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La pequeña aldea anochece envuelta en bruma. Un espeso manto blanco y deshilachado se extiende por el bosque abrigando los caminos y ahuyentando a los caminantes. En la aldea no queda nadie, todos los vecinos se han recluido en sus casas atrancando puertas y ventanas. Dentro piedra y fuego les protege, fuera es terreno maldito esta noche del año, fuera no queda nadie en su sano juicio salvo los incautos o los que no hayan marcado en su calendario la noche del Malvajador.

David no conoce nada de esto, no sabe qué noche es ni tiene noticia de las tradiciones o los peligros de la zona. Descendió de un tren provincial por la mañana y echó a andar con su mochila a la espalda por el primer camino que vio. Sin destino, sin prisa. Hace dos días le despidieron de su trabajo. Un trabajo temporal más que no le llenaba el alma, pero si el bolsillo. Llegó a su casa, llenó su mochila y subió al primer tren que partía de la estación con destino desconocido. Cuando eligió la parada en la que se bajó tampoco sabía dónde estaba, ni le importaba lo más mínimo. Sacó su armónica del bolsillo y empezó a tocar una melodía triste y lenta cómo su ánimo y su caminar. El camino fue cerrándose e internándose en el bosque. Hayas, tejos, robles y acebos y un suelo húmedo y mullido hacían placentero andar. El día se ha ido consumiendo y ahora David, sin darse cuenta, anda sobre el manto de blanca bruma pintado de luna. El olor a leña quemada le anticipa la llegada a la aldea. Las puertas y ventanas de las casas están cerradas y la luz del interior escapa a duras penas por pequeñas rendijas en la vieja madera. David llama varias veces a algunas puertas, la luz y el humo de las chimeneas indican que hay alguien dentro, pero nadie abre. Una fina lluvia empieza a caer, es tan fina que no parece caer sino posarse sutil sobre David. Nadie va a abrir, eso queda claro cuando ya lo ha intentado en todas las puertas de la aldea, así que David decide parapetarse en un pequeño templete que hay en la plaza. La cubierta de madera de abedul está vieja y rota dejando entrar algo de agua, pero es mejor que estar fuera. Deja la mochila en el suelo, abre el saco de dormir y se cubre con él. ¡Qué gente más rara y poco hospitalaria! David no tiene comida y casi nada de agua, saca su termo fuera del templete y lo deja abierto para que lo llene la lluvia, mientras se enciende un cigarrillo de marihuana y le da una profunda chupada que llena con promesas de extraños sueños sus pulmones.

— Pita

La voz le sobresalta, al final de la calle, a unos metros de él hay un niño. Es quien ha hablado. ¿Pita? ¿Se referirá a la armónica? No, hace tiempo que David no la toca, imposible que le haya escuchado. El crio tiene una pinta bastante extraña, con ropas antiguas, de otra época. No tiene ningún sentido que esté aquí solo, en una aldea donde la gente no abre su puerta ni se digna a contestar.

El niño da tres saltos a la pata coja en dirección a David.

— Tente

¿Tente? que es tente, David no entiende nada, pero parece claro que el niño no está asustado ni preocupado, diríase que está jugando.

— Hola, ¿estás solo? ¿Dónde están tus padres?

No hay respuesta, el niño solo le mira esperando que pase algo, pero David no sabe que debe hacer ni de que va esto, es una situación surrealista. Solo ha dado una calada al porro, no es por la maría, de eso está seguro, pero aprovecha para darle un poco más a la hierba para que no se le apague la chasca. El pequeño gira sobre la punta de sus pies y da dos saltitos más en dirección a David, está a un par de pasos ya. Decididamente es un niño antiguo, o será la moda de este pueblo, pero ya nadie viste a los niños así. Tiene la cara cenicienta y una extraña sonrisa que no presagia nada bueno. De pronto una sensación eriza los pelos del brazo de David, un escalofrió que le recorre el cuerpo avisándole de que algo se le ha pasado desapercibido enmascarado por la paz que da la droga. Este niño no es normal, más bien, piensa David, no es un niño.

— Tula

Da dos saltos más y se planta a medio metro de David. Nada ha cambiado en su rostro, la misma sonrisa, la misma expresión infantil, pero si en sus ojos ha cambiado algo. Hay un brillo de triunfo, el rastro de victoria que queda cuando se consigue un esquivo objetivo perseguido durante mucho tiempo.

— Llevas

Al decir esto, el pequeño, alarga la mano y toca levemente el brazo de David. Entonces la bruma, como si fuera un ser vivo despertando de su letargo, palpita y gira en frenético torbellino envolviendo a los dos. La ventisca dura un momento y desaparece y entonces David se ve alargando una pequeña mano que le toca desde un cuerpo que no es el suyo. Ya no es él y quien fuera él es otro.

—¡Por fín! — se ve a sí mismo gritando desde el cuerpo que acaba de abandonar— ahora eres tú, TÚ LA LLEVAS imbécil, ahora el Malvajador eres tú y lo serás cada quince de noviembre encerrado en esta maldita bruma hasta que se la pases a otro.

David ve su cuerpo coger la mochila y salir corriendo, intenta seguirle pero no puede, amanece y la noche del Malvajador termina, la bruma se retira, se disuelve y se lleva el cuerpo de un pequeño niño vestido con ropa antigua y tez mortecina que encierra ahora a un asustado David en su interior.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

7 comentarios en “Tula”

  1. Ay, dios, Nacho… niños y fantasía aterradora es una de mis mezclas favoritas! La verdad que David podía haber sido yo tranquilamente yendo a la aventura, cogiendo un tren y terminando fumando porros en una aldea perdida. Pero también te digo, vaya hijos de puta en el pueblo ese! Podrían poner un cartelito de advertencia o algo: “el quince de noviembre cuidado con el niño” o algo así xDDDD
    Me ha encantado!

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