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Sé que tal vez Nacho subirá este texto al blog en calidad de ensayo, si tan solo porque el título es una pregunta que muchas personas nos hemos hecho alguna vez. Sin embargo, quisiera aclarar desde el principio -y valga en cualquier caso mi agradecimiento, Nacho, hagas lo que hagas, querido amigo-, que este texto es un artículo de opinión solamente y, para más inri, escrito desde la incomodidad (un motor fantástico, no lo negaré). Porque sin duda esta pregunta -«¿qué hace bueno a un escritor?»- puede tener tantas respuestas distintas como personas diferentes existimos en el mundo. Es igual que si le preguntas a cada uno que pasa por la calle «¿qué es para ti el éxito?»; seguro que no recibes dos respuestas iguales, y que quedarías sorprendido en muchos casos de lo que alguien te pudiera decir. Así que lo único que pretendo escribiendo esto es desahogar lo que para mí hace bueno, realmente bueno, a un escritor. Spoiler: no es la mejor historia del mundo, ni el número de best-seller en su haber.
Quisiera decir también que escribo esto apasionada, pero no desde el resentimiento. Aunque, por supuesto, como en toda opinión, tampoco puedo ser objetiva. Vamos allá, pues. Y, si estás decidiendo seguir aquí conmigo, perdón de antemano y gracias por leer mis chorradas.
El escritor real, para mí -esto por delante de cualquier otra cosa-, es el que no necesariamente vive de escribir sino que escribe para vivir. No encontrarás motivo más sincero que la supervivencia física y no física, que la necesidad de sentirse vivo. Cuando escribimos por necesidad es porque hemos encontrado una puerta mágica y gracias a ella el vacío no nos define, sino que nos libera.
«Vivir de» como expresión me da un poco de asquillo, la verdad, o en el mejor de los casos me deja indiferente. No tiene que ver con el arte en sí. Los vampiros «viven de» la sangre que le chupan a las personas, según la leyenda. El que escribe a mansalva y «vive de» -inciso para decir que «vivir de» significa, en un sistema capitalista, «ganar dinero»- lo que vende, a priori y por esta característica no me causa una admiración especial. Respetable será, como la mayoría de seres humanos, pero admiración es otra cosa. Cuando admiramos a alguien, en el fondo queremos parecernos a esa persona, al contrario que cuando envidiamos, porque al envidiar asumimos que lo que esa persona hace, tiene o es está fuera de nuestro alcance. Yo no querría ni muerta parecerme a un vendedor de palabras, y más cuando (pido disculpas por hablar en plata) todos sabemos que por lo general se consume mucha mierda. En resumen, intento decir que ser vendedor no te hace experto en nada salvo en vender, y que hay muchos autores que no «viven de» la escritura en términos capitalistas y sin embargo cada latido suyo es y será una palabra hasta el final, en algunos casos palabra enmudecida y jamás leída por otros.
Pero entonces, ¿qué hace bueno a un escritor? Qué cosa que esta pregunta la tendría que responder un lector para que tuviera sentido, ¿verdad? Esto no es ninguna gilipollez y ni mucho menos resulta tan obvio como parece.
Los escritores suelen ser, antes que escritores, lectores. No sólo por el placer de leer, sino por la curiosidad de aprender entre líneas. Un buen escritor no es el narcisista neonazi que habla con sus actos diciendo: «azotaré con el látigo de mi indiferencia a cada ser humano porque yo estoy en el mundo para escribir, no para leer a este hatajo de simples mortales/seres inferiores que pueblan el planeta». No, amig@. Tienes que aprender de las personas. La vida no funciona entre mejores y peores; los cuentos no son tan simples, ni siquiera los que son presuntamente para niños. ¿Quién tiene la soberbia de creer que existe un solo ser humano sobre la faz de la tierra que no tendría nada que enseñarle? ¿Qué insensato iría por la vida pensando que no tiene nada que aprender de su jefe, de su empleado, de su vecino, del camarero, del millonetis, del astrónomo, del astrólogo y del marinero? Para escribir palabras, antes hay que leer, y también uno escribe sin manos, ¿de qué? A cada momento, de todo cuanto aprende. De todo cuanto observa si permite que sus ojos abiertos se llenen. Por encima del hombro la visión es simplemente sesgada e irreal. ¿En serio pretendes aportar al mundo algo valioso y veraz con tus palabras, cuando ni siquiera te detienes a mirar de frente a otros? El escritor natural, el real, sabe leer humanos. Lo que hace realmente bueno a un escritor es una profunda, incansable comprensión de lo humano por encima de cualquier sesgo cognitivo. Por encima de sí mismo y de su propio ego.
¿Sobre qué vas a escribir si no eres capaz de detectar la ilusión y la desilusión en los ojos de un niño desconocido? ¿Qué es eso tan importante por lo que querrías -ay, aquí viene la náusea- ser recordado, qué es eso tan importante que vas a contarle a los que te rodean, si los que te rodean no te interesan una mierda? La hoja en blanco está ahí para que te indignes porque todos nos indignamos. La hoja en blanco puede ser salvación cuando se llena de empatía y un ser humano, uno solo encarnando a todos, se siente comprendido. Si eres capaz de elevar un grito en silencio solo con tus palabras, o ni siquiera así (sin manos), entonces tienes un enorme poder y, como dijo el maestro, una gran responsabilidad. Si no te interesa lo humano, lo siento muchísimo pero no tienes nada. Tus personajes serán de paja -una frágil proyección egoica- y tus historias papel mojado. Tus poemas idealistas no engañarán a nadie. Tu soberbia te precederá entre líneas y puede que mueras solo con tu ego, orgulloso de que vendiste cuarenta ejemplares, diciéndote a ti mismo que el mundo no te comprende y por eso no vendiste quinientos mil. Que un «escritor» sea la estampa de la podredumbre del mundo, la viva avidez del ego carente y reptiliano, del capitalismo encarnado, es algo realmente triste.
¿Qué hace bueno a un escritor? Interesarse por lo que está fuera de él. Que se la sude ser escritor o no. Bajarse de una vez de la tarima de lo excelso. Y por fin, despojado, desnudo, incluso desde el desamparo, desde todas las emociones desagradables y los sentimientos que avergüenzan, ser lo bastante valiente para -en primera o tercera persona- regalar un par de frases sinceras al mundo, porque el mundo no necesita que le mientan más. Verdades hermosas al detalle. Y no hablo de verdades universales, sino de que uno puede ser lo bastante valiente como para airear su propia verdad en una historia, a veces hasta sin poder evitarlo. Eso te hace escritor, sin duda.
Recuerdo una escena de uno de mis libros favoritos, en la que al protagonista se le llenan los ojos de lágrimas por imaginar la ilusión de su madre comprándole un regalo que a él no le gustó. Alguien a quien lo humano le trae al pairo es incapaz de describir algo así. Es una cosa simple y cierta que no busca sorprender ni manipular al lector, ni engancharle, ni atraerle, y sin embargo hace diana en las emociones. Todo lo que vienen ahora diciendo de «engancha al lector con la primera frase» es mierda, es un punto de vista de mercado y además presupone que la gente no tiene cerebro ni paciencia por norma general.
Si eres capaz de dar a luz a escenas como estas, simples y arrolladoras; de leer libros, personas, lugares, rostros, recuerdos, vivencias «ajenas» bajo tu propia piel, entonces deberías compartir tu exhalación escrita. Porque, aunque quizá no lo creas, eres «bueno» en tanto en cuanto tu verdad tiene un gran valor; es tu verdad, transparente o translúcida en una narración, lo que puede golpear a otros, porque en nuestro fuero interno todos somos seres verdaderos, y quién sabe si hay alguien en la otra punta del mundo que podría estar necesitándola.
Autor: Reyes

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