El sol de la mañana comienza a acariciar las aguas del Ganges, la familia de Qasim ha llegado desde el poblado con el niño sobre un borriquillo que les prestó un familiar. El viaje ha sido duro, Ahaan, el abuelo de Qasim desciende el ghats y entra descalzo en el agua para realizar sus abluciones rituales, mientras tanto su mujer Aditi empieza a desatar el pequeño bulto envuelto en tela que contiene los restos del niño. El dolor es inmenso, cómo la resignación sobre lo acontecido. Es normal, demasiado normal, que los niños mueran en las pequeñas aldeas del interior de la India. Qasim disfrutó de siete años de feliz niñez en bondad y misericordia de Vishnu el dios azul. Y Ahaan y Aditi lo agradecen; podría haber tenido una vida peor antes de que la enfermedad acabara con su sonrisa infantil.
Ahaan inicia los preparativos, el ghats está ocupado por otra familia que ya ha encendido el cuerpo de su pariente, el humo se eleva santificado por la fe y las aguas del rio sagrado.
El abuelo ha preparado la camilla de bambú y Aditi deposita el cuerpo del niño en ella, untan ghee sobre el cadáver, la manteca sagrada hará que el cuerpo arda mejor cuando se encienda la pira. Mientras la abuela rapa la cabeza del niño con sumo cuidado y cariño, despacio, tanto que el mundo parece pararse solo para ellos dos, murmurando, hablando con su nieto una última vez, después le arropa en el sudario blanco que indica su sexo y le engalana con flores de colores que trenzó en guirnaldas durante el viaje.
Un estallido resuena sobre el crepitar de la pira funeraria, el cráneo del difunto ha explotado, a veces no es así y el jefe de ceremonias debe golpearlo, no es este el caso. El fuego parece ceder y los familiares recogen los restos que quedan por consumir y los depositan en las aguas del rio donde algunos niños juegan y otras personas se santifican siguiendo la tradición y los antiguos rituales.
Es hora de despedir a Qasim. Ayudado por el maestro de ceremonia sumergen al pequeño en el rio para purificarlo y después lo depositan en la pira, Ahaan lo cubre con madera de sándalo, no hace falta mucha para el pequeño cuerpo del niño. El abuelo se dirige al tempo de Shiva donde toma, con unas varillas de paja, la llama eterna del fuego sagrado que arde desde hace miles de años para dar paz a los difuntos. Aditi observa desde lejos, según la tradición no les está permitido a las mujeres acercarse a la pira ya que son más dadas al llanto y cualquier fluido corporal podría contaminar el cuerpo y el espíritu del fallecido. Aun así, la mujer no llora, ya no tiene más lágrimas que derramar.
El viejo Ahaan da cinco vueltas a la pira funeraria y prende el cadáver. Una pequeña llama azul empieza a cubrir el sudario, flotando sobre la tela, bailando sin consumirlo. Solo asisten a la cremación desde el ghats el viejo y el maestro de ceremonias, ambos siguen con la vista la llama que se desliza impulsada por una mano invisible desde la cabeza a los pies y vuelta una y otra vez, adquiriendo velocidad y cambiando el color azul por un blanco hiriente imposible de mirar. La llama crece, no hay humo, ni el extraño fuego desprende calor, el rápido movimiento se detiene, la llama cubre el cuerpo y palpita. Cómo si del corazón de un gigante de luz se tratara irradia pulsos al rio que retumban en la superficie con rítmicos sonidos de tambores de duelo. Ahaan y el santón se arrodillan al sentir la tierra temblar a sus pies y tapan sus ojos para evitar que el fuego blanco y helado los queme. El fuego se congela en el tiempo, la llama comienza a contraerse mientras el aire se consume a su alrededor, cada vez más pequeña hasta el tamaño de una oliva, entonces explota en una enorme onda expansiva.
Solo Aditi se mantiene en pie, todo en su entorno son cuerpos calcinados excepto Ahaan que se incorpora aturdido mirando con horror la destrucción. Sobre la pira ya no está el cuerpo purificado de Qasim y en su lugar hay una esfera negra que flota a un palmo de la piedra.
Autor: Ignacio Chavarría
De este me habías hablado, pero… ¡¡La esfera!! Ese plot twist no lo esperaba!!
Me encanta cómo lo has contado; he visto los rostros, el fuego, los restos ardiendo… Sigo leyendo, estoy por ir a por un café, que hoy trabajo de tarde.
Qasim, fíjate que el pobre no ha llegado a ser nada en la historia, no es más que un cuerpecito envuelto en un sudario.