Bueno… ¿por dónde puedo empezar?
El día que nos conocimos, fue un día cualquiera… Era de mañana, la noche anterior había llovido y yo estaba caminando entre los charcos. El aire estaba cargado de humedad y el aroma a tierra mojada era abrumador. Caminaba sin rumbo fijo, perdida en mis pensamientos, cuando de repente lo vi. Estaba de pie, bajo la marquesina de una tienda, con su chaqueta empapada y el pelo desordenado. Sus ojos, a pesar de la grisácea mañana, brillaban con una intensidad que nunca había visto antes.
Aquel encuentro fortuito fue el comienzo de algo extraordinario. Fue como si el destino hubiese conspirado para que nuestros caminos se cruzaran. Él, con su sonrisa tímida y sus ojos brillantes, me extendió la mano y se presentó. Su voz era suave, casi melancólica, pero en ella había una calidez que me envolvió al instante. Hablamos bajo la marquesina, ajenos al mundo que nos rodeaba. Había una ligera bruma que cubría la ciudad, como ese día en el hospital…
No, creo que no es una buena idea empezar por ahí. ¿Podría ser el día que nos dimos nuestro primer beso?
Yo estaba mirando a la ventana. Era una tarde gris, con el cielo cubierto de nubes densas y oscuras. Las gotas de lluvia resbalaban lentamente por el cristal, creando pequeños ríos que desaparecían al llegar al borde. Estaba absorta en mis pensamientos, cuando sentí una mano cálida en mi hombro. Me volví y ahí estaba él, con una sonrisa, esa sonrisa que nunca podré olvidar.
Nos quedamos así, abrazados, mientras la lluvia caía a nuestro alrededor, creando una sinfonía que acompasaba nuestros latidos. Cada gota que golpeaba el vidrio parecía marcar el ritmo de un amor que crecía y se fortalecía con cada segundo que pasábamos juntos. En ese momento, todo parecía posible, incluso la eternidad. Siempre me ha parecido irónico ver la lluvia desde el otro lado del vidrio. ¿Qué pensarán las gotas al otro lado? Verán una mujer con profundas ojeras y una tristeza tan grande que no cabe en ella..
Lo he vuelto a hacer… No puedo contar esta historia sin desviarme a aquello que me duele tanto. Pero no quiero recordarlo así. Siempre he dicho que lo único que queda son los recuerdos en vida de aquella persona que tanto se ha amado… Los momentos felices, las risas compartidas, las noches interminables hablando de sueños y esperanzas. Recuerdo cómo me miraba, con esos ojos llenos de cariño y admiración. Recuerdo sus abrazos, cómo me envolvían y me hacían sentir segura. Recuerdo su voz, cálida y reconfortante. Y sin embargo, cada uno de esos recuerdos está teñido de una tristeza profunda, una herida que nunca sanará del todo…
A veces, cierro los ojos y me dejo llevar por la marea de recuerdos. Revivo aquellos días de verano en los que nos perdíamos en la playa, caminando descalzos por la orilla mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Sus manos, entrelazadas con las mías, me daban una sensación de pertenencia y paz que nunca antes había experimentado. Esos recuerdos, aunque dolorosos, son los que me mantienen viva. Me recuerdan que, aunque él ya no esté físicamente, su amor y su esencia siguen presentes en cada rincón de mi ser.
La vida no es justa. No ha sido justa conmigo. Si lo fuera, él estaría aquí y yo no… Todos los días me despierto con la esperanza de que todo haya sido un mal sueño, que al abrir los ojos él estará a mi lado, sonriéndome como siempre. Pero no, cada cosa me recuerda a él. Comprar un helado, ver unas flores. Y yo, aquí, tratando de encontrar sentido a una vida sin él, intentando seguir adelante…
Y a pesar de todo, encuentro consuelo en pequeños momentos de belleza. El sol que se cuela por las cortinas en la mañana, el canto de los pájaros al amanecer, la risa de un niño en el parque. Son señales de que la vida sigue, de que hay esperanza incluso en los días más oscuros. Me esfuerzo por encontrar la fuerza para honrar su memoria viviendo de la mejor manera posible, sabiendo que él querría verme feliz. Aunque el dolor nunca desaparezca por completo, aprendo a vivir con él, a aceptarlo como parte de mi existencia y a seguir adelante con la certeza de que, en algún lugar, él sigue cuidándome.
Autor: Alex Pallares
Un especial agradecimiento a Reyes, por toda su ayuda.
Alex;;;;;;;
Qué cierto es que perder a una persona amada hace que todos los recuerdos felices se vuelvan terriblemente dolorosos… en el caso de la narradora de tu relato, además, no se trata de “una persona amada” sino de “LA persona amada” (el verdadero protagonista es él, a contraluz de su ausencia). Escribiste un relato que sentí como un cuadro realista desdibujado por la lluvia, como si la pintura llorara.
Gracias por esa mención de agradecimiento pero me temo que no sé en qué ayudé yo!
Por favor no pares nunca de escribir.
Un abrazo.
Hola mi querida Reyes. Creo que ese agradecimiento está en todos mis escritos.
Bueno, este ha salido colocando la canción “I hold you” en modo repetir y escribir y reescribir por unas cuantas horas. ¿Fuiste tú la que eligió esa canción?
Ha sido una catarsis volver a un viejo escrito mío que nunca me gustó, darle otro sentido y ponerlo en marcha. Fue una experiencia muy buena.
Cómo me alegro de que te haya gustado la canción!! Y me parece bestial que te haya ayudado a darle otro aire al texto que tenías, me hace feliz eso! Me preguntaba al leerlo si habías llorado en el proceso porque es muy intenso.
Sí, las canciones de “lo que tu corazón escucha” las pongo yo. Se me ocurrió ese reto hace dos meses y le dije a Nacho y le gustó. Al principio teníamos el de “lo que tu corazón ve”; ahora están los dos, y la verdad es que tanto con imágenes como con música es una experiencia sensorial curiosa para reto creativo!
Qué bien que hayas tenido una buena experiencia.
Ahora que pienso, podríamos jugar con otros canales sensoriales también… como el olfato¿??, otros sonidos (no música), evocar sabores o texturas y tacto…
Me parece interesante. ¡Esperemos a ver qué nos ofrece la vida!
Bueno, me uno a los retos.
Abierto a todas las experiencias posibles, a ver como lo gestionamos digitalmente 🙂