Una pulgada de ti, sólo eso tenías que darme. Una pulgada de ti, cada día, para que me portase bien. Lo dijo el médico. Después de la lactancia, era lo que procedía. Y era un aporte asumible, pensaste.
Los médicos tienen razón siempre, y más aún los pediatras. “Los niños no son malos, sólo hacen cosas de niños”. Por algún motivo, eso te convenció de que tu entrega plena podría convertirme en eso que siempre deseaste que yo fuera.
Una pulgada diaria de ti: líquida, sólida, económica, de ánima, de carne. Daba igual.
Al principio te pareció bien. Dijiste que así perderías esos kilitos de más que tanto te estorbaban; por fin el acelerado ritmo de vida daría sus frutos de modo material. Sin embargo, cuando sentiste que tu propio cuerpo iba a acabarse, a dejar de sostenerte y contenerte, ahí vinieron los problemas.
Pero la culpa fue tuya. ¿Es que acaso no eras capaz de quererme si yo no me portaba bien? Preferiste cerrar los ojos, seguir entregándote pulgada a pulgada.
Sabías que nunca me portaría bien. No como tú querías y necesitabas. Colocaste tu expectativa loca en un milagro, y ahora mira: han pasado casi treinta años desde que me pariste, y hace cinco que has desaparecido. ¿Quién va a cuidar ahora de mí?
Estoy hecho de carne tuya. No sé quién soy. Me hiciste tan grande que ya no quepo en ningún sitio.
He soñado que cada noche escribes una carta de suicidio, no para mí sino rememorando en tu imaginación todo lo que no pasó, cada fragmento de vida perdido. Cuando cometas el horrendo crimen final, ¿Quién me dará la muestra de amor continuada de intentar quererme sabiendo que no lo conseguirá? Tengo que apresurarme a encontrar a alguien antes de que te mueras, para que tú me guíes, para que des tu visto bueno. Sólo tú sabrás si mi futura esposa es alguien digno de mí, capaz de entregarse pulgada a pulgada para que me porte bien, exactamente como hiciste tú.
Autor: Reyes
Uf, el amor de una madre a un hijo a pesar de todos sus demonios, quizás un psicópata, alguien dependiente de por vida, alguien que necesita una guía, una campanilla que le indique el bien y el mal para que no dañe a nadie o a él mismo. Una vida que termina y necesita relevo. Y sí, ¿Quién asumirá la carga?. Buen relato Reyes, lo tendré que leer un par de veces más para sacar todo lo que esconde.
Me resulta sórdido y retorcido y ni yo sé por dónde coger este texto…
Mil gracias por siempre leerme con el corazón, Nacho <3