Voy por el tercer café, mi amiga por el segundo capuchino. Nuestra charla tocó el tema cuando recordábamos a Bajtín: «El lenguaje adopta la forma de un arma social; refleja la realidad, pero también
la construye y determina».
Desprendo dos hojitas del servilletero; en una escribo: «Los socios del club elevaron una petición», y en la otra: «Las socias del club…». Con los anteojos de la gramática española, observamos que el primer enunciado incluye al grupo mixto, mientras que el segundo excluye a los varones. El masculino es el género no marcado e inclusivo, y el femenino, el género marcado y exclusivo.
Mi amiga reconoce que al leer: «Los socios del club…», no solo «ve» a varones, sino también a mujeres. «Una agrupación indiferenciada de personas que podrían estar asociadas al club», dice. Aunque
pertenece a una generación marcadamente machista, las operaciones implicadas en la comprensión lectora, un proceso de análisis y síntesis instantáneo y condicionado, no la indujeron a confundir sexo y género gramatical.
Entiendo que la dominancia del sexo masculino ha dejado su marca en el lenguaje; no obstante, el hecho de que la historia, llena de atropellos e injusticias, lo haya colocado como figura referente no implica que
todas las personas que usamos el masculino plural, en su interpretación inclusiva, nos distanciemos de los ideales igualitarios entre hombres y mujeres.
Aunque yo no emplee el lenguaje inclusivo en cuanto al género en mis escritos y mi amiga sí en los suyos, coincidimos en que los desdoblamientos, las «x» en algunos pronombres, las neolenguas o la
redundancia de artículos diferenciados pueden llamar la atención, pero son insuficientes si no se implementan políticas de cooperación. Solo así, las palabras que hoy «representan la realidad» podrán expresar, mañana, otra diferente. Las transformaciones socio-psico-lógicas no se producen de un día
para otro. No olvidemos que la lengua, en sí, no es la realidad, sino «una representación de la realidad», y son las personas quienes la ordenan desde el lenguaje.
Ariel García
Corrector de textos
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Me gusta siempre leerte, Ariel.
Pienso que vivimos en un mundo loco; tan loco como que el que llora con la película de Bambi podría ser el mayor hijoputa de la historia y esto es una realidad, y del mismo modo, una persona (del género que sea) que emplea de forma impecable lo que llaman leguaje inclusivo, las x y los pronombres, por qué no podría caer en comportamientos machistas, tránsfobos, racistas o despreciativos de cualquier índole en el hogar, en la calle o en la vida. La palabra puede ser una gran aliada pero ciertamente es insuficiente. A alguien que está sufriendo ira, odio y rechazo por reconocerse en quien es no le rescata la vida un símbolo: ni una palabra, ni que le pongan una falda al muñequito del semáforo.
Gracias Ariel por el artículo. Gracias, Nacho.
¡Hola, querida Reyes! Es cierto que alguien puede utilizar lenguaje inclusivo de manera impecable y, aun así, mantener actitudes y comportamientos discriminatorios. Gracias por leer el artículo; también a mí me encantan tus escritos.
Hola Ariel, personalmente creo que en esto, como en otras muchas cosas, se nos está yendo la mano; estamos más preocupados de no ofender que de empatizar.
Coincido con vos, Nacho. ¡Fuerte abrazo, compañero! ¡Gracias por la lectura!