“¡Usted tiene qué encontrar ese par de esmeraldas, ya que de no ser así, mi padre nunca va a nacer, y por lo tanto yo no tendré razón de ser! ¡Si usted no encuentra las gemas, profesor, me disolveré en el tiempo y de mí no quedará ni el recuerdo!”
El profesor Anthony Austin dormía plácidamente en su cama, cuando lo despertó el insistente sonar del timbre de la puerta. Muy molesto, se levantó.
Se había desvelado hasta las cuatro de la mañana por tratar de perfeccionar una máquina que él mismo inventó, y por culpa de una persona inoportuna que estaba llamando, ya no pudo descansar hasta las doce como se lo había propuesto.
Se asomó por la ventana del balcón y vio a un joven como de unos veinte años de edad, quien le suplicó:
—¡Por favor, profesor, baje, tengo qué decirle algo importante! ¡No le quitaré mucho tiempo, se lo ruego!
Se notaba muy nervioso, por lo que Anthony accedió a bajar, y ya estando juntos, el muchacho le dijo:
—Me llamo Bernard, y vengo del año del 2063. Una fuerza o energía me transportó al pasado, exactamente cuarenta años, hasta el 2023.
Asombrado, el profesor Anthony recordó que anoche había estado probando su Disociador Molecular Cuántico, una máquina con la que pretendía viajar hacia el pasado o al futuro, pero todavía no estaba perfeccionada.
El caso era que había programado su Disociador para que transportara una moneda de medio dólar al año 2063 y la moneda había desaparecido. No logró que regresara directamente a él.
Esto se lo contó a Bernard, quien sonrió perplejo, a la vez que sacaba de su bolsillo la moneda que fue acuñada en el 2022 y se la entregó al profesor.
—¡Ahora entiendo! –Dijo Anthony- ¡Cuando volví a activar la máquina para regresar la moneda al pasado, tú la recogiste y en ese momento viniste junto con ella!… ¡Pero no entiendo por qué no te materializaste en el laboratorio!
Bernard asintió con la cabeza y comentó:
—Por alguna razón extraña yo aparecí en su patio trasero y me quedé ahí confuso hasta que amaneció. Los Registros Akhásicos, en donde se archivan todas las experiencias del alma, son los que me trajeron aquí.
El muchacho prosiguió:
—Mire, profesor, le diré algo muy difícil de entender, algo que ni yo lo comprendo… A pesar de que vengo del 2063 tengo altas probabilidades de no nacer… ¡A menos que usted encuentre las dos esmeraldas!
Anthony se quedó con la boca abierta y dijo:
—¿Las dos esmeraldas? ¡No entiendo…!
—Si, las dos esmeraldas. ¡Tiene qué encontrar el par de gemas verdes, ya que de no ser así, mi padre nunca va a nacer y por lo tanto yo no tendré razón de ser!… ¡Si usted no las halla, me disolveré en el tiempo y de mí no quedará ni el recuerdo!
Nervioso, hizo una breve pausa y continuó:
—¡Encuéntrelas! No puedo quedarme más tiempo en el 2023, ya que como en el futuro no he nacido hasta que usted tenga las gemas, tengo qué volver al Plano Etérico. ¡Por favor, transpórteme al 2063 con su máquina!
Pronto, el profesor Anthony transportó a Bernard al futuro con el Disociador Molecular Cuántico. Ahora tenía qué tratar de resolver el enigma de las dos esmeraldas.
Esa noche no pudo dormir bien, ya que no dejaba de pensar:
—Las dos esmeraldas… ¿Acaso tengo qué ir a una mina para extraerlas? ¿Serán gemas verdaderas o se tratará de un simbolismo?
Pasaron los días y por más vueltas que le daba a éste asunto, no pudo encontrar una respuesta al problema. Muy agobiado, salió a la calle a caminar para despejar un poco su aturdido cerebro.
Se encontraba sentado en la banca de un parque, dándoles de comer a unos pajarillos, cuando en ese momento pasó a su lado una muchacha muy bonita quien corría, haciendo ejercicio.
En ese momento, ella trastabilló al pisar una grieta y se torció el pie, y exclamó:
—¡Aaayyy…!
Anthony reaccionó rápidamente y la sujetó antes de que fuera a dar al suelo. La chica se dolía y con delicadeza la ayudó a sentarse en la banca.
—Gra… gracias, por detenerme. ¡Ufff, qué dolor!
—Espera, voy a revisarte. Esperamos que solo haya sido un tirón.
Le desabrochó el calzado y le quitó la calceta. Se maravilló por la blancura y perfección de los estilizados dedos de su pie lastimado y cuidadosamente le aplicó un masaje. Pero mucho más lo impactó su nacarada sonrisa. Ella le dijo: ‘Gracias’.
Sus miradas se encontraron y en ese momento él sintió como una descarga eléctrica al ver sus ojos… ¡Sus hermosos ojos verdes!
Sintió que su alma pendía de un hilo, ya que ese par de ojos parecían gemas… ¡Parecían dos esmeraldas finas y refulgentes! Tenían un brillo especial, y en ese momento recordó las palabras de Bernard, quien le dijo desesperadamente:
“¡Usted tiene qué encontrar ese par de esmeraldas, ya que de no ser así, mi padre nunca va a nacer, y por lo tanto, yo no tendré razón de ser! ¡Si usted no encuentra las gemas, profesor, me voy a disolver en el tiempo y de mí no quedará ni el recuerdo!”…
En ese momento sintió como que una venda cayó de sus ojos. El chico con el que había hablado días antes y que venía del futuro, era nada menos que… ¡Su nieto!
Una por una, las piezas de este rompecabezas comenzaron a encajar… El padre de Bernard era su hijo, y ese hijo no nacerá si él no se casa… ¡Con la chica de los ojos de esmeraldas!
La muchacha se llamaba Brittany. Él, con mucho cuidado, la llevó a su casa, donde ella vivía con sus padres. Agradecidos, lo invitaron a comer y así fue como se conocieron.
A partir de aquel encuentro, ella y Anthony iniciaron una linda amistad. Él la llevó a su laboratorio y le mostró sus experimentos, y al verlos, ella exclamó:
—¡Esto es maravilloso! ¡Eres un científico!
—Me encanta la ciencia, Britty. Saber que te entusiasma lo que hago, me hace feliz.
Comenzaron a frecuentarse, y al cabo de unos meses y con el tiempo, aquella amistad fue fructificando, y pronto, los dos le dieron paso al amor.
Él no se cansaba de admirar esos ojos de esmeraldas, los que hacían marco a su belleza tan dulce y cándida… ¡Sabía que por fin, había encontrado su destino, el cual se presentaba de una manera maravillosa!
Se casaron a los seis meses de ese primer encuentro. Dos meses después, estando ya acostados en su recámara, Brittany le comentó, con cierta pena y picardía:
—Amor… Estoy embarazada.
—¿Estás… Será posible? ¡No lo puedo creer! ¡Vamos a tener un bebé!
Aquella noche fue de dulces sueños para la pareja, quienes durmieron tiernamente abrazados. La sonrisa de Anthony lo decía todo. Su felicidad era completa.
Ella soñó con el bebé más sano del mundo y Anthony vio en sus sueños a Bernard quien lo abrazaba con lágrimas en los ojos, a la vez que le decía: “Gracias, abuelo”
Autor: Carlos Reséndiz
Me suena a la paradoja de los viajes temporales. ¿Puedes viajar al pasado para asesinar a tu abuelo?
Buena pregunta. Imagínate cómo se afectaría toda la historia si fuera posible esto.
Recuerda la película ‘Volver al Futuro’, donde los personajes no tenían qué alterar el pasado, en 1955.
Un ligero cambio daría por consecuencias situaciones que cambian por completo vidas y destinos.