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Mientras contemplo las olas romper contra la roca del acantilado pienso, no puedo evitarlo, en mi condena. Elegí estar aquí, la soledad, un lugar donde no pueda dañar a nadie, donde el demonio pueda rondar libremente cuando el ron le despierte. Yo le maté, de eso no hay duda posible, había testigos, las autoridades lo saben, el juez lo sabe, yo lo sé. Ni tan siquiera pude alegar locura transitoria por despecho al verlos juntos, no, ella no era mía, nunca lo fue. ¿Y él? Joven, inteligente, amado. Le odiaba con todo mi ser. Sin motivo, irracionalmente, obsesivamente. Ninguno de los dos me conocía, pero yo a ellos sí. Los veía pasear por la avenida, cogidos de la mano, prendada la mirada el uno en el otro. Le odiaba y por eso, simplemente le maté. Delante de ella, necesitaba que supiera que era la culpable. Clavé mi odio y mi cuchillo una y otra vez, incluso sabiéndole muerto continúe hasta que se abalanzaron contra mi y me impidieron seguir.

Ahora muero en vida en este pequeño trozo de roca en medio del mar. Sé, me lo dijo el juez, que nunca saldré de aquí. En compañía de gaviotas, cormoranes y lobos de mar, con la única misión de mantener el faro encendido, alejado del mundo con el que no sé convivir, alejado de todo lo que me gustaría destruir. Podía haber elegido la muerte, la dulce muerte. Pero no, tengo que penar, recordar una y otra vez mi trastorno, sufrir por lo bello que destruí. Cada mañana lloro arrepentido por lo que hice, y cada noche bebo hasta sacar al demonio que albergo y grito con orgullo desde el acantilado a los monstruos del mar.
“Si, yo lo maté”

 

Autor: Ignacio Chavarría

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Ignacio Chavarria

2 comentarios en “Condena”

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