Dioses oscuros – La boca del Orco; Amarí

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Los cuerpos mutilados de mi tribu siguen presentes en mi cabeza mientras camino por la arena. Sé que realmente no eran mi familia, sé que este cuerpo es algo temporal, un vehículo incómodo que me permite, de burda forma, habitar este mundo. Pero esto no impide que la ira me consuma. Tengo grandes lagunas sobre quién o qué soy y eso me atormenta. Mi vida desde que nací es solo un instante en mi existencia, tengo constancia de ello, pero no recuerdos. Espero que allí donde voy encuentre respuestas.  

Los muertos me siguen, siempre presentes, me acompañan, tienen hambre de venganza y yo les alimento con mi odio. Las mujeres que quemé al nacer, mi madre, los guerreros que mi fuego consumió en las guerras tribales, los niños que veía jugar en la aldea y con los que nunca me fue permitido jugar, el resto de mi tribu. Fantasmas que ya me he acostumbrado a tener a mi lado. Encontré la paz en la soledad de mi cabaña; entonces apareció la esfera consumiendo todo el mundo que conocía, toda la gente que podía llamar familia desapareció y al tocarla se trazó la ruta y la imperiosa necesidad de seguirla y ellos vinieron conmigo. No entiendo por qué aparecí en esa lejana isla. Todo se tornó negro y momentos después estaba en ese acantilado frente a un mar embravecido que me separaba de mi destino. ¿Por qué no trasladarme directamente a sitio exacto, a esta costa o donde quiera que deba llegar? Puede que la razón fuera encontrar a Finley, no lo sé, de lo que estoy seguro es de que nuestro viaje juntos terminaba en la playa; yo no puedo ver más allá sobre su destino. 

El calor es intenso, incluso para mí. El sol quema mi piel y la arena la planta de mis pies descalzos. El silencio taladra mis oídos, este sitio es la total ausencia de vida. Un lugar ideal para alguien a quien ha acompañado la muerte desde que tiene recuerdos. Por la noche se desata la guerra, puedo escuchar pequeños roedores, insectos, lagartos y serpientes que aprovechan la oscuridad para activar su lucha por subsistir. Para ellos es algo normal, natural, no conocen otra forma de vida y están adaptados al sufrimiento y las carencias. Me identifico con ellos. Hakim me aviso sobre mi soledad, él sabía cosas sobre mí que yo tengo que aprender todavía. Podía ver el miedo en sus ojos, sentirlo, olerlo, era humano y como tal sabía de su fragilidad. Aun así, permaneció a mi lado.  Me enseñó el valor de la amistad, el compromiso, la lealtad. Cualidades y debilidades de esta especie con tantos extremos y contradicciones, capaces de lo peor y lo más noble en el mismo individuo. ¿Quién los entiende? Hakim estaba equivocado, nunca he estado solo, los muertos me acompañan y yo les alimento. 

Frente a mí se abre una gruta que exhala vapor de azufre. No es fácil verla, cualquiera puede pasar a pocos metros y no percibir su presencia, yo he llegado directamente a la entrada guiado por fuerzas extrañas.  No tengo temor, sé que lo que hay dentro no me va a dañar, solo siento curiosidad. Me da la impresión de haber estado aquí antes, quizás varias veces, si no en este mismo lugar si en otro similar. Según me adentro mi mente va aclarándose, se van deshaciendo los inhibidores que mantenían ocultos mis recuerdos, recuerdo mundos lejanos, haber ocupado otros cuerpos y sobre todo recuerdo destrucción, ser portador de ella, capaz de extenderla. Hambre. Eso es lo que soy, el portador del hambre; allá donde vaya los campos de grano se marchitarán, las mujeres quedarán estériles, el ganado dejará de producir leche y su carne se secará, el agua dejará de ser potable. Muerte y hambre. Ese soy yo. 

He recorrido el pasadizo sin darme cuenta hacia donde andaba, pero consciente de saber a dónde iba. Me encuentro ante una cavidad donde puedo ver un extraño ser levitando. No puedo entrar, alguna fuerza me lo impide. El ser cambia imperceptiblemente de forma, como si tuviera interferencias y no pudiera fijar una forma definitiva. Se vuelve hacia mí, parece que toma la forma de una mujer y me habla; noto como sus sordas palabras penetran en mí, entiendo y comprendo finalmente. 

—Entra Amarí, te esperaba. 

Avanzo. Hay varias piedras planas distribuidas alrededor del altar central, cuatro en total, una está ocupada por el cuerpo en llamas de una mujer. La conozco, es Muerte, llegó en La hija del viento hace años, algo noté al pasar cerca de los restos del barco, una sensación de reconocimiento, su aroma, el aroma dulzón que deja su presencia. Llego frente a mi losa, me acuesto y mi cuerpo humano comienza a arder alimentando por fin mi alma inmortal. 

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

3 comentarios en “Dioses oscuros – La boca del Orco; Amarí”

  1. La llamada… ya son dos. Se está preparando «algo» y nada es porque sí. Te leo, Nacho.
    Adoro estas criaturas prácticamente instintivas fluyendo hacia su destino.

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