Permanezco sentado en el banco del parque frente a la empresa de medios que publicó el anuncio;
«Se busca rey Melchor para anuncio publicitario».
A mi lado hay otros Melchores que esperan igualmente su turno, algunos pasean sus nervios de lado a lado de la calle, otros atienden sus teléfonos móviles, quizás contestando otras solicitudes de rey mago o Papá Noel. El año pasado conseguí un par de trabajos, uno en unos grandes almacenes sentando niños en mis rodillas y otro a la salida de un cine entregando descuentos de un restaurante de hamburguesas veganas. Nuncan entenderé esa manía de vestir a la mona de seda que hay ahora con la comida. Si decides ser vegano, ¿por que quieres comer algo que parece carne?. Mierda de modas.
Hace frio, el paño de mi traje es grueso y caliente, mi cápa abriga, fue cofeccionada con esa idea, no cómo un simple disfraz, sino cómo debe ser la capa de un rey. Miro a mis competidores, sus trajes son de risa, no solo por que no deben abrigar en absoluto sino por la poca precisión histórica, ninguno de ellos se ajusta a la época ni en piezas, ni en calidades ni abalorios. Si quieres hacer de Melchor, al menos intenta ser Melchor y no un vendedor de camellos desdentado. Hay indicios, por todas partes, a poco que te molestes puedes saber cómo se vestía en la época. No me refiero a la imangen que se encuentra en la llamada capilla griega de la catacumba de Priscilla en Roma, puros manchones sobre la pared. Me refiero a indagar en las costumbres de esa época y cuidar los colores. Veo en cada traje la mano del azar y no el simbolismo que debería imperar. Cada color de las capas y adornos de un rey mago tiene un significado profundo que se remonta a la antigüedad. El rojo representa el amor y la pasión por el recién nacido, el verde simboliza la esperanza y la fertilidad y el amarillo la sabiduría y la riqueza. Estos colores transmiten un mensaje poderoso sobre las características y virtudes de sus portadores.
Mira este que se sienta a mi lado; no solo su traje es de un chino, es que él es chino. Tras los Baltasares untados de betún ¿Qué podemos esperar? Melchores orientales y seguro que con un Gaspar Maorí harían un triunvirato perfecto.
Están tardando, al menos podían haberlo organizado en el interior del edificio, está empezando a nevar, macroscópicos cristales de agua helada caen del cielo manchando de blanco esta escena de comercial navidad, y en medio de todo está él. Pequeño, intrigado y emocionado. No mira al resto de Melchores, me mira a mi. Envuelto en una bufanda que le da mil vuleltas, con su abriguito verde, sus pantalones cortos y sus rodillas arañadas por incontalbes batallas en el patio del colegio o el parque. Sostiene un sobre en sus manos, envoltorio de ilusiones infantiles. Le miro y le hago un gesto para que se acerque, al fin se decide. Sus pulcros zapatitos marrones marcan de huellas el camino hasta mi. Sus ojos brillan de respeto e ilusión. Me alarga el sobre.
– Es para mi hermana y para mi
Desde el otro lado de la calle su abuelo mira la escena. Las sonrrisas de blancos dientes de leche y las desdentadas son las más sinceras, ellos, los niños y los abuelos desmemoriados ven la verdad tras el disfraz. Saco unos caramelos de mi bolsillo y se los doy al pequeño.
– Para tu hermana y tu abuelo tambien. – Le digo guiñando un ojo.
Me da un beso sincero e impulsivo y corre de vuelta hacia su abuelo. Les veo marchar, el hombre con cuidadosos pasos para no resbalar y el pequeño, de su mano, dando saltos felices y alocados. A pesar de todo, a pesar de los años, me encanta ser Melchor.
Autor: Ignacio Chavarría