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El cielo oscuro pinta el lago de gris, el agua está calmada, espejando las pardas montañas que recortan el horizonte. Me doy un momento para verlo todo en conjunto, para disfrutar de la triste belleza del paisaje. Un águila vuela plácida trazando lánguidos círculos en busca de alguna presa, su grito recorre el paisaje vibrando en mi interior. Me desnudo. Las pequeñas piedras se clavan en la planta de mis pies que se quejan acostumbrados a la protección del calzado, el agua está helada, el primer contacto es doloroso, pero pronto el frio me insensibiliza y puedo avanzar adaptando la temperatura de mi cuerpo a la del agua. Lo tomo con calma, voy poco a poco, fijando mi atención en el fondo descubierto por la transparencia del agua. Mis pies van dejando pequeñas nubes de limo que vuelve a posarse tras de mi. Cómo si nadie hubiera pasado, ignorando mi existencia. El agua me cubre hasta la cintura y decido que es el momento de zambullirme. Me hundo, doy un par de brazadas y vuelvo a la superficie aterido de frío, pero pronto empiezo a estar mejor dentro del agua que fuera donde el aire corta mi piel mojada. El cielo se ha cubierto con pinceladas oscuras aquí y allá sobre el lienzo gris. Tras las nubes, en algún lugar del olimpo, resuenan los tambores de Zeus avanzando la tormenta. Me dejo flotar mirando al cielo. El aire arrecia desubicado a mi alrededor, cómo si no decidiera el camino a seguir levantando pequeños remolinos líquidos allí donde toca el agua. Alguna gota choca contra la superficie, pocas, gordas y pesadas levantando pequeños impactos. Un enorme trueno retumba mucho mas cerca. Lo he escuchado bajo el agua tamizado por el acogedor lago que me mantiene en su seno. Solo mi cara asoma, me siento de vuelta al interior de mi madre, cubierto del líquido amniótico, a salvo de todo. La lluvia arrecia, el mundo se tiñe de agua hasta tal punto que no diferencio el aire del lago ni los truenos del martilleo de las gotas contra el agua. La superficie de cristal estalla en miles de esquirlas trasparentes. Me sumerjo dejando fuera la batalla y me abandono. Floto libre de todo y conectado a todo a la vez. Pienso en el Águila, ¿estará flotando también golpeado por la lluvia o habrá ascendido por encima de la tormenta? Creo que está allí arriba, con el cielo azul calentando su espalda, sobrevolando un suelo de nubes que rugen y lloran. Me conecto con esta imagen consumiendo el ultimo momento antes de tener que subir a respirar de nuevo. Noto sus plumas contra la palma de mi mano, la sensación de fraternidad, de compañía, de vida. Los truenos se alejan, la lluvia cede, el cielo se abre y allí arriba, entre las cicatrices azules del firmamento, el Águila grita su canción.

Autor: Ignacio Chavarría

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Ignacio Chavarria

2 comentarios en “Agua”

  1. Es una vivencia espiritual… Qué bonito, Nacho. Lo he sentido, el estar seguro y a salvo.
    Lo del agua en los humanos es fascinante… hay un científico, Masaru Emoto, que habla de la memoria del agua en nuestro organismo y de alguna forma demostró cómo le afecta al agua la vibración de la música, de las palabras o de los sentimientos. Tiene un libro que se llama “el mensaje del agua” donde pone fotografías de cómo cristaliza el hielo en respuesta a diferentes vibraciones… alucinante.
    Gracias por este relato tan vivido en el que la persona que lo experimenta está tan presente…

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