Dioses oscuros – Balas y donuts

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Siempre pensé que una comisaría de policía sería un lugar oscuro con paredes manchadas, empapeladas con la cara de algún delincuente con barba de dos días y un SE BUSCA al pie y un pasillo con un banco lleno de malhechores y drogadictos esposados y alguna prostituta borracha insultando a los policías. Nada que ver, ¡qué desilusión! El sitio en el que me encuentro es una ordenada oficina que en nada se asemeja a las caóticas comisarías de las series americanas. Me han dado un batido y un donut —esto al menos no ha cambiado—, y estoy esperando que una psicóloga o alguien de protección del menor venga a por mí.

Mi walkman me susurra al oído Ma liberté en la voz del incomparable Moustaki. Super apropiado para este momento.

Mi libertad
Frente a tu voluntad
Mi alma fue sumisa
Mi libertad
Te di todo
mi última camisa

Frente a mí un par de zapatos marrones levemente cubiertos por un pantalón a cuadros con los bajos mal cosidos me corta el rollo.

—¿Señorita Briana?

— Si —me habla una mujer con cara de mala leche torpemente camuflada con una falsa sonrisa—

— Soy la señorita Eliette, de protección al menor. Siento enormemente lo de tus padres, Dios está contigo. ¿Puedes acompañarme?

Sin más se da la vuelta y echa a andar. ¿Señorita? Debe tener como doscientos años. La sigo. Anda a saltitos con sus piernas regordetas abrazando una carpeta, que supuestamente contiene mis datos, cómo si se la fueran a robar. En el colegio había una Eliette, era monja y nos daba matemáticas en primaria. No se cansaba de contarnos con su voz impostada de caridad que su nombre significa “Dios ha respondido” y que se lo pusieron porque sus padres habían abandonado la esperanza de tener hijos y Dios la envió en respuesta a sus oraciones. Dios a veces es malvado y bastante travieso.

Llagamos a una puerta en la que pone su nombre —Eliette Durand, Oficina de protección al menor— y me invita a entrar. La sala es tan impersonal como ella, una mesita con dos sillas, un fichero y un crucifijo en la pared, creo que es lo único que ha aportado esta mujer a la estancia y lo único que se llevará cuando se vaya jubilada a su casa para hacer calceta y cuidar gatos.

— Briana, quiero que me cuentes, si te ves con fuerzas, que es lo que ha pasado hoy. Tomate tu tiempo, no tenemos prisa.

— No hay mucho que contar, estaba en mi habitación escuchando a Hardy, Françoise Hardy la cantante, y me sobresaltó un ruido, cómo un golpe fuerte. Luego vi salir a mi padre y arrodillarse en la calle gritando. Entonces se disparó en la boca.

— ¿Estaba loco tu padre?

— Claro que no, ¿Qué pregunta es esa?, no estaba loco, mi padre era una buena persona, solo estaba … ¿desesperado?

— Bueno, mató a tu madre y luego se disparó, eso no es estar bien. ¿Sabías que le echaron del trabajo por pegar a un compañero?

— No, no sabía nada de eso. ¿Pegó a alguien? Eso no es propio de mi padre.

— Pues ya ves niña, él era, al parecer por sus actos, un hombre violento. Has tenido suerte que, en su locura, no reparase en ti.

Miro sus ojos, está disfrutando. Le gusta jugar, hurgar en el interior de las personas buscando debilidad, algún resquicio por donde fluya el dolor. Pero no voy a llorar. Yo sé quién era mi padre y, aunque no entiendo que locura le haya podido llevar a hacer todo esto, sé que algo le llevó a ese estado en el que no era él.

— Entiendo que es difícil y doloroso este momento. Necesito que me digas si hay alguien a quien podamos llamar, ¿algún familiar, amigos de tus padres, alguien que se haga cargo de ti?

— No, no conozco más familia que mis padres. ¿No ha leído el informe? Lo tiene delante, seguro que ahí está todo lo que saben sobre mí. Seguro que saben mucho más que yo ¿verdad?

La mujer pone sus manos sobre la carpeta intentando taparla, cómo si temiera que pudiera leer a través del cartón los secretos que me han ocultado durante toda mi vida. Estoy tentada de quitársela, es una mujer mayor, débil y pequeña, seguro que me da tiempo a leerlo todo antes de que pueda llegar alguien en su ayuda.

— Si, lo he leído, eres adoptada, ¿eso lo sabes no? —asiento— Tus padres eran hijos únicos, sin descendencia, huérfanos y sin más familia que tú y ese pobre gato que quedó en tu casa. Digamos que en este caso eres mi responsabilidad.

O lo que es lo mismo, que estoy en sus manos. Pobre Muss, espero que le cuiden bien, es un gato muy tonto y no le veo buscándose la vida por los basureros de Montmartre.

— ¿Puedo quedarme con Muss? yo cuidaré de él.

— No sé qué decirte todavía. Estamos contemplando las diferentes opciones. Tienes dieciséis años, todavía te falta para la mayoría de edad así que buscaremos otra casa de acogida y ellos decidirán si quieren o no tener también a tu mascota. De momento está en la protectora en el Dispensaire d’Orléans. Le cuidarán bien mientras vemos que hacer contigo.

— Le gustan las galletas con leche, ¿se lo dirá a ellos?

Tal como me mira ya sé que no dirá nada, el gato no es su problema, su problema soy yo. Siempre he sido el problema de alguien, fui el problema de una mujer que me abandonó, luego el problema de una pareja que me acogió y no fui suficiente para ayudarles a superar sus diferencias, me convertí en el problema de los policías que llegaron a la casa a recoger los restos de mi familia y ahora soy el problema de esta señora que solo quiere que pase a ser el problema de otro e irse a tomar un café con macarons y cruasanes con sus amigas octogenarias en alguna cafetería pija de los Elíseos.

— Espérame aquí un momento, voy a hacer una llamada.

Sale dejando la carpeta encima de la mesa, es cómo dejar un filete al alcance de un perro hambriento, pero no me da tiempo de nada, la muy zorra se da cuenta y vuelve a entrar. Pienso que lo hizo a propósito, sobre todo por la sonrisa maligna y la mirada retadora que me dedica antes de desaparecer de nuevo por la puerta con la carpeta bajo el brazo.

El silencio me mata, vuelvo a colocarme los auriculares mientras espero que regrese esta mujer con el plan para mis próximos años de vida.

para ir hasta el final
caminos de la fortuna
Para elegir mientras sueñas
una rosa de los vientos
en un rayo de luna
Mi libertad

Moustaki siempre tiene una palabra acertada en el momento justo, un don del que muy pocos pueden presumir. Mi Walkman es un aparato mágico, tiene el poder de poner la banda sonora adecuada a cada momento, solo tengo que jugar con los botones, adelante, atrás, da igual el tiempo que avance o rebobine, siempre el PLAY acierta. Tras el ruido de la cinta corriendo desesperada de un lado a otro, una canción le da sentido a todo.

Escucho ruidos en el pasillo, carreras y gritos; ¿disparos? Me asomo. Fuera todo se ha desmadrado, la gente corre de un lado a otro y, efectivamente, son disparos. Me agacho instintivamente y cierro la puerta. Tal vez también sea hoy mi día, tal vez muera y me reúna con mis padres. ¡Qué locura! No quiero escuchar, los gritos de dolor y terror son insoportables, escucho voces pidiendo ayuda, clemencia, incluso rezando.

Silencio.

Llevo un rato sin escuchar nada, tan solo el zumbido de los fluorescentes de la sala. Abro la puerta, el sonido que produce me parece terrible. Espero. No parece que haya nadie, no hay movimiento ni se escuchan voces, pasos o algo que indique que no estoy sola. Me aventuro a salir de la sala y recorrer el pasillo hacia la salida, entonces veo el horror. La sala está llena de gente calcinada, no hay sangre, solo cuerpos quemados. El olor es horrible, huele a barbacoa, cómo cuando íbamos al Querol, encendíamos fuego y hacíamos hamburguesas y patatas asadas. En un rincón veo a la señorita Eliette, o lo que queda de ella. La reconozco por el pantalón a cuadros porque del resto solo queda un esqueleto chamuscado. A su lado está la carpeta. Me parece raro que estando así el cuerpo la carpeta no esté quemada. La cojo y corro hacia la salida.

La calle está desierta. A lo lejos se escuchan sirenas. Es la segunda vez hoy que las escucho. En la entrada de la comisaría veo un par de cuerpos calcinados más y al final de la calle otro dentro de un coche. Solo se ha quemado la gente, los objetos permanecen indemnes. No entiendo, ¿contra qué disparaban? ¿Quién disparaba? Desde el despacho de la vieja parecía que fuera había una auténtica batalla, ahora parece más bien que hubiera pasado un incinerador selectivo quemando gente. Sea lo que sea a mí no me ha afectado. Me siento en la escalinata, abro la carpeta y leo.

Hay varios recortes de periódico, son noticias de un incendio en el que murieron varias personas en un edificio en Saint-Denis, por lo que parece solo sobrevivió milagrosamente una niña de pocos meses de edad. Yo. Mi madre no me abandonó, murió en ese incendio junto a mi padre y mis dos hermanos. El resto son informes médicos que no entiendo muy bien, pero que parecen confirmar que me hallaba en buen estado de salud. Más papeles sobre mis padres adoptivos y algunos informes del seguimiento que alguien estuvo haciendo a la familia sobre mi adopción. Recuerdo esas visitas en las que me ponían la ropa de los domingos y una señora me preguntaba, sin la presencia de mis padres, si me sentía a gusto y me cuidaban bien. Me alegra saber que mis padres no se deshicieron de mí. Hay una fotografía de la familia, de mi familia. Mis hermanos eran pequeños, debían tener tres y cinco años. Se parecen a mí. Mi madre era guapa, tenía, cómo yo, los ojos verdes y pequeñas pecas en los pómulos cerca de los ojos, cómo un granizado muy suave de miel sobre la blanca piel. Mi padre, muy delgado y moreno, tiene gesto despreocupado, manos en los bolsillos y una sonrisa abierta y sincera. Me habría gustado vivir esa vida. En la foto no aparezco, seguramente es de antes de nacer yo. Mi madre viste un abrigo amplio así que no puedo saber siquiera si estaba embarazada cuando la hicieron. De pronto me doy cuenta de que las sirenas ya no suenan y que tampoco ha llegado nadie más a la comisaría, sigo sentada en la escalinata yo sola. La calle permanece desierta y, lo mas extraño, el silencio, no se escucha nada, cómo si el tiempo se hubiera parado. Entonces reparo en ella. Guardo la foto en mi bolsillo y me acerco.

Se trata de una esfera negra, parece un agujero a otra dimensión, parece viva y me llama.

Autor: Ignacio Chavarría

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