Ese día había comenzado con el sol resplandeciente en el cielo, pero a medida que avanzaba, una oscura sombra se cernía sobre mi alma. Todavía no había acabado de reponerme del primer golpe: mi hijo, mi único hijo varón, estaba tras las rejas, con algo de suerte sería liberado en unos años. Pero al atardecer al volver a casa encontré la nota de mi hija, que se había fugado con un hombre que, según los rumores, era un conocido criminal. La desesperación se apoderaba de mí, pero en lo más profundo, donde guardamos las verdades que rara vez admitimos, creció un pensamiento indecible.
De niña me enseñaron que mi destino estaba predeterminado: ser madre. La sociedad, mi familia, todos esperaban que cumpliera ese rol. Recuerdo que fui criada de esa forma, desde que era una niña me decían “mami”, me educaron y me adoctrinaron para ser una madre abnegada que sacrificaba sus sueños por el bienestar de su familia. Pero en lo más íntimo de mi ser, la llama de madre nunca se había encendido. Cuando llegó el momento hice lo que toda mujer de mi edad hacía, sin pensarlo, sin segundas opciones.
El día que descubrí que estaba embarazada, mi mundo cambió de rumbo. Dejé la universidad, dejé atrás los sueños de viajar o trabajar. La maternidad era mi vida, y aunque amé a mis hijos, siempre me atormentó la sensación de no haberlos amado lo suficiente. Cuando era niña crie mis sueños. Como madre, crie a mis hijos para que cumplieran sus sueños, o debo decir que lo intenté.
Los años pasaron como hojas arrastradas por el viento, llevándome por un sendero de responsabilidades que a menudo pesaban más de lo que podía soportar. El hombre que me había dejado embarazada no fue mi amor y tuve la oportunidad un par de veces de volver a comenzar, pero puse a mis hijos primero y terminé sola. Como madre cometí errores, errores que ahora se reflejaban en las decisiones de mis hijos. ¿Fue mi falta de amor la causa de sus desviaciones? Siempre me preguntaré ¿Qué hubiera sucedido si…? Siempre me atormentará la idea de no poder volver atrás y tomar mejores decisiones para mí y mis hijos.
Nunca me atreví a retomar la universidad, a perseguir los sueños que dejé atrás. El arrepentimiento me consumió en cuerpo y alma, viviendo con la molestia de haber sacrificado mi propia vida por la de ellos. Un sacrificio que tantas madres hacen, uno que llevaba como un fardo pesado sobre mis hombros.
Hoy, al recibir las noticias devastadoras sentí como si me hubieran abierto el pecho con una daga. Mis ojos se quedaron secos y mis labios se pusieron azules de tanto gritar. El sol se ocultó y yo me quedé en la oscuridad, una vez pude sobrevivir a mis propios impulsos iniciales una extraña sensación se apoderó de mí. Pensé que mis hijos ya no eran una carga para mí. Dije que mi deber como madre, aunque ineludible, tuvo una extraña pausa. Y mientras contemplaba la posibilidad de retomar mis sueños olvidados, una sonrisa se formó en mi rostro.
¿Estaba mal buscar ser feliz? ¿Era egoísta pensar en mí en esos momentos? ¿Podría ser posible volver a la universidad, recobrar el tiempo perdido, encaminar mi vida una vez más? Las preguntas flotaban en el aire, desafiándome a considerar una posibilidad que parecía tan distante. Sentía un alivio culpable por la liberación de las ataduras maternas, pero también una esperanza renacida por la posibilidad de recuperar mi vida y encontrar la paz que tanto había anhelado.
En la oscuridad de la casa que una vez estaba llena de vida por mis ruidosos hijos me senté y me pregunté ¿Qué será de ellos?
Autor: Alex Pallares