Hasta que yo vuelva

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El pequeño se estremecía mientras caminaba calle abajo junto a su madre. En el silencio desierto de la madrugada, las estrellas eran las únicas observadoras como almas diamantinas a lo lejos, frías y temblorosas sobre las cabezas de ambos.

—Llegaremos pronto —le dijo ella de forma telepática, mirándole compasiva y dándole un tenue golpecito cabeza con cabeza sin detenerse.

Como madre, por supuesto, estaba triste. Iba a ser muy duro despedirse de su hijo y dejarle atrás, pero procuraba no dar rienda suelta a este sentimiento. Su hijo sabía perfectamente lo que correspondía hacer según el código de la Colonia, y ya había tenido bastante con tener que abandonar la calidez de sus hermanos y otros familiares a una hora intempestiva como para que ella le disgustara aún más. Sonrió internamente con orgullo; su hijo no había proferido ni una sola queja, ni había remoloneado en lo más mínimo. Su hijo era valiente.

—Háblame de él, madre —pidió el chiquito. Apenas contaba cuatro meses, pero ya era el más grande en tamaño de sus cuatro hermanos.

—Le llamaron Ursu —susurró la madre en dulce ola de pensamiento. La manera de comunicarse entre ellos era como hablarse y acariciarse al mismo tiempo suavemente, sin invadirse el uno al otro—. Dejó la colonia tras su primer ciclo lunar de vida, y tuvo una estancia buena en el poblado. —Mientras decía esto, miró con fijeza el conjunto de casas apagadas al que se acercaban—. Fue uno de nuestros Místicos; nunca dejó de transmitir a la colonia todo lo que iba aprendiendo. Vivió mucho tiempo, ¿sabes? Creció bastante, porque le alimentaron muy bien. Era gris y siempre fue un poco seriote… pero te agradará cuando le conozcas, ya lo verás.

El pequeño dio un respingo. Algo se había movido en los contenedores de basura que había cerca de las casas, justo cuando pasaron a su lado. Respiró aliviado cuando, al mirar por encima de su hombro, distinguió la cocorota rubia y rayada del viejo Muuus asomando tras el borde de un cubo abierto. Se contaba en la Colonia que los niños le apodaban “Basurillas” a Muuus en el poblado humano.

—No, madre. No digo de Ursu. Háblame de él, del niño humano.

Ambos se detuvieron frente a la tercera casa en la aglomeración del poblado. Mamá se sentó sobre sus cuartos traseros, y el pequeñín hizo lo mismo. Ella podía sentir con toda claridad los latidos acelerados del corazón de su hijo. Se acercó para darle calor.

—El niño humano tiene frío. Pero no como tú ahora —murmuró de mente a mente—. Tiene un bloque de hielo inmóvil y pesado en el corazón. Y la garganta rígida le duele. Puedes sentirlo, ¿verdad? Desde aquí puedes percibirle.

El pequeño comprendió que aquel escalofrío interno no sólo procedía de la noche helada. Se concentró en sentir con claridad ese “invierno” en otra parte; ese invierno humano que cristalizaba al otro lado de la calle, tras los muros de la casa que tenían justo enfrente.

Le habría preguntado a su madre cómo llamaban a ese niño en el poblado, cómo era la cadencia de su voz, cómo se sentía el tacto de sus manos (seguro que Ursu había hablado de esto a la Colonia a través de los informadores) y muchas otras cosas. Pero no pudo decir nada más porque, en aquel momento, una figura felina de luz salió de aquella casa para dirigirse hacia ellos.

—Ahí viene Ursu —susurró mamá.

La silueta luminosa cruzó la calle con calma y se sentó frente a ambos. Lanzaba destellos cálidos que no deslumbraban; colores infinitos, exactamente igual a los que irradiaría un diamante fragmentando un rayo de luz.

Durante unos segundos nadie dijo nada, sólo se miraron, Ursu escrutando al pequeño como si el fulgor verde de sus ojos pudiera alcanzarle el corazón.

—Es un humano bueno —dijo al fin. Su voz espiritual era extraña, lumínica y crepitante como puente entre dos mundos, no terrenal como la de mamá—. Nunca se va a olvidar de darte de comer puntualmente. Sabrá exactamente dónde te pica cuando vaya a rascarte, sin que tú tengas que mostrárselo ni pedirle que lo haga. Su pecho es un lugar muy cómodo para descansar.

»Ten paciencia cuando juegue contigo. Y llévale presas, porque él no puede cazar.
»Límpiale a menudo, porque tiene miedo.
»Dale calor, porque tiene frío.
»Hazle compañía, porque se siente solo. Hasta que yo vuelva —añadió, antes de desaparecer en la oscuridad de la noche—.

Autor: Reyes

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Reyes

11 comentarios en “Hasta que yo vuelva”

    1. Muchas gracias, Nacho.

      Me estoy dando cuenta de que mi zona de confort son «niños» y «gatitos» xD
      Sabes qué. Este gatito, el chiquitín, estuvo «contándome cosas» después de haber terminado yo de escribir el relato. Seguro porque yo le pregunté. Suena loco? Para mí estas cosas son normales xd. Es que a veces uno mismo se queda con inquietudes después de lo que ha dibujado, como por ejemplo si ese gatito fue con el niño humano porque así lo eligió, o por el contrario se lo impusieron en la Colonia.
      Si me «cuenta» más sobre la Colonia, le dejaré hablar.

  1. Es de esos relatos que relucen por que es un idea llevada a cabo con delicadeza y paciencia. Siempre tan emotiva y a la vez con un tono natural que puede llegar a ser algo triste. Pero creo que la intención es y será explorar, preguntarse por lo demás.

    Yo he tenido muchos gatos a lo largo de mi vida, puedo decir que viví lo mismo que ese niño.

    1. Alex, me alegra mucho verte!
      Gracias por leer y por comentar.

      Siempre me haces pensar con lo que dices. Creo que, contra lo que muchos piensan, escribir un relato entraña dificultad (que nos encanta, lo cortés no quita lo valiente). Lo de «contra lo que muchos piensan» lo digo porque no sólo de novelas vive el alma. Está claro que una novela dificultades particulares y es un gran trabajo para un escritor, pero a lo largo de mi vida he leído y sigo leyendo a auténticos MAGOS del relato. Hay gente que te emociona y te toca «botones» demasiado profundos con apenas unas líneas; hay gente que maneja las palabras de tal forma que el impacto final es como el de un martillo.

      Es tremendamente interesante escribir y leer relatos (jjajajaj dios parece un ensayo esto, qué horror). En serio, es una aventura. Hay mil maneras de escribir un relato. A veces te lanzas con los ojos cerrados a ver qué pasa, y otras veces uno piensa: si tengo una historia y encuentro la escena que lo define o explica todo (salvo lo que quiera dejar velado), esa escena es el relato. O esas.

      En fin, amigo, gracias como siempre por hacerme forzar la máquina. Un abrazo grande.

  2. Un relato muy original y con una melodía muy entrañable. En varios puntos me ha conmovido mucho. Gracias por compartir, un saludo! 🙂

    Por cierto, coincido en que los relatos no tienen por qué ser cosa menor, ni vivir a la sombra de la novela. Borges con sus magistrales relatos fue un claro y gran defensor de esto también.

    1. Muchas gracias, Paula. <3
      Un abrazo.
      A ver qué pasa con los gatitos. Yo de momento tengo aquí una gata hermosa que me plantó su orondo culo en las piernas, esa es la historia más feliz xd. Cuando llegó a casa de la calle tenia como 4 meses y pesaba 1 kilo 200… ahora tiene cinco años y pesa 7 !!

  3. Me sorprendió que al final tuvieras ese As debajo de la manga, mi amiga Reyes.
    Tu amor a los gatitos se trasluce, y como dijera Paula, tienes tela de dónde cortar con ese Michi, por lo que podrías hasta hacer una serie de relatos con él.
    Sentí un dejo de tristeza por el minino, pero a la vez, una gran satisfacción después de haber leído un estupendo relato.

    1. Hola, Charlito.
      sí? El de que se iba a quedar el gatito ahí? Da la impresión a veces de que los gatos lo saben todo…
      Gracias por leerlo y por tu comentario <3

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