El hombre miraba a su rival con una ira desbordante, sus ojos ardían como brasas. Su respiración era pesada, y sus manos temblaban, no por miedo, sino por la rabia contenida. Frente a él, su enemigo permanecía inmóvil, provocador, como si no temiera el destino que le aguardaba.
No era la primera vez que se encontraba en esta situación. Había enfrentado a muchos antes que este. Recordó sus victorias pasadas, cada una más violenta que la anterior. Recordó el sonido, el estallido, y la satisfacción que lo recorría después. Ninguno de ellos había salido con vida. Siempre acababan igual: destruidos, insignificantes, reducidos a nada.
Avanzó un paso, sosteniendo en su mano derecha la herramienta con la que sellaría el destino de su rival. Un arma pequeña, pero letal en sus manos. No había lugar para el perdón ni para la duda. Esto era algo que debía hacer, algo que siempre había hecho.
Su rival seguía allí, desafiante. El hombre sonrió, una sonrisa fría y carente de compasión. Levantó su arma, apuntando directamente hacia el corazón de su enemigo. Un último instante de tensión, el mundo pareció detenerse. Entonces, lo hizo.
El globo estalló con un sonido seco, liberando un estallido de confeti. El hombre soltó el alfiler y suspiró aliviado, mirando los restos de su «rival». Una batalla más ganada en la fiesta de cumpleaños de su sobrino.
Autor: Alex Pallares
¡Qué relato tan malo! ¡No sé qué pensaba el escritor a atreverse a publicar algo tan insípido!