En «El final del poema», Agamben sostiene que el «encabalgamiento» es el único criterio eficiente para diferenciar la poesía de la prosa. Lo define como el punto donde el verso gira y retrocede, no para repetir la misma línea, sino para iniciar de nuevo el movimiento.
El término «verso» evoca al «surco», la marca que deja el arado al labrar la tierra; su raíz es similar a la de «prosa», que deriva de «prosa oratio», lo que se dirige hacia adelante en un camino recto. Por otro lado, «versus» significa «retorno»; al terminar cada surco, el apero gira y vuelve. Agamben afirma que el núcleo constitutivo del «verso» no se encuentra al principio, sino al final, en el punto de «versura», que en latín hace referencia al momento en que el arado gira y vuelve atrás para reiniciar el movimiento.
El filósofo italiano se cuestiona: «¿Qué ocurre en el momento en que el poema llega a su fin? Si consideramos que el verso se define por el encabalgamiento, por ese punto de retorno del arado, entonces es consecuente que el último verso del poema no sea realmente un verso. ¿Implica esto que el último verso se desplaza hacia la prosa?». Antes que Agamben, en el siglo XIV, Nicolò Tibino había notado que la rima a menudo termina sin completar el significado de la oración.
En lugar de disolver el verso en la prosa, lo que el final del poema anuncia es la convergencia entre el sonido y el sentido en un punto de suspenso. El final del poema sugiere que «cualquier» cosa puede
ser dicha en esa «pausa asémica». Al detener el signo, al hacer que el sonido y el sentido se alineen, el poema concluye para un posible recomienzo.
Con la inviabilidad de encabalgamiento en el último verso, el poema revela, al fin, su mayor estrategia: dejar que el lenguaje llegue a comunicarse a sí mismo, a «decirse a sí mismo, sin que quede
inexpresado en lo que es dicho».
Ariel García
Corrector de textos
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