La niña jodefiestas

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“La realidad” no es otra cosa que el espejismo que cada uno percibe. Quién sabe si la verdad es arena u oasis dentro del mismo desierto. La realidad no existe, sólo existe lo que uno ve. La realidad no existe, y la verdad… la verdad quizá tampoco.

Cuando miro los rostros en la calle —rostros de hormigas saliendo de la boca de metro; rostros aglomerados y anónimos, pálidos y adormecidos salvo por algún tímido destello discordante— me pregunto si alguna vez he llegado a conocer la realidad de otra persona. Desde la atalaya que me encumbra absurdamente como el observador del mundo, me parece estar viendo a los hombres grises de “Momo” cuando contemplo una multitud. “La gente”, sí. Depredadores al uso, ladrones de mi tiempo. “Yo no soy eso”, me digo. “Eso es la gente, no yo”. Quién escribe sobre “gente”, ¿verdad? Nadie. Cada lunes por la mañana, puedo vivir sumergido en un laberinto de naturaleza impersonal.

“La realidad”, “la gente”. Son sólo ideas, conceptos que no existen. Son palabras donde los ateos colocan a Dios, pues es necesario tener fe, creer en ellas para que sean reales.

Quiero hablaros de la niña que lloraba en las fiestas, porque ella también es gente. Desde bien pequeña, sufría crisis de ansiedad a puerta cerrada en el cuarto de baño de una casa atestada, sólo porque no podía soportar los gritos exaltados, el zapateao’ del sur en el salón, la exigencia de fingir alegría todo el tiempo. Para su juez habitual, a quien ella había de llamar “madre” por razones sanguíneas, llorar era un pecado, y más “sin motivo”. Y más en una fiesta. Y más delante de “gente”. La niña había de permanecer impecable y reír cuando tocaba, sin concesiones, ella lo sabía bien.

Realidades distintas, ya lo ves. Donde para unos hay una fiesta, para otros puede haber un nudo en la garganta. Y si la misma “realidad” se repite año tras año, un trauma. Donde para unos hay espasmos de alegría, para otros podría haber una serpiente enroscada en el cuello.

Podría hablarte, por ejemplo, de la señora del gimnasio. Ella también es gente. Tiene treinta y pico, y entrena en el gimnasio cuatro horas diarias de lunes a viernes, a veces algún sábado. Su cuerpo se muestra pletórico, sanguíneo, como la expresión viva de la perfección. Sus ojos ya no divagan, y de hecho parece que nunca hubieran visto las Pinturas Negras de Goya. Su risa podría resultar algo inapropiada, pero nunca fúnebre como los restos de un naufragio. Su garganta no ha arrancado un sollozo jamás. Esa podría ser su realidad; de hecho lo es, al menos en ese espacio seguro donde todo el mundo va a su rollo entre sudores, elípticas y espalderas.

La señora de cuerpo y rostro perfecto —perfecto para nadie— vive con un hombre que pasa de ella. En el fondo, no falta a su cita sagrada en el gimnasio porque se ha enamorado de Carlos, el profesor de spinning. Carlos es bastante más joven pero le sigue el rollo, o al menos ese es el oasis que se dibuja en el horizonte más cercano. Carlos le sonríe a menudo a la señora y a veces le guiña el ojo, y estos juegos seguro acelerarían el corazón de cualquiera, pintarían de rosa la realidad de cualquiera.

La señora vive en una nube, barriendo telarañas, sacando viejas virtudes olvidadas de cualquier rincón. Sólo le ha mencionado estos guiños de Carlos a Ana, una compañera muy simpática que en ocasiones también viene a entrenar, algo reservada pero siempre dispuesta a escuchar y capaz de guardar secretos, eso seguro. Le ha contado, haciendo gala de esa confianza ciega que se traza entre dos desconocidos, lo feliz que le hace lo que siente por Carlos y lo emocionada que está al pensar que este corresponde.

La niña que lloraba en las fiestas —la niña que no reía cuando debía—, sigue viva de vez en cuando en algún lado, sin embargo. Hoy se ha asomado al espejo tras la implacable sesión de entrenamiento, porque hoy, la señora se ha enterado de que Ana es la novia de Carlos desde hace dos años. Jamás Ana le reventó la burbuja; hasta el día anterior, dejó que ella le contase todo. La señora se ha enterado gracias a la recepcionista, que es algo así como “radio patio” para el vecindario de pueblo que este gimnasio es.

En la rigurosa intimidad del vestuario, un sollozo turbulento asciende por la garganta. La serpiente aprieta feliz de volver a estrangular, los músculos negros engrosados por la tensión. Juntas de nuevo, señora y niña se mortifican porque “la realidad” siempre parece ser esquiva para ellas. No entienden la realidad, ni las fiestas, ni los guiños de la gente. Qué horrible resulta soñar cuando de pronto el oasis se convierte en humillación. La realidad del amor se vuelve un cuento de hadas mal entendido entonces. Ahora no hay más realidad que la tenaza que aprisiona, eso es lo único que queda (y ha estado ahí dentro siempre, agazapado, esperando). Pero nada de esto es importante.

La señora se irá con sus trastos a otra parte debajo de la tierra. Esta vez se asegurará de no darle ninguna otra oportunidad a la realidad. Quiere volver al refugio del cuarto de baño a puerta cerrada y desaparecer. “Te está bien empleado por payasa”, claro. “Mejor sola y en secreto, sin realidad. Sin gente”.

Nadie se enterará de esto y no habrá drama. Siempre podrá fingir que nunca pasó, y llegará un día en que todo lo sentido será la calcomanía mal hecha de un recuerdo. Una turbia metedura de pata de proporciones garrafales, para contarla borracha en alguna fiesta y reírse con la gente. Porque una broma deja de ser broma si la víctima no ríe cuando debería, y una broma para todos, sólo eso, es la realidad.

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

6 comentarios en “La niña jodefiestas”

  1. Es tan brutal leerte siempre. Eres capaz de hablar y transmitir tantas cosas. No es nada fácil hacerlo y sobre todo hacerlo bien. Tú siempre consigues remover cositas en los que te leemos y consigues llegarnos muy dentro. No es don, es mucho trabajo que has hecho contigo mismo lo que consigue que nos abraces a todos con tus escritos. Eres increíble.

  2. Jo, vaya vuelco en la trama y vaya ducha de realidad. No sé si la compadezco o no, lo cierto es que ese niño maltratado, la niña jodefiestas de cada uno de nosotros siempre está ahí, agazapada, esperando el momento en que metamos la pata, el momento en el que la caguemos bien cagada, para asomarse en nuestro duermevela y decirnos, «te lo dije, la felicidad no existe, no mereces ser feliz, te arriesgaste a salir de casa y vuelves magullada». Vuelve al baño a llorar y compadecerte que es donde debes estar. A veces hay que enterrar una parte de nosotros mismos para poder avanzar y otras hay que amputarla directamente si queremos ser felices. Imagino que no es fácil imaginarse a Carlos y Ana comentando sobre ella y sus ilusiones truncadas y lo peor, tener que cambiar de gimnasio, que tenía pagado el semestre.

    1. Imagínate al Carlos tipo: «la tía esta me está acosando»¡! la vida es un chiste a veces.

      Muchas gracias, Nacho! <3
      xd pongamos que esto le pasó a la pobre al final del mes xDD

  3. Reyes. A veces me duele leerte. Es como si mi dolor hubiera sido clonado en la distancia. Tu talento para transmitir se hace único y merece ser alabado. Sé que sientes que no es para tanto, que no solo eres tú y otra historia. Pero das en el alma de alguien a kilómetros de distancia y eso no puede ser coincidencia, eso es otra cosa… Se llama don.

    1. Muchas gracias, Alex, por leerme y animarme siempre. Poner palabras en el dolor hace que me sienta menos indefensa ante él (pobre ilusa!! jaja), pero el verdadero privilegio es que alguien te lea como tú lo haces.

      De jovencita me producía mucho alivio leer a personas y personajes que se enfrentaban a sí mismxs y a su realidad; me hacía sentir acompañada en secreto para enfrentar mis propias situaciones. Ahora ya estoy más tranquila, o al menos no me veo en la necesidad de estar en lucha todo el tiempo. Creo que los seres humanos podemos mentalmente ser lo que queramos, y ser verbo resulta muy terapéutico!

      De estas personas que escribían descarnadamente sobre cosas supuestamente incorrectas (la mierdita humana) aprendí algo que también me supuso alivio: que yo tenía en mis manos el superpoder de anular la vergüenza, jjajjaja. Tengo mucha fe en eso a día de hoy: «Vergüenza robar o matar, pero las cicatrices no». En cuestión de heridas tal vez no existe lo ajeno.

      Besos y gracias.

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