Dioses oscuros – Mujer a bordo

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Cuaderno de a bordo del marinero de primera Adrián Torres

Hija del viento a 27 de septiembre del 1884 año de nuestro señor

No soy un avezado marinero, pero tampoco es mi primer viaje en la «Hija del viento». He recorrido anteriormente la ruta desde el puerto de Cádiz al de Lobito en Angola varias veces en esta goleta y esta es la primera que siento el frio de la muerte en los huesos. ¿Cosas de marinos; supersticiones?. Puede ser, pero digo de corazón que solo el castigo por deserción y el ron que he ingerido me hacen subir al barco por mi propio pie. No soy el único, otros más viejos y curtidos tienen la misma sensación. Tampoco es por el frio día que no termina de amanecer tamizando el sol en yema de huevo, ni por la niebla helada y húmeda cual mortaja, ni por el color plúmbeo del mar que parece avisarnos de males futuros. No. Es algo intangible y aterrador que no puedo describir. Incluso el capitán pasea cabizbajo por el puente con su pipa apagada en la mano. Los habituales chascarrillos, bromas y cánticos han desaparecido esta mañana de cubierta, trabajamos en silencio y eso no es normal antes de zarpar. De regreso volveremos de África con las bodegas a rebosar, pero ahora la goleta está vacía y no hay más pasaje que la dama. Subió a bordo en el último momento, aunque el carruaje llevaba un par de horas esperando en el embarcadero; negro, cerrado, con las ventanas opacas y los caballos nerviosos exhalando vaho y machacando con sus pezuñas el adoquinado, inquietos por estar parados y nerviosos como nosotros, deseosos de partir, con el presentimiento de algo inmaterial que no quieres ver. El contramaestre, siguiendo órdenes, se acercó al carruaje, golpeo la puerta y dijo -es la hora-.

La puerta se abrió y ella descendió. El puerto entero paró en ese momento. La ropa de invierno no conseguía ocultar su perfecta figura; cada pliegue jugaba con la voluptuosidad de su cuerpo, una cascada de cabello rojo incendiaba su espalda y el níveo tono de piel de su rostro contrastaba con el amapola de sus labios. Flotaba. El torvo andar del contramaestre a su lado desentonaba con su ligereza y agilidad. Los corazones de los marineros se rompieron en pedazos, el mío incluido, en cuanto pisó cubierta y un fresco aroma irreal nos cautivó a todos. Desapareció en su camarote dejándonos huérfanos, viudos y desamparados. Entonces apareció esa extraña sensación. Mujer a bordo. Problemas.

Cuaderno de a bordo del marinero de primera Adrián Torres

Hija del viento a 29 de septiembre del 1884 año de nuestro señor

Hace dos días que navegamos, el humor en el barco es espeso como puré de guisantes. La niebla y el frio nos acompañan desde que zarpamos agarrando a la goleta con sus frías uñas. Ella no ha vuelto a aparecer. Los compañeros, y yo mismo, paseamos nuestros ojos por la puerta esperando, deseando que se abra para poder verla de nuevo. Esta mañana Lucas, un marinero un par de años mayor que yo, desatendió su puesto en proa para acercarse al escucharla cantar. Era una voz irreal, totalmente discorde con el entorno, un canto de sirena que se metía en nuestro cerebro, una llamada de amor para cada uno de nosotros, acariciándonos, condenándonos. No nos prometía sexo o noches de seda, era una llamada de auxilio que ningún hombre puede ignorar. Lucas sufrió los correspondientes latigazos, pero según me dijo después bien aprovechados estaban. El capitán nos prohíbe acercarnos, tan solo el grumete de cocina puede entrar al camarote para dejar la comida y retirar la vajilla. El afortunado grumete, el envidiado, el odiado grumete.

Cuaderno de a bordo del marinero de primera Adrián Torres

Hija del viento a 30 de septiembre del 1884 año de nuestro señor

Tercer día a bordo, a nuestra izquierda la costa africana se diluye en bruma. Hay un gran revuelo en cubierta, el grumete de cocina ha desaparecido. Esta mañana no llevó el desayuno a la mujer. Le hemos buscado por todo el barco y no está. Ni rastro. No es la primera vez que un marinero abraza una botella de ron y cae al mar durante la noche arrastrado por ella. Pero no Paolo, el pequeño grumete nunca bebía. Corrieron por todo el barco los rumores, infundados, inventados, malpensados, intencionados. Acusaciones de asesinato, de brujería, de envidias y rencillas pasadas siempre presentes. Y en medio la gran pregunta; ¿Quién será el odiado marinero que lleve ahora la comida a la mujer?

Los marineros se han jugado el honor de servirla a las cartas y han salido a relucir los cuchillos. Dos marinaros han muerto y el portugués yace en su coy con la barriga abierta; bajo la hamaca la sangre dibuja un rostro de muerte en la madera. No durará mucho y sus gritos de dolor nos perturban a todos.

Cuaderno de a bordo del marinero de primera Adrián Torres

Hija del viento a 1 de octubre del 1884 año de nuestro señor

Hoy alimentamos el mar con tres cuerpos, el portugués no superó la noche, tener las tripas en la mano no ayuda a la supervivencia. La ceremonia ha sido corta, la lectura de la biblia concisa. Esperamos todos en cubierta, los tres cuerpos amortajados en viejos trozos de velamen, el capitán en el puente, a su lado el contramaestre y la mujer. La voz rota por el ron del capitán tronó en la niebla mientras sus callosas manos temblaban sujetando la antigua biblia:

<< Éxodo 20:17
Los mandamientos y las enseñanzas
son como una lámpara encendida;
la corrección y la disciplina
te mostrarán cómo debes vivir;
te cuidarán de la mujer infiel,
que con palabras dulces te convence.

No pienses en esa malvada;
no te dejes engañar por su hermosura
ni te dejes cautivar por su mirada.

Por una prostituta
puedes perder la comida,
pero por la mujer de otro
puedes perder la vida.

Si te echas brasas en el pecho,
te quemarás la ropa;
si caminas sobre brasas,
te quemarás los pies;
si te enredas con la esposa de otro,
no quedarás sin castigo.

No se ve mal que un ladrón
robe para calmar su hambre,
aunque si lo sorprenden robando
debe devolver siete veces
el valor de lo robado;
a veces tiene que pagar
con todas sus posesiones.

Pero el que se enreda
con la mujer de otro
comete la peor estupidez:
busca golpes,
encuentra vergüenzas,
¡y acaba perdiendo la vida!

Además, el marido engañado
da rienda suelta a su furia;
si de vengarse se trata,
no perdona a nadie.

Un marido ofendido
no acepta nada a cambio;
no se da por satisfecho
ni con todo el oro del mundo.
>>

Suenan las olas rompiendo contra el casco, las tablas rechinan con quejidos de vejez, el viento azota contra el velamen, la campana toca a muerto y los cuerpos de unos buenos marinos caen al mar.

El capitán me ha llamado, soy el elegido para servir a la dama. Según desciendo del puente noto los ojos envidiosos de mis camaradas clavados en mi, tras la envidia noto algo más que me eriza el vello, no me siento afortunado en este momento, sino maldito. Llamo con los nudillos en la puerta de roble y espero el permiso para entrar:

– Adelante.

La mujer está de espaldas, sentada, cepillando con parsimonia su roja melena. A pesar del calor el camarote huele a limpio, a perfume mezclado con la brisa del mar que entra por el ojo de buey. Dejo la bandeja en la mesa y ella se vuelve y me mira.

– ¿Sería posible darme un baño? Este calor tropical es sofocante.

Fija sus ojos esmeralda en los míos y me obliga a bajar la vista.

– Preguntaré al capitán. – digo mientras miro azorado mis viejos zapatos.
– Si por favor, me vendría muy bien, llevo muchos días aquí encerrada.

Salgo del camarote y noto que necesito apoyarme, me falta el aire, es como si me hubiera consumido en el poco tiempo que he pasado con ella. Traslado la petición al capitán y este acepta, pero deberá ser con agua de mar, el agua dulce a bordo es demasiado preciosa.

Hemos dispuesto unos calderos de la cocina sobre carbones encendidos en cubierta que llenamos con agua de mar y, una vez caliente, llevamos al camarote de la dama para llenar una tina. El vapor envuelve la estancia, ella permanece oculta en la recámara mientras trabajamos. Finalmente, la tina está llena y abandonamos el camarote muy a pesar nuestro. Imaginamos tras la puerta cómo prepara su baño, su ropa cayendo al suelo descubriendo su cuerpo desnudo, cómo prueba con la mano el calor antes de meterse en el agua. Todo el barco huele a aceites, sales y perfume, un perfume intenso que no puedo identificar, flores, hierba y tierra, un perfume que despierta ecos de mi niñez, ecos tristes de un momento aciago, recuerdos que me rompen por dentro. Entonces canta. Su voz flota en el aire y se extiende junto al bálsamo por cubierta. Paramos. Todos paramos hechizados, algunos marinos lloran desconsolados, hombres rudos, hombres de mar. En el puente el capitán enciende su pipa y pierde su vista en la lejana costa, tal vez recordando un viejo amor, tal vez anhelando que hubiera existido. Tapo mis oídos sin resultado, no quiero escucharla, el dolor que produce en mi alma es intenso, insoportable, me duele a pérdida, a soledad, a abandono. La locura se extiende, veo a mis compañeros también tapando sus oídos, gritando desesperados, llorando. Algunos han saltado al mar o coléricos se lanzan contra el camarote intentando entrar mientras otros intentan proteger con su vida la puerta, les domina la locura y terminan apuñalándose. Subo al puente esquivando golpes y cuchillos. En cubierta la tripulación va cayendo. A mi lado el timonel ha abandonado el barco a su capricho y ha saltado por la borda. El capitán sigue apoyado en la baranda con la vista perdida en África una pistola descargada en la mano y el cerebro agujereado.

Crisantemos. El aroma que mi recuerdo no conseguía traer al presente era el de los crisantemos, flores de muerto que me llevan al cementerio en el momento en que enterramos a mis padres. Silencio. El barco ha quedado mudo, desierto. La voz de la dama ha cesado. me pongo en pie y contemplo la cubierta donde solo hay sangre y muerte, los que no saltaron buscando sepultura en el mar yacen destripados y acuchillados por todas partes.

Se abre la puerta del camarote y la dama aparece completamente desnuda. Camina dejando pequeñas pisadas húmedas que se mezclan con la sangre de cubierta. Parece pequeña, débil, desprotegida, vulnerable. Sus labios se mueven murmurando palabras antiguas llenas de poder y sazonadas con esencia de crisantemo. Sube al puente. Creo que, aparte de ella, soy la única persona viva en la nave. Me mira al pasar a mi lado y su mirada hiela mi sangre.

– A tierra Adrián.

La suave voz me posee, me muevo como una marioneta en sus manos y no me importa. Agarro el timón y dirijo la nave a tierra. No veo puerto posible, únicamente una playa de fina arena azotada con furia por el viento. Frente a mí, en la proa la mujer mira impasible la costa a la que nos dirigimos y donde embarrancaremos la goleta sin remedio. Continúa con su mágica retahíla en un cántico ancestral y el mar le responde mientras empuja con furia la nave gritando su nombre; Gwen.

Autor: Ignacio Chavarría

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Ignacio Chavarria

3 comentarios en “Dioses oscuros – Mujer a bordo”

  1. Hola, Nacho!
    Lo leí esta madrugada, pero las neuronas que no eran receptivas se me habían muerto y si te hubiera comentado habría soltado balbuceos a lo tutu, pepe, lala, Po xD.
    Oye… hay alguna Gwen en la historia, alguna leyenda sobre esta mujer en concreto? Voy a buscar porque, de haberla, me gustaría saber más.
    Me encanta el personaje de Adrián. Eres un gran narrador pero me flipas en primera persona. Tus personajes da pena que no existan; hablamos de que aquí en Literanoicos podemos comunicarnos con los autores y eso es genial, pero yo con quien me iría de cañas sería con tus criaturas!! (sin desmerecerte a ti, tú me entiendes!! XDD). Tus personajes siempre están vivos, y me dirás: «Pues hombre, claro, cómo van a estar!», pero no es tan obvio esto en general, señor Chavarría!

    Cada vez que leo pienso que guardamos tesoros aquí. Un beso y gracias por hacer real todo esto día a día.

    1. Vaya Reyes, gracias por el cumplido. Te diré que sí, mis personajes son reales, vienen en la noche disueltos en wiski o cerveza mientras escribo y me cuentan sus vidas, En primera persona es donde nos encontramos los dos realmente a gusto. Gwen es una hada/bruja de la mitología irlandesa. El Leage of Legends el juego aparece como la costurera sagrada, no es la misma pero me encanta la épica y narrativa de este juego. Te pongo un resumen sobre este personaje aunque te digo que mi Gwen es otra, ya la conocerás porque Adrian, Gwen y otros personajes luchan por llamar mi atención y ocupar tu pantalla en próximos relatos. El reto os lo cuento con un cuerno de cerveza fría en la mano.

      «En el reino olvidado de Camavor, existió una vez un pueblo alejado del trono. Fue aquí, en las colonias rurales, donde una humilde costurera fabricó a su amada muñeca, Gwen.

      Lo poco que Gwen recuerda de su pasado, lo recuerda con amor. La costurera y la muñeca pasaban sus días confeccionando, Gwen con las tijeras en sus manos inmóviles mientras su creadora cosía cerca de ella con hilo y aguja. Por las noches, las dos se escabullían debajo de la mesa del comedor y la costurera desafiaba a Gwen a duelos inventados: el choque de los cubiertos contra las tijeras resonaba en la cocina iluminada por velas.

      Con el tiempo, los juegos se detuvieron y la luz se apagó. Gwen no podía entender por qué, pero siempre que luchaba por recordar más detalles, sentía una punzada de dolor, ligada a un hombre cuyo nombre y rostro no conocía. Mientras la marea se llevaba sus recuerdos, Gwen se quedó inmóvil por siglos, silenciosa y olvidada.

      Pero una noche, sus ojos se abrieron. Gwen se despertó por primera vez en una playa oscura lejos de su hogar. Por obra de una magia que desconocía, se había transformado en una niña de verdad que podía mover las manos y los pies… ¡por su propia cuenta!

      Gwen se tomó la vida con alegría. Saltó por la arena, sorprendida de cuán lejos podían ver sus ojos y de cuán maravilloso se sentía el viento en su espalda y cada guijarro en su mano. A lo largo de la costa, escombros desperdigados y abandonados por milenios llamaron su atención. Al lado de cofres rotos, había herramientas que le resultaron extrañamente familiares.

      Tijeras. Agujas. Hilo.

      Gwen las reconoció de inmediato. Eran las herramientas de su creadora. Cuando sus dedos las tocaron, un estallido de niebla destellante fluyó de sus manos. Para ella, era algo confiable y cálido, como el abrazo reconfortante de un pasado bendecido.
      Pero Gwen no fue la única atraída por esta magia.
      Al acecho en las islas, una niebla diferente se hizo presente. Negra como la noche, se enroscaba y retorcía, transformándose en espectros horrorosos. Algo en la recién descubierta presencia de Gwen los atraía… algo que deseaban más que cualquier otra cosa.
      Mientras los espectros se acercaban a ella, Gwen permaneció impertérrita. Lanzó una estocada con sus tijeras. Vio con alegría que su niebla llenaba el aire, hechizando el tamaño y la fuerza de sus herramientas para convertirlas de simple acero a magia espectral.
      Pero los espectros eran implacables. Se multiplicaban, alimentados por la creciente Niebla Negra. Gwen comenzó a sentir un dolor trágico y extrañamente familiar. Rodeada de espectros, sus recuerdos reprimidos salieron a flote. Acudieron a su memoria imágenes de su creadora, enferma, herida y llena de angustia. Cerca de ella, se encontraba un hombre cuyo rostro al fin pudo recordar.»

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