
Cuando publiqué por primera vez en seguida me vi dentro del colectivo de los escritores llamados autopublicados. No era del todo cierto, ya que, como siempre decía, yo era de la “minoría oprimida” que había publicado mediante editorial tradicional. Dicho así puede parecer todo un logro, que una editorial tradicional aceptase publicarme, y, de hecho, yo fui el primero en creerlo así. Sin embargo, la realidad resultó ser muy diferente, ya que esta editorial resultó ser todo menos una tradicional. En su momento no me di cuenta, y realmente pensaba que estaban apostando por mí, pero la realidad era que yo fui un cliente más al cual usaron para hacer negocio. Quiero aclarar, eso sí, que esto no es aplicable a todas las editoriales, aunque me consta que son muchas las que hacen como esta hizo conmigo, mientras que las editoriales “honestas” es muy difícil que se fijen en un autor novel. Voy a contar cómo empezó mi andadura con ellos y cómo acabé dándome cuenta del percal.
Pocos días después de enviar el manuscrito a la editorial recibí un correo diciendo que estaban interesados en publicarme. Me enviaron, además, un extenso análisis de mi historia. Lo siguiente fue aceptar las condiciones y firmar. Dado que se venden como editorial tradicional iban a correr ellos con los gastos de edición, por lo que yo no debía pagar nada. Y ahora es cuando vienen los “peros”: Para que el libro estuviera disponible en tiendas y otras plataformas debía vender mínimo cuarenta ejemplares en la presentación. Si vendía noventa, el libro además tendría solapas. No le di especial importancia, pensé que era algo lógico tratándose de un novel. Así que firmé. Pocos días más tarde me llamaron diciendo que mi libro era demasiado largo, y la solución que me ofrecieron fue partirlo en dos. No me gustó para nada la idea, pero de nuevo pensé que era normal que no quisieran arriesgarse con un autor desconocido. Por otro lado, pensaba que no tendría otra oportunidad de publicar, además de que ya había firmado. Así que, de nuevo, acepté.
Lo que vino después fue un despropósito tras otro. Primero fue el precio. A la primera mitad de mi libro le pusieron el prohibitivo precio de veinte euros. Luego vino el formato. La calidad de la encuadernación era equiparable a una manualidad de primaria. El tamaño de la letra era minúsculo, lo cual me valió no pocas quejas. La corrección corría por mi cuenta. La maquetación estaba plagada de errores. La portada estaba sacada de un banco de imágenes, que casualmente resultó estar hecha por inteligencia artificial, lo cual me valió más quejas y el rechazo por parte de un sector importante de lectores. Conclusión: inversión mínima y calidad todavía más baja a un precio abusivo.
Con el libro ya a la venta la cosa fue a peor. Nunca estuvo en ninguna tienda física, salvo aquellas en las que lo llevé yo. No hubo absolutamente ninguna promoción por su parte. Les sugerí ir a una serie de eventos y ninguna fue escuchada, a todos los que fui tuve que buscármelos yo. Sí me llevaron, por el contrario, a la Feria del libro de Madrid. Bajo condición, eso sí, de vender diecisiete ejemplares o correr yo con el gasto. Tras publicar la segunda parte del libro la cosa no sólo no mejoró, si no que además aumentaron el precio cincuenta céntimos, teniendo prácticamente las mismas páginas que la primera. Los que vendía por mi cuenta tuve que ajustar el precio porque, sencillamente, se me caía la cara de vergüenza de cobrar esa cantidad por tamaña basura. Lo ajustaba tanto que en ocasiones acababa pagando yo por vender.
Varios meses antes de terminar contrato decidí que no seguiría con ellos ni vendiendo sus libros. Dejé de promocionar y de vender (sigo teniendo en casa libros de esos, que he preferido “comerme” antes que dejar que sigan siendo mi imagen), y a quien me lo pedía le decía lo que había: en unos meses terminaba contrato y lo reeditaría por mi cuenta, con mejor calidad, más económico y en un sólo libro. Fueron meses perdidos, pero al menos conseguí romper el contrato antes de tiempo y empezar a vender una edición decente y tal y como yo la concebí.
Como autopublicado, la mayor diferencia es que me tengo que encargar yo de todo el proceso de creación del libro físico. Hay quien contrata a gente que se dedica a ello y se encargan de hacerles las portadas, corregir, en maquetar… En mi caso, debido a mis circunstancias, he hecho yo absolutamente todo.
En el tema de vender, ir a eventos y de promoción, ahí sí que no noto absolutamente ninguna diferencia ya que, al igual que antes, sigo haciendo yo todo el trabajo. La única, la gratificante sensación de saber que no hay nadie lucrándose a mi costa por no hacer nada.
La conclusión a la que llego es que, salvo que se cuente con una verdadera editorial tradicional que quiera publicarte (lo cual, como digo, es verdaderamente difícil si eres un completo desconocido), te lances a la autopublicación o a la coedición. Quede claro que esto no es un ataque a las editoriales en general. Simplemente publiqué con la editorial equivocada. Y esto que me pasó, le ha pasado a mucha gente, como también los hay que les han dado problemas peores, y otros a quienes les están haciendo un buen trabajo. Por eso es importante informarse bien antes sobre cada editorial. Hoy en día hay mucha información disponible por parte de gente que lo ha vivido como experiencia propia, y al final siempre acaba viéndose la verdadera cara de estas empresas.
Autor: Sergio Valencia

Sobre el autor
Sergio Valencia

Muchas gracias por tu aportación Sergio, tu experiencia tiene valor para los que nos planteamos en algún momento publicar en editorial, sobre todo para ser conscientes de que es necesario investigar un poco y no ir a ciegas a esas «Editoriales» que vienen con cantos de sirena a engordar nuestro ego y vaciar nuestra cartera. 😉
Un abrazo amigo.