso? ¿Por un puñado de ratas?

Apple asintió y lanzó un prolongado suspiro. Sus hombros se relajaron cuando exhaló. Seguro que su jornada de trabajo había sido fatigosa, a pesar de que la razón de aquel fallo hubiera sido una tontería.

—Sep.

—Pfff. Estás de coña. —No pude contener la mezcla de alivio y estupor que sentía—. Ratas. Bueno, conozco a algunas en la empresa —reí—. De las que hablan varios idiomas.

Y tanto. Hasta el maldito idioma de la Super Era hablaban algunas.

—Ya te digo. Habéis tenido varios saltos de alarma injustificados y apagones en el edificio últimamente, ¿verdad?

Claro. No me hacía falta hacer memoria para recordarlo.

—Tremendo incordio —asentí—. ¿Y todo era por eso?

—Sí. Eso parece.

Justo en aquel momento, entró a mi dispositivo inteligente un mensaje de Bob. En la línea habitual, se trataba de un audio, porque con el guante no teclea el hijoputa. Obvio que no iba a desatender a Appleface para escucharle, así que le mandé a pastar mentalmente. Seguro que para no variar se había grabado lloriqueando porque yo no estaba ahí, a pesar de saber que había pienso de sobra y bastante comida para Mamá.

Fruncí el ceño. El cucaracho se estaba viniendo arriba por momentos, y el sonido de la trompeta comenzaba a resultarme irritante.

—Es un poco raro, ¿no crees?

Apple apuró el último poso de líquido irisado en su copa, y luego juntó los labios en una mueca de “a mí que me registren”.

—No sé, tío —respondió—. Siempre he pensado que las ratas dominarán el mundo algún día.

—Ya está pasando. Ya está pasando, con las ratas blancas.

Era evidente el juego de palabras, y no pude evitar mirar alrededor a pesar de saber que había cuatro gatos dentro del Karelia. Cuatro gatos, y ninguno era un Blanco. Es cierto que a esos hijos de satanás a veces les da por camuflarse, pero no, no suelen dejarse caer por locales de ocio al anochecer, a menos que busquen algo concreto en el lugar en cuestión. Y bueno, ya que hablamos de este tema, para mí hay algo que los Blancos no podrían disimular por mucho que trataran de pasar inadvertidos. Algo que, dicho sea de paso, me resulta terriblemente desagradable: su olor. No sé si para los humanos será tan evidente, pero para mí sí. Y es el indicativo infalible de que tengo uno cerca. Un olor repulsivo, como a goma quemada cubierta de moco fresco; algo viejo, y al mismo tiempo algo recién nacido envuelto en viscosidad. Tiene lógica que huelan como lo que son: una aberración.

—Haré como que no he oído lo que acabas de decir —sonrió Apple. Al fin y al cabo, aunque no estuviera de servicio, seguía siendo poli. Y los Blancos eran tácitamente la ley suprema en cada rincón del mundo, si tan sólo fuera por el miedo que inspiraban a la población. Nadie osaría desafiarlos.

—Lo siento —musité.

—Eh, eh. Que estoy de coña, hombre. No te censures por mí. Que les den por culo a todas las ratas blancas que habitan La Tierra ahora mismo.

Sonreí. Es algo que hago pocas veces realmente, pero hay seres con los que me es tan fácil que ni me lo creo. Seres como Apple o Mamá… o Sandro.

—Pues anda que no tienes curro. Son muchas.

—Ah, no. Yo no pienso hacer el trabajo sucio. Ya tengo bastante con lo mío.

Un humano hermafrodita pasaba en aquel momento entre las mesas. Supe que era hermafrodita porque iba completamente desnudo, salvo por la pajarita violeta de lentejuelas que llevaba anudada al cuello.

—¿Os pongo otra ronda, pareja? —canturreó con descaro, tras haber rozado por accidente una de sus nalgas contra mi mejilla. No disimulé la náusea que el contacto de la piel sudorosa me produjo.

—Un orgasmo y un cerebrito, gracias —replicó Appleface.

Ya habíamos salido de copas en suficientes ocasiones como para que él supiera cuál es mi chupito favorito. Y sí, el Karelia es uno de los pocos lugares de Dirdam donde aun puedes degustar reliquias como esas.

—¡Marchando!

El sujeto en pelotas se alejó con andares alegres de camino a la barra, momento que yo aproveché para abordar el tema que me tenía en vilo.

—Ahm… Apple. Tú conoces los trabajos de Caribdis, ¿verdad?

Appleface se echó a reír.

—Joder, Any. Sólo a ti se te ocurre hablar de cuántica después de que te hayan puesto el culo en la cara.

—Anda, no me lo recuerdes.

—Pues tiene un cuerpazo —me vaciló con ganas, escrutando la penumbra del local. Se refería a la persona que nos había atendido,claro—. ¿Cuánto hace que no follas, lagartijo?

—Pervertido asqueroso —le increpé desde el cariño—. ¿Podrías por favor contestarme a la pregunta?

Se partía de risa el majadero. ¿Tan evidente era que yo no me comía una mierda desde tiempos inmemoriales?

—No, no. Contéstame tú —insistió.

—No es de tu incumbencia —repliqué a regañadientes—. Además, yo pregunté primero.

Mi amigo suspiró y negó con la cabeza.

—Eso quiere decir que demasiado; demasiado tiempo sin darle duro contra el muro. Sí —añadió tras resoplar para retirarse el rizado cabello de delante de los ojos—. Conozco el trabajo de Caribdis, claro. ¿Por qué lo preguntas?

Me di cuenta de que estaba apretando demasiado la mandíbula, y traté concienzudamente de relajarme. Es mi punto de tensión. Con los brazos no puedo levantar una cagarruta, y sin embargo con la mandíbula sería capaz de mover un trailer si agarro un hilo entre los dientes para tirar de él.

—Estoy estudiando. Me fascina.

No le mentía, después de todo.

—Es fascinante, sí —corroboró.

—Sobre todo… sobre todo eso del fluido vital.

—¿Te refieres al éter?

En aquel momento volvió a acercarse el sujeto desnudo, aunque ahora, además de lucir pajarita, se había puesto unas chanclas de charol con plataforma.

—A ver, parejita. ¿Para quién es el cerebro? —preguntó con una sonrisa turbia—. Dejad que adivine. Para el morenazo de rizos, el cerebrito. Y el orgasmo, para el lagarto raro, ¿verdad? —carcajeó—. Tienes pinta de necesitarlo mucho.

Por supuesto, le mandé a cagar. Y ya de paso, le dije a Appleface que, si tan buen cuerpo le parecía que tenía el susodiche, se lo follara él, esa misma noche.

—A mí me gustas tú, Any —respondió con todo su morro.

—Vete a la mierda. Y sí, al éter. Me refiero al éter.

—Ajá.

—Me resulta increíble que Caribdis pudiera… darle parte del suyo a una máquina.

—Un fractal.

—¿Qué?

—Le dio un fractal. No una parte —puntualizó.

Asentí con cero convencimiento. No estaba nada seguro de haberle entendido. Este es el tipo de detalles que a mí se me escapan, por burro. Y es que en mecánica cuántica, definitivamente, no todo es mecánica.

Viendo mi cara de póker, Apple se tomó su orgasmo de un trago —en efecto, el maquinote en pelotas se había equivocado: el cerebrito era para mí—, y luego me miró fijamente a los ojos por unos segundos.

—¿Entiendes lo que quiero decir? —inquirió.

Admití que no. Y entonces, sencillamente me explicó:

—El cuerpo de éter es energía vital que no puede dividirse. Lo que Caribdis le dio a la inteligencia artificial no era un fragmento de su propio cuerpo de éter, sino un fractal. Una réplica perfecta del Todo, a pequeña escala por decirlo así. Ya sabes: en una gota de agua, todo el agua.

Sacó su dispositivo de comunicación y me mostró una imagen en la pantalla.

(imagen insertada semilla de la vida).

Asentí un par de veces, porque de golpe entendí.

—Una réplica del Todo. Eso es… metafísica.

—Algunos lo llamaron así, metafísica—ratificó Apple—. Hasta que con el tiempo dejó de serlo. En verdad, los seres humanos crecimos a todos los niveles cuando alguien se atrevió a creer en aquello que no podía ver.

Asentí. Igual que los reptilianos, claro que sí. Porque con eso de “yo solo creo lo que veo” siempre hemos ido a la par que vosotros.

Personalmente pienso que ir más allá de la propia percepción requiere valentía. Valentía que la mayoría de la gente juzgaría como pérdida de tiempo o estupidez, en el mejor de los casos. Y sin embargo, no deja de ser irónico que todo lo que para uno es cotidiano, alguna vez fue mágico al principio.

—El fractal es la razón de que la máquina pudiera, eventualmente, recargarse a sí misma de fluido vital y sintetizar su propio cuerpo de éter —continuó mi amigo—. Sólo tenía que replicarlo una y otra vez, hasta completar la carga.

Joder. Claro. Conseguir que una máquina construya algo nuevo por sí misma es un trabajo laborioso en extremo; sin embargo, programar una máquina para que replique algo es lo más básico del mundo.

En aquel momento tenía los ojos tan abiertos que sentía chispazos de comprensión en los globos oculares. Aunque había algo en todo aquello que me rechinaba de forma muy molesta. Y para mi desgracia, a pesar de que no quería dar ninguna pista sobre Sandro y lo que yo estaba intentando hacer con ella —por todos los cielos, nada menos que revivirla—, tuve que escupirlo.

—Pero… Pero, Apple. Si el fluido etérico no puede dividirse, ¿cómo es que pueden meterlo en frasquitos y comercializarlo?

La carcajada que soltó Appleface seguro debió llegar a oídos del sujeto simpaticón de antes, que en aquel momento se afanaba en secar vaso y vaso tras la barra.

—¡Any! ¿Qué dices? ¿Meterlo en frascos?

—Yo tenía entendido que…

—Por el amor de Dios, ¿quién te ha dicho eso?

Me quedé helado. Absolutamente descolocado.

Appleface no dejaba de reírse, y no con maldad, sino porque genuinamente le había hecho gracia esto de los frascos. Igual que si yo le hubiera contado un chiste al decirlo, y uno de los buenos.

—Lo he visto… —respondí, sin querer tampoco hablar más de la cuenta.

—¿Lo has visto? ¿Dónde?—Qué ataque de risa tan tremendo le estaba dando. El cabrón ni respiraba casi—. Any, eso lo has soñado. O, si te lo han dicho, te han metido una trola histórica.

—Pero… en el laboratorio… —las palabras se me amontonaron—. ¿Y cómo diablos pensaban…  —”darle fluido vital a Sandro en las instalaciones de Metalas?”. Pero gracias al cielo rectifiqué a tiempo—. ¿ Cómo pudo Caribdis darle ese… ese fractal de éter a la máquina la primera vez?

Appleface tragó saliva y logró dejar de reír. Se le notaba en la cara que empezaba a parecerle raro que yo insistiera con tal vehemencia en el tema, aunque por otro lado no era la primera vez que me obsesionaba cual perro de presa por cosas así. Sea como fuere, yo ya no podía echar el freno.

—Pues no creas que está muy claro —respondió,  tras un instante de reflexión en el que probablemente estuvo ordenando ideas en su cabeza—. Extraer un fractal y cederlo es literalmente jugar a ser Dios. Es un proceso complejo, para el cual Caribdis necesitó dos cosas sin las cuales le habría sido imposible lograrlo. Una, aunque te suene a chufla, el poder de su intención. Y otra, la ayuda de los ángeles del cielo.

Al escuchar aquello fui yo el que me reí sin poder evitarlo.

—¿Me tomas el pelo? ¿Se presentaron los angelitos en la puerta de la casa de Caribdis? ¿Me estás diciendo eso?

—No. Pero por aquel entonces ya había comenzado a visitarnos una especie muy parecida, a la que algunos humanos llamaron así.

                      VII: ÁNGELES DE DIOS

(Continuará)

Autor: Reyes

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