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Camino por la acera con la vista en el suelo, pateando pequeñas piedras y andando en equilibrio por el bordillo mientras pienso en la carta. Llegó ayer, una carta real, no esas mierdas de mensajes digitales. Casi ni me di cuenta al llegar a casa, el buzón es solo un recipiente para la publicidad y alguna multa no deseada del ayuntamiento. Pero sobresalía en su blanca y recta estructura llamando la atención, diciendo “eh, aquí estoy”. Gracias a que asomaba el sobre también pude sacarlo del buzón; la llave desapareció hace ya mucho tiempo junto al piojoso llavero que me acompaño en mi adolescencia.

Abrir la carta me produjo cierto desasosiego. ¿Quién escribe cartas hoy en día? Cualquier cosa que llega por carta debe ser algo oficial y por consiguiente malo. Me incitó a abrirla el hecho de que el sobre estaba escrito a mano, con una caligrafía cuidada y regular de alguien habituado a hacerlo. El remitente era una dirección, sin nombre, con lo que se acrecentaba el misterio y la curiosidad por saber del contenido. Pensé no obstante que era publicidad y que si era así me llevaría un cabreo tan grande cómo la desilusión al abrirlo. Le di varias vueltas dudando entre abrirla y tirarla; finalmente me decidí por esto segundo. Imposible resistirme.

Dentro había un folio de buena calidad escrito con la misma impecable letra del sobre y doblado perfectamente en tres para hacerlo del tamaño exacto de su envoltorio. Joder, ¿será una invitación a palacio? Pues no, no era ninguna invitación ni a palacio ni a ninguna fiesta de etiqueta.

“Querido amigo, posiblemente no me recuerdas ni tienes siquiera idea del porque de esta carta. Soy Mauro, coincidimos en el colegio los últimos cursos de BUP. Por aquel entonces tu estabas en el equipo de baloncesto y yo era un ser invisible. Príncipe y mendigo, así es la vida. Me gustaría decirte que me convertí en un cisne y sobrevuelo el estanque en toda mi plenitud, pero no es así, la vida no trata bien a los débiles y, si me recuerdas, tendrás conciencia de mi flaqueza. No te escribo para pedirte ayuda, tranquilo, ni para dar lástima o solicitar ningún tipo de perdón por todas las burlas y agravios que sufrí en esa época. Éramos niños, ni tan siguiera adolescentes, y cualquier cosa que pasara entonces allí quedó, en ese pasado lejano en el oscuro patio de los Salesianos de Estrecho.

Ocurrió aquel día que los de siempre se metían conmigo. Yo estaba sentado en el suelo aguantando sus collejas, me había meado encima de miedo y ellos se reían. Apareciste y les echaste de allí. Sin tu darte cuenta, y por supuesto sin intención alguna, supusiste para mí un referente entonces, alguien en quien fijar mis ambiciones y forjar mi yo del futuro. Te digo desde ya que no lo conseguí, pero no sé porque, en estos últimos momentos te he recordado y me gustaría despedirme y saber de ti.
Si es posible vernos te adjunto mi dirección al pie, no tardes. Si no es de tu gusto, sirva esta carta de despedida y agradecimiento.

Mauro Hernandez de Sousa
Calle Luarca 19, 2ºC”

Vueltas y vueltas le he dado desde que recibí la carta, la verdad no recordaba a Mauro ni ese incidente que comenta, tuve que recurrir al anuario para buscar la foto y aun así me costó recordarle. Aparecía a un lado del grupo en la foto, pequeño y encogido, cetrino, enfermizo, apartado, solo. Me quedé mirando la foto varios minutos y releí la carta dos o tres veces. ¿Qué coño quería este ahora, veinte años despues? Por lo que pone debe estar en las últimas y tal vez eso le afecte al cerebro. Decidí acercarme a su casa y allí voy ahora pateando piedras y haciendo equilibrios en los bordillos como un adolescente medio imbécil.

La casa no está lejos, es un barrio obrero con bloques de pisos pequeños y uniformes. Arquitectura urbana diseñada para contener gente, no para que la gente viva. El portal es igual a otros mil portales de esa calle, de ese barrio, pero este está decorado con una esquela en la que resalta el nombre de Mauro.

– Este hombre ya nació muerto, de pura flojera no llegaba al segundo sin tomar aire en el primero.

Me habla una señora que mueve con insistencia las llaves en la mano, estoy en medio sin darme cuenta y no le permito abrir. Hace hueco con el carrito de la compra casi sin darme tiempo a apartarme.

– Estos edificios sin ascensor, el pobre bufaba como un buey. Casi ni salía ya por no tener que subir de nuevo a casa. Yo le hacía los recados. ¿Son amigos?

Demasiada información no requerida y demasiado poco espacio entre palabras para esperar respuesta por mi parte. Le importa una mierda lo que yo tenga que decir.

– Si

– Pues le doy las llaves a usted y ya se hace cargo, me las dio para que pudiera entrar a su casa si era necesario, ¿pero ya no es necesario no? Yo no quiero responsabilidades, que si luego falta algo me buscan un lio.

Pone un llavero con dos llaves en mi mano y desaparece en el interior del portal sin esperar que yo acepte o no quedármelas. Entro tras ella y subo al piso. No hay mucho que ver, salón con cocina americana, baño y una habitación, casi sin muebles, cuadros ni televisión. La nevera vacía con más medicinas que comida y libros, libros por todas partes. En la mesa del salón un bloque de folios escritos a mano con la cuidada caligrafía de la carta. Encima un post-it “Para ti”.

Me siento y empiezo a leer.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

4 comentarios en “La carta”

  1. Cierto que no es la primera vez ni de lejos que disfruto tus escritos, pero en esta ocasión te animaría a continuar con esta historia. Me ha absorbido y, sin duda, dejado con ganas de más.

    Gran trabajo Nacho, un saludo…

  2. Ay, Mauro…

    Ignacio, me encanta tu voz narrativa y cómo suena el texto cuando te leo. Realmente puedes ver y escuchar al personaje. Maravilloso.
    Me intriga qué serían esos papeles. Un libro, una historia interminable tal vez?
    Gracias.

  3. Mil gracias Reyes, supongo que a cada uno le sonará el relato de forma diferente al leerlo y que dará un sentido a esos papeles y al resto de la historia. Lo dejé así a propósito para que la trama se desarrolle dentro del lector. Puede que haya una segunda parte, ya veremos 🙂

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