Treinta y ocho años de esclavitud

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Dicen que los últimos son los peores, cuando más te cuesta aguantar, resistir hasta el fin de cada día. Casi cuarenta años de condena implícita en el simple hecho de nacer, juzgado y declarado culpable solo por existir, por buscar sustento y techo, por vivir en sociedad. Casi cuarenta años privado de la libertad, sumido en la rutina, luchando por la supervivencia. Ahora me doy cuenta de la verdad. Sí, lo que dicen es cierto, son los peores, cuando te rebelas, cuando más te cuesta aceptar el paso del tiempo que por un lado remolonea y por otro te machaca, ahonda en tus cicatrices, dobla tu cuerpo y agota tu alma.

Me siento como un náufrago que ve hundirse su barca cerca de la costa, dudando que me den las fuerzas para llegar nadando a la blanca arena, con la esperanza de llegar vivo y tumbarme bocarriba y recargar mi cuerpo con el calor del sol, pero con el miedo de morir ahogado en el trance.

Siento el aire limpio que me llega desde la entrada del túnel, donde está la luz que consume la oscuridad, siento que el último esfuerzo es doloroso, pero también necesario, que los últimos días pesan cada vez más, pero también que desembocan en una nueva vida de libertad. Volviendo la vista atrás, cuando empecé lleno de fuerza, dispuesto a resistir, pensando que la vida es así y no hay forma de cambiarla; me parece que hace mil años de eso, pienso ¿Qué cambiaría? y me respondo que no hay nada que cambiar, que la vida es así, sobre todo porque así ha sido y ya no tiene remedio y pensar en que podría haber sido diferente solo aumenta el dolor y el desasosiego, por lo que hice, por lo que dejé de hacer, por lo que podría haber hecho, por lo que falta por hacer.

Pero ahí está, casi al alcance de la mano y solo tengo que esperar, nada más, esperar y resistir y llegará el momento que los días sean plácidos, en que no haya una rutina que cumplir, que pueda romper las horas y pegar los días, llegará el momento en que pueda salir de casa e inicie un viaje sin fecha de regreso, en que pueda pararme a contemplarlo todo con ojos de niño asombrado, en que pueda callar los relojes y gritar con los pájaros que sobrevuelan asustados el cielo a mi paso. Llagará el día que no tenga por qué terminar, el día de la libertad, el día que al fin me jubile. 🙂

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

Un comentario sobre “Treinta y ocho años de esclavitud”

  1. Ay, Nacho!! Me has hecho sonreír al final, pero esto no es ninguna broma… Te entiendo mucho. Cuando me toque la lotería, construiré un parque temático para adultos en una isla perdida; será una mezcla entre «parque jurásico» y «Zombie land» y lo llamaré «El Paraíso Antisistema»¿?

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