Quizás debiera decir que un buen día para mi fue el día que nací. No pude verlo, estaba naciendo. Pero me han contado que si, que fue un buen día. Mi madre al fin se liberaba de su pesada carga y veía al pequeño bicho que la pateaba desde dentro, me apretó contra ella y me alimentó mientras me miraba sin creérselo. Mi padre lloraba feliz y orgulloso y repartía los puros que había comprado para ese momento. Mis abuelas, tras contarme todos los dedos y asegurarse que la suma era correcta, se empeñaban en mantenerme tapado por si una malévola corriente de aire me atacaba. El resto de la familia fumaba los puros en la sala de espera mientras palmeaba la espalda de mi padre felicitando por la buenaventura. Cómo os digo, creo que fue un buen día para mi, sobre todo porque lo superé. Después han llegado otros, dos en concreto, entonces no hubo puros, pero sí mucha felicidad. Nacieron mi hija y mi hijo y en cada uno de los días me pregunté cómo es posible tanta felicidad. No sé si tendré otros días así, ya tendrán que proporcionármelos mis hijos y no se yo si les veo por la labor. Puede que el día de mi muerte sea también un gran día, no es que lo desee, aunque espero que desenlace en algo bueno, pero eso ya no os lo podre contar.
Autor: Ignacio Chavarría