Dioses oscuros – De cara al infierno

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Acerco el Sol del Norte a la costa con sumo cuidado, los restos de una vieja embarcación mostrando sus tripas al cielo son un aviso para extremar las precauciones. La Hija del Viento se puede leer a duras penas en su popa; debe llevar más de cien años hundida en la arena, me parece increíble que todavía esté su nombre legible dejando constancia de su desgracia.  Quiero imaginar lo que pueda haber pasado, ¿una tormenta?, ¿un descuido? ¿piratas? ¿alguna guerra pasada? 

Echo el ancla en agua profunda evitando sorpresas y preparo el bote para desembarcar. Amarí sigue con la vista fija en el horizonte de arena. Sigo su mirada intentando saber qué puede haber allí, para mí es todo arena, la playa se confunde con las dunas y se extiende hasta el horizonte mezclándose con el pardo cielo. No creo que se pueda sobrevivir allí mucho tiempo. Tengo la piel quemada por el sol y la sal del mar, la ropa se me pega, pero me he acostumbrado al escozor y el roce. Imagino cómo será cuando alguien se aleje, cuando quede atrás la humedad del mar y el aire seco azote el cuerpo con ráfagas de fina arena. 

Intento ocuparme en la intendencia, qué llevar y como cargarlo. Tengo claro que el mayor peso debe ser para el agua, también será lo que más pronto se aligere. El gigante no ha bebido desde que le conozco, ni comido, sus labios siguen cosidos y mejor que permanezcan así a razón de lo que sé de él. Me pregunto ¿qué haces aquí Fin? ¿eres idiota? Con lo a gusto que estabas en tu taberna tocándole loa huevos al cura y escuchando las insulsas conversaciones de tus vecinos. Pensaba que no les echaría de menos, pero ahora, aquí en la frontera entre la vida y la muerte, entre el mar y la nada su recuerdo me reconforta. Seguramente no soy quien pensaba, al final, Finley, vas a ser un isleño sensiblero y pueblerino pastor de cabras. 

El ruido del bote al chocar con el agua atrae la mirada de Amarí. Salta por la borda y nada hacia la playa con destreza. Viéndole creo que podría haber venido braceando como un dios marino desde Foula si hubiera querido.  Yo no tengo tantas ganas de mar así que bajo al bote y comienzo a remar detrás suyo. 

Al pasar junto a los restos de la goleta siento que se me eriza la piel, esa sensación que se tiene ante el peligro, ante lo sobrenatural. Miedo. Algo terrible pasó en esa nave que permanece a pesar de la destrucción y el tiempo.  Aunque estuviera en buen estado no subiría a ese barco, existen sitios malditos, manchados por extrañas e incomprensibles fuerzas que escapan a nuestro conocimiento y este es uno de ellos. Mejor alejarse. 

En la playa me espera Amarí en cuclillas, apoyado en su larga vara, con esa calma suya que da la impresión de que todo más allá de ese momento no tiene mayor importancia. Encallo la barca en la arena y cargo con todos lo que he preparado; principalmente agua y comida. Amari se levanta cuando me acerco, extiende su mano y la apoya en mi pecho. 

—Hasta aquí llega tu camino amigo  

Sus palabras, mudas en su boca, resuenen como siempre en mi cerebro y siento, además de sus palabras, su tristeza. Este tiempo que hemos pasado juntos en el Sol del Norte ha creado un vínculo entre nosotros, después de lo que pasó en la isla, de ese momento en el que fui él, algo suyo ha quedado en mí.  

 
—Ya que he llegado aquí me gustaría ver qué es eso que te hace cruzar el mundo. 

— Es algo que no te traerá nada bueno, en ese mar de arena solo encontrarás la muerte. Ahora debo seguir solo. Este es mi viaje, el tuyo está en el mar, en tu viejo barco. Debes trazar tu propio rumbo Finley. 

— Pero, necesitarás ayuda. 

— No puedes ayudarme, esto debo hacerlo solo. 

Siento tristeza, me había acostumbrado a su silenciosa compañía y deseo saber más sobre él, pero sé que si le sigo moriré. No hacía falta su confirmación, es algo que supe nada más llegar a la playa. Aun así, estaba dispuesto a seguirle. Separa su mano de mi pecho, no he sido consciente de que la mantenía ahí todavía ni del calor que produce su contacto hasta que la ha retirado.  Le veo alejarse, arrastra mucha tristeza, mucho dolor y mucho odio. Espero que encuentre eso que busca y que se libere. 

Hace tiempo que el gigante ha desaparecido entre las dunas y de pronto percibo la tremenda soledad.  A mi espalda las olas empujan y arrastran las piedrecitas de la costa en un continuo sonido hipnótico. El mar me llama; es hora de partir.  

Autor: Ignacio Chavarría

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