Laura entró al departamento como una tormenta.
—¿¡Dónde está!? —preguntó, cruzando los brazos. Su tono era tan afilado que un cuchillo habría sentido envidia.
—Lo dejé sobre la mesa —respondió David, sin apartar la vista de su teléfono. Sus dedos se movían tan lentamente que parecían estar esperando que la pantalla les dijera: “¿Me estás acariciando o qué?”.
Laura bufó y se dirigió al comedor como un terremoto en tacones. La mesa parecía un collage titulado Caos Moderno: platos sucios, papeles arrugados y una cuchara solitaria que parecía estar cuestionando sus decisiones de vida.
—¡Siempre igual! —gritó, levantando un plato como si fuera un trofeo del desorden—. Nunca encuentras nada porque nunca miras. Si alguna vez pierdes tu sombra, no cuentes conmigo.
David suspiró y dejó el teléfono a un lado. Sabía que enfrentarse a Laura sería como nadar contra un tsunami: inútil y agotador. Pero, ¿por qué siempre parecía ser su culpa?
—Te dije que lo dejé ahí. Si no está, alguien lo habrá secuestrado. ¿Ya llamaste a la Interpol?
—¡No me hagas reír! —replicó Laura, aunque su ceño fruncido no parecía haber recibido el memo. Comenzó a hurgar entre los papeles, sacando cosas al azar—. ¿Por qué hay una factura de 2019 aquí? ¿Estamos coleccionando nostalgia ahora?
—Es un recuerdo, por si me preguntan qué hacía antes del apocalipsis —bromeó David, pero su risa fue tan tímida que se apagó antes de empezar.
Laura rodó los ojos con tanta fuerza que casi escuchó un crujido. No era solo el alfiler. Era todo lo que David no hacía. Pequeñas decepciones acumuladas, pesadas como ladrillos.
—¡David! Si fueras más organizado, podríamos encontrar las cosas y, no sé, ¡vivir en paz!
David suspiró.
—Laura, no es tan grave…
El comentario fue como presionar un botón rojo en Laura.
—¿No es tan grave? ¡David, si desorganización fuera deporte olímpico, tú tendrías dos oros y un bronce solo por flojo!
—Gracias por el bronce —murmuró David—, la competencia este año estuvo dura.
La discusión continuó, pero ahora era un desfile de quejas surrealistas. Laura hablaba de su trabajo, su cansancio, y de cómo una vez David guardó el arroz en el congelador “por probar un nuevo helado.” David, por su parte, enumeraba las horas en la fábrica y cómo un día casi lo despiden la vez que atendió su llamada urgente para escuchar una hora de quejas sobre la perra de su jefa.
Al final, Laura soltó un suspiro largo.
—No podemos seguir así, David. ¿Por qué no llamamos a un mago? Porque perdimos la magia.
David se quedó en silencio. Miró a Laura mientras ella se alejaba al dormitorio. No era solo el alfiler; lo sabía. Era algo más profundo, algo que no podía arreglar con una broma.
Esa noche, después de que Laura se fue a dormir, David encontró el alfiler atrapado en el mantel. Lo sostuvo entre los dedos, sintiendo una punzada de culpa. No era solo un objeto perdido; era todo lo que Laura reclamaba. Lo dejó sobre la mesa con una nota.
Por la mañana, Laura se levantó tarde. Pasó corriendo por el comedor, pero algo llamó su atención: un papel doblado junto al objeto perdido. Lo tomó y leyó:
«Encontré esto. Lo dejo aquí para tu tranquilidad.
PD: ¿Podemos comer pizza mañana?»
Laura dejó escapar una risa corta, casi imperceptible. Su boca dibujó una sonrisa fugaz, pero su corazón aún se sentía pesado. «Pizza mañana», pensó, como si el alfiler perdido y una comida pudiera reparar lo que estaba roto.
Autor: Alex Pallares
¿Comedia o drama? ¡Decídete! ¡No puedes escribir ambas! ¡Eres un chiste mal contado!
— Yo peleando contra el que escribió esto. Usted don comentarista, pase y siga adelante, no se preocupe por mi. :>)
En todo drama hay comedia y en toda comedia drama, las caras del teatro son así, lloran y ríen a la vez, tragicómicas, comitrágicas… Cómo la vida misma Alex.