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A veces me quedo “pescando” pensando en la gente. Parece que escucho a mi psiquiatra, pero qué va. Suele pasarme en la consulta, cuando él me pregunta sobre mi vida (es decir, casi todo el tiempo).

Me acuerdo, por ejemplo, de Pacita. Una niña asquerosa, la verdad. La mejor de la clase; mención de honor en todas las asignaturas en tal curso como tercero de básica, es decir, a una edad donde simplemente las calificaciones no deberían existir (pero existen, y por eso es la edad a la que se te empieza a joder la vida).

Pacita tenía la fisonomía facial de estos sujetos que, si los miras de perfil, carecen de la depresión geográfica que existe entre el inicio de la nariz y la frente. Rareza que, según un youtuber con ínfulas de criminólogo que se hace llamar “Nosoy 100Tifiko”, significa: agudeza y habilidad para el cálculo mental. ¡¡Y tanto!! La Pacita era una calculadora viviente, una mala bestia con las divisiones y las raíces cuadradas y los decimales de ochocientos números. El resto de la clase éramos subnormales a su lado, y alguno de nosotros, para colmo, disléxico.

Pacita no era una belleza precisamente —de hecho era una niña bastante fea, que quede entre nosotros—, pero ocurría un fenómeno extraño: todos los niños de la clase estaban enamorados de ella. Nunca se quedaba la última cuando se elegían equipos para jugar al pañuelo. Y no creo que esto pasara porque era rubia tipo pelo amarillo pollo, ni por los trajes de mormona de luto que llevaba; claro que no, por dios: ella era una mujer de ocho años capaz de deslumbrar a la peña con su inteligencia. Jamás vivió en las aulas la experiencia del rechazo y/o la humillación. Nunca fracasaba en nada.

Para colmo, era solidaria. No usaba sus superpoderes para hacer sentir mal al resto, ni se metía nunca con nadie. Pero era odiosa cada vez que levantaba la mano, cada vez que abría su plumier impecable y sacaba un lapicero pulcro y afilado a la perfección… no fastidies, lo normal en el colegio era llevar todos los lápices despuntados y encima olvidarte el sacapuntas en tu puta casa. Pero tranquilos, don’t panic, que Pacita te lo prestaba. Era una niña ejemplar en cuya presencia te sentías tan pequeño que: o te morías de amor, o te morías de envidia, o te cagabas encima.

La maté una tarde cualquiera de mayo. Le metí la cabeza en el váter más alejado de la puerta en los baños, y le hice el favor de tirar de la cadena… una y otra vez. Adiós, Pacita.

Sí, a veces me quedo “pescando”, en modo loading, pensando en la gente que he matado.

—Disculpe, ¿me está escuchando?

—Por supuesto, doctor; la duda ofende. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Claro, adelante.

—No está mal asesinar personas en la cabeza de uno, ¿verdad? Quiero decir, ¿soy una persona peligrosa si he matado mucha gente mentalmente?

Se ríe el buen hombre antes de responder. En cinco años que llevamos de terapia no sabe aún con quién está hablando.

—No, no se preocupe. A menos que esté planeando un asesinato real, se trata de una fantasía completamente normal.

—Uy, no, doctor. No me dé ideas… —me río yo también, qué bien lo pasamos. Y pienso que Pacita ahora tendrá mi edad, casi un lustro. Me pregunto dónde vivirá.

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

7 comentarios en “Capaz”

      1. Yo era de los mejores estudiantes. El que sobresalía en todo. No me gustaba estudiar, pero era el mejor de mi clase. Así como cuentas, siempre supe que había algunos compañeros a los que no les caía bien 😹

  1. Hola Reyes, me encantó tu relato, sobre todo la naturalidad que le imprimes al personaje, cómo se expresa. A veces, cuando escribo (o lo intento) me vuelvo muy acartonado, fanático de la pulcritud al momento de expresarme, pero tu lo haces de tal forma que sentí al personaje, vivo, alguien tan orgánico, incluso con sus expresiones en ingles jejeje. Y que decirte del final, no me lo esperé para nada y amo cuando pasan esos plot twist porque a mi tambien me gusta matar gente… pero en mis textos jejeje.

    Un saludo.

    1. Muchas gracias, Tomás. A mí algunos personajes míos me dan miedo 😀
      Entiendo lo que dices sobre la pulcritud. La búsqueda en sí misma (de la palabra perfecta) puede ser un obstáculo. Yo lo siento como si tuviera una lupa y estuviera “demasiado cerca” hasta el punto que al final sólo viera manchas. Como que me llego a obcecar. Pienso que tú eres divino escogiendo palabras, pero entiendo a qué te refieres. Creo que en el blog hay un artículo de Ariel que habla sobre el texto idóneo al hilo de esto.
      Un abrazo!

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