Algún día lo entenderás

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— Algún día lo entenderás — dijo mi padre, con su siempre solemne voz.

Me molestó mucho cuando me prohibió jugar en el equipo de hockey sobre hielo de la ciudad. Él mismo había participado, e incluso su foto de la niñez estaba en el salón de la fama.

Al elegir carrera, le di una hipotética patada en los huevos. Cuando me preguntó por qué carajos se me había ocurrido la grandiosa idea de estudiar música, le respondí con voz solemne:

— Algún día lo entenderás.

Se sintió bien no darle la explicación que él siempre buscaba de mí, pero que yo nunca había recibido de su parte.

Pude ver en sus ojos las ganas que tenía de matarme por responderle así, pero poco me importó. Trató de calmarse y empezó su monólogo de siempre, pero esa vez no estaba para fingir escucharlo y me decidí a irme.

Su voz saltó y me hizo dar un respingo.

— No vas a estudiar música. Sobre mi cadáver. ¿Oíste?

— ¿Por qué no? — Pregunté temeroso al verlo tan alterado.

Dio media vuelta y no respondió por unos segundos. Llevó sus manos a su cara y trató de arreglarse el cabello. Al volver a mirarme, era otro hombre. Sus hombros estaban caídos y sus manos estaban juntas.

— Yo sé lo que es mejor para ti — dijo al fin.

Lo miré y solté un bufido.

— Estamos hablando de tu futuro — hizo una pausa para pasar su lengua por labios secos — no puedes echar a perder tu futuro así. Una cosa es que te escapes del colegio a escondidas, pero tu carrera definirá tu vida.

Mis rodillas eran un par de maracas. Inflé mi pecho y solté tratando de mantener la calma. Mis sentimientos eran como un río, y mi padre una represa muy alta, pero la corriente era fuerte y estaba a punto de provocar una inundación.

— Es lo que quiero estudiar.
— Está mal… — refutó mi padre de inmediato. — Está mal que quieras estudiar algo que no da dinero. No sabes, o sí sabes, ¿cuántos “músicos” están en las calles pidiendo limosnas?

Traté de contenerme una vez más. Mi corazón se encogió, y su voz creció.

— ¡Respóndeme! ¡No tienes futuro en una carrera así!
— Tu otro hijo puede estudiar lo que tú quieras — dije con voz chillona. — Igual siempre ha sido tu favorito.
— No tengo favoritos…
— ¡Ah, por favor!

Golpeé la mesa que nos dividía con el puño cerrado.

— Él siempre ha sido tu “niño especial», mientras yo soy el problemático. No hace falta tener dos dedos de frente para darse cuenta.
— No viene al caso. Si quieres estudiar… esa “carrera”, no tendrás apoyo de mi parte.

Mi padre volteó y se alejó de la mesa rodando la silla en su camino. Yo salté y lo perseguí de espaldas por el corredor de la casa.

— De todos modos, nunca esperaba que me apoyaras. Nunca me has apoyado en nada.
— No te daré dinero. Nada. Es lo que quise decir — dijo mi padre sin detenerse.
— No lo necesito.

Mi padre soltó un bufido.

— Se nota. Ese será tu nuevo mantra. “No necesito dinero.” — continuó el viejo sin detenerse.

Lo agarré del hombro y lo obligué a darme la cara. Sus ojos me querían fulminar. Los latidos de mi corazón me repiqueteaban en la sien.

— No espero que alguien como tú lo entienda — le dije a mi padre.
— ¿Alguien como yo? Explícate.

Sus palabras no fueron nada amables. Su cuello se puso rígido, y extendió sus manos en una clara señal de advertencia. Era como si su cuerpo me gritara “no te atrevas a decirlo”.

— No tengo que hacerlo… tú sabes a lo que me refiero.
— No sé de qué hablas.

Lo miré con frialdad y dejé de sentir la punta de los dedos. Mi cabeza estaba en el punto de no retorno. Entonces solté todo lo que mi corazón se había guardado.

— ¿Crees que no lo sabemos? Tu nueva esposa se hace la que no sabe nada, porque sólo le importa que le pagues las cosas, ella sólo quiere tu dinero. Sabe que los martes cuando tienes “las juntas con tus colegas” tiene toda la noche para hacer lo que quiere. Igual, no la culpo, es más inteligente que mamá. Mamá, que vivía amargada e insegura porque sabía… sabe lo infiel que eres. Pero cuando se fue tu juventud, las enfermeras que persigues se fijan en tu auto nuevo, para no ver que te falta media calva. Pero lo más hipócrita de todo es que estás aquí diciéndome que debo pensar en mi futuro mientras tú no haces nada por el tuyo. Dime ¿puedes seguirle el ritmo a una veinteañera? El otro día, sí, cuando te pedí prestado el cargador de tu celular encontré tus pastillas azules, la píldora mágica. ¿Crees que eso es pensar en tu futuro? No quiero que alguien que ha cometido tantos errores me impida cometer mis propias equivocaciones.

Mi padre no dijo nada más. Su puño cerrado impactó en mi mejilla. Pude sentir la sangre correr por mi boca. Como si me hubiera convertido en un toro, me enloquecí al ver el rojo.

El resultado de la penosa escena fue lo esperado. Un padre y su hijo que habían llegado al punto más bajo de su relación.

Salí de la casa de mi padre y no volvimos a vernos ni hablar por unos largos quince años.

Mi hermano suplió mi lugar, por así decirlo. Estudió lo que mi padre siempre quiso, como yo había vaticinado. Cada vez que hablábamos, mi hermano y yo, me contaba lo triste y solitario que era mi padre, cómo su esposa lo había abandonado y cómo al final siempre decía que me llamaría para las navidades, pero nunca lo hacía. Mi hermano fue una persona muy juiciosa, llena de vigor; me contaba cómo se saltaba el almuerzo estudiando y a una chica que había conocido y que siempre le gustó.

Yo me casé con una mujer que supo ser lo que siempre busqué: alguien que me apoyara en las buenas y en las malas. Tuvimos una niña que nombré igual que mi mamá, y vivíamos felices.

El día que mi padre me llamó fue como cualquier otro día. No había nada de especial. Su voz me dio una fuerte cachetada y me sentó en la silla. Todo lo que había escuchado había sido un simple “hola”, pero pese a no haber oído su voz por la mitad de mi vida, supe de inmediato que era él.

No puedo decir que me alegró escucharlo. Ni tampoco haber dejado pasar tanto tiempo sin hablarnos, sin vernos. Pero el tiempo para los arrepentimientos llegaría cuando nos vimos de nuevo.

Su llamada no era infundada. Su motivo fue, al fin y al cabo, el único motivo que le dio el valor de llamarme.

Mi hermano se había sentido enfermo. Como buen médico, fue un mal paciente. Una apendicitis que pudo ser operada rápidamente evolucionó en una peritonitis y no soportó la operación.

Ese día mi padre estaba destrozado, al igual que todos.

Al verme, corrió a abrazarme.

Con su voz ronca por los llantos, me gritó al oído.

— ¡Perdón!

Nos derrumbamos juntos y arrastramos a todos los que nos rodeaban. Cuando la ola de dolor se hizo más pasajera, le presenté a la nieta que no conocía.

Una vez, cuando los tres visitamos a mi padre poco después del funeral, mi hija me preguntó por aquella ocasión.

— ¿Por qué el abuelo te pidió perdón, papi?

Mi pecho se congeló y mis labios se secaron. Sin saber qué decirle, miré a mi padre y dije sonriendo:

— Algún día te lo explicaré.

Autor: Alex Pallares

Sobre el autor

Alex Pallares

8 comentarios en “Algún día lo entenderás”

  1. Amigo, perdón por anticipado, te leo y te comento y al final termino contándote mi vida. Es que precisamente hoy, esta mañana, pensaba en algo. No es que yo sea de pensar mucho, pero iba al médico y cuando voy al médico me da por ver cosas con (relativa) claridad, a saber por qué. El caso es que te leo ahora y me pregunto cuán cómodo te sientes escribiendo desde los «bajos» del dolor, usando la sensibilidad auténtica como herramienta. Para describir realidades duras y ciertas situaciones con sentimientos complicados incrustados creo que uno se sitúa ahí. Y hay que tener dos cojones, eh. Eso es lo que pensaba esta mañana, tipo… que hay muchas cosas que siento la NECESIDAD de volcar en papel, pero me echa para atrás que sé que duele, y al mismo tiempo algo me dice que, en este momento de mi vida, son esas cosas las que «debo» escribir. Por supuesto los procesos de cada uno son muy personales; no te cuento esto por pensar que tú podrías estar en un punto similar -eso sería muy osado de mi parte, qué sé yo-, sólo es que uno también recibe las cosas según cómo está su mundo interno (en este caso leyendo). Sé que escribir desde la sensibilidad profunda es un reto grande. En ese lugar, uno se vuelve balbuceante y auténtico, y uno comprende que el juicio («le gustará esto a mis lectores?» «esta frase suena bien o suena mal») no vale ya absolutamente para nada. En otros lugares quizá si valdría, pero en ese lugar no, ya no. Todo esto para decir que tiene mucho mérito lo que hiciste aquí. Perdón por el rollo.

    Tengo que decirte que, desde el principio, he podido empatizar tanto con el hijo como con el padre.
    Es precioso que trates la liberación del perdón.
    El final es una puntada fina que también me ha gustado.

    No sé si has leído «La historia Interminable» de Ende. Hay una escena que me recuerda a todo esto, y que creo que dibuja el punto de inflexión que todos pasamos antes de crecer emocionalmente y «cruzar» al otro lado de lo que creemos/juzgamos ser.

    1. Hola mi querida Reyes.

      Creo que lo peor que podemos hacer con el dolor es dejarlo ser. Enterrarnos en otra cosa y distraernos para no sentir, porque cuando no pensamos en eso no duele, es humano. Es humano no querer sentir dolor, huir de él.

      Es como cuando pierdes a un ser querido, el solo recuerdo de su no existencia desgarra el alma y hace trizas el día. Por eso lo ocultas. Dejas en un cajón aislado sus cosas y no puedes si quiera pronunciar su nombre. Pero bien dice el dicho que no hay dolor que dure 100 años ni cuerpo que lo resista.

      La primera vez duele. La segunda vez duele. Sigue doliendo y cada vez duele más, hasta que llega un día que duele, pero ya es menos.

      No te diré cómo vivir tu vida, pero sí algún día deseas hablar de eso, aquí estoy.

  2. Me ha gustado mucho. Leyendo tu relato no he podido evitar envolverme en las emociones de los personajes. Me encanta que aunque padre e hijo expresen poco sus sentimientos, logras transmitir muchísimo a través de la narración. Y excelente final. Gracias por compartir. Un saludo 🙂

    1. Algo que aprendí en tratar de llevar la verdad a la narración y los diálogos. Algo que he encontrado muy difícil de hacer últimamente. Somos así, personas que se nos hace difícil expresar nuestros sentimientos.

      Gracias por pasar por aquí, Paula. Espero leer algo nuevo tuyo.

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