Orgullo

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¿Estoy orgulloso de ser quien soy? No lo sé. No es algo que le pregunte al espejo. Ni tampoco la respuesta estaría en mis gustos personales. Lo que sí sé es que nadie debería avergonzarse de sí mismo por lo que ve en el espejo, ni por sus preferencias en cuanto a quién amar. ¿En qué mundo cabe que alguien pudiera sentir vergüenza por esto? En el nuestro. Me gusta el 28 de junio porque por una vez no se da crédito a los cuñaos’ que señalan con el dedo.

¿Me siento orgulloso de mi identidad? ¿Orgulloso sobre quién o sobre qué otras identidades? Es una identidad como cualquier otra. Es mental. Tú no sabes cuál es mi identidad de género, y yo no necesito que tú la sepas. No necesito que otros me vean para ser real. ¿Me siento orgulloso por respetar a quienes sí lo necesitan? Sentirme orgulloso por respetar es estúpido; respetar los sentimientos de otro es simplemente lo que se espera de un humano civilizado. Decir que me siento orgulloso por respetar sería igual que decir que me enorgullece no dañar a nadie, no matar y no maltratar.

Respecto a mi propia identidad (de género y en general), desde hace tiempo decidí no darle importancia. Algo con lo que me identifico no es real, sólo es algo en lo que yo creo en x momento. A mí no me define nada, y a ti tampoco salvo que así lo creas. Entonces pasé por la incertidumbre de ser nada mucho antes de preguntarme cuál es mi género real en mi mente (independientemente de mi cuerpo). Por lo tanto, alcancé la paz mucho antes, a través de la aceptación de que ser “algo” en realidad no significa nada ni me importa. Mi identidad no es sagrada; justo todo lo demás sí lo es, aunque no pueda verlo ni controlarlo a través de mis sentidos. 

Por lo tanto, ¿me siento orgulloso de ser algo? No tiene ningún sentido la pregunta. ¿Formo parte de un colectivo? Que yo sepa, no. Bueno, de la especie humana. ¿Necesito que la verdad de lo que siento sea visible? Definitivamente no, o no siempre. No voy contándole a todo el mundo que respeto la verdad de mi alma; no me importa que me tomen por loco, pero me desgastaría enredarme en explicaciones para hacerme entender. Necesito ser, y para eso no necesito el respeto de nadie, sólo de mí. No necesito la aprobación de otros, sólo de mí. No necesito pertenecer a nada.

Me gusta el 28 de junio por pensar en todos los que nos aceptamos y amamos a nosotros mismos. Por pensar que vivimos felices por el mero hecho de estar aquí, de existir. Me gusta la bandera del arcoíris porque ahí nos veo a todos los colores, y a quien tiene todos los colores en sí. Me gusta la rebeldía pacífica contra la imposición de quien se abre paso sin cerebro a base de insultos, puñetazos y cosas peores.

 Vivimos en un lugar maravilloso que mentes dañadas enturbian: aquellas que consideran que una persona debe ser agredida y aniquilada por lo que siente (por lo que siente hacia otros, por lo que siente hacia sí). Llámalo con las letras que quieras; para mí este es un día en el que quien quiera gritar a través de las grietas puede hacerlo, gritar con libertad. Ese día debería ser todos los días; también hoy, o cualquier día que leas esto. 

El problema aquí es que algunos humanos sienten que la libertad de ser de todos les amenaza. Lo cual tiene seguro explicaciones, aunque desemboca en actos que no tienen justificación. Las raíces del odio, la fobia, el rechazo, la amenaza y el miedo son profundas, me atrevería a decir, a pesar de mis nulos conocimientos en antropología. No quiero distraerme de ellas. La especie a la que pertenezco es vulnerable mentalmente y por lo tanto yo también lo soy. Podría enumerar infinitos factores por los cuales sé que no soy un asesino, y al mismo tiempo sé que es difusa la línea que me separa de serlo.

A pesar de mi condición potencial de monstruo, hoy me gusta gritar por la libertad. No me canso de hacerlo. Eso sí, me siento feliz de llevar un secreto en mi interior, de no necesitar el tipo de “respeto” que entrañan los pronombres personales. Creo que para ser libre uno se tiene que liberar de sí mismo primero, permitiéndose sentir y ya está. Pero nuestra cultura actual tiene ese mensaje subliminal —en los refranes, en los libros, en los actos— de que el juicio es necesario, de que debemos juzgarnos para ser personas decentes. Y por consecuencia lógica juzgamos a otros de forma sistemática. Estamos inmersos en reafirmaciones, pancartas y separación. Resulta escandaloso no juzgar; una persona que no juzga y no se juzga es vista como un pobre imbécil que no sabe quién es y (lo que es peor) no le importa. Sin metas y sin ambición. Porque en esta fantasía nos enseñan desde niños que lo importante es ser algo, y si uno no lo es, entonces “llegar a ser” algo y estar orgulloso de ello. No sé tú, pero yo, por mi parte, me siento afortunado —que no orgulloso—, por haber roto con eso. La paz es un derecho también. Puedo decir que ahora me respeto a mí mismo más que nunca.

Me da miedo que esta cultura del juicio desemboque en un mundo distópico donde a cada persona se le exija que sepa quién es. Donde a cada persona se le reclame, junto con su documentación, que explique en palabras qué algo es, quién es. El que con sabiduría dudara sería un paria. O, si es una distopía muy terrible, a lo peor sería encarcelado en plan George Orwell tipo: “dos patas malo, cuatro patas bueno”, a escasos pasos de la viceversa cuando los cerdos descubrieron que les gustaba jugar a las cartas. Vivimos en una realidad tremenda actualmente, ya. El apocalipsis es, ya es, cotidiano y silente.

No quiero pensar en colectivos y en la absurda discriminación que hay dentro de los mismos entre sus propios integrantes. No quiero olvidar las palizas de juventudes nazis a personas que según ellos no deberían poblar la tierra. Soy fiel al arcoíris por todos estos motivos que, más allá de plasmarlos en este escrito, probablemente nunca diga a nadie. 

Soy arcoíris infinito en mi interior. Asumo que todo ser humano lo es. El derecho es la libertad y es triste que haya que celebrarlo, pero uno entiende por qué. Sin embargo, para mí, la libertad verdadera está lejos del juicio, de la trampa de las identidades y de quién o qué soy yo a ojos ajenos.

Autor: Reyes

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